Coppelia

por Jorge Bacallao Guerra
coppelia

La primera mala experiencia que involucraba al Coppelia ocurrió en el entorno de mis 10 años. El más añorado anhelo era mi primera salida al Vedado solo. Cuando digo solo, me refiero a sin adultos, porque éramos un grupo de cuatro o cinco jovenzuelos coetáneos unidos por la misma causa. Mi mamá accedió a regañadientes después de mucho insistirle y prometerle cautela y moderación. «Tienes que confiar en mí» fue el slogan de la campaña.

Recuerdo como si fuera ayer que conversábamos distendidamente en la acera opuesta a la parada de la ruta 174, y cuando la vimos doblar toda la moderación prometida se escurrió de pronto en una carrera desenfrenada para cruzar la calle. Carro que frena de pronto con el consabido chillido de gomas, miradas de todos los transeúntes, y gritos de mi mamá que salía de su escondite detrás de unos arbustos: «¿Ves cómo no puedo confiar en ti?»

Claro, el Coppelia solamente era el destino. No tuvo la culpa de que se retrasara seis meses mi primera salida solo, ni de que durante mes y medio mis amigos me cambiaran provisionalmente el apodo de «Pumpy» de toda la vida, al más largo y menos gracioso de «Viste cómo no puedo confiar en ti».

Yo sé que para mucha gente Coppelia es un templo que funciona como un ancla a entrañables vivencias. Mis cinco años de carrera en la Colina y casi el doble como profesor, me hacen testigo fidedigno de tales añoranzas. Yo mismo tengo muchísimos buenos recuerdos, pero en mi caso, logro segregar afectos y si bien atesoro momentos pasados, no añoro el lugar como tal.

A cada rato regresa a las redes una foto de un menú de Coppelia en su «prime». Impacta, incluso para quien como yo, pudo chocar hace muchos años con una calidad de producto que nada tenía que envidiar a otros helados que he probado allende los mares. Alguna vez llegué a escuchar, aunque no sé si sea mito o realidad, que en algún momento se decidió bajarle parámetros de calidad al helado Coppelia, pues era «tan bueno que no daba negocio». Eso fue cambiando e incluso muchos años antes de esta debacle actual, ya se hacía popular la broma: «Si quieres tomar helado Varadero ve a Coppelia, pero si quieres tomar helado Coppelia, tienes que ir a Varadero».

En los últimos años la heladería se ha hecho notar fundamentalmente por eventos desafortunados: una riña tumultuaria inmortalizada en un video casero, unos precios desorbitantes protestados y modificados, un reciente video dando fe de total desabastecimiento… Yo no me descorazono, porque nunca me ilusionó el lugar. Siempre me parecieron lamentables las condiciones en que se comía allí. Sillas incómodas, agua caliente, platos y cubiertos propios de un campamento militar, y el perpetuo estado de alerta para evitar que te dieran bolas incompletas. La cereza del pastel era tener que adaptarse a la medida que te hacía coincidir a veces en las mesas con totales desconocidos, convirtiendo un posible momento feliz en una hora de introspección.

Mi modus vivendi se basa en extraer humor de donde pueda ser cosechado, y Coppelia no es una excepción. Una vez un señor como de 70 años resbaló bajando el tramo final de la escalera de la torre, de manera que fue dando culazos en los últimos cuatro escalones. Se hizo un silencio tremendo entre los presentes que esperábamos para subir. Todos estábamos muy preocupados, fue como si se detuviera el tiempo. El señor se levantó despacio, se sacudió, miró a la gente y dijo: «La madre pal que se ría». Ahí empezaron las carcajadas.

Mi hermano fue con unos amigos un día cercano a una reapertura y había bastantes sabores. En el grupo estaba una muchacha alemana y el objetivo era que probara los helados de frutas. En la carta aparecían guayaba, naranja piña, mango, chocolate, mantecado, vainilla y tiramisú. La cola era muy larga pero decidieron quedarse: todo por los helados de frutas y la alemana. A los veinte minutos de cola vino un empleado y quitó el cartel del mango. Intercambio de miradas de los cubanos.

—Bueno, de todas formas el mango es el que menos me gusta de los helados de frutas —dijo la alemana.

A los veinte minutos quitaron el chocolate. Intercambio de miradas.

—El chocolate no me interesa, y el que menos el tiramisú, nunca me ha gustado. En realidad, lo que me hace la boca agua es el sabor naranja piña

La cola caminaba lentamente. Vino el empleado y se llevó el cartel de la guayaba. Intercambio de miradas.

—Esperemos que haya bastante naranja piña —dijo la alemana.

Cuando lograron sentarse, ya se había acabado todo menos la naranja piña y el tiramisú. Pidieron todos tiramisú menos la alemana, que pidió naranja piña. El dependiente vino con varios pozuelos de puro tiramisú y dijo:

—Mira, se acaba de terminar la naranja piña, así que te traje tus dos ensaladas de tiramisú.

En medio del intercambio de miradas y las caras largas, la alemana, por pena, empezó a comer. Reinaba un silencio fúnebre. Parecían soldados comiendo en una trinchera, hasta que alguien habló:

—Oye, qué pena, qué casualidad que se haya acabado todo menos el tiramisú, que no te gusta.

Y la alemana dijo con una expresión de deleite:

—No, qué va, esto está riquísimo, yo no sé lo que es, pero esto no es tiramisú.

Ojalá el Coppelia mejorara. Ojalá cambiaran todas las cosas que deberían cambiar. A estas alturas, o bajuras, para ser más precisos, no le escucho ni la segunda palabra de arengas, consignas, promesas o discursos a nadie que venga a prometer prosperidad venidera. ¿Para qué? ¿Para tener que decirle después como me dijo mi mamá aquella vez? ¿Ves cómo no puedo confiar en ti? 

2 comentarios

Armando 18 noviembre 2023 - 7:48 AM

Desempolvando recuerdos;hay que reconocer que el helado Coppelia es un buen helado,pero se hace mejor cuando la competencia es el Guarina; creo que el Coppelia terminará en manos privadas, y como todos los demás restaurantes y cafeterías privadas,solo podra sobrevivir vendiendo muy caro en CUP o en MLC.

Taran 18 noviembre 2023 - 8:44 AM

Es verdad, deberian dividirla y arrendarla a varias mypimes. No hay motivo para la desesperanza, cuba socialista vencerá.

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