Mi lugar de nacimiento es un dato confuso: en algunas inscripciones aparezco pinareño, en otras habanero, y en la última resulta que soy devoto de la diosa Artemisa. Los pocos miembros de mi familia que quedan en Guanajay me prefieren capitalino, y no me perdonan haberles quemado accidentalmente, niño aún, un rancho repleto del mejor tabaco del mundo. Una fumada espectacular.
Lo más relevante de mi enseñanza primaria fue un mural que diseñé en ocasión de una visita del presidente de la república para inaugurar una carretera. Busqué una foto de Carlos Prío y la rodeé de flores y tres o cuatro frases altisonantes. Al retirar la tela que lo cubría, el presidente se puso pálido y por poco me manda a fusilar (es conocido el carácter que se mandaba Batista).
Hoy, en el Museo de Guanajay, se conserva una instantánea del momento de estupor que produjo mi mural, pero se le achaca la «protesta cívica» a mi entonces maestra. Algún día reivindicaré aquella burrada, aunque solo me sirva de prueba la libreta de Historia que aún conservo con las clases que nos impartió la susodicha.
Al triunfo de la Revolución me encontraba preso en el Castillo del Príncipe. La injusticia quiso se me acusara del asesinato de un senador acribillado por las balas segundos antes de salir yo por la chimenea de su residencia con un botín a cuestas. Qué puede esperar un joven de veinticuatro años condenado a uno más de cárcel (veinticinco) que no sea podrirse entre rejas.
Los barbudos me devolvieron la vida. Y tuve que devolver al tesoro público un diamante valorado en veinticinco mil pesos (a mil el año hubiera salido la cosa). Me dejé crecer la barba y estuve treinta y dos meses con grados de subteniente al frente de la galera número tres del Príncipe, la misma en que figuraba como reo el verdadero asesino del senador del diamante. Este (el criminal) falleció calcinado en un incendio que causó la colilla de un habano una semana antes de que me trasladaran a la Escuela de Artillería de Managua (siempre me he sentido sospechoso de provocar tal incendio).
Allí, limpiando una escopeta, se me escapó un tiro y herí de muerte, o maté de heridas, al cocinero del regimiento. Salvé la honra porque en la investigación salieron a relucir relaciones un tanto estrechas del occiso con un homosexual bailarín de Tropicana que voló al norte. Ignoro cuál de los vuelos cerró el caso, pero quedé como el tipo que por poco mata dos pájaros de un tiro.
Como medida disciplinaria me mandaron esta vez a los cafetales de Maisí, donde pasé los mejores años de mi juventud desvelado por las atenciones al aromático grano y por las cantidades industriales que bebí de la estimulante infusión. De aquella época data un artículo que envié al periódico provincial y que el director, con solo ver el encabezamiento, me publicó sin chistar. «El título le levanta el patriotismo a cualquiera», había comentado él. «La heroína de la Sierra» era un análisis sobre el consumo de estupefacientes en la zona de Puriales de Caujerí.
Muchos años después, al fundamentar la separación definitiva de mi puesto de administrador de la granja pecuaria El Cuartón de Tula por colocar a su entrada una valla con la foto de Ubre Blanca y el texto «Comandante en Jefe, ordeñe», se citaba, como antecedente de mi conducta, la ambigüedad del mencionado título.
Al surgir el Cordón de La Habana nos hicimos célebres (el antiguo director del periódico provincial y yo) por la cantidad de posturas enviadas a occidente para sembrar cafetales en las colinas de la capital; aprovechábamos las trincheras cavadas en plena Crisis de Octubre. Fue el fin de la pujante finca, porque el café nunca retoñó en La Habana, y la historia demostró que dichas tierras —las de la capital y las de Maisí— eran más productivas para el cultivo del marabú.
Los últimos años de la década del sesenta los pasé como jefe de lote en los campos villareños, sembrando la caña que se molió en la Zafra de los Diez Millones. Al finalizar esta, se le achacó la culpa de su fracaso a mi entusiasmo por el sistema australiano de quema de la caña de azúcar. A mi favor debo decir que nadie advirtió que de la quema estaban exentos los viveros destinados a semillas.
Diez años estuve en Cayo Veitía como guardafrontera, comido por los jejenes o engulléndolos. Conservaba el desvelo de los tiempos gloriosos de los cafetales de Maisí: en mi zona no hubo infiltración enemiga. En otros puestos fronterizos los centinelas se dormían, recibían una lluvia de tiros, y luego eran ascendidos por repeler la agresión. Yo, que en mi sonambulismo solo repelía mosquitos y prendía hogueras para el café de medianoche, quedé en soldado raso, pues por mi posta nunca hubo penetración enemiga, ni siquiera ideológica.
Cuando la emigración por el Mariel, y dada la abundancia de plazas vacantes, me situaron —uniforme incluido— en el Banco Nacional de Cuba a incinerar billetes viejos o en mal estado. Me fue bien, tanto que estuve hasta 1992, pero un día no cumplí mi cometido y por poco me apropio, si no me hubieran descubierto, de un pequeño maletín con varios miles de pesos.
Como a todo desmovilizado del Ministerio del Interior, se me dio la oportunidad de trabajar en una firma extranjera, en este caso española: la sucursal de los autos Seat en Cuba. Mi puesto de asesor de márquetin del área comercial justificó propusiera el siguiente slogan: «Donde Seat, como Seat y para lo que Seat».
La sanción consistió en ocupar el puesto de fregador de platos y otros enseres en este, el entonces centro turístico El Salado. La experiencia de otrora consolidó mi prestigio con la cafetera y el director confió en mí para la colada del mediodía. La conversión en motel para el turismo internacional me sorprendió afianzado en la plaza de maletero y como ayudante del bar, donde inventé varios cocteles con crema de café premiados en competencias provinciales de gastronomía.
Tras la dolarización de la economía, con un título de Licenciado en Bioquímica obtenido quemándome las pestañas, he ganado en propinas, mensualmente, diez veces la suma de mis salarios como subteniente, jefe de granja y de lote, guardafrontera, empleado del Banco Nacional y asesor de márquetin.
Ahora, por mi condición de vanguardia —ya hablé de los premios, pero agrego mis donaciones de divisas a la Sala de Quemados del hospital Calixto García— me recomiendan para un puesto en el Partido municipal. La Comisión de Idoneidad pidió redactara esta autobiografía. Espero haber sido lo suficientemente honesto para que, lectura concluida, desistan del empeño y me sugieran incinerarla.
8 comentarios
Un C. VITAE envidiable, compañero Jorge. La única pega que le pongo, que siempre ha estado en ” el batallar nacional “.
¿ No se le habrá olvidado alguna” Misión internacionalista”, aunque haya sido a Miami?
Puede colar ésta mía como suya.
En Angola me tocó custodiar un hospital y una buena noche cuando estaba en la letrina deponiendo mis heces fecales, la UNITA asaltó el emplazamiento y solo dejaron en pie a la letrina y a mí adentro.
Solo me queda una secuela, que se manifiesta a la hora de C…. . Me envuelvo en una escaramuza diaria a la que le he nombrado ” Operación especial militar escatológica “, el médico no me deja pronunciar la palabra INVASIÓN.
Le deseo suerte en la incineración pero le recomiendo, por seguridad tenga a mano el teléfono de los bomberos.
Un abrazo.
Nunca bebí, pero en esas biografías siempre me declaré inmerecedor de pertenecer al partido por ser muy borracho.
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Y ahora no eres dictador de ningún mal corazón ?
Espectacular tu modo de satirizar la realidad del PCC
Eva, aunque creo que su comentario es una respuesta al Sr Fernández Hera, puedo abundar en lo que ya dije, y no hay nada de sátira, pués hablo en serio. Yo debía evitar ser investigado, porque mi familia pidió la salida del país en 1965 y mis vecinos cederistas se encargaban de informar a cualquiera que viniera a investigar sobre mí. Así, siempre ocurría que yo no tenía méritos revolucionarios para jugar un torneo de Ajedrez, o trabajar en un centro de trabajo en la ciudad, pero para cortar caña y trabajar en la Agricultura, yo siempre tenía suficientes méritos . Así fue que aunque vivía en un puerto de mar, me aprendí los nombres de los peces en Inglés, ya en Miami, porque yo temía que si andaba por las orillas pescando, me investigarían. Me declaraba enfermo cuando se iba a viajar en barco por el centro de trabajo, porque había que darle la lista de los que iban al MININT. El totalitarismo es una vida de temores, persecuciones, purgas y delaciones, que a los únicos a quienes se la deseo es a quienes lo sostienen, porque bien merecida se la tienen.
Estimado Jorge Fernández Era, usted con ese rico currículum vitae y su honrosa labor como
quematiente, se ha ganado el honor de admirar Los Volcanes de Nicaragua y si le queda tiempo y no incinera el Volcán, le puede echar una Ojeda al famoso río Bravo muy visitado por los burgueses cubanos. Lo de burgueses no lo digo yo, lo dice un noctámbulo que circula por estos lares.
Excelente, como siempre Jorge. Feliz Domingo para todas y todos.
De donde se obtiene la informacion que se divulga al pueblo cubano sobre la invasion rusa a ucrania?.Hay reporteros de Granma o del NTV cubriendo los hechos como hacen las agencias de prensa internacional ?. Si , porque la que yo veo por television es dada por gente a la que conozco de la prensa y que me informan desde donde caen las bombas y matan a los ninnos alla en Ucrania.
Como es que se ha criticado en este espacio por cierta gente el monopolio de la informacion capitaliste sin haber enviado periodistas al lugar de los hechos?.Acaso tampoco les dan visa o es que prefieren publicar solo lo ue sale de las cabecitas de los personeros del regimen?.
JAJAJAJAJAJA!!!!!! MUY BUENO, JORGE!!! NUNCA IMAGINÉ TAN “ACCIDENTADO” CURRÍCULUM.
EXCELENTE, COMO SIEMPRE.
Mi comentarito no aparece. Pliiiiiis.
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