La historia de Cuba está marcada por una riqueza cultural en la que confluyen numerosos actores étnicos que, con el paso de los siglos, han otorgado una impronta singular a la evolución del pensamiento y el lenguaje. Este complejo proceso de interrelaciones fue calificado por Fernando Ortiz como transculturación amparado en estudios antropológicos, históricos, sociológicos y etnográficos que el sabio pensador antillano desarrolló en un trascendente itinerario de maduración científica.
La similitud con que muchos de estos acontecimientos se desarrollaron en América Latina —impulsados por la colonización europea y debido al arribo del negro(a) en condición de esclavizado(a), sin obviar la contribución del indígena en la composición étnico-racial de la región—, validan la utilización del término acuñado por Ortiz para el análisis y descripción de los sucesos acaecidos en el denominado Nuevo Mundo.
La religiosidad atraviesa de forma transversal este complejo entramado de relaciones sociales desde la etapa colonial, al devenir en genuina afirmación de resistencia implementada por los subalternos, ante las diversas fórmulas de opresión que hallaron en el cristianismo un arma certera con el objetivo de lograr su adaptación a paradigmas «civilizatorios» foráneos. Con tales fines se utilizaron la violencia e imposición ideológica, como dobles anatemas de una misma estructura de poder, que anhelaba perpetuar dicho carácter situacional en una parte de la población desarraigada de toda condición humana.
En tan complicado contexto, disímiles prácticas desarrolladas por los sojuzgados se negaron a desaparecer ante el inminente proceso de aculturación implementado por los representantes de la Colonia. A tenor con ello, surgieron numerosas alternativas de resistencia que han logrado trascender hasta nuestros días, siendo el fenómeno abakuá una de sus más llamativas expresiones. No obstante poseer esta manifestación indiscutible origen africano, solo se hallan localizaciones de su existencia en Cuba, lo que la distingue de cualquier otro país con pasado esclavista en América.
Sus antecedentes conocidos se remontan al año 1836 en que surge esta asociación mítico-religiosa poseedora de elevado carácter mutualista, fraternal, y promotora de valores éticos entre sus iniciados. Mas cultivar semejantes virtudes, no le imposibilitó ser víctima de cuantiosas estigmatizaciones, asechanzas de diversa índole y persecuciones políticas, que la situaron de modo permanente al margen de la legalidad al estar integrada en su mayoría por sujetos que ocupaban la jerarquía más baja en la división socioclasista del trabajo, en una sociedad donde las actividades productivas se encontraban diferenciadas por el color de piel.

Don Fernando Ortiz
Durante los períodos coloniales y republicanos, el fenómeno abakuá fue objeto de constante criminalización por parte de sectores académicos.[1] La literatura le reservó un espacio periférico negándole visibilidad en el campo de las letras.[2] De igual forma, constituyó política de las instituciones educacionales la promoción de esta práctica cual paradigma contrario al «orden civilizatorio», en tanto se exaltaba en los diarios y revistas la figura blanca como auténtica expresión de belleza.
Esta idea fue sustentada en los discursos de numerosos intelectuales y figuras del campo político con la intención de visibilizarlo como expresión de «atraso cultural», debido al predominio de una corriente ilustrada (eminentemente eurocéntrica) que pretendía su desaparición del panorama social cubano, acorde a los preceptos fundacionales de un «estado moderno», coherente con las ideas de «progreso» que rigen los principios de la civilización occidental.
Con la publicación en 1958 de La sociedad secreta abakuá narrada por viejos adeptos, de Lydia Cabrera, inicia un ciclo de estudios en los que se comienza a revertir los estigmas impuestos en la sociedad. Al mismo tiempo, se potenciaron nuevos trabajos que restituyeron del papel del negro(a) en la historia nacional, sumado a propuestas de análisis marxistas que pretendían una descolonización de las tradiciones presentes en Cuba con la intención de quebrar concepciones elitistas que habían marcado las pautas de su interpretación por el pensamiento liberal, como demuestra Walterio Carbonell en su Crítica: cómo surgió la cultura nacional (1961).
Entre las figuras que han realizado aportes desde las ciencias sociales para revertir el imaginario denigrante que en torno a la manifestación se impuso desde los siglos coloniales, resaltan las contribuciones de José Luciano Franco, Alberto Pedro Díaz, Teodoro Díaz Fabelo, Enrique Sosa Rodríguez, Argeliers León Pérez, Pedro Deschamps Chapeaux, Sergio Valdés Bernal, María del Carmen Muzzio, Jesús Guanche Pérez, entre otros cuya importancia trasciende las fronteras disciplinarias para adquirir relevancia cultural.
La perdurabilidad de la sociedad abakuá denota su carácter robustecido al posibilitar la reivindicación de sus valores por las nuevas generaciones, a pesar de las transformaciones naturales que le impiden permanecer invariable ante el paso de los años. La transmisión de numerosas frases y términos al habla popular evidencia la profundidad de su inserción en el componente sociocultural del país. De todas sus terminologías, la palabra Asere sin dudas constituye la más enunciada en diversas esferas.
Su empleo carece de distingos clasistas, sexuales, raciales o de otra índole, para formar parte indisoluble del lenguaje cotidiano. No obstante a los notables esfuerzos por vulgarizar su empleo promovidos por una narrativa discursiva empática con círculos aristocráticos que pretenden deslegitimar aquellas expresiones provenientes del habla cotidiana, como parte de una concepción aspirante a «purificar el idioma», en tanto persigue toda expresión social relacionada con las tradiciones africanas.

Lydia Cabrera
Según el criterio del célebre investigador y etnógrafo Serafín «Tato» Quiñones, la palabra Asere constituye «un símbolo de amistad, compañerismo y camaradería».[3] Mientras, en el glosario de Ramón Torres-Zayas presente en uno de sus títulos, el término hace referencia al saludo afectivo entre dos miembros de una misma asociación grupal,[4] cuyo significado se extiende hacia zonas amplias de la expresión popular, al establecer una identidad que refleja la riqueza transcultural del castellano.
Este término demuestra su persistencia a pesar de los inquisitivos ataques provenientes de los círculos letrados auto-revestidos de autoridad en los terrenos del saber. Su constante uso reafirma la compleja diversidad en las relaciones socioculturales de la Isla, cuya más apropiada actitud exige de comprensión en lugar de pretender satanizar sus expresiones, en concordancia con intereses grupales específicos poseedores de un modelo nacional plenamente distanciado de aquel que emana de las capas más profundas de la sociedad.
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[1] Sobre la criminalización desde la academia, véanse las obras de José Trujillo y Monagas Los criminales de Cuba (1882), Fernando Ortiz Los negros brujos (1906), Rafael Roche y Monteagudo La policía y sus misterios (1908) e Israel Castellanos La brujería y el ñañiguismo en Cuba desde el punto de vista médico-legal (1916), entre otras.
[2] Entre las obras literarias que visibilizan al ñañiguismo como elemento criminal y denigrante, destacan los títulos Sofía (1891) y La familia Unzuazu (1896), de Martín Morúa Delgado.
[3] Serafín Tato Quiñones: Asere Núncue Itiá Ecobio Enyene Abacuá, Editorial José Martí, La Habana, 2014, p. 278.
[4] Ramón Torres-Zayas: Abakuá (De)codificación de un símbolo, Aurelia Ediciones, Valencia, 2019.
2 comentarios
Evidentemente hoy es un día para clases de historia, entre este artículo y “asere me llamo yo” hemos aprendido un poquito más pero realmente no es lo que buscaba.
Desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisi, incluyendo la Isla de Pinos y todo el
Archipiélago, somos un sólo pueblo y una sola
nación con su idioma español. Ahí debiéramos
de caber todos, pero como algunos no somos
socialistas y no pensamos de esa manera, se nos quitó ese derecho. Verdad Nague. Un saludo cordial.
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