Sábado, 08 de Mayo de 2010 10:48
María Delys Cruz Palenzuela
Camagüey, -Narra en su libro Guiteras el investigador y escritor José A. Tabares que poco después de las seis de la mañana del 8 de mayo de 1935, el cónsul Pinel, quien estaba junto a una ventana en el fortín, divisó un camión a lo lejos, con “cajas amarillas”. Xiomara O’Hallorans también vio el vehículo.
Inmediatamente se dieron cuenta, que no era uno sino varios camiones, llenos de soldados. Corrieron a avisar a Guiteras, quien descansaba en una hamaca en la azotea del castillo.
Rápidamente, se concentraron en el piso bajo. Aponte impuso su autoridad con voz firme. Ordenó salir hacia la maleza, indicó a Guiteras un pequeño cerro a la izquierda del fortín y propuso a Toni hacerse fuertes en ese sitio.
Continúa la narración que de uno en uno salieron por una puerta lateral hacia el monte. Alberto Sánchez, José Urquidi y el “Chino” Ramos se adelantaron entre los matorrales y fueron los únicos que lograron escapar. Todos los demás fueron muertos o hechos prisioneros, ilesos o heridos.
En un claro de la manigua se concentraron los fugitivos y emprendieron la marcha, con Aponte y Paulino Pérez Blanco al frente. Guiteras quedó rezagado, fueron a buscarle y le llevaron con ellos.
El primer tiroteo dispersó al grupo. Guiteras, Aponte y Paulino continuaron avanzando. Casariego se parapetó en un lugar, abriendo fuego con su ametralladora, el enemigo disparó sobre él y resultó herido en el hombro. A su lado. Conchita Valdivieso gritó, pidiendo auxilio. Fueron hechos prisioneros.
Rafael Crespo Tamayo corrió a unirse a Toni. Los restantes combatientes de Joven Cuba cayeron prisioneros, en diversos sitios, no lejos del Morrillo, durante el resto del encuentro.
Guiteras, Aponte, Paulino y Crespo siguieron caminando para romper el cerco y escapar.
“Yo no me dejo coger vivo” le oyó decir Xiomara O’Hallorans a Antonio Guiteras, cuando emprendió el camino para romper el cerco. Aponte estaba animado de la misma convicción, según el testimonio de los sobrevivientes de El Morrillo.
Guiteras, Aponte, Paulino y Crespo avanzaron hacia las márgenes del río Canímar. Tomaron por un atajo que los pescadores de aquellos contornos llamaban el Camino de los Chinchorros y llegaron a una curva del río, donde existe una cueva natural, más bien al descubierto. Allí estaban rancheando, desde el amanecer, José Gallardo y Octavio Domínguez ayudado por los hijos de ambos. Jorge Octavio Domínguez deshacía malezas para ampliar el área donde establecer el rancho.
Guiteras se sentó en una piedra, con Rafael Crespo Tamayo al lado. Paulino y Aponte prosiguieron su avance. Mientras Paulino le cubría, Aponte llegó junto al anciano Domínguez y le ordenó que los sacara de aquellos contornos. Jorge Octavio Domínguez creyó que eran policías y les mostró el permiso oficial para acampar en el lugar. Aponte, imperativamente, con un revólver en la mano, le respondió que no le interesaba el papel sino ser conducido lejos. Jorge Octavio accedió a servirles de guía, tomó por el brazo a Aponte y caminó hacia donde estaba Paulino, esperando.
Eligieron un pequeño trillo, contiguo al sitio donde Guiteras se había sentado. Apenas lograron caminar unos metros, cuando Pérez Blanco advirtió la presencia del enemigo, casi frente a ellos. “Ahí están, pero espera, los voy a parar”, dijo Paulino y avanzó hasta una cerca de piedras, se atrincheró y abrió fuego con la ametralladora. Los soldados respondieron al fuego, pero Paulino continuó disparando con la esperanza de hacerles huir y poder escapar.
En una pequeña cañada seca, al pie de la cerca de piedra, se tumbaron Rafael Crespo Tamayo y el práctico Domínguez. Guiteras y Carlos Aponte se situaron en lo alto de una de las márgenes de la pequeña cañada. Aponte, como recordando lo que Guiteras había manifestado de no dejarse prender le dijo: “Compay, antes de rendirnos nos morimos”. Guiteras le respondió: “Nos morimos”. Casi inmediatamente después de haber hablado, un balazo certero golpeó en el pecho de Antonio Guiteras y le destrozó el corazón. Toni cayó hacia atrás y quedó exánime. Por el pecho, junto a la tetilla izquierda un pequeño boquete. Pero la espalda reposaba en un charco de sangre.
A sus pies, un instante después, otro balazo atravesó la cabeza de Carlos Aponte. Cayó de rodillas, padeció breve agonía y expiró.
Al describir lo acontecido en el entierro de estos hombre, Tabares reseña que los esbirros, ebrios de alegría, recogieron los cadáveres y en una barca los llevaron a la ciudad, donde los depositaron desnudos en el frío mármol del necrocomio, después de haberlos saqueado y pretendido escarnecerlos sin piedad.
Un médico forense hizo las autopsias y extendió los correspondientes certificados de defunción.
Temprano en la mañana, las radioemisoras comenzaron a brindar un parte oficial sobre el combate de El Morillo y la muerte de Antonio Guiteras y Carlos Aponte. Los hombres y mujeres del pueblo lloraban en silencio o esperanzados, se negaban a creer lo que oían, atribuyendo la noticia a váyase a saber qué sucia jugarreta de la tiranía.
Después que el militante de Joven Cuba Alberto Morillas les confirmó la terrible nueva Made Theresse Holmes, Calixta Guiteras y Dalia Rodríguez tomaron un automóvil y partieron rumbo a Matanzas.
En el necrocomio de la ciudad yumurina y en la Jefatura Militar del Regimiento las tres mujeres lloraron, exigieron y argumentaron, sobreponiéndose al inmenso dolor que sentían. Lograron que los sádicos oficiales batistianos desistieran de sus propósitos de enterrar a Antonio Guiteras Holmes y a Carlos Aponte en una fosa común, y les permitieron darles sepultura en el panteón de la familia Guiteras, en el cementerio de Matanzas.
“Fue terrible —recuerda Calixta Guiteras—, Morillas o algún compañero de Matanzas fue a una funeraria y compró dos cajas por $24.00. Eso costaron las dos, $12.00 cada una. No teníamos dinero”.
El entierro se realizó a las ocho de la noche del ocho de mayo, con el cementerio repleto de soldados y policías, que en pequeños grupos, a distancia, observaban la ceremonia e impedían al pueblo y a los compañeros de Antonio Guiteras entrar en el Cementerio de Matanzas.
La tiranía exigió que fueran enterrados a esa hora, las ocho de la noche, del mismo día ocho de mayo, y no permitió la celebración de ceremonia fúnebre alguna. Alberto Morillas despidió el duelo, con breves y emocionadas palabras, que no fueron reproducidas en ningún periódico de la época.
Fulgencio Batista, la oligarquía cubana, los políticos reformistas y el imperialismo norteamericano no ocultaron su júbilo.
El proceso revolucionario de 1923 a 1935 llegó a su fin. El pueblo cubano fue decapitado al morir Guiteras y careció de un líder capaz de dirigir la difícil y compleja lucha revolucionaria, emprendida años después por Fidel Castro, hasta conquistar la victoria definitiva el 1ro. de Enero de 1959.