A golpe de fusil. Guiteras y su proyecto revolucionario en Oriente

1933: ya hay detrás de él una legión de guiteristas. Es su hora de cruzar el Rubicón. Una vez que define fecha y traza los pasos, su sueño adquiere la hechura de plan insurreccional

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No hay exordio mejor para esta historia que el del genio insuperable de Pablo de la Torriente Brau: «En su apasionante carrera política hay páginas buenas para que un historiador sin miedo diga la verdad y la angustia de un hombre honrado en la encrucijada de los dilemas terribles. Mas Antonio Guiteras, como quien sale vivo de una emboscada, pasó por esos momentos, abrumado, pero seguro en su fe, en su fiebre por la revolución. Porque la revolución fue como una fiebre en la imaginación de este hombre. Y por eso tuvo delirios terribles, alucinaciones potentes, hermosas fantasías y sueños maravillosos e irrealizables para él. Era como un hombre que, despierto, quisiera realizar lo que había concebido soñando. […] Tuvo, arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de la fe en la victoria final. Irradiaba calor. Era como un imán de hombres y los hombres sentían atracción por él. Les era misteriosa, pero irresistible, aquella decisión callada, aquella imaginación rígida hacia un solo punto: la revolución. Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto».

Corre el famoso año 33. Guiteras ya es otro. Un hombre entero. Hecho para hazañas que parecen irrealizables. Su determinación y fibra de líder han evolucionado a tal nivel que despuntan los signos de su ascenso revolucionario. Posee la aureola de los hombres genuinamente capaces de hacer algo y sus filamentos imantados atraen a muchos que le rodean. Como destaca en su biografía el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II: «A lo largo de meses había reunido a cerca de un millar de hombres, no demasiado organizados, fragmentados en decenas de grupos y pésimamente armados, pero un millar de cubanos que estaban dispuestos a combatir».

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La talla revolucionaria del Guiteras del gobierno de los Cien Días, hombre de acción y pensamiento, había crecido en su proyecto de liberación nacional desplegado en Oriente. Foto: Bohemia

Cuba entera convulsiona por tremenda degeneración económica y política. A estas alturas está absolutamente convencido de que la única salida posible ante la tiranía es el método de lucha armada. La prédica del «camarada máuser». El oriente del país —en especial la ciudad de Santiago— se ha convertido en su refugio, o cuartel general, donde madura los principios para fundar una nueva República. En esta región halla la fragua para acerar su carácter beligerante, escucha mejor el rumor de su tío José Ramón en la «masa de la sangre» y vuelve a levantar la bandera mambisa; en fin, se transforma en cuanto a conciencia política y experiencias prácticas. Entonces idea la empresa temeraria de tomar focos militares para repartir las armas al pueblo y desencadenar la guerra civil.

No es la primera vez. Ya en agosto de 1931 se había involucrado como figura secundaria en el llamado alzamiento de La Gallinita. Al tener noticias de un movimiento encabezado por el coronel Justo Cuza, jefe de los menocalistas en Santiago, Guiteras concurre a la cita y se pone a disposición como ayudante del veterano del Ejército Libertador, con la esperanza de que el desarrollo de los acontecimientos diera oportunidad de protagonismo a la juventud. En conexión siempre con la praxis del Directorio Estudiantil, estaba dispuesto a aliarse con quien fuera si conducía a combatir a Machado.

Sin embargo, es aquella una conspiración condenada al fracaso. En un desenlace irreflexivo y desconcertado al no lograr apoderarse de la estación de policía y ser emboscados —víctimas de una delación— a las puertas de la finca donde tenían el alijo de armas, Guiteras y demás complotados acabaron presos. Los salvó de una ejecución miserable el teniente Márquez, quien los trasladó bajo el disimulo de la noche al cuartel Moncada. Dos días más tarde, en Río Verde, se entregaban con las manos arriba Menocal y Mendieta. La conjuración naufragaba y la vía insurreccional quedaba sin los caudillos tradicionales. Era ineludible la recomposición de las fuerzas políticas.

El joven rebelde pasó cuatro meses sin procesamiento ni juicio en la Cárcel Provincial, destinado a la enfermería dados sus estudios de farmacia. Aprovechó las horas entre rejas para leer sobre constituciones del mundo, Bujarin y la Revolución de Octubre. Ni siquiera en esas condiciones dejó de practicar su oficio de reclutador y planificó una fuga masiva. Casi a punto de actuar, en diciembre de 1931 llegó la amnistía decretada por Machado buscando rebajar tensiones políticas. Sin dudas, la malograda aventura servirá de lección a Guiteras para rehusar nuevos pactos con clásicos camajanes políticos; así como para robustecer su ideología. «Todo fue más bagazo que caña», dirá al respecto.

Desde que empezó a viajar por toda la isla como agente de los laboratorios farmacéuticos Lederle, Guiteras había podido entrar en contacto con diversos sectores sociales, y le valió para estrechar relaciones con partidiarios de su línea ideológica. El activismo fue realmente el centro de gravedad de esas excursiones periódicas. No tuvo una tarea fácil. ¿Cómo solucionar de raíz los problemas nacionales reuniendo hombres de distintas tendencias cuyos intereses son contradictorios?

A su regreso a Santiago, en el verano de 1932, reacomodó los hilos dispersos, sembró ideales y creó núcleos de combatientes no solo opositores a Machado, sino de perfil antimperialista. Fue ese el origen de Unión Revolucionaria, organización que pretendía emanciparse de los vicios de la política burguesa, y apuntalarse como un nuevo proyecto de liberación nacional y social. Además, proponía formar un gobierno provisional con duración de dos años, cuyos miembros no podrían ocupar cargos en el que derivaría a futuro. Una vez establecido, ese nuevo Estado debería desplegar una serie de medidas que incluía el procesamiento judicial de funcionarios machadistas comisores de delitos, la moratoria de la deuda externa, el llamamiento a la Asamblea Constituyente, la renovación de partidos tradicionales y el surgimiento de agrupaciones políticas.

En su «Manifiesto al pueblo de Cuba» Guiteras ratifica como puntos cardinales que el programa de Unión Revolucionaria está basado en la unidad —aunque sean de diferentes tendencias políticas— y en la vertiente armada. «Solo la fuerza incontrastable, producto de la unión de los hombres honrados de carácter y de valor puede lograr estos objetivos y hacer que este movimiento sea una verdadera Revolución, una renovación de los valores y de todas las instituciones y no de una simple sustitución de hombres», formula el documento.

Retomando el crucial año 33. Ya hay detrás de él una legión de guiteristas. Es su hora de cruzar el Rubicón. Una vez que define fecha y traza los pasos, su sueño adquiere la hechura de plan insurreccional. Concibe el asalto sincronizado a varios cuarteles en Oriente (Santiago de Cuba, Holguín, Victoria de las Tunas, San Luis, Bayamo, Manzanillo y otras pequeñas localidades). Para ello cuenta con un avión que bombardearía el Moncada y Holguín; se plantea tomar la fábrica de ron Bacardí e interrumpir el transporte ferroviario, luego ocupar las emisoras radiales y, ya con el arsenal requisado, motivar al pueblo a salir a las calles. Pero no tiene la simpatía ni colaboración en pertrechos de las facciones en el exilio. «Lo que hay que hacer, ¡hay que hacerlo solos!», señala a sus bravos compañeros. Y todos lo siguen. Busca armas, fabrica bombas y granadas de piña, ultima detalles para la asonada.

La fecha escogida es el 29 de abril de 1933, pero en general las acciones no fluyen según lo previsto. Solo se alcanza un éxito pírrico en San Luis, localidad de 28 000 habitantes, importante arteria ferroviaria y con una guarnición de 18 soldados bajo el mando de un teniente. Al amanecer, un comando de 30 hombres mal armados ataca el cuartel de la guardia rural, un vetusto caserón de madera que había sido campamento de caballería español y en cuyo patio permaneció tirado el cadáver de Martí en 1895. Toman el reducto en minutos. Algunos vecinos se suman espontáneamente y alzan una bandera sobre el Ayuntamiento. Pero rápido llegan refuerzos castrenses desde Palma Soriano y Santiago. Se produce nutrida balacera y la desbandada de los amotinados, en desventaja para sostener el reducto. Sobreviene la represión a tono con los tiempos: hay asesinados, heridos y detenidos. Entre los 15 mártires está el poeta y su lugarteniente Amador Montes de Oca. Milagrosamente, Guiteras salva la vida, burlando el cerco a caballo por el lomerío.

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En la edición del domingo 30 de abril de 1933, el Diario de la Marina informa sobre el asalto al cuartel de San Luis, a 30 kilómetros de Santiago de Cuba.

Mirando el raudal de aconteceres del pasado en relación con la narrativa contemporánea, uno se percata que suele evocarse sucesos aislados, normalmente los apicales; el resto, en su mayoría páginas breves, es relegado al vacío. Si bien los episodios más cruciales pueden ser dignos por naturaleza del grado superlativo de memorables, hay otros cuya impronta define con similar pujanza el curso de la vida. El patrimonio de los recuerdos está construido también de esos instantes efímeros, al punto que uno siente que, de no haber existido, la historia estaría repleta de fisuras. Algo así pasa con el 29 de abril. Por lo menos en la actualidad los sanluiseros conmemoran la efeméride con jerarquía de gloria, en el museo municipal que se ubica precisamente en el otrora cuartel.

A pesar de no alcanzar los objetivos previstos la sublevación tiene resonancia nacional. El pueblo se va clarificando y asumiendo sus aspiraciones de lucha. Ante la mirada colectiva, Guiteras sintetiza la esperanza de arrancar de raíz los males de la nación, como diría Fernando Martínez Heredia: «su lenguaje es su país». Se eleva su símbolo de joven discreto, al que le es indiferente su acomodo personal, capaz de sobreponerse a las adversidades con soluciones radicales. Es de una austeridad ejemplar. Es incorruptible y antisectario. Su energía va multiplicándose, su personalidad sumando adeptos, su eco aumentando. Aun 20 años después muchos hablarán, con fascinación, de sus proezas. Y no es desatinado afirmar que tanto el ataque al Moncada, la expedición del Granma como la base guerrillera en la Sierra retomaron, en buena medida, pautas delineadas por el adalid de La Joven Cuba.

A inicios de mayo, estando refugiado en casa de Luis Felipe Masferrer, supo que en La Habana había presentado las cartas credenciales como «mediacionista» Benjamin Sumner Welles. Pero en lugar de conducir un rápido reemplazo del gobierno, el flamante embajador norteamericano se empeñó en corregirlo, por lo cual se dilató la solución y profundizó el panorama de crisis. En esa trama de manipulación, en la cual cayeron no pocas agrupaciones políticas, surge la lógica intención de granjearse a Guiteras, quien desde la intentona de San Luis se ha convertido en el héroe «fantasma» de la clandestinidad en Oriente.

A cada emisario que viene con ofertas de sumarse a la mascarada, lo manda al carajo. Para él «no es un camino honorable». En carta del 23 de julio dirigida al director del santiaguero Diario de Cuba, manifiesta su público rechazo —con la misma vehemencia que había negado la prórroga de poderes del asno con garras, que en verdad era mocho— a «toda idea de mediación entre el gobierno y la oposición con el fin de llegar a un acuerdo, estimando que el único medio posible de solucionar el conflicto entre los sostenedores del actual gobierno de facto y el pueblo es la revolución […] Yo aceptaré la mediación cuando me manden una carta en la que me lo pidan las firmas de los asesinados por Machado».

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Otro suelto del Diario de la Marina –correspondiente al 25 de julio– da cuenta de la negativa de Guiteras a entregarse ni a aceptar la mediación.

Asimismo, reitera que seguirá la lucha clandestina y que «no se presentará». A finales del propio mes, un paro local de propietarios de ómnibus urbanos en la capital sirve de chispa que es avivada por el movimiento obrero hasta transformarla en huelga general. Por estos días Guiteras, en su vorágine oriental, mantiene una intensa campaña de sabotajes, quemas de cañaverales, ocupaciones de armas y atentados. Mientras tanto va maquinando el denominado Plan de Bayamo contra la mediación, consistente en dinamitar el cuartel del ejército a través de un túnel, atacarlo con 60 hombres, 54 rifles y ocho ametralladoras, para replegarse posteriormente a la Sierra Maestra e implantar la guerra de guerrillas.

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4- Antiguo cuartel atacado por las tropas de Guiteras. Hoy museo municipal 29 de abril. Foto: Luis Alberto Portuondo

Lo sorprende en ese afán el derrumbe de la dictadura. A manera de resumen, la reseña novelada de Paco Taibo lo dice todo:

«En el momento de producirse la huida del dictador, Tony y sus hombres avanzaron hacia Bayamo, tomaron el cuartel y dieron un mitin de la Unión Revolucionaria. De ahí saldrían hacia Holguín, ya en medio del júbilo popular, y llegarían a Santiago el día 13. Tony viene con atuendo guerrillero, sombrerote de vaquero, pistola al cinto, parece un Sandino cubano. En Palacio hay una gran multitud reunida que escucha los discursos de las fuerzas de oposición al viejo régimen. Le proponen que asuma el gobierno provisional de la provincia. Tony se niega: Eso es imposible pues yo no acepto la mediación. Es probable que me vuelva a alzar. La multitud lo reconoce y lo aclama obligándolo a tomar la palabra. Según su biógrafo, J. Tabares, Guiteras dijo que la revolución no había terminado, añadió que no abandonaría las armas hasta que hubiera un gobierno que diera solución a los problemas sociales y condenó al imperialismo y la mediación. Ustedes terminaron la lucha, yo empiezo ahora».

Tres semanas después es convocado —justamente por la popularidad ganada como insurgente— para asumir la cartera de Gobernación en el ejecutivo de Grau. Aun sometido a indignantes reproches y constante hostilidad de los de trajes almidonados que le hacen muecas por detrás y lo dejan solo, preserva su pureza abnegada y cubanísima. Dura cien días. El 15 de enero de 1934 Antonio Guiteras abandona el Palacio Presidencial, cuentan, con seis pesos y veinte centavos en el bolsillo; pero cargando en el pecho un caudal de decisión. Aquella decisión callada que en el legendario Oriente se había soldado para siempre a su destino revolucionario, y que lo impulsará al callejón sin retorno del Morrillo: volver a las armas.

Fuentes consultadas:

Tony Guiteras, un hombre guapo, Paco Ignacio Taibo II; «Hombres de la Revolución»”, en Álgebra Política, Pablo de la Torriente Brau; Aquella decisión callada, Newton Briones Montoto; Antonio Guiteras, un fundador del comunismo cubano, Fernando Martínez Heredia.

4 COMENTARIOS

  1. Es posible, pero que arriesgaron el pellejo por lo que creían. por eso nada mas, merecen ser honrados con la gloria que nos dejaron.

  2. Me honra haber sido citado por Paco Ignacio Taibo II en un libro sobre esta figura; Guiteras, en tanto hombre de acción, socialista no estalinista, no deja de ser un personaje apasionante, mas como todos los revolucionarios y políticos en general de cualquier ideología debió tener sus partes oscuras de las que por alguna razón nadie habla, ni yo mismo más por falta de tiempo que por otra cosa. Algo en lo que pensé hace años cuando ya había publicado mi artículo sobre Guiteras y después de hablar con el hermano de una persona secuestrada por su organización a cambio de dinero. A ver quien le pone el cascabel a ese gato.

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Igor Guilarte Fong
Igor Guilarte Fong
Graduado de Periodismo en la Universidad de Oriente (2007). Premio en el Concurso Nacional de Periodismo Histórico 2020.

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