Yoelkis Torres Tápanes es una persona inquieta. Su desempeño como director del proyecto sociocultural Afroatenas demanda de él pensamiento y acción en función de su barriada, mayoritariamente negra y vulnerabilizada, en la ciudad de Matanzas.
Apenas en diciembre, Yoelkis se casó con Israel. El nuevo Código de la Familia aprobado en Cuba meses antes por fin les reconocía ese derecho. Quizás por su carácter emprendedor, Yoelkis no es un simple beneficiario sino uno de los que se esforzó, desde el activismo ciudadano independiente, porque se lograra esa meta. En este mes del Orgullo Gay, LJC conversó con Yoelkis sobre cómo vivió esa experiencia.
Por estas fechas de celebraciones de la comunidad LGBTIQ+, ¿hay realmente motivos para sentir orgullo?
Siempre hay razones para sentir orgullo. No importan las situaciones o las condiciones en las que se encuentre un país, una nación o un Estado. Tampoco depende de una fecha en específico. Sentir orgullo trae consigo una carga emotiva, sentimental, de resiliencia y de acción únicas para cada persona. Se trata de poder pararte ante el espejo y sentirte bien con lo que representas, con lo que vives y con lo que haces. Es decir: soy quien soy, y estoy orgulloso de eso.

Foto: Néster Núñez
¿Cómo, cuándo y por qué empezaste en el activismo?
En el año 2017 me vinculé a estudiar y trabajar con el tema de la equidad, aunque puede asegurarse que hago activismo desde los 15 años, pero ajustado a los temas de salud y de prevención de las Infecciones de Tranmisión Sexual (ITS), porque hay muchas formas de hacer activismo.
Siempre me ha preocupado el entorno, tanto por lo que me sucede a diario y como por lo que les sucede a otras personas. En este caso, el activismo LGBTIQ+ fuertemente arraigado a los derechos, se concretó en 2017 cuando era momento de alzar más la voz por los derechos ausentes de esta ciudadanía y el cansancio y el agotamiento acumulados por la discriminación y la mutilación que impone una sociedad machista y patriarcal. Mi necesidad de hacer activismo fue creciendo poco a poco hasta llegar a un activismo consciente, visible y fuerte. Incluso, frente a múltiples instituciones de poder.
Ser activista es hoy para mí una condición de mi comportamiento cotidiano, de mi existencia como ser humano. Por supuesto, ello personaliza, cambia mi manera de ser y hacer, enfocado en los derechos de las personas y, sobre todo, en acelerar las transformaciones de una sociedad que necesita seguir cambiando.
El proyecto que fundaste, Afroatenas, está enclavado en un barrio de mayoría afrodescendiente, de esos llamados marginales… ¿Qué ha significado ser activista LGBTIQ+ allí?
Ser activista en Pueblo Nuevo ha sido súper interesante. Afroatenas comenzó con la mirada puesta en salvaguardar y revitalizar las tradiciones. Hasta el momento, es la única institución cultural cubana fundada por personas LGBTIQ+ dentro de una comunidad vulnerable, y ya tiene 14 años de existencia. Aquí fuimos los gays y las lesbianas quienes trajimos la transformación total al barrio. Por eso hemos ganado el respeto de la comunidad y también hemos encontrado su apoyo.

Yoelkis activista LGBTIQ+
Claro, en determinados momentos ciertas personas pensaron que, por uno ser LGBTIQ+, podían violentarnos y no reaccionaríamos, no haríamos nada. Pero eso cambió en gran medida. Ahora, cuando hay algún tipo de conflicto o de problema dentro de la comunidad van a buscarnos porque saben que, como activistas, como «bronqueros», como personas que no nos quedamos nunca calladas, podemos enfrentar y hasta resolver el problema. En estos 14 años hemos visto y hemos aprendido en profundidad hasta dónde llega el desconocimiento de las personas y también cómo se forma el respeto, la no discriminación y la no violencia dentro del barrio a partir de acciones consecuentes.
Desde tu perspectiva como activista no institucional, háblanos del proceso y de las luchas por la aprobación del Código de la Familia.
Hacia 2017, el activismo tuvo como objetivo incorporar, en el proyecto de lo que sería la nueva Constitución de la República de Cuba, los derechos de todas las personas, específicamente los de las personas LGBTIQ+ que durante mucho tiempo habían sido mutilados en la sociedad cubana. Estos reclamos históricos se incorporaron en el artículo 68 del proyecto, que generó aquel amplio debate en la sociedad. Luego, ese artículo se eliminó, entre otras cosas, por la presión del fundamentalismo religioso.
Nosotros primero estuvimos en contra de que ese artículo fuese eliminado. Abogamos por transformarlo y enriquecerlo, pero no porque lo quitaran y pasaran esos temas fundamentales a una ley menor, como el Código de la Familia. Tampoco estuvimos de acuerdo con el proceso de votación por un motivo muy sencillo: los derechos no se plebiscitan. Consideramos que nunca se debió esperar dos años y pico para hacer el referendo. La pandemia también vino a atrasarlo todo… Pero bueno, ese tiempo sirvió para que el activismo LGBTIQ+ se fortaleciera desde la sociedad civil.

Foto: Néster Núñez
En ese proceso de fortalecimiento ocurrieron sucesos importantes como la suspensión de la llamada conga por el 17 de mayo en el 2019, convocada habitualmente por Mariela Castro desde el CENESEX. En respuesta, el 11 de mayo tuvo lugar la primera marcha LGBTIQ+ organizada de forma independiente. Había que exigir nuestros derechos pues no se podía perder un espacio ya ganado, ni por amenazas del fundamentalismo religioso ni porque una institución dijera que esa vez la conga no podía salir, esgrimiendo argumentos que no fueron comprendidos porque eran vacíos en todos los sentidos.
Puede decirse que el 11 de mayo marcó un antes y un después en el activismo no institucional. Comenzamos a organizarnos un poco más, nos preguntamos quiénes éramos, qué queríamos, qué estábamos buscando. Empezaron campañas independientes, pero coordinadas alrededor de varios eslóganes: Todos los derechos para todas las personas; Ahora sí; Un código inclusivo…
En ese momento, muchos activistas de dentro y de fuera del país aportaron sus conocimientos. Los que sabían de temas jurídicos se encargaron de formar o hacer entender a los menos preparados; los que sabían de promoción ayudaban a que otros crearan sus pequeños espacios de comunicación y socialización para llegar al mayor número de comunidades…
Lamentablemente, el activismo independiente tuvo que luchar contra la institucionalidad, porque esta nos agredió una y otra vez, a pesar de que todos perseguíamos el mismo propósito. Por parte del Estado, se invisibilizó lo que hacía el activismo independiente para adjudicarse todos los logros.

Foto: Néster Núñez
Es oportuno reconocer que cuando se habla de instituciones hay un amplio espectro, por lo que algunas hicieron lo correcto. Estas, en su buena intención de informar a la población y sensibilizar sobre la importancia del nuevo Código, no lo hicieron bien. Desarrollaron una campaña de comunicación fatal, agresiva, insoportable. Nunca llevaron un proceso de educación adecuado. Solo repetían: Vote sí, vote sí. Tanto, que se aprobó el Código y nunca más se habló de él, cuando en realidad hay que explicar y profundizar en su contenido porque el tema LGBTIQ+ es solo una pequeña parte. La campaña de comunicación no debió ser solo por el Sí, sino debe ser continua. Y ahí es donde el activismo independiente tiene que actuar.
Entonces, ¿al activismo le quedan otras batallas?
Por supuesto, faltan muchísimas cosas por alcanzar. En el código se aprobó el matrimonio igualitario, la adopción y la reproducción asistida para todas las personas, pero no se habla de una ley de identidad de género, ni de una ley integral de protección contra la violencia de género. Se aprobó el Código, pero todavía no ha habido la primera adopción de un niño o una niña por una pareja LGBTIQ+.
Los derechos de la ciudadanía Trans continúan anulados. Si la Federación de Mujeres Cubanas no reconoce a las mujeres Trans, ¿de qué inclusión y de qué sociedad inclusiva hablamos? Sigue el sistema educativo sin priorizar la educación sexual. También es necesario en este país una campaña comunicativa, educativa, a favor de la diversidad en toda su expresión, y en contra de los estigmas y la discriminación que no se borraron de la noche a la mañana con la aprobación del Código.

Foto: Néster Núñez
Hay que luchar también contra quienes malpiensan o criminalizan lo que hacemos los activistas. Hoy seguimos diciendo que las autoridades cubanas tienen que pedir perdón por todas las acciones pasadas contra la ciudadanía LGBTIQ+, como ha ocurrido en otros países del mundo. Esa es una deuda pendiente, porque no reconocer lo mal hecho es seguir sobre el mismo error.
¿Lo más lindo y lo más difícil de pertenecer y ser activista de la comunidad LGBTIQ+?
Lo más lindo de ser gay es sentirme bien conmigo mismo. Lo más difícil es… sigue siendo… salir del closet, que tu familia te entienda, que tus amigos te acepten, convivir en escenarios con otras personas homofóbicas, ser discriminado institucionalmente, ser apresado por tu orientación sexual, ser limitado o estigmatizado, porque si eres LGBTIQ+ tienes VIH, y si tienes VIH no se te puede tocar, eres como una plaga. Y sí, eso existe todavía.
Lo más lindo de ser activista es el crecimiento personal. Lo más difícil es enfrentar a las mentes cuadradas, obtusas, los ciegos sordos y mudos que no quieren aceptar la realidad cuando ostentan un poder que se puede usar para transformar, y lo utilizan para otro tipo de cosas.
Ser activista es algo grande porque como persona se desarrollan valores humanos para salir en defensa de los demás y de uno mismo. Y ser gay no es ninguna «condición», es simplemente mi orientación sexual. Serlo libremente es sentir que puedo vencer cualquier obstáculo en el mundo. Eso ha estado muy presente en mi concepto de vida.
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