No sé cuándo ni cómo surgió en mí el impulso, la osadía, de comenzar esta historia con la siguiente oración:
«Me aparecí ante la Virgen con dos velas amarillas y medio ramo de girasoles».
A diferencia de la fotografía documental que hago, escribir me permite falsear la verdad, poetizarla, reinterpretar a mi conveniencia los acontecimientos reales. «Me aparecí ante la virgen», he escrito, como si ella hubiera estado sola y deprimida y se alegrara con mi presencia repentina, con mis flores y la luz que traigo. Como si el milagro de la aparición fuese el mío, simple mortal desde que nací en un hospital de provincia cualquiera.

Foto: Néster Núñez
Ya comentarán algunos que nacer sí es maravilloso y extraordinario; que respirar y ver la luz a cada instante es un regalo divino; que deberíamos agradecer por ello. A veces llego a comprenderlos, pero cuando bajé del camión y puse un pie en el pueblo de El Cobre, todo a mi alrededor era mundano: el ruido, el calor, el paisaje, los terrenales e insistentes vendedores de agua, de pizzas, de piedrecitas luminosas y de vírgenes artesanales a los que constantemente había que mentirles del modo más amable: «No, gracias, ahora no. De regreso te compro». Aunque terminara gastándome allí mismo ̶ y molestándome por mi debilidad ̶ un montón de dinero.
Para percibir lo divino en el sudor que emana por cada poro de la piel, en el aire que trae el acento oriental a los oídos o en el intenso verdor de las lomas en los ojos, hay que estar, lo confieso, en un lugar espiritual que no era el mío. Caminé hasta el Santuario porque es tradición cuando uno visita Santiago; por si acaso también: por si las moscas; y, en el fondo, porque he dicho que no creo en ná y he ido a consultarme por la madrugá, como tantos cubanos.

Foto: Néster Núñez
Así que me aparecí ante la Virgen con dos velas amarillas y medio ramo de girasoles. Además, cargaba con muchos dolores, dudas y reclamos anotados en una hoja en blanco.
El hecho de dividir por la mitad el ramo de girasoles no fue mezquindad, sino pragmatismo.
̶ A la Patrona de Cuba le interesaría más la calidad de la entrega que la cantidad ̶ le dije a la amiga con la que viajaba ̶ más cuando los comerciantes definen el grosor del manojo.
Tener los girasoles en mis manos sí me gustó: recordé por un instante la sonrisa de aquella novia mía que llegaba por la noche del trabajo y quedaba sorprendida al ver el búcaro alegre sobre el piano. Era mi forma de aliviarle un poco el cansancio diario, creo. Hay actos cotidianos que ofrecen más pureza y devoción que la que se encuentra en muchos altares.
Ahora en la narración viene la elipsis para no recordar la subida de la escalinata. Ya comentarán algunos que la subida es importante, que cada escalón que dejas atrás te aleja de lo banal, simbólicamente, y te acerca al misterio divino; a lo más alto de ti mismo, en definitiva. Pero mi estado de ánimo era el de un tipo sudado y con hambre, así que saltamos en el tiempo y me describo ya frente a la mesa, listo para prender las velas.

Foto: Néster Núñez
Silencio sí había en el recinto. Paz. Recogimiento. Casi nadie en todo el Santuario. Los infinitos bancos de madera pulida. La Virgen desde su altura. Mi poquita Fe y yo, indeciso. La fosforera hizo su chispa y vino una canción a mi mente: La luz que en tus ojos brilla… Si los abres, amanece. ¿Pasó realmente entonces, o sucede ahora, mientras escribo? Cuando los cierras parece que va cayendo la tarde.
La luz en las iglesias es hermosa; los colores de los santos en los vitrales; las paredes altísimas y las cúpulas. Las penas que a mí me matan, son tantas… Saqué la hoja en blanco con decenas de pedidos anotados, invisibles para los humanos y miré, suplicante, a la Virgen. A lo que es su representación, digo, porque ella está… ¿en el cielo? ¿Dentro de uno? ¿En todas partes?
Cada cual cree a su manera. Yo me senté en uno de esos bancos largos a hablar conmigo mismo sobre mis deseos, mis angustias, mis felicidades y temores… A dejar que fluyeran los sentimientos que me habitan. Noté que me faltaba música en la vida, por ejemplo; que me rondan las mismas canciones; que tanto el baile como el idioma inglés me provocan la misma ansiedad; que disfruto aprender; que no siempre me entrego a los otros como debería; que cuido mal a las amistades; que las distancias me matan; que mis hijos; que mis hermanos y mi madre…

Foto: Néster Núñez
A veces me decía: «Eso lo puedo cambiar. Quiero hacerlo». A ratos soltaba un suspiro y, con él, un agradecimiento. También habré hecho alguna mueca de desagrado cuando me encontraba con mis partes oscuras, y entonces pensaba en las velas encendidas. Dios es amor: esa frase me convence. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue otro símbolo enorme: la bandera cubana.
No sé qué tiempo transcurrió hasta que las voces dentro de mí se acallaron por completo. Bajé los escalones ya sin pensar en el futuro, en mi próximo viaje, mientras tarareaba una canción que creía olvidada: Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una nueva plaza liberada me sentaré a llorar por los ausentes. (No era Santiago de Cuba, sino de Chile, pero Pablito, desde la eternidad, sabrá comprenderme.)
Hablé mucho con la gente de El Cobre. Subimos al Mausoleo al Esclavo Cimarrón. Vi el campo de pelota, las tiñosas sobrevolando la laguna verde, el arte, los grafitis, el arroyo que baja de la sierra y las casas humildes. Fue entonces, al aire libre y desde esa altura mayor, que pedí por todos nosotros.

Foto: Néster Núñez
2 comentarios
He estado varias veces en este lugar emblemático de Cuba, donde se puede discernir la profundidad de las creencias, deseos y agradecimientos de un pueblo a través de todos los exvotos expuestos. Es realmente impresionante.
Gracias a Nester por mencionarlo.
No eres creyente y lo confiesas, pero tú poca fé te ha salvado, porque pides por todos nosotros .Estoy seguro que la Santa Patrona de Cuba, de un pueblo dividido , nos volverá a unir y las ovejas dispersas regresarán , porque la FE mueve Montañas. Gracias por tu excelente artículo.
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