Temporada de pelícanos

por Néster Núñez
Pelícanos

El primer pelícano llegó a mitad de octubre, el día 16, bastante temprano en la mañana. José Ramón lo vio en la distancia y agarró la cubeta, encaminándose mar adentro hasta que le llegó el agua al pecho. Cogió un puñado de sardinas y lo lanzó lo más alto y más lejos que pudo, pero el pelícano siguió volando como si nada.

José Ramón esperó con paciencia, mientras se acomodaba su gorrito a lo «Robin Hood», para que el sol no le castigara los ojos. Volvió a tirar sardinas una y otra vez, hasta que la cubeta tocó fondo. Solo así, despacio, como si caminase sobre la mar en calma, regresó con sus 78 años a la orilla.

Ahora lo observo, paseando su mirada por el paradisíaco verdeazulado de Varadero y me pregunto qué piensa. Quizás en aquellos tiempos en los que fue rastrero en el sol reflejándose en la carretera, en el verde de los montes de Cuba: el pie sobre el acelerador, los cambios, la velocidad… su vida en La Habana. O en los hijos que quedaron en la casa de allá de Quinta Avenida.

Me cuesta imaginar a este señor tan calmado llevando otra vida…

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Me jubilé de camionero y vine a vivir a Santa Marta. Como todavía me sentía fuerte, me puse a pescar. Una tarde tiré la atarraya y cogí unas cuantas sardinas. Cuando las estaba vaciando en la cubeta, un pelícano empezó a querer comérselas. Le tiré algunas para que se alejara y ahí vino un turista y nos hizo fotos. Yo le seguí el juego y lancé más sardinas. Más pelícanos vinieron y más turistas con sus cámaras. Después uno me dio un pesito y el otro también y así hice veinte dólares en un rato. Entonces me puse para eso. Al otro día vine e hice lo mismo. Así fue como empezó todo.

José Ramón y sus pelícanos son famosos en Varadero y media parte del mundo. Su curiosa iniciativa, en la que lleva más de quince años, ha contribuido a atraer clientes extranjeros a la llamada casa de Al Capone. En algún momento le pregunto a un empleado si de verdad esa fue la residencia de veraneo del célebre mafioso.

‒Claro que no. Una vez, una turista que vino dijo que ella había estado en la casa de Al Capone en no sé qué lugar de Estados Unidos, que esta construcción se le parecía muchísimo. Después no sé cómo se difundió la historia. Fíjate que el nombre oficial es «La Casa de Al», no la de Al Capone.

Pero funciona, me digo. La leyenda del «tipo malo» junto a la belleza del lugar, las aguas transparentes chocando contra el muro cuando la marea sube y el viejo con sus pelícanos casi domesticados, hacen un paquete formidablemente atractivo. Los turistas llegan directo a fotografiarse, avisados ya por los taxistas que los traen desde los hoteles en que se alojan. Después «del show» se sientan a comer langosta, o a beberse unos tragos, en lo que el atardecer hace su magia anaranjada.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es, quizás, un ejemplo de encadenamiento productivo que la industria del turismo no ha logrado hacia el interior de la economía cubana. Este sector nunca se convirtió en la locomotora que pretendían en los noventas, cuando empezó a desarrollarse. Las cucharas, las sillas, los manteles, el material gastable, todo es importado. Qué poco se produce en esta isla.

Una gaviota se posa a cierta distancia de los pelícanos. Cerca, pero apartada. Por algún motivo oculto, me viene a la mente el refrán que repetía mi abuela: una gaviota no hace verano. ¿O era una golondrina? Mi abuela hubiera rectificado ante mi confusión: Ah, bueeeno, pájaro por pájaro…

En mi infancia, cuando veníamos a Varadero en familia, no nos dejaban pasar a los cubanos hacia esta parte donde José Ramón alimenta a los pelícanos. El límite era el hotel Kawama. Había una barrera y después de ahí, zona vedada. Se decía, creo, que era exclusiva para dirigentes. No sé si desde aquella época ya estaba aquí la casa del mafioso.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Es un día medio malo hoy, medio muerto‒ me explica José Ramón, devolviéndome a la realidad‒. Si no fuera porque estamos conversando, ya me hubiera ido.

Le pregunto si siempre es así de tranquilo después de la pandemia.

‒Ha ido mejorando. Pero no es como antes. Y lo otro es que la calidad de los turistas ha ido bajando.

Me confiesa que él no sabe ningún idioma, que empezó en el «negocio» demasiado tarde que nunca pone un precio a lo que hace. Acepta cualquier propina de los turistas. Y que una vez hasta le regalaron un billete de cien dólares.

‒Hay muchos turistas que repiten. Me traen fotos impresas, que tengo por mi casa. Bueno, y también regalos.

Me cuenta que los pelícanos no son cariñosos, no dejan que se les pase la mano. Llegan en octubre o noviembre y se van como en marzo. En ese tiempo en que emigran, José Ramón se dedica a la pesca.

‒No siempre regresan los mismo y aunque sean los mismos, vienen ariscos. Hay que empezar otra vez desde cero con ellos. Les tiro sardinas y siempre hay uno que se acerca primero. Cuando ese ya está comiendo casi de mi mano, sé que gané la pelea. Los otros cogen confianza y vienen enseguida.

Un grupo de rusos llega entre risas y tragos. José Ramón le da el guante a una muchacha. El pico de los pelícanos impresiona, asusta alimentarlos. La gaviota también aprovecha para llevarse su parte. Las cámaras de los móviles no hacen flashes.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Cuando José Ramón se sienta de nuevo a mi lado, no pregunto de cuánto fue la propina, pero quisiera que fuera bastante. Que no le pase como al viejo de Hemingway, que llegó a la orilla sin su gran pescado. Sobre todo, porque veo en la piel arrugada de su mano una gota de sangre.

‒Por ahí tengo un par de guantes. La mujer mía me regaña porque no me los pongo, pero es que son muy incómodos para sacar de la cubeta las sardinas.

Apenas quedan unos peces en el fondo  y da  término final a la jornada. José Ramón camina hasta donde parqueó la bicicleta. Un pelícano va detrás de él como si fuera un perro o un gato. Es cuando me fijo que le falta la mitad de un ala.

‒No quiero ni pensar en qué le pasó. Yo mismo tuve que cortarle esa parte, que le colgaba. Ya está mucho mejor. Lo malo es que no podrá volar más. Cuando los otros se vayan, voy a tener que llevarme a este para mi casa.

7 comentarios

IVI 25 febrero 2023 - 8:17 AM

Qué bella historia alejada de la furia bélica del momento; ¿es este pelícano discapacitado el superviviente de una guerra de pelícanos?
Este anciano hace bien en conmoverse y cuidarse; eso es verdadera humanidad.

Fer 25 febrero 2023 - 9:02 AM

Que bueno sería leer historias como esta más frecuentemente. Gracias.

Livio Delgado 25 febrero 2023 - 8:53 AM

Siempre he admirado como los pájaros, las mariposas y muchos “animales inferiores” emigran buscando el calor y los alimentos de nuestras tierras cálidas, y nadie se cuestiona que tontos somos los humanos “animales superiores” que nos aferramos a ciudadanías y escusas territoriales que tanto nos complican la vida.
En una ovación conversando en un avión con la persona que tenía al lado le pregunté de dónde era, y muy tranquilamente me dijo, de ningún lado, de donde me lleve la necesidad de seguir viviendo y así me comentó que era un “snowbird person” emigraban todos los años del frío invierno Canadiense al trópico por mínimo 4 meses y siempre a un país diferente y por ello conocía tantos lugares que se consideraba de ninguna parte, hoy tenemos una generación de migrantes digitales que ve revolucionado el mundo, no tienen idea de cuántos acá me preguntan que quisieran establecerse en Cuba por largos periodos de tiempo de invierno, pero dependen de una internet potente porque sus trabajos dependen de ello y la isla no se los ofrece.
Refrescante y añorado su escrito Sr. Néstor como siempre, muchos envidiamos a los “Pelicanos” acá, en Toronto hoy amanecimos con -13 y nevando, cuanto añoro un chapuzón en las azules y calidad aguas del inigualable Varadero.

Manuel Figueredo 25 febrero 2023 - 9:40 AM

Muy bonita la historia. Quizás el autor del artículo no sabe que la Isla tiene muchas casas habilitadas por muchos personeros que han dejado detrás al fiero pandillero Al Capone y sobrepasan con creces su modus operandi.
Ojalá los Pelícanos no tomen otros rumbos, emigrando, buscando otras fuentes de supervivencia, como han tenido que hacer miles de Cubanos de la tierra más hermosa que los vió nacer. Cómo duele decir estás cosas, pero es la realidad. Gracias.

Esteban 25 febrero 2023 - 11:13 AM

Espero que a Guillermo García Frías no le dé por recomendar la carne de pelícano para la dieta del cubano.
Ya recomendó al avestruz y no se en qué paró aquello.

Manuel Figueredo 25 febrero 2023 - 12:44 PM

Estimado Esteban, por lo menos ya acabaron con las Jutias Congas. Seguimos en continuidad ahora vamos por los Caimanes.
Saludos

Esteban 25 febrero 2023 - 3:01 PM

Saludos amigo.

Los comentarios están cerrados.

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