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desabastecimiento

Bloqueos (1)

Antes de hablar de bloqueos

por Arturo Mesa 18 diciembre 2021
escrito por Arturo Mesa

Si de algo se puede vanagloriar la humanidad es de la cadena de barreras que ha debido sortear en su decursar. Por ejemplo, si entrenamos a un ajedrecista en la filosofía de que Garry Kasparov es un jugador invencible, jamás hubiese surgido un Magnus Carlsen. Como advirtiera el Padre de la Patria en su época: si el poderío español aún nos parece fuerte es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. Y si hacemos del bloqueo el comodín y bocadillo de todos y cada uno de nuestros discursos, jamás lograremos el salto tan necesario y deseado.

La historia universal es fértil en hazañas extraordinarias, muy superiores a las presiones que circundaron a sus protagonistas. Incluyo en esa lista a nuestra propia historia. Pudiéramos mencionar desde la victoria de David frente a Goliat, hasta el Cruce de los Andes, pasando por la independencia de América, el fin del fascismo, la conquista del espacio, la creación de la red de redes o el impresionante teléfono que me permite poner este texto a consideración pública en cuestión de segundos. Cada país podría crear sus propias listas de hazañas y sus propios Magnus Carlsen.  

Como seres pensantes que somos, es innato el que nos impongamos a las dificultades, cualesquiera que sean. Puede tratarse del ascenso al Monte Everest o del cruce a nado a través del Estrecho de la Florida, o incluso llegar a describir y modular el verdadero origen del universo.

Estas y muchas otras son razones por las que me resisto a anteponer excusas tipo «bloqueo» a soluciones o ideas aún por implementar. Sobre todo cuando los adalides de las justificaciones son los mismos que engendraron un «Ordenamiento» infructuoso; crearon tiendas en monedas inexistentes —real y literalmente—; culpan al productor del alza de precios y, más recientemente, los exhortan a que, de buena voluntad, «renuncien a un determinado nivel de rentabilidad o de ganancias en función de bajar precios»; como si ellos fuesen a renunciar al alto nivel de rentabilidad o ganancias a partir de las producciones nacionales que son vendidas en la red de divisas para detrimento de ese mismo pueblo al que le fue impuesta la moneda.

Y no solo eso, sino que a pesar del desabastecimiento total de nuestros días, tales apologistas mantienen como prioridad, por encima de la producción de bienes, y con una perspectiva antimarxista, al trabajo político ideológico y la preparación del país para la defensa, de acuerdo al reciente informe del Primer Ministro a la Asamblea Nacional.

Si fuera posible montarnos en una máquina del tiempo y retroceder hasta los años treinta del pasado siglo en los Estados Unidos (ya que nos gusta tanto compararnos con ellos), encontraríamos que el presidente número treinta y dos de aquel país, un señor llamado Franklin Delano Roosevelt llegó al poder en medio de una crisis igual o peor a la nuestra. La única diferencia es que gobernó con la convicción de que tenía que derrotar a Kasparov.

Bloqueos (3)

Franklin Delano Roosevelt (Foto: Heritage Partners)

Por muy increíble que le parezca a nuestros habituales lectores, su plan concebía estrategias claramente socialistas para estimular la producción y proteger y comprometer a las capas más desfavorecidas. Promovió la creación de sindicatos, incentivó la idea de convenios colectivos de trabajo, creó empresas estatales fuertes que trabajaran en función de las clases desfavorecidas, y concibió grandes obras públicas con el objetivo de dar empleo y eliminar la delincuencia.

En su afán de cambios, llegó a la convicción de que la libre competencia perjudicaba a los más pobres, e impuso tal control estatal que no faltó quien lo tildara de comunista. Junto a estas medidas, cerró bancos y abrió organismos financieros estatales para garantizar fondos de retiro y seguridad al ciudadano. ¿Era acaso el presidente norteamericano un convencido comunista, o solamente un ejemplo de que: «hay que quemar el cielo si es preciso, por vivir»?

Y como criticar es mucho más fácil que proponer, dirán algunos, dedico los siguientes párrafos a sugerir, humildemente, cuáles pudieran ser cambios que en materia económica —y solo económica— ayudarían a salir de este amargo ciclo de espirales y a sobreponernos al momento de desespero monetario en el cual, desde arriba, solo se ve un cielo encapotado y un silencio cómplice en las graderías:  

  • Definir no una canasta básica sino un costo de vida, para diseñar una política salarial transparente.
  • Priorizar la producción de alimentos y bienes. Trazarse como meta la «presencia» y «abundancia» de ellos.
  • Descentralizar el comercio exterior y permitir la importación de alimentos y productos deficitarios, de manera individual o mediante grupos y cooperativas, cuyo objetivo será la creación del inexistente mercado mayorista.
  • Hacer coincidir en el mercado de ventas mayoristas tanto al independiente como al Estado, para lograr una regularidad de productos y precios de forma que el necesitado de insumos a gran escala no tenga que comprarlos en la red de tiendas regulares.
  • Involucrar a la juventud con responsabilidades y decisiones en tareas productivas que motiven económicamente sus proyectos de vida.
  • Controlar precios de productos alimenticios de primera necesidad (no por controlarlos sino mientras se desarrolla una empresa alimenticia fuerte y preferiblemente estatal que le ponga freno natural a los sobreprecios, oferte buenos incentivos al trabajador y coloque productos en el mercado a precios competitivos). Este diseño traería una competencia auto-reguladora de precios, teniendo en cuenta que la empresa estatal tendría ventajas al producir, y serviría además como importante fuente de empleos.
  • Mejorar la asignación de recursos (o autonomía) a las esferas productivas, la industria alimenticia y la pesca.
  • Mejorar el control de la producción, reducir personal de oficinas y luchar contra la corrupción y la burocracia. El trabajo es dignificante y nada reconforta más que ganarse una vida honrada y segura, cosa que no ocurre hoy.
  • Incrementar los actores económicos y proyectos que garanticen producciones y divisas al país.
  • Desmontar todo el sistema de MLC cuanto antes, retomar la circulación de divisas contra la moneda nacional y vender los productos de esos establecimientos por vía liberada o normada a precios que se decidan en el diseño del costo de vida.

No sería ocioso resaltar que si bien algunos cambios pueden considerarse osados, igualmente lo fue en su momento la apertura al turismo internacional, a la inversión extranjera, a la libre circulación de divisas y al cuentapropismo. ¿Qué sería de nuestra economía hoy de no haberse abierto el país a la industria del ocio, o a la inversión de capitales foráneos? ¿Qué hubiese pasado en el sector de la restauración sin esas iniciativas independientes que diseñaron bares y restaurantes de clase mundial? Si en aquellos tiempos de mayor filosofía de control estatal se cambió lo que debía ser cambiado y se obtuvieron resultados concretos, ¿qué nos detiene ahora? 

18 diciembre 2021 51 comentarios 2.654 vistas
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Privado

Al privado

por Giordan Rodríguez Milanés 25 junio 2021
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

«Nunca fue tan usada la frase al privado. La gente vende todo lo que puede», me comenta Ignacio Riverón, un instructor de música que, a falta de contenido de trabajo, labora voluntario en un centro de aislamiento de pacientes sospechosos de padecer Covid-19.

Cuando en nuestros tiempos de estudiantes nos decían: al privado [salón de profesores] te preparabas para un regaño y sabías que era la antesala de un análisis con el director de la escuela. A  mi compañera Yaquelín, de Secundaria Básica, la llevaron al privado por vender cremitas de leche durante el receso, a veinticinco centavos cada una. «Ahora esa misma vale diez pesos», sonríe Ignacio sobre una bicicleta con las gomas llenas de remiendos.

«Estas gomas son de la tienda de Carlos III en la capital», me escribe en el chat una vendedora desde Bayamo. A pesar de que los viajes interprovinciales están restringidos por la pandemia, de algún modo se las arreglan los emprendedores de la precariedad para traer los neumáticos a 800 Km del lugar donde los compraron y proponérmelos a mí, que los necesito, a 3 mil doscientos CUP. Ignoro el precio «oficial» en MLC de las gomas. Estoy dispuesto a pagarlas gracias a la contribución de varios amigos, pero no están hechas a la medida de mis llantas.

«El país no está hecho a la medida  de nadie, asere», me espeta Alejandro, un profesor recién graduado, con quien hace unos meses tuve un contencioso acerca de las tiendas en MLC. Me parecía una alternativa loable para la economía del país que las personas con acceso a divisas no tuvieran que ir a Panamá o a Rusia a realizar sus compras, que la moneda dura se quedara en casa con la venta de artículos de gama media o alta.

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Las filas para entrar a la tienda Carlos III, en La Habana, en el año 2019 (Foto: @lennierlopez)

Alejandro decía que eso «es una trampa, al final van a dolarizar la economía real y nos vamos a convertir en ciudadanos de tercera. De primera los que tienen la decisión o la información de en qué lugar van a sacar esto o lo otro y obtengan provecho de eso; de segunda los que tienen acceso a la divisa de modo lícito o no tan lícito, y de tercera, nosotros, los comemierdas que nos fuimos a la Universidad y trabajamos por un salario».

«Esta es la cola de los cien, y aquella es la cola de los mil», me dice un destacado  entrenador deportivo que, por la situación sanitaria, está reubicado como cuidador de colas. «Giordan, es lo que soy, y si no estoy de acuerdo pues, ya sabes, la ojeriza».

No entiendo:  ¿Los de a cien y los de a mil?.  «Sí, hay colas tácitas, la de los cien, o sea, la de los que te sobornan con cien pesos para que les consigas un turno; y la de los que te sobornan con mil pesos por lo mismo. Los de a mil compran motorinas, aires acondicionados, refrigeradores, los electrodomésticos que antes vendían en las TRD por los difuntos CUC». ¿Y los de a cien? «Esos compran otros artículos de higiene, comestibles, lencería y esas cosas». ¿Y los terceros?  «Los terceros, Giordan, son los que no tienen plata para sobornar, o no quieren hacerlo, y pueden pasarse tres días cuidando la cola para poder comprar lo que necesiten».

«Aquí todo el mundo revende, no sólo nosotros, los coleros profesionales», me dice Maritza. «Oye, tú no vas a mencionar mi nombre ¿verdad?, fíjate que lo mío es al privado». Tranquila, sólo me interesa conocer más o menos cómo funciona todo. «¿Funciona? En este país no funciona nada, mijito, tú mismo lo escribiste en Facebook, que me lo leyó el que me talló para que habláramos». Sonrío, porque no fue eso lo que dije exactamente, pero no me voy a poner a discutir con una fuente tan bien ubicada.

«Mira, mijo, te decía que aquí todo el mundo revende porque al que le ponen en la tarjeta un dinerito, y le dicen ahí adentro que le tocan, por ejemplo, cinco de cada cosa, pues compra las cinco y vende tres, o dos, y le saca el costo».

«¡Qué nadie se me haga el santico que pueblo chiquito, infierno grande!, y aquí veo a médicos, enfermeras, directores de escuela, ingenieros, funcionarias, o sus hijos; tú ves al chamaquito bien vestidito que se baja con la novia de porcelana de la motorina, y hace su colita en ETECSA para comprar un par de teléfonos en MLC, es el hijo del doctor tal y va a revender la mitad de su compra. Esos, y los que nos compran a nosotros, los coleros profesionales, son los que tú ves en los grupos de WhatsApp y Revolico poniendo que al privado».

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«Aquí todo el mundo revende» (Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate)

Pero habrá quienes deseen vender algo que les sobre o que no les sirva, y también lo comercialicen en los grupos de WhatsApp, me parece. «Sí, mijito, claro, pero para qué van a decir al privado, esos te dan el número y ya». Tiene lógica, sí. Bueno, por lo menos no me mencionaste a dirigentes conocidos del municipio o la provincia. «Na′, esos jamás vienen por aquí cuando hay colas. Seguro les llevan las cosas a la casa. Oye, tú no me vayas a sacar por ahí, que ya se olvidaron del Tras las Huellas TV pero en cualquier momento se vuelven a acordar, por tu madre».

Este reportaje lo escribo sobre la mesa de comer de nuestra casa. Hace tiempo que estoy por comprar un buró pequeño. Ahora vale lo menos cuatro mil CUP. Me lo dice al privado alguien que contacté desde uno de los tantos grupos de WhatsApp en los que me colé para tener una idea acerca de lo que sucede con el comercio en Cuba en tiempos de Covid-19.

«¿El comercio en Cuba?, un desastre» —me ha dicho un rato antes el ex profesor de economía y ex interventor Pedro Rodríguez Figueiras—, «pero un desastre que no comenzó con la necesaria Tarea Ordenamiento, que no han provocado nuestro coterráneo Murillo, ni la Covid-19, ni GAESA, ni siquiera Trump, ni el período especial de los noventa, ni la desaparición de la URSS»  ¿Y entonces, compay? «Esta película comenzó hace ya más de medio siglo, aquel verano de la Ofensiva Revolucionaria del 68».

Viejo —pregunto a mi padre— ¿tú te acuerdas de la llamada Ofensiva Revolucionaria del 68? «Claro, mijo, si los mecánicos de los talleres particulares tuvimos que entregarle al Estado hasta las herramientas con las que trabajábamos, que las habíamos comprado con nuestro dinero, porque pasaron a ser propiedad de todo el pueblo. Tanto fue así, que al año ya todas estaban rotas o se las habían robado de los pañoles».

Entonces me cuenta y descubro que he perdido el tiempo. Este no es el reportaje que debo escribir.

25 junio 2021 18 comentarios 3.045 vistas
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