Posapocalípticos y desintegrados

por Eduardo Del LLano
Asamblea de Cineastas Cubanos

Cuando eres un niño, jode muchísimo un regaño inmerecido.

De adulto, si tu pareja te acusa de tener amantes cuando eres absolutamente fiel, lo que más duele es la desconfianza.

A propósito de la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC) y su complicada, y casi inexistente, relación con las autoridades culturales, la sensación es parecida, pues todo indica que de antemano se le atribuyen las peores intenciones y se le niega toda legitimidad, cuando su proceder no puede ser más transparente.

Yo no estaba en Cuba cuando se desarrolló el affaire Juan Pin-Fito, que fue el detonante para que la Asamblea renaciera. Sin embargo, participé online en una de las primeras reuniones y en todas las consultas posteriores, y físicamente en el encuentro del pasado 20 de septiembre. Intervengo poco (he sido demasiado independiente, y hay mucho que ignoro) pero leo y escucho. Por cierto, he empleado el verbo renacer porque la Asamblea ya existía hace alrededor de una década; en sustancia, las demandas que hacemos son las mismas, y tan justas ahora como entonces: la aprobación de una Ley de Cine, el cese de los mecanismos de exclusión y censura. Apelamos al Estado, no lo negamos, aunque algún interlocutor concreto nos resulte inaceptable. ¿Por qué entonces va todo tan mal cuando tendría que ir bien, si en principio esas instituciones culturales estarían ahí para apoyarnos y defendernos, y no para anularnos?

Las Palabras a los Intelectuales y la famosa frase que definía la política cultural revolucionaria han funcionado como las Tablas de la Ley durante más de seis décadas. A mi modo de ver, no se trata ahora de renegar de ellas, sino de asumir una negación dialéctica, pues lo que pudo tener algún sentido en el mundo de entonces ha dejado en buena medida de tenerlo hoy. La experiencia ha dejado claro, además, que su aplicación simplista y taxativa generó frecuentes injusticias y dolorosos ostracismos (no solo se excluye la obra sino se castiga al artista), toda vez que en el terreno del Arte es imposible definir lo que es revolucionario y lo que no, en especial cuando quienes lo evalúan no tienen ni puta idea… pero, sobre todo, porque aun si fuera posible, seguiría siendo injusto. El gran absurdo del socialismo histórico es suponer que se puede normar la creación (frase que, por cierto, no es mía, sino del viceministro Fernando Rojas, quien la pronuncia a los 41:54 de mi largometraje documental GNYO, de 2009).

El cine del ICAIC acumula suficientes trofeos en su palmarés, y debería seguir cosechándolos, pero de ninguna manera puede ser considerado el único cine genuinamente cubano y revolucionario, como también es un error asumir que el cine independiente es ante todo contestatario y el otro no, y en consecuencia verlo como un mal a duras penas necesario, una bestia inquieta que solo puede dejarse medrar al extremo de una sólida correa. Al menos tanto como la inconformidad, las (ya no tan nuevas) tecnologías y la obvia y lógica incapacidad del ICAIC para asumir la producción y distribución de toda la producción audiovisual nacional, son causas naturales del nacimiento y desarrollo del cine independiente, que en su existencia ha pasado por etapas de relativa aceptación (Festival Cineplaza, Muestra de Cine Joven, Festival de Gibara), así como por otras de rechazo instintivo.

Es fácil descubrir que dentro de la Asamblea hay todo un espectro de posiciones, desde las más radicales hasta las conciliatorias. La integran cineastas de diversas generaciones, veteranos premiados y jóvenes debutantes, residentes en Cuba y emigrados, partidarios del diálogo firme y paciente, y desencantados del gobierno y el sistema. Bueno, ¿y qué? ¿No se encuentran, hoy, todas esas posturas en cualquier grupo de cubanos? ¿Y acaso no está bien que así sea? Lo realmente importante, recalco, es que la organización opera con respeto y transparencia, siguiendo la ley… cosa a menudo bien difícil. ¿Por qué esa reticencia de arriba a reconocerla, a debatir con sus representantes los criterios que emanan de la masa, si lo que hace es lo más revolucionario y democrático que pudiera concebirse?

En lo personal, puedo no estar de acuerdo con algunos matices: una entidad cuyos miembros piensen todos lo mismo y estén de acuerdo con cada postulado es antinatural, y peor que eso, superflua. Por ejemplo, no creo que Exclusión y Censura sean obstáculos del mismo calibre. Es posible una sociedad sin exclusión, pero no creo exista jamás alguna sin censura. Bien sea por motivos políticos, éticos o religiosos, siempre habrá discursos coyunturalmente inconvenientes. No me entiendan mal, creo que hay que luchar contra ella, enfrentar cada caso concreto, pero pretender abolirla es una quimera, en tanto las exclusiones sí son inaceptables y perfectamente evitables. La censura es como la muerte: todos sabemos que nos tocará tarde o temprano, lo que no significa que no acudamos al médico o neguemos la pertinencia de la Medicina.

Creo que es valiente y moralmente imbatible que los cineastas nos reunamos en espacios del ICAIC, invitemos a nuestros encuentros a funcionarios de las instituciones estatales, enviemos cartas y esperemos respuesta, no nos opongamos al diálogo, ni nos dejemos llevar por rabias puntuales. Como hipótesis de trabajo, admito que puede haber razones de esas que para lograrlas han de andar ocultas para cierto recelo hacia un fenómeno prácticamente inédito en nuestro país (lo que en todo caso no habla demasiado bien de nuestro país, sino al contrario), pero más allá de suspicacias hacia Fulano o Mengano o la insinuación de que hay fuerzas oscuras moviendo los hilos, la actitud de las autoridades hacia la ACC es ofensiva para los representantes elegidos por nosotros, para creadores con una obra establecida y realizadores bisoños con preocupaciones legítimas. Es cierto que la participación masiva de artistas emigrados puede provocar urticarias, pero bastantes ha provocado ya su exclusión. Hay que tener confianza en artistas que no integran un star system sino que son parte del pueblo, y no seguir obrando como si fuésemos niños malcriados que seguramente romperán el florero con la pelota. Y si al cabo el florero en verdad se rompe, habría que preguntarse si no estaría mal colocado.

3 comentarios

Alina 24 septiembre 2023 - 10:01 AM

Para seguir con tu ejemplo, ya bastantes floreros y hasta peceras, han roto otros supuestos adultos, a esta altura del campeonato, lo que sucede es que sólo pueden ser ellos y además, no se pueden cuestionar. Qué pretexto van a poner ahora, ante personas instruidas, educadas, que se saben expresar y redactar con coherencia y decencia sus propuestas? Qué van a esgrimirle al mundo sobre los planteamientos bien fundamentados del gremio y otros afines, que no emplean la violencia, ni la grosería, ni otros métodos con los que se han expresado otra parte del pueblo? Hay que esperar como zombis que hagan lo que les dé la gana con todo y el país, para luego decir la culpa es del pueblo?

Silvano 24 septiembre 2023 - 11:26 AM

Cuando el liderazgo flaquea en una dictadura comunista, la burrocracia tiembla ante las incertidumbres de un centro indefinido. Al no ver con claridad la señal eclesial, se atormenta a la hora de las decisiones y acude a la ortodoxia más rancia y al inmovilismo, en espera de que cuando salga el sol, este no los castigue con su luz cegadora. No obstante, en esa penumbra vaga llena de trampas mortales, se gesta el futuro para bien o para mal. Ánimo en la lucha por la libertad del mañana. Saludos.

Taran 24 septiembre 2023 - 4:13 PM

??Alejarse de las palabras a los intelectuales???, esa pelea tambien tambien la veo difícil.

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