La Peor Generación ya es

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Hace algunas semanas tuvimos una escaramuza pública relacionada con la censura de un panel literario titulado La Peor Generación, en esencia, una antología de jóvenes autores cubanos aún inédita, curada por Alejandro Mainegra, coordinador de La Tertulia. Se programó inicialmente en La Madriguera, sede habanera de la Asociación Hermanos Saiz,  y luego en otros dos espacios de donde fue finalmente cancelado por evidentes motivos políticos.

A la sazón, Austin Llerandi Pérez, pedagogo/narrador, ganador de concursos provinciales, publicado en una antología española, Premio Farraluque de la Galería Fayad Jamís, hizo pública una crítica titulada LA PEOR GENERACION NO EXISTE (sic). La misma, una de esas piezas de decoración made in Casa de Cultura™ que conviene leer de vez en cuando para estar molesto con algo, ha sido ya (demasiado) respondida.

Lo que me interesa entonces es provocar una reflexión sobre cómo se legitima la literatura, cómo se mueve una obra y qué le confiere relevancia; así como de las múltiples operaciones de blanqueamiento, tachadura y cesión que se solapan dentro de los circuitos de legitimación de lo que pudiera  denominarse: cultura nacional.

Lo más relevante en el texto de Llerandi es su señalamiento de la invalidez de la mencionada Generación por: primero, no estar legitimada a nivel académico; segundo, no contener una obra rastreable (en tanto objeto-libro de ficción); tercero, no poseer una identidad cultural sincrónica, más allá de ciertas coincidencias políticas, que Llerandi insiste en identificar como territorio al margen de lo literario.

Razonemos. Una generación literaria es, básicamente, una operación de legitimación, en tanto un grupo de gente que se identifica, en torno a una coincidencia grupal ideo-estética, política, social. En la teoría literaria se aplica el concepto generación partiendo de lo autonominativo, o desde el promotor que está luchando por su pedazo de capital simbólico. El grupito con el cartel de: Somos este grupito, o el Rodríguez Feo de turno que susurra: Ustedes son en realidad un grupito que quema los pastos.

Tengamos esta discusión, si quieren: todas las generaciones literarias relevantes en Cuba han sido auto-nominadas, y se han esforzado por generar  climas culturales y críticos que las acompañen, tanto estética como  socialmente. Entonces, signar la no existencia de una categoría públicamente reclamada, al menos en lo literario, requiere un rastreo extensivo de quiénes son la gente del cartel y qué se supone que están diciendo.

El campo literario, como todo espacio microlocalizado dentro de lo cultural, se inserta dentro de una serie de circuitos de legitimación e instrucción que operan como mesa de bacarat, en la que se van apostando capitales culturales y simbólicos de cierta forma, acorde a cierto consenso hegemónico previo. O a las formas de minarlo.

Para que un objeto cultural se mueva deben existir, como mínimo, un espacio donde venderlo, la concepción de que puede funcionar como mercancía, una persona a la cual le interese venderlo o promoverlo, un comprador interesado (sea por motivos estéticos, curiosidad intelectual o por las razones por las que Bordieu decía que la alta burguesía aprendía a tocar el piano),  y un crítico, con un medio donde opinar, que decida prestarle atención, o  ignorarlo.

El creador del objeto, además, debe tener la habilidad para su producción (escribir, en este caso), una noción mínima de que el rol de autor es social y estéticamente válido, una plataforma desde la cual publicar y un espacio público a través del cual legitimarse como tal.

Todo lo anterior describe un sistema de circuitos. O una finca. En Cuba, por ejemplo, existe el sistema hegemónico de cultura estatal, disfuncional en grado sumo. Tenemos un sistema paralelo de promoción y anclado en la negación del referido sistema hegemónico, que va de Rialta a Guantanamera. Además, cohabitan una serie de microsistemas que engloban medios de promoción (La Jeringa, Vórtice, La Tertulia), talleres literarios (el Centro Onelio Jorge Cardoso) y un sistema de concursos,  igualmente disfuncional.

No es la Institución Arte, sino las Instituciones, permeadas además por otra serie de figuras: el sistema nacional de educación, las políticas institucionales, el clima político y económico del país. Aquí, por supuesto, hay intereses, rencillas, decisiones ideológicas y morales: Iván de la Nuez o Antonio Enrique González Rojas no van a validar lo mismo que La Jiribilla.

Dichos circuitos conforman un sistema literario, que según la definición de Antonio Cornejo Polar, es un conjunto de autonomías múltiples que instaura un discurso canónico único, el cual blanquea y gentrifica las formas culturales correspondientes directamente con el tiempo hegemónico del sistema nación en el cual se inserta. Podemos advertir en él, alteridades, formas canónicas de subversión. Aquí caemos en la apuesta de La Peor Generación, que atenta contra el actual ser de dicho sistema literario en Cuba.

Lugares ficticios, decía, con consecuencias reales, tangibles, en sus luchas. Después de todo, nominar es hacer que exista. Cuando un sistema de categorización se introduce dentro de un espacio público, permea hacia abajo.  Hablamos de procesos invisibilizados en su momento —como el Quinquenio Gris—, de forma mucho más clara que hace treinta años.

La escritura no funciona solo desde lo notarial. Abarca tanto los procesos de restauración de la alteridad negra dentro del canon nacional de Alberto Abreu Arcia, hasta los activismos literarios que han provocado la reintegración de las mujeres como sujetos activos y masivos dentro del corpus, de Yadira Álvarez Betancourt a Maielis González y Legna Rodríguez.

En lo que quiera que sea la cultura, su estratificación responde a un fenómeno clasista,  correspondiente a lógicas estéticas ancladas en luchas por capitales culturales. El propio sistema nacional de concursos literarios, tanto por el carácter no autónomo que presenta como por la fina red de compromisos y mini-mafias que un entramado cultural genera a lo largo de sesenta y tres años, privilegia unas formas por sobre otras.

Discutir taxonomías arbitrarias sin haberse tomado el trabajo de rastrear  las obras, es un gesto tan artificial como el de la historiografía renacentista en decirle Imperio Bizantino a lo que en su tiempo era «esos- griegos-en-púrpura-en-medio-de-la-nada». Desde su nacimiento, el sistema literario nacional ha sido impulsado por una serie de autores con interés explícito en legitimarse. A esto, Antonio Benítez Rojo lo llamaba «la Conspiración del Texto».

Peor generación
Antonio Bení­tez Rojo

Fue siempre a contrapelo de los circuitos críticos preexistentes. Fijarse, vaya, en la disputa entre la primera Academia Cubana de Literatura y la Real Sociedad. La desfragmentada academia cubana no va a estar nunca a tiempo con el aquí, ahora, en esa esquina y con una cazuela. 

Toda curaduría es arbitraria. La valoración de un objeto cultural por un agente interesado en que se lo  juzgue, puede objetarse en tanto el objeto en sí —si te has leído a Ray Viero y te parece la calamidad más grande de nuestra literatura desde Abel Prieto, por ejemplo, te va a pesar que se lo valore— pero no desde su intención de validar algo.

 Ocurre lo mismo con los intentos de implementar un canon. Que Alejandro Mainegra, como curador, haga una selección de autores, puede discutirse desde muchos ángulos —criterio de selección, panoramas filtrados, agrupación de  géneros diversos en la misma obra—, pero no como acto de aupar un grupo, o sea un clima. Que decida inaugurar el mito fundacional de una comunidad —palabras de Miguel Alejandro Hayes—, significa solo eso: tendremos una comunidad nueva, que ya tendrá que echarla.

Cabe explorar la posibilidad que enuncia Llerandi Pérez de la no existencia de una obra en el caso de los autores recogidos. Mas me temo que dicha posibilidad no da para mucho. No me considero un lector actualizado, pero del line-up inicial de La Peor… solo desconocía a Jairo Arostegui. Manuel de la Cruz posee textos narrativos estremecedores; Ricardo Acostarana publica ficción con cierta regularidad. 

Ray Viero tenía una columna fija en Hypermedia, donde igualmente publican Llópiz-Casal y Ulises Padrón Suárez; Hamed Toledo dirigía una revista cultural; Katherine Bisquet  es autora de un poemario ya publicado y Adriana Fonte Preciado tiene otro en camino. Mauricio Mendoza, Lizbeth Moya y Darcy Bo son viejos en periodismo. Mel Herrera está en una liga aparte. A Alexander Hall puede leérsele en este propio medio.

El concepto de la novela como pináculo de lo literario murió en los setenta. El surgimiento de la no ficción como corriente legitimada está lo suficientemente asentado como para que no sea discutible. Carlos Manuel Álvarez, sin tener una buena novela, se volvió la figura narrativa más notoria dentro del periodismo nacional. La ficción de Martin Caparrós es horrible, pero sigue siendo, a nivel continental, uno de los narradores más importantes de los últimos treinta años.

Legitimar una obra exclusivamente si se encuentra en los predios de una revista tradicional de narrativa es, a estas alturas, el gesto más reaccionario imaginable (para colmo, con una antología que aún no existe). Semejante miseria teórica se contrapone directamente a lo que La Peor propone: gestos hacia la posibilidad de cosas reales.

4 COMENTARIOS

  1. Jairo Arostegui es además de licenciado en Historia Universal graduado con méritos, profesor de la Universidad de la Habana de Metodología de la Investigación Histórica e Historiografía de Cuba. Especialista en la época colonial, en teoría de la historia (y teoría literaria), y en literatura cubana contemporánea. Es un excelente escritor de narrativa y poesía. Tengo la oportunidad de conocerlo personalmente y espero que algún día se decida a publicar sus cuentos, geniales!…. Si eso no es academia ni sé que cosa será para Austin Llerandi…. ?????
    Saludos al autor de este artículo?

  2. amigo : el totalitarismo,todo lo desvirtua y empobrece.El mas famoso de los novelistas cubanos en muchos anos,es casi ratado como un apestado (a pesar del pobre hombre que quiere ser querido por los izquierdosos), Abel prieto es levantado a la gloria de la novela,en fin : si no fuera por las instituciones extranjeras,el pensamiento cubano estaria en ruinas….

  3. Tengo una pregunta quizás un poco «ingenua». El evento no se «canceló» él mismo, imagino. Acaso los «canceladores» no tienen nombres, apellidos y cargos que ocupan? Hasta que no comencemos a llamar a las cosas por su nombre propio no podremos dar ni un paso de avance en el reclamo de nuestros derechos. Es que el terror implantado infunde tanto pavor en los denunciantes? No dejemos las cosas a medias; dígalo todo si es que va a exponer una situación dada, o no diga nada, si es que los miedos son tan poderosos.

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Marcos Paz Sablón
Marcos Paz Sablón
Fotógrafo y escritor. Estudiante de cine y televisión

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