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Los estudiosos del pensamiento martiano hallamos en las ideas de José Martí una fuente de inspiración y una guía válida para la búsqueda de respuestas a las interrogantes actuales, aunque es sabido que en ninguna obra de un pensador de otra época aparece la descripción del mundo de hoy, de sus problemas y de las soluciones para estos. Pero si somos capaces de establecer acertados análisis comparativos y tener en cuenta tanto las circunstancias diversas como los valores permanentes, con su estudio podremos lograr un acercamiento enriquecedor a los retos contemporáneos, lo que sería más difícil si los enfrentáramos desprovistos de lo que podemos considerar como un legado valorativo de generaciones anteriores.
No se trata, en modo alguno, de copiar palabras o imitar propuestas. El estudio de las ideas del Apóstol no tiene como objetivo el desarrollo de habilidades pragmáticas para el uso de fragmentos o páginas de sus textos como apoyo justificativo de determinados hechos o criterios del presente. Debe conocerse profundamente su pensamiento, valorar su permanencia, la proyección de aquellas concepciones que elaboró para su época y que la han transcendido; los principios que constituyen la base de su ideario, el dominio del método cognoscitivo que le permitió penetrar las realidades que lo rodeaban, así como su visión de la responsabilidad del hombre ante la sociedad. A la vez, ha de estudiarse su vida, encarna la cualidad poco común de la correspondencia entre la prédica y la actuación: no solo compartió los anhelos y logros de su pueblo, sino también sus angustias y carencias.
La mayor importancia del estudio de una personalidad de otra época radica en conocer sus respuestas a los problemas de su tiempo, las soluciones que propuso para aquellos en sus circunstancias, los métodos y vías para la exposición y la defensa de sus ideas, y la forma en la que enfrentó a sus adversarios. En los resultados de esta indagación se hallan lecciones que pueden servirnos tanto para conocer el pasado como para elegir los paradigmas.
Esta herencia intelectual puede contribuir a encontrar las claves del conocimiento del pasado y del presente, que no se hallan en ninguna ley supuestamente universal que podamos aplicar a la realidad, sino en el estudio sistemático de esta para descubrir las verdades e interpretarlas adecuadamente. El método de análisis ha de servir para orientar las búsquedas y establecer los principios, nunca para ofrecer «conclusiones previas» que el investigador debe validar.
La legitimidad mayor de las ideas martianas se halla en su enraizamiento en la realidad continental y cubana, por haber surgido de su conocimiento profundo. El Maestro consideraba que debía llevarse adelante el estudio de los factores reales del país: «Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella». [Obras completas, La Habana, 1963-1973, tomo 6, página 18.]
El error, advirtió, podría generarse si, una vez conocidos los fenómenos, se pretendiera amoldarlos a esquemas prehechos, con violencia de la realidad, vía segura para el fracaso a mayor o menor plazo. Salida igualmente errónea sería apelar a la imposición coercitiva, con negación del ser humano, centro del proyecto martiano. Su bienestar no debe esgrimirse, con demagogia superlativa, como pretexto para actuar en su contra, pues el sentido común de los hombres y mujeres que integran el conglomerado social posibilita develar las falsas promesas y los proyectos incumplidos.
No es con una «concepción celeste del mundo» [OC, 2, 76] como pueden hallarse las soluciones al atraso económico, la incultura, la desatención de las urgencias cotidianas. Hay que «apearse de la fantasía» y «echar pie a tierra con la patria revuelta», [OC, 3, 140] pues no se actúa con ángeles, sino con seres de carne y hueso, ni se pretende alcanzar un estado paradisíaco, pues el objetivo es una sociedad donde impere la justicia social y la democracia, que ha de concebirse como alcanzable por la generación presente y actuante. Imperfecta, pero posible.
La sabiduría radica en comprender el mundo actual. El proyecto de emancipación humana no se halla en el escape ilusorio ante las nuevas condiciones, sino en el enfrentamiento a sus aspectos negativos. La historia no se detiene en ningún punto del desarrollo social, por mucha perfección que supuestamente se haya logrado, ni el género humano es presa de un retorno cíclico, como pretenden hacer creer quienes optan, consciente o inconscientemente, por un inmovilismo paralizante que les garantice la permanencia estática de lo existente, sin comprender que ningún punto de llegada es permanente, que las fuerzas sociales de un país no pueden hallarse eternamente entre límites preestablecidos, y que de no encauzarse hacia la satisfacción de los intereses y necesidades legítimas de las mayorías populares, estas hallan el modo de lograrlas; aunque, peligrosamente, en ausencia de una adecuada dirección, podrían actuar en detrimento del bien patrio al seguir ideas erróneas, emanadas del aparente vacío dejado por quienes deben dar respuesta a las inquietudes cotidianas tanto como a las trascendentes, y no lo hacen.
En la base de tal error puede hallarse una excesiva idealización de las potencialidades humanas, sobre lo que advirtió Martí: «los pueblos no están hechos de los hombres como debieran ser, sino de los hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se mejoran si aguardan a que la naturaleza humana cambie». [OC, 2, 62]
El ser humano es el gestor, el actor y el beneficiario de todos los cambios favorables, o quien padece las consecuencias de las transformaciones negativas. No apela el Maestro a seres idealizados, sino a individuos concretos. Advierte que la dicha futura de Cuba se encontrará «en el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre»; [OC, 3, 139] que la República ha de tener «por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio», [OC, 4, 270] lo que para él constituía no solo un derecho, sino un deber: «El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo». [OC, 19, 381]
Para el dirigente político que llamaba a su pueblo a una guerra de liberación nacional contra un poder absoluto, intransigente, antidemocrático, no bastaba con formar combatientes para las batallas que se librarían con fusiles, sino para los enfrentamientos de ideas que tendrían lugar antes, durante y después de la contienda. «De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento». [OC, 4, 121]
Estas palabras, expresadas cuando ya había comenzado la guerra de independencia, dan la medida de la importancia concedida por Martí a la labor del enemigo en la tarea de ganar para sí las conciencias de los indecisos, los confundidos, los vacilantes, y de generar confusión en las filas revolucionarias. A esta forma peculiar del plan de batalla del contrario había de contestarse ha de responderse, siempre con la exposición sincera y franca de la verdad, sin ambages, de modo que cada ciudadano asuma la defensa del proyecto común, de todos, como un acto consciente, no como acatamiento sumiso, único modo de lograr que cada patriota, donde quiera que se encuentre, aislado o como parte de un conglomerado menor o mayor, sea capaz de desplegar la lucha por la vida de la nación frente a quienes pretendan aniquilarla.
De este modo, haciendo válido el legado martiano, la obra mayor del pueblo cubano crecerá sobre bases sólidas.


Excelente artículo. Difúndase por todas partes. Gracias al investigador Ibrahím Hidalgo
Debian ser publicados los artículos del investigador Ibrahin Hidalgo y debatimos, sin ambages por toda la población, para salvar la Patria.
El pensamiento de Martí se centra en promover la solución de los problemas políticos y sociales a través del separatismo y la violencia, todo ello envuelto en una retórica que, cuanto más seductora y original, más peligrosa resulta. Así, mientras señalaba la paja en el ojo de Marx, nos distraía de la viga que traía en sus propios ojos. En este sentido, no le falta razón a Fidel Castro cuando implicó intelectualmente al llamado «Apóstol» en su asalto al Cuartel Moncada. No sé, dada nuestra trágica experiencia histórica, qué se puede resolver hoy con estas ideas. Seamos racionalistas frente a cualquier mitología, en particular aquellas que nos han inculcado como parte del mito fundacional del Estado.