Al menos para mí, hay algo fascinante en las malas películas, aquellas que de tan burdas devienen joyitas de coleccionista. Muchas son de ciencia ficción, realizadas en los años 40 y 50, cuando el género conoció un auge que trajo a la luz tanto maravillas auténticas como bodrios memorables; de este último y nutrido grupo baste citar Teenagers from outer space, Cat women of the moon, Bride of the gorilla, The beast of Hollow mountain (que enfrentaba dinosaurios y vaqueros), Robot monster (con un extraterrestre vestido de gorila y con un casco por única prenda) y la inigualable Plan 9 from outer space del mejor mal director de la historia, Ed Wood. Décadas posteriores trajeron las ouvres de Ishiro Honda: Godzilla, Gorath, Latitude zero (Godzilla fue resucitada luego, entre otros, por un pésimo director de nuestros días, Roland Emmerich); la increíble Cannibal women in the avocado jungle of death y mi favorita, la reina de todas, Attack of the killer tomatoes.
Ahora bien, esas películas son malas desde cualquier punto de vista, y si me fascinan es porque la chapucería de la que hacen gala termina resultando divertidísima. Eso no significa que solo por cargar con la culpa primigenia de haber sido producidas antes de la era digital, todas las historias con monstruos, decorados fantasiosos y efectos especiales basados en la física, sean inferiores a las de hoy y deban ser consideradas con paternalismo y sonrisitas burlonas. Sin ir más lejos, la King Kong de Schoedsack y Cooper, de 1933, conserva una magia, ilustra el espíritu de aventura de los grandes exploradores del pasado en forma infinitamente superior a la de los desabridos remakes de John Guillermin (con una debutante Jessica Lange) y Peter Jackson (con un imperdonable Jack Black).
La aceleración de la vida moderna, Internet y el Paquete Semanal han llevado a consumir, casi en exclusiva, los productos culturales aparecidos en la última semana. Es como si el acervo artístico de la Humanidad fuese equivalente a un par de zapatos gastados que no se usan sino ocasionalmente, y cuyo mejor destino es el olvido. Hay que estar en la última, hay que ver los Óscars del año, y con eso ya se sabe de cine. Un socio joven me comentó hace poco que acababa de ver una película vieja (del siglo pasado, aclaró, figúrense qué antigualla) y que le gustó, pero que los efectos especiales le parecían de palo. Indagué; la película resultó ser Alien, de Ridley Scott.
Vértigo, de Hitchcock, es una pieza inagotable, que suele estar en el top ten, y a veces encabeza esas listas de mejores películas que algunos expertos compilan a cada rato. Aun teniendo una buena copia en DVD, hace un tiempo fui a la Cinemateca a verla en comunión con otros devotos… y no faltó el comemierda que rió con los efectos de la caída y las alucinaciones del personaje de James Stewart. Como si la historia del arte —y la tecnología— no existieran, como si en cada momento no hubiera un state of the art y solo el presente, moviéndose como el haz de una linterna sobre la pared de una cueva, legitimara calidades y saberes.
Hay películas que envejecen mal, es cierto. Y géneros que necesitan reinventarse casi a diario para funcionar con el público. Las comedias y las historias románticas sobrenadan mucho mejor que el terror y la ciencia ficción: en su momento, la gente aullaba de puro espanto en la sala oscura con la antológica escena de Psicosis (Hitchcock, 1960) en que se revela la naturaleza de la señora Bates; hoy día, es poco probable que dicha secuencia arranque algo más que una risita nerviosa, en el mejor de los casos. Ahora bien, de la misma manera que el hiperrealismo no es mejor que el manierismo, eso no significa que ahora seamos mejores o más inteligentes, sino que reaccionamos frente a otros códigos, a otro set de referencias. Para hacer soñar a sus contemporáneos, los encargados de efectos especiales en décadas pasadas echaban mano a lo que había, y a menudo se aparecían con soluciones muy ingeniosas.
El maestro fue, desde luego, Georges Méliès (a quien mucha gente vino a descubrir con Hugo, de Scorsese). Gente como Ray Harryhausen en Estados Unidos (amigo de toda la vida, por cierto, de otro enorme Ray, escritor este, y con tanta imaginación el uno como el otro: Bradbury) o Karel Zeman en la antigua Checoslovaquia eran auténticos artesanos que enfrentaban retos para llevar a la pantalla criaturas de fantasía, para transportarnos a otros mundos y otras épocas sin otros recursos que su imaginación, algunas maquetas y efectos ópticos. Tengo para mí que la insuperable escena de combate con los esqueletos creada por Harryhausen para Jasón y los argonautas (1963) y las epopeyas arraigadas en la obra de Verne Una invención diabólica (1958) y El dirigible robado (1967), en que Zeman pone a interactuar a intérpretes vivos con decorados que se inspiraban en grabados decimonónicos, perderían su encanto de ser reinterpretados en VFX. Coppola concibió su extraordinaria Drácula sin efectos digitales, centrándose en el maquillaje y los efectos ópticos tradicionales. En un mundo devorado por el 3D, todo lo de Aardman y el corto cubano 20 años (2009) son apuestas por la animación en stop motion a la vieja usanza.
Como sucede con la moral, analizar el pasado desde la lógica del presente lleva a simplificaciones absurdas, a un sentimiento de superioridad que no refleja sino ignorancia. Estoy convencido de que cuando se examine el cine de hoy desde el futuro (sin ir más lejos, esos monstruos políticamente correctos, ese King Kong ecologista, ese Godzilla defensor de la Humanidad frente a lagartos feos y antisociales) suscitará críticas implacables y mucho más justas.
Y ojo: no digo que la imaginación y el talento no sean igualmente importantes a la hora de usar las herramientas digitales; mi punto es que la historia del cine no empezó con los Óscars de este año, y desestimar a los clásicos porque los efectos parezcan de palo, es más o menos como echar a Mozart a un lado porque compuso antes del invento de la guitarra eléctrica.
3 comentarios
Brigadier General James Stewart. Hizo 80 películas y aún le quedó tiempo para hacer ese alto grado militar . Siendo yo sólo un aficionado al cine, hoy en día me cuesta trabajo ver películas antiguas.
Que razon tienes!! Me sigo quedando con King Kong de 1933, Una Invencion Diabolica de 1958 (genial!) y con Alien de 1979 … Muy bien tu articulo. Felicidades!
Para mí entender no hay películas buenas ni malas
Creo que la valoración va acorde al gusto del expectador.
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