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opinión política cubana
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Historia

Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia

El Grito de Oriente y la guerra de Martí

por Mario Valdés Navia 24 febrero 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La significación histórica del alzamiento del 24 de febrero de 1895 trasciende los marcos de una conmemoración histórica para convertirse en un hito en los anales de la revolución cubana y latinoamericana. Ese día iniciaba en Cuba una guerra de independencia cualitativamente superior en su organización, conducción y resultados esperados a cuanto se había hecho o intentado antes en los procesos histórico-sociales hispanoamericanos.

José Martí había demostrado que el relativo atraso de Cuba y Puerto Rico en alcanzar su independencia, debido a la fidelidad oportunista de sus clases hegemónicas a la monarquía española, provocaba que entraran a la vida en libertad «con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos»[1].  Por ello, concebía la guerra «sana y vigorosa» que se avecinaba, como el primer fruto del árbol de la segunda independencia de la Madre América, que venía cultivando con esmero desde la década de los ochenta.

Varios eran los elementos novedosos de este «nuevo período de guerra [en que se adentraba] la revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta»: esmerada preparación por una entidad política multiclasista sin precedentes, el Partido Revolucionario Cubano;  financiamiento popular —esencial para garantizar los intereses de los trabajadores en la futura república—, con participación de sectores patrióticos de la burguesía; carácter urgente, por lo que debía ser intensa y rápida, para que actuara como «realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas», y fines mayores, «de alcance e interés universales»[2]. 

La «guerra de Martí», como la llamara con justeza Máximo Gómez, pudo comenzar en la primavera de 1894, cuando el Delegado consideraba: «se produce hoy en nuestra patria una situación revolucionaria ya madura»[3].  La demora en poner a punto los preparativos finales en la Isla condujo a meses de angustiosa espera, que terminaron con el desastre del puerto de Fernandina el 10 de enero de 1895. Tras la incautación de los tres cargamentos de pertrechos de guerra que hubieran permitido el inicio simultáneo de la lucha en todo el país y la llegada de los jefes principales a la cabeza de grandes expediciones, con cientos de hombres bien armados, el proyecto bélico martiano estaba colapsado y se ponían en peligro la concepción y los fines de la Guerra Necesaria.  

De no haberse frustrado este plan, la conflagración hubiera sido mucho más breve y la victoria cubana casi segura, pues los españoles no esperaban un levantamiento de tan grandes proporciones, ni contaban entonces con fuerzas suficientes dentro de Cuba para reprimirlo. No obstante, la revelación de la magnitud de los planes secretos, lejos de sembrar dudas y desconcierto en los patriotas, realzó la figura de Martí y actuó como acicate para acelerar los preparativos. De ahí que se dejara en manos de los comprometidos en la isla la decisión de iniciar la guerra sin esperar más y resistir en la manigua hasta que se pudieran enviar nuevos embarques de jefes, hombres y armas. 

Tras constatar el estado de opinión de los complotados, Martí, José María Rodríguez (Mayía) y Enrique Collazo firmaron, el 29 de enero, la orden de alzamiento que fue remitida a La Habana y a los conspiradores del centro y oriente del país. Las Villas y Camagüey respondieron que no podían sumarse de inmediato porque no tenían armamentos. Según lo acordado, no debía entonces alzarse Occidente, pero una mentira patriótica de Pedro Betancourt, mensajero entre Francisco Carrillo y Juan Gualberto Gómez, le hizo creer al segundo que el general Carrillo se alzaría en Las Villas. En consecuencia, la respuesta positiva acordada —«Aceptados giros»— fue enviada a Martí. La Junta de La Habana escogió la fecha del 24 de febrero porque era domingo de carnaval y los conjurados podrían moverse sin despertar sospechas; además, no habría periódicos por la fiesta y era conveniente la falta de noticias.

El alzamiento en Occidente fue un fracaso rotundo. En La Habana, el jefe militar seleccionado, el indisciplinado general Julio Sanguily —hoy reconocido como traidor al servicio de España—, se dejó arrestar mientras desayunaba tranquilamente en su casa. A falta del caudillo, muchos conspiradores se quedaron en sus viviendas. En Matanzas, Manuel García, famoso bandido comprometido con el levantamiento, fue asesinado en oscuras circunstancias y únicamente se alzó, en la zona de Ibarra, un reducido grupo de patriotas, casi desarmados, encabezados por Antonio López Coloma y Juan Gualberto Gómez. Capturados pocos días después, López fue fusilado y Gómez deportado a la prisión de Ceuta. Solo pequeñas partidas de indomables quedaron en los campos hasta incorporarse a la invasión de Gómez y Maceo.

Como en las gestas anteriores, el protagonismo del alzamiento del 24 de febrero correspondió a los mambises orientales. En casi todos sus municipios, cientos de hombres con valiosos jefes veteranos al frente se lanzaron al campo, encabezados por el caudillo Guillermo Moncada (Guillermón) quien, aun enfermo gravemente de tuberculosis, coordinó el plan con la mayor eficiencia y lealtad. En verdad, la denominación de Grito de Baire constituye una injusticia histórica, motivada por el hecho mediático de que Saturnino Lora y su partida tomaran el poblado por unas horas y la noticia recorriera el éter, vía telégrafo. Por la magnitud de lo ocurrido en toda la provincia, bien que debía llamársele Grito de Oriente.

Mayor General Guillermón Moncada

Los primeros que repudiaron el alzamiento fueron los autonomistas connotados. Rafael Montoro, José María Gálvez, Eliseo Giberga y otros, en un manifiesto hecho público poco después, reafirmaban su fidelidad a la Corona y proclamaban:

El Partido Autonomista, que ha condenado siempre los procedimientos revolucionarios, condena la revuelta que se inició el 24 de febrero, condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal y tiene fe en los medios constitucionales, en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias enteramente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas… Pero no sucederá, por fortuna. Todos los indicios demuestran que la rebelión, limitada a una parte de la provincia oriental, sólo ha conseguido arrastrar, salvo pocas excepciones, a gentes salidas de las clases más ignorantes y desvalidas de la población…

Esta postura claudicante no caló en las amplias bases del partido y la mayoría de sus afiliados pasaron a engrosar el campo de la revolución. La decisión del pueblo cubano de sacudirse las cadenas del yugo español por su propio esfuerzo quedaba demostrada ante el mundo y la insurrección continuaría su marcha arrolladora. Grandes hazañas militares y sacrificios sin parangón en la historia americana habrían de hacerse para destruir la poderosa maquinaria de guerra que la monarquía lanzaría sobre la República de Cuba en Armas. La quinta parte de la población insular perecería para que el país pudiera convertirse en república.

Factores adversos provocaron que muchos de los frutos esperados de la contienda fueran malogrados tras abrirse paso la intervención estadounidense, posterior ocupación militar e instauración de una república mediatizada por la Enmienda Platt. La concepción revolucionaria de su principal promotor y organizador lo trascendió en la historia, y sus proféticas palabras en vísperas de lanzarse al combate mortal de Dos Ríos resuenan aún en los oídos receptivos: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros»[4].

***

[1] OC, T3, pp.141-142.

[2] Respectivamente en: OC, T5, pp.43, 169 y 41.

[3] OC, T3, p. 171.

[4] OC, T4, P.170.

24 febrero 2021 17 comentarios 1539 vistas
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Objetivos no declarados

por José Manuel González Rubines 5 febrero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Como en otras ocasiones a lo largo de más de sesenta años, Cuba ha iniciado 2021 con una nueva estrategia económica que –igual que en las ediciones anteriores– tiene como pretensiones públicas hacer materialmente sostenible el proyecto político y social de la Revolución.

No es la primera vez que se reordena la economía buscando eficiencia y productividad. Por ejemplo, la década de los sesenta, que fue un tiempo de experimentación y búsqueda constante de un modelo funcional y autóctono, presenció la aplicación de varios sistemas de dirección: Cálculo Económico, Presupuestario de Financiamiento, Registro Económico. Estos, acompañados por el llamado a sacrificios, renuncias a proyectos personales y hazañas —como la zafra que cerró la década—, buscaban lograr un «gran salto adelante» cubano, que desgraciadamente no llegó, aunque no sería mortalmente desastroso como el de Mao en China.

Los setenta trajeron la entrada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la aplicación de un nuevo sistema –el de Dirección y Planificación de la Economía–, la reforma de las estructuras de gobierno, con el nacimiento de las Asambleas del Poder Popular, y la institucionalización emanada del primer Congreso del Partido y de la nueva Constitución de 1976. Los ochenta están marcados por el proceso llamado de rectificación de errores y tendencias negativas y los noventa se recuerdan por las políticas de liberalización del Período Especial. Así, un rosario de idas y venidas que nos trae hasta la Tarea Ordenamiento.

Este texto es parte de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía, de la cual La Joven Cuba publicó hace poco otro fragmento. En él, Juan Valdés Paz, sociólogo experto en temas del agro cubano, quien estuvo entre los fundadores de la revista Pensamiento Crítico y fue investigador del Centro de Estudios sobre América y del Instituto de Historia de Cuba, se refiere a las intríngulis tras el que es quizás uno de los momentos más interesantes y menos tratados de los inicios de proceso: la construcción paralela del comunismo y el socialismo.

Valdés Paz, uno de los intelectuales más lúcidos del panteón nacional y autor de textos imprescindibles como Procesos de organización agraria en Cuba (1959-2006) y La evolución del poder en la Revolución Cubana (I y II), ofrece una visión desde la realpolitik que sirve no solo para tratar de entender aquellos sucesos pasados, sino también los presentes. Como dijera el sabio italiano Humberto Eco, existen tantas lecturas como lectores. Aquí se ofrece una clave que bien puede usarse para una lección con resultados interesantes.

El romance cubano-soviético

-La posibilidad de construir paralelamente el socialismo y el comunismo en Cuba fue una idea convertida en estrategia a finales de la década de los sesenta. Sobre ella, Fidel dijo en el famoso discurso del 13 de marzo de 1968, en la escalinata de la Universidad de La Habana, que algunos «bisnietos de revolucionarios» la tildarían de idealista, aunque en el Informe al Primer Congreso del Partido hizo la autocrítica. ¿Cómo se explica esa concepción de construcción paralela de un sistema dentro de otro? ¿Cuál es su origen?

Desde mi punto de vista fue una locura teórica y, sobre todo, práctica. Es pura ideología. Fidel estaba tratando de usar las ideas del Che, ausente desde 1964 y muerto en 1967, y por eso toma su legado y lo lleva ad absurdum. Donde el Che había hablado del «hombre nuevo» y de la creación de la conciencia comunista como garantía del socialismo, él introduce esto de la construcción paralela; donde el Che había defendido la dirección partidaria de la Revolución, él convierte automáticamente a todos los jefes de una actividad en primeros secretarios del Partido y establece la unión completa del Partido y el Estado; etc.

En esos años, que van desde 1966 hasta 1970, se introduce un modelo de gestión política y económica que Fidel acompaña a través de sus discursos. Yo recuerdo no solo a Fidel, sino también a Osvaldo Dorticós hablando del «horario de conciencia», que se tradujo en la supresión de los relojes para marcar la entrada a los centros de trabajo de todo el país y en su lugar, los trabajadores debían llegar cuando entendieran.

Las bases más profundas de eso son difíciles de discernir, porque Fidel dijo algo primero y después dijo lo contrario. Si estaba convencido de su discurso, o el discurso estaba en función de otra estrategia política es difícil saberlo. Ese es el período de tensión con China, con la URSS, de la búsqueda de una ideología propia para que no nos invadieran ideologías foráneas. Se debe atender menos a los discursos, me parece a mí, y más a los resultados.

-¿En este caso, qué resultados trajo?

Fue un desastre económico. Había una meta que era producir diez millones de toneladas de azúcar, no sé cuántos miles de litros de leche, no sé cuántos planes especiales, y todo estaba acompañado de discursos, medidas, programas, intelectuales escribiendo, medios de comunicación reforzándolo. Todo eso es lo interior.

¿Cuál es el resultado exterior, visible públicamente? Pues no alcanzamos los diez millones de toneladas de azúcar, aunque hicimos la zafra más grande de la historia; se produjo una debacle económica generalizada, cayó el nivel de vida de la población. Se cambió de estrategia y, al cambiar de estrategia, cambiamos de discurso. Visto eso, se debe poner la mirada en las realidades históricas, sin desconocer el resultado interior.

El discurso tiene metas, algunas declaradas y otras ocultas. Fidel Castro no hacía los discursos para sí mismo, por tanto, él cuenta lo que quiere y entiende que debe contar porque está tratando de movilizar. Hay un componente ideológico, pretende persuadir. Que sea lo que está pensando, que todos sus objetivos estén declarados, eso es otra cosa y habría que tener más información para poder contrastar. Pero siempre existieron objetivos no declarados, los discursos son mediaciones y, por tanto, siempre tienen algo de manipulación de la dirección hacia los dirigidos. Hay que preguntarse si los resultados tienen relación con los objetivos declarados o, sobre todo, con los no declarados.

Si los declarados fueron hacer la Zafra de los Diez Millones, no se logró. Pero si los no declarados fueron saldar el conflicto con la URSS, sí se logró. Puede haber sido un desastre económico, pero un éxito político que hizo viable a la Revolución a largo plazo.

El año 1968, por ejemplo, es muy peculiar porque tiene un significado mundial: hay un 68 vietnamita, un 68 francés –las protestas de mayo–, un 68 mexicano –el movimiento estudiantil y la matanza de Tlatelolco–, un 68 socialista –la llamada Primavera de Praga. Cada uno tiene un significado distinto y dan cuenta de problemas diferentes, pero si tomas el 68 cubano también es peculiar.

Comenzó el año bajo el impacto de la muerte del Che a finales de 1967. Desde el punto de vista ideológico, estábamos en plena campaña heterodoxa: discutirlo todo, publicar a todo el mundo. Es el momento más heterodoxo de la Revolución. ¿Cómo comienza el año? Con el Congreso Cultural de La Habana y le sigue la Ofensiva Revolucionaria: lo nacionalizamos todo y nos convertimos en la experiencia más estatalizada de la historia. Todavía, a final del semestre, sucede la llamada Microfracción.

Quiere decir, el primer semestre es de una radicalización creciente. ¿Contra quién? ¿Qué revela la Microfracción? Que hay un sector dirigente de la Revolución, algunos de los cuales están en el primer Comité Central, que no solamente están conspirando, sino que lo están haciendo en contacto con la KGB. Tenemos un problema con la URSS, hay una parte de la dirección soviética a la cual no le gusta, o la Revolución cubana o, más concretamente, Fidel Castro.

¿Qué va a ocurrir poco después? La invasión a Checoslovaquia y nuestro apoyo a la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia. Dimos un viraje y a partir de entonces iniciamos unas nuevas relaciones amorosas con el campo socialista y con la URSS que fueron in crescendo hasta Mijaíl Gorbachov. Podemos preguntarnos si lo que está en juego en realidad es de naturaleza política o si estamos viendo una película y la verdadera cinta es otra. Por eso debemos ver los discursos, y todo lo demás, en una perspectiva más compleja, más de realpolitik.

5 febrero 2021 21 comentarios 3283 vistas
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prever

«Prever es vencer»

por Ibrahim Hidalgo Paz 28 enero 2021
escrito por Ibrahim Hidalgo Paz

1853-2021

Ciento sesenta y ocho aniversario del natalicio de José Martí

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En toda ocasión en que se divulguen la vida y la obra de José Martí, debe destacarse la trascendencia de su ejemplo personal y su pensamiento, uno de cuyos rasgos fundamentales es la capacidad de previsión de quien aspiraba no solo a eliminar el poder hispano sobre Cuba —y contribuir a la independencia de Puerto Rico—, sino a fundar una sociedad nueva, cuyos principios y características serían opuestos al sistema colonial. Expuso que «prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé». [OC, t. 4, p. 221.] Y advertía: «Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever». [OC, t. 6, p. 46.]

El Apóstol razonaba que estos fines generarían múltiples escollos, y que para vencerlos debían concebirse estrategias capaces de proceder a tiempo, sin esperar el avance de los contrarios, sino actuar a la ofensiva contra los peligros externos e internos. De aquellos, el de mayores dimensiones era la ambición de los grandes intereses de la creciente potencia estadounidense por apoderarse de Cuba, someter el área caribeña y ejercer su dominio sobre el continente americano. Esta era y es una política cuya sustentación tiene por base el desprecio hacia nuestro pueblo, al que tratan de doblegar, la cual se manifiesta en la generalidad de sus políticos de oficio, y de forma grotesca en el cabecilla saliente, al que algunas personas nacidas en esta isla admiran y consideran su presidente, muestra de antipatriotismo y sumisión al poder foráneo.

Hacia el interior del país y las emigraciones, la política imperial contaba con la actuación de los autonomistas y anexionistas, preocupados por las consecuencias y riesgos económicos de una revolución triunfante, cuyos objetivos populares eran conocidos dadas las manifestaciones públicas de la organización político-militar encabezada por José Martí. En las bases programáticas del Partido Revolucionario Cubano se expresaba que la guerra sería el medio para «asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla» mediante la sustitución del «desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes». [OC, t. 1, p. 279 y 280]

Eran previsibles, en igual medida, las ambiciones deleznables de individuos y sectores que intentarían, en el país liberado, impedir la fundación de una república democrática, justa, y desviar el proyecto martiano hacia formas de gobierno beneficiosas solo para las castas que deseaban sustituir a las autoridades coloniales y ocupar su lugar sobre las mayorías. Ante tales propósitos se establecieron mecanismos para lograr el empoderamiento de las masas populares frente a los aspirantes a continuar el dominio de los privilegiados.

Martí advirtió respecto a tales individuos y sectores, dispuestos a «ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos», [OC, t. 1, p. 480] pues comprendió que después de la independencia, «el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia» impedirían «el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas». [OC, t. 3, p. 264] Señaló además la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos». [OC, t. 3, p. 305]

Estudioso de la Historia, conocía que ningún proceso político-social está exento de contradicciones intrínsecas que pueden conducirlo a transformaciones negativas, a su debilitamiento por falta de cohesión, o al retroceso en caso de perder el apoyo de las amplias masas del país, sus bases de sustentación. A tenor con ello, consideró que el único modo de evitar estos males era mediante la participación efectiva, plena, de estas en la conducción del país, no solo en la movilización para el cumplimiento de planes, orientaciones u órdenes emanadas de las direcciones centrales del gobierno y las instituciones. Es insuficiente que los gobernantes sean capaces de laborar por el bien colectivo; es imprescindible que los gobernados ejerzan sus derechos como seres pensantes. La revolución supone el cambio de la dirección política y económica, pero sus objetivos se estancan sin la transformación del ser humano. Este debe ser el portador de una nueva conciencia ética, asumida como fundamento de la conducta personal. Deben enraizarse la honradez y la entereza, como principios que motiven espiritualmente la búsqueda del mejoramiento de  las personas, del pueblo, de la nación.

Son estas premisas las que posibilitan la consolidación de una colectividad de productores, capaces de demostrar la superioridad del nuevo proyecto no solo en el plano ideal, sino en el material. El trabajo debe ser una necesidad social e individual, y se ha de educar en el amor al esfuerzo productivo, de modo que la labor conjunta propicie la soberanía alimentaria, cuya carencia hace vulnerables a los países de economías débiles.

El Maestro previó que tales propósitos pueden lograrse cuando se educa a los seres humanos para el pensamiento propio, se establecen las estructuras para la participación en la dirección política y económica, sin exclusiones prejuiciadas de los criterios minoritarios, y se viabiliza el control sobre el aparato ejecutivo. El pueblo debe ser el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y por la aplicación de métodos que garanticen «cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social». [OC, t. 1, p. 458] De este modo se impediría que el Estado regulador genere una burocracia improductiva con intereses particulares, que invierta las funciones de servidora en servida, y se transforme en planta parásita capaz de entorpecer la justicia social, o en una nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de aquello que debe ser del dominio de todos.

No hallamos en José Martí llamado alguno a la sumisión del pensamiento ni a una unanimidad ficticia en un conglomerado humano heterogéneo y con una sólida formación, sino a la creación de las condiciones propicias y los métodos adecuados que favorecieran la defensa de objetivos comunes. En su resolución, «preparar y unir, que es el deber continuo de la política en todas partes», [t. 4, p. 249] debía ser la vía firme para alcanzar el equilibrio del mundo y no ser aplastados por el «gigante de las siete leguas».

28 enero 2021 15 comentarios 2532 vistas
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El romance cubano-soviético

por José Manuel González Rubines 21 enero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Una crónica desde Moscú de la periodista Milenys Torres, en la emisión del NTV del pasado 18 de enero, recordaba mediante curiosas imágenes las primeras visitas de Fidel Castro a la Unión Soviética en la década del sesenta del siglo pasado. Viejas grabaciones del Comandante, entonces con el cargo de Primer Ministro de la República, lo mostraban no solo en los sonrientes encuentros oficiales con dirigentes, sino también compartiendo con los rusos y disfrutando en trineo del crudo invierno moscovita, ataviado con el clásico sombrero con orejeras, llamado ushanka.

La relación de Cuba con la potencia dio forma a casi tres décadas de historia de la Revolución. Su influencia económica y política configuró no solo la manera en la que se dirigían los asuntos de Estado en Cuba, sino que incidió directamente –de forma positiva a veces y negativa otras– en la vida de todos los habitantes de esta Isla. La desaparición –o desmerengamiento, como reposterilmente algunos gustan decir– de esa «nación de naciones» es una herida que aún esta caribeña república, situada a miles de kilómetros de distancia, se lame de vez en cuando.

Este texto es el fragmento de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía. En él, quien fuera uno de los hombres clave en la economía y la política de las décadas del setenta y el ochenta, disecciona con criolla maestría lo que fueron las relaciones Cuba-URSS.

Humberto Pérez González –padre del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, autor del popular manual Economía Política del Capitalismo (I y II), presidente de la Junta Central de Planificación (1976-1986) y vicepresidente del Consejo de Ministros (1979-1986)– arroja luz a lo que fueron tres décadas de una complejísima relación entre estados aliados, que para él se parece mucho –en cuanto a idas y venidas– a un vínculo marital.

-En febrero de 1960 se firmó el primer convenio comercial con la Unión Soviética. Mi pregunta viene en dos direcciones: ¿en qué momento comenzó el interés del Gobierno Revolucionario por la URSS y viceversa?

Las cosas no se deciden por personas individuales si no hay un contexto que las permita, pero la relación entre Raúl Castro y el agente del KGB, Nikolái Leonov fue fundamental. Cuando venía en el barco de regreso del IV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizado en 1953 en Bucarest, Rumanía, Raúl conoció a Leonov, porque a este lo habían designado en la embajada soviética en México, y establecieron una relación de amistad. Más tarde volvieron a reunirse, cuando los preparativos para la expedición del Granma en México, y continuaron con sus vínculos. Después del triunfo de la Revolución, en un viaje de Raúl a Checoslovaquia se encontró de casualidad con Leonov, caminando por la calle, y reactivaron la amistad.

Internamente, los comunistas nucleados en el Partido Socialista Popular (PSP), con Blas Roca al frente, habían anunciado su disposición de disolver el Partido para unirse en otra organización bajo el mando único de Fidel. De ahí resultó lo que fue el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), donde se congregaron las organizaciones que habían participado en la lucha contra Batista y que constituye el germen del Partido Comunista actual. Esa postura de ellos, que gozaban de buena fama en la URSS, fue un factor en favor de la Revolución.

A esto súmale la amistad de Raúl con Leonov. También la postura del Che, que le había creado un problema a Fidel en México antes del Granma por confesar su filiación comunista en un momento tan complejo. Fidel lo dijo, que la actitud del Che era como la de un mártir cristiano que se sintió en el deber cívico de confesar quién era, pero la sinceridad casi echa por tierra el plan.

Por supuesto, el factor más importante fue que el triunfo de la Revolución cubana despertó el interés del mundo entero, y cuando se declaró su carácter socialista más todavía. De aquellos tiempos es la famosa frase de Nikita Kruschov en respuesta a la pregunta de si Fidel era o no comunista: «Yo no sé si Fidel es comunista, lo que sí sé es que yo soy fidelista».

Desde el principio hubo simpatía y conveniencia geopolítica también, todo mezclado. El interés fue de ambos lados. En esos primeros tiempos hizo falta asesores y vinieron checoslovacos, polacos y, por supuesto, soviéticos.

De toda esta convergencia de factores deriva la idea de organizar una Feria Soviética en La Habana, en 1961. Precisamente Leonov vino como traductor de la delegación de su país y, además, estaba favoreciendo posturas de acercamiento por allá porque era de la KGB. En la feria participó nada más y nada menos que Anastás Mikoyán, la segunda o tercera figura más importante de la URSS en esos momentos. De ahí se derivan los primeros acuerdos comerciales y los entendimientos futuros.

-¿Cómo fueron las relaciones a lo largo de la década?

Hubo un momento preliminar de amor a primera vista, este del cual hablábamos. Duró hasta el incidente de los cohetes en 1962. Era un amor de entrega total, hasta el desenlace de la Crisis de Octubre. Ese desenlace fue un error de los soviéticos y de Kruschov en particular, y una cosa difícil de perdonar para una personalidad como la de Fidel, porque simplemente nos desconocieron. Éramos el centro del problema, los cohetes estaban aquí, estuvimos dispuestos a jugárnosla por el socialismo y negociaron a espaldas nuestras, un error imperdonable. Recuerdo una consigna de aquellos días: «¡Nikita, Nikita, lo que se da no se quita!». Primero era: «¡Fidel, Kruschov, estamos con los dos!» y de un año para otro cambió. El pueblo las coreaba.

Ahí hubo un bache grande, como unos novios con un amor profundo y confianza plena, uno falla y el otro no se lo puede perdonar. Kruschov se dio cuenta del error cometido y ni a la amistad, ni a los intereses geopolíticos de la URSS, les convenían estar a mal con Cuba. Entonces se lanzó en una política de reconciliación a como diera lugar y es cuando invitó a Fidel a la URSS, en 1963. Yo estaba allá y asistí a la ceremonia cuando le dieron el título de Héroe de la Unión Soviética.

La admiración del pueblo soviético por Fidel rayaba en el fanatismo. Es más, cuando a los soviéticos le decías que Fidel para nosotros era como Lenin para ellos, respondían: «No, no, Lenin es otra cosa». Ponían a Fidel por encima de Lenin. Era el héroe legendario, el tipo con una presencia física imponente y con un carisma increíble, proveniente de un país chiquito, muchos factores confluyentes. Si lo hubieran postulado en aquel momento a unas elecciones, salía presidente de la URSS, ampliamente. Le rindieron todos los honores y le dieron todas las explicaciones posibles. Entonces se reconcilió la pareja.

«¡Siempre juntos!» (V. Ivanov, 1963).

Pasó el tiempo. En los sesenta los soviéticos apoyaron a Vietnam en la guerra, pero no de la forma como creía Cuba que debían apoyar, y se dio el famoso discurso del Che en Argelia, donde les recrimina que en las relaciones económicas no estaban cumpliendo su deber con el Tercer Mundo.

Frente a la posición nuestra, se encuentra la política de los soviéticos de «coexistencia pacífica» y de llegada al socialismo por una vía pacífica. Dos posturas no contrapuestas, pero sí divergentes. En ese contexto se dio la segunda oleada de sectarismo en Cuba, alrededor de Aníbal Escalante[1], y se probó que algunas embajadas, como la de Alemania Democrática y la de la URSS, tenían una política de apoyo a estos sectores, tal vez no orientada oficialmente desde el centro, pero sí los auparon. Ambos factores, el interno y el externo, se unieron y aquella reconciliación se quebró.

Los Partidos Comunistas latinoamericanos sentían una gran admiración por la Revolución cubana, pero los ataba a la URSS una fidelidad histórica. Pese a ello, existieron divisiones entre quienes apoyaban la propuesta soviética de toma pacífica del poder y quienes apoyaban la idea del Che de la lucha armada. Por ejemplo, en el Partido Comunista de Venezuela se dio un cisma con Douglas Bravo, que creó las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional en 1962; también sucedió en Guatemala, etc. Nosotros empezamos a apoyar todas esas guerrillas.

-¿De dónde teníamos para apoyar?

Teníamos asesoramiento, y las armas que habíamos tomado al ejército de Batista y parte de las que nos daban gratuitamente los soviéticos, las repartíamos. Siempre cumplieron con nosotros y, sin embargo, nosotros sí comenzamos a fallarles en las entregas de azúcar. Ellos anotaban las deudas en el hielo y, al final, las perdonaron. En cuanto a las armas, toleraban el trasmano, pero haciendo resistencia, y nosotros criticando la tibieza.

En ese contexto de acusaciones implícitas mutuas se dio el conflicto chino-soviético, en el cual Cuba no tomó parte. Se abstuvo, pero más bien nuestra postura se acercaba más a las posiciones chinas, aunque hubo críticas a sus extremismos. Los componentes de un ajiaco son variados. Es muy complejo, porque incluso con esta situación, la ayuda soviética en armas, asesores, suministros y demás nunca se detuvo, y eso mantenía la relación de pareja, relegando las discrepancias hasta cierto punto. Empleo la metáfora de pareja porque se me parece mucho, la verdad.

Un momento crucial para la reconciliación fue la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968. En mi opinión personal, algo muy criticable.

-¿Lo pensó igual entonces?

Sí, lo pensé entonces y lo sigo creyendo hoy.

Fidel, quien como siempre veía más que los demás, no sé si en parte por convicción y en parte por conveniencia táctica, pronunció el famoso discurso del 23 de agosto apoyando la invasión, con todas las implicaciones para el prestigio de Cuba, incluso dentro de las izquierdas. Fidel lo arriesgó todo, rompió con una parte de la familia por mantener los principios, según él los entendía, y el amor de pareja. Debemos recordar que el Che había muerto un año antes, entonces tenía más libertad para actuar porque no estaba el elemento más comprometido con las otras izquierdas.

En ese momento comenzó el fin de la luna de miel con los intelectuales, quienes hasta entonces habían mirado con muchísimo entusiasmo a nuestra Revolución.

Fidel siempre fue muy astuto y sagaz en política. La conducta de los tácticos no la entendemos a veces. Lo cierto es que a partir de este discurso, la pareja se reconcilió y comenzó una segunda luna de miel: perdones de deuda, ayuda superior, posterior ingreso de Cuba al CAME.

Cuando asumió Mijaíl Gorbachov, en 1985, empezaron a producirse una serie de cambios en justa rectificación de las barbaridades cometidas anteriormente desde el estalinismo y después. Kruschov fue refrescante y en general bien enrumbado; posteriormente vino la inercia de Leonid Brézhnev, prolongada hasta su muerte; Andrópov pudo haber sido positivo, pero solo duró poco más de un año; Konstantín Chernenko fue peor que Brézhnev. Todo eso provocó una acumulación muy peligrosa. Ahí llegó Gorbachov y le sacó la tapa a la olla sin quitarle la presión, y aquello explotó. No significa que no se debía hacer, pero se debía hacer mejor.

[1] Aníbal Escalante: Político cubano, militante del Partido Socialista Popular. Secretario Organizador de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas. El 26 de marzo de 1963 se realiza el llamado primer proceso a Escalante, en el cual es acusado de sectarismo. El proceso culmina con la disolución de las ORI. En 1968 se lleva a cabo un segundo proceso a Escalante, conocido como «Micro-fracción», bajo la misma acusación. Este terminó en su encarcelamiento.

21 enero 2021 26 comentarios 1961 vistas
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Cosida a mano por todos los cubanos

por Lecturas sugeridas 10 enero 2021
escrito por Lecturas sugeridas

Por Julio César Guanche*

En febrero de 1870, en el Parque Isabel II, actual Parque Central de La Habana, fue asesinado, de modo que debió ser un linchamiento, el estadunidense Isaac Greenwald. Dos de los tres amigos suyos que caminaban junto a él fueron heridos de gravedad. El canario Eugenio Zamora se insultó con Greenwald por lucir una corbata de color azul. Zamora pertenecía a la sexta compañía del batallón de voluntarios.1

El suceso fue parte de otros casos de violencia política que llevaron a la muerte a unas diez personas por esos días, linchados en plena vía pública, muy lejos del campo insurrecto. No todos los muertos tenían vínculos con el independentismo cubano.

Uno de los asesinados, Luis Luna y Parra, fue agredido, primero, a machetín por un cabo de Voluntarios. Pudo escapar a duras penas. A poco, S. Pedro Covadonga, un asturiano enardecido por los gritos de «¡Mátenlo! ¡Mátenlo! ¡Maten a ese mambí, insurrecto, traidor a la Patria!», le propinó tantas puñaladas que se hirió su propia mano. Finalmente, fue rematado por Casimiro, otro voluntario. Ya muerto, su cuerpo recibió una puñalada en el pecho, cuatro tiros y muchos bayonetazos. La secuencia de su muerte implicó a unos treinta voluntarios.

El registro del cadáver del joven Luna mostró estas posesiones en sus bolsillos: un billete de cien pesos, otro de veinticinco, un doblón de a cuatro, ocho reales en plata y un par de «areticos», además de joyas de uso personal: reloj, leontina, sortija, alfiler de pecho y gemelos y sombrero de jipijapa. Según la prensa, el joven era de «buena familia». No se mencionaron lazos con los «laborantes». Es probable, puedo imaginar, que al momento de ser masacrado estuviese por cortejar a una muchacha, por los «areticos» que llevaba.

El detonante de tales hechos fue el arribo a La Habana del cadáver, envuelto en hielo, del asturiano Gonzalo Castañón, abogado, periodista y coronel de Voluntarios, muerto en Cayo Hueso tras duelo irregular con un patriota cubano. Los nombres de las personas asesinadas entonces son tan desconocidos hoy como lo es el del causante directo de la muerte de Castañón, el cubano Mateo Orozco.2

Una mención a Mateo Orozco aparece en Inocencia (2018), la película —bien hecha y bien investigada— de Alejandro Gil, pero permanece siendo una referencia muy escasa en la cultura cubana.

Sin embargo, Castañón está asociado a uno de los episodios de la historia nacional más conocidos por todos los cubanos: el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina (1871). Como es notorio, dichos jóvenes fueron acusados, con falsedad y alevosía, de haber profanado la tumba de Castañón. Su muerte fue, en un primer plano, la venganza abierta por la muerte de un líder del integrismo, pero tuvo varios planos más que merecen atención.

Hay algo «singular» en la muerte de Castañón. Lo mató el panadero Orozco, trabajador cubano en Cayo Hueso. Greenwald fue asesinado por el color de su corbata. Luna y Parra era un joven cubano de clase alta. ¿Por qué la muerte de Castañón concitó tal diversidad de actores y de motivos en esas jornadas dramáticas?

La patria de Castañón, «sin términos medios»

Castañón fue considerado, por los «leales» a España, un «mártir de la Patria». En vida, fue un defensor acérrimo de la «integridad» española. Comprometido con tal programa, no permitía «términos medios»: o se estaba con España —con su noción de España— o se estaba contra ella.

Gonzalo Castañón. «Mártir de la patria Española». El Moro Muza. 6 de febrero de 1870. (Biblioteca Nacional de España).

A inicios de 1870, La Voz de Cuba —periódico fundado como una sociedad por acciones, que devendría el máximo órgano del integrismo peninsular en Cuba — «preconizaba el exterminio total de los cubanos para repoblar la Isla con españoles».

Castañón, su fundador y director, convocaba así a sus correligionarios: «Abandonemos ya los términos medios, y las resoluciones que además de no satisfacer a nadie, nada tampoco con ellas se consigue. Si Cuba ha de continuar siendo española, es necesario variar radicalmente su organismo, e infiltrarle nuevos elementos de vida que cumplidamente sustituyan a los degenerados que hoy encierra».3

La Voz de Cuba (Fragmento) (Biblioteca Nacional José Martí, Cuba)

Las campañas de La Voz de Cuba capitalizaron las ansias del sector español de línea más dura dentro de Cuba. Su tono fue el escándalo, la difamación, la acusación sin pruebas, la atribución de epítetos y el incentivo a la violencia contra sus enemigos. Prácticas periodísticas como las suyas fueron claves en la preparación del clima que llevó a los sucesos brutales del Teatro Villanueva, de la Acera del Louvre y del saqueo del Palacio de Aldama.

Un muy joven José Martí caló esa crítica al periódico, que era llamado por los sectores patrióticos «La voz de Castañón». En El Diablo Cojuelo, Martí escribió esta broma muy seria:

-¿Señor Castañón?

-¿Qué hay?

-Aquí lo busca a usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según dice, ha tomado usted sin su licencia.

-¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he mudado de casa; que me he ido al infierno, que… que qué sé yo… en fin… mira… como te atosigue mucho, le dices, de mi parte, que pienso mudar de voz, ¿eh? Pero pronto, ¡pronto!

No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró, a tiempo avisaremos este fausto acontecimiento4.

Por su parte, El Moro Muza, un periódico de enfoque similar al de Castañón, acusaba a los cubanos de «entes degradados, que no quieren ser españoles, y hacen bien, porque tampoco nosotros podemos permitir que lo sean. Vienen, sin duda, de lo más inculto del África, y a voces los está reclamando la tierra de donde son oriundos»5.

En la lógica colonial, negro era sinónimo de barbarie, pero en Cuba era además una forma de representar gráficamente el «peligro de Haití». Presentaba a la república cubana en lucha como otra «república negra», una imagen horrísona para los Estados Unidos, a cuyo gobierno la República en armas reclamó durante la Guerra Grande, sin éxito, reconocimiento.

A la vez, Castañón clamaba contra la colonia cubana de Cayo Hueso, por ser reservorio principal, junto a Tampa, de propaganda patriótica, envío de armas y trazado de planes revolucionarios. En uno de sus arranques, Castañón llamó «prostitutas» a las cubanas independentistas. Su prensa no paró de representar a las cubanas como abandonadas por sus esposos, necesitadas de protección española, y entregadas a la promiscuidad del campo insurrecto, pariéndoles hijos a «los negros».

Las cubanas en la guerra, según prensa colonialista. Don Junípero, 3-10-1869.

Para la investigación contemporánea, resultan muy interesantes estos cruces de clase, raza y género en el discurso antiindependentista. Tal discurso no era un mero despliegue de ideas extremistas. El cuerpo de voluntarios españoles en Cuba es conocido por su ferocidad, pero algo menos por su composición social y estructura de clase. No obstante, testimonios de época arrojaban ya luz sobre este particular.

El historiador español Justo Zaragoza le llamó entonces «clase media» al sector representado por los voluntarios, «clasificado por sus peculiares condiciones de vida, en posición inferior en lo económico, lo social y lo político, a las de los sectores más elevados de la comunidad cubana, peninsulares o cubanos».6

Según el libro Historia de la nación cubana (1952), los Voluntarios eran un cuerpo social cuya membresía contaba, en proporciones importantes, con medianos y pequeños comerciantes de La Habana y de ciudades y pueblos de cabecera. Muchos de ellos eran dependientes, se dedicaban al comercio y al transporte terrestre y de cabotaje, a la pesca, la artesanía y a un conjunto de actividades consideradas de «esclavos» que, por uno u otro motivo, no eran desempeñados por cubanos. A ello se sumaban los empleados subalternos de la Administración colonial, y periodistas, escritores, etc., que tenían en común disponer de escasos recursos.

Según ese enfoque, eran despreciados por la aristocracia colonial, las del alto comercio y la de las dotaciones de esclavos, y estaban por igual desplazados de la toma de decisiones del régimen colonial. Ante lo que sentían como falta de espacio político y de dignificación social, cuestionaban a la clase alta española. Los cubanos ricos eran también objeto de su ira —por disponer de riqueza a la vez que ser ingratos, sino traidores, a España—. De esa ira no escapaba cualquier cubano pobre, pero que tuviese ocupaciones que le permitiesen una vida algo más independiente.

En estos polos sociales clasificaban tanto el rico Luis Luna y Parra como el trabajador Mateo Orozco. A la par, Greenwald representaba a la nación que albergaba a ese «nido de laborantes», Cayo Hueso, y tenía el «descaro» —no sabemos si fue un gesto de ignorancia del significado del símbolo— de exhibir el azul, color icónico del independentismo.

En su conjunto, con toda su diversidad, Luna, Orozco y Greenwald representaban una afrenta a la patria española —a la patria específica de los voluntarios—. La violencia y la expoliación que defendía el discurso de los voluntarios —los decomisos de bienes de independentistas dieron lugar a escándalos colosales de corrupción— eran su vía «política» para ganar poder y representación.

Castañón fue quizás el vocero más escandaloso de ese interés. Fue considerado por ese cuerpo social como una suerte de representante. El periodista decía sobre los Voluntarios: «Los veo, siempre generosos, partir su pan y sus vestidos con la esposa y los ancianos padres de sus propios adversarios, llevar leguas enteras en sus hombros á desvalidas y tiernas criaturas abandonadas por hombres más crueles que las mismas fieras»7.

Los extremistas no son por definición mentirosos. Castañón parece haber sido un hombre convencido de sus ideas. Con todo, por más pasión que un extremista le ponga a sus declaraciones, estas no se convierten ipso facto en verdad. Sus palabras eran burdas mentiras. Las atrocidades de los voluntarios llegaron a asombrar a alguien de la ferocidad comprobada del Conde de Valmaseda, y generaron denuncias en el propio Congreso español.

La investigación académica contemporánea ha identificado un mapa amplio y complejo sobre la integración social de los voluntarios. El historiador catalán Joan Casanovas considera que hay tres tipos de cuerpos de voluntarios y tres etapas: a) los que se fundaron en los inicios de la Guerra de los Diez Años en las poblaciones cubanas, formados casi exclusivamente por peninsulares ricos y sus empleados, pero también por grandes hacendados criollos; b) los voluntarios contratados como mercenarios que llegaron de la Península, financiados por las diversas burguesías metropolitanas a través de los Centros Hispano-Ultramarinos; y c) las milicias que se reclutaron en la propia Cuba, en la que incluso se reclutó a bastante tropa de personas negras. Este último, agrega Casanovas, es un grupo muy poco conocido. Se trata de un cuerpo netamente cubano que luchaba contra la República en Armas.8

Voluntarios españoles en Cuba. «Defensores de la integridad nacional».

El duelo con Castañón. La patria cubana, y sus términos

El sostén del patriotismo cubano fue descrito por esa prensa extremista como propio de los «grajos de la república estrellada»9. Es una referencia interesante, que puede ser leída de varios modos. El «grajo» es un ave, especie de córvido, que puede ser tomada como un «cuervo grande» y tiene un sonido bien estridente.  Era una manera de decirles «escandalosos» o «gritones» a los independentistas. «Grajo» tiene también como acepción la de «charlatán», que es otra manera de decir «gritón»10. Quizás, aunque es menos probable, la referencia a «grajos» evoque, en modo peyorativo, a los hermanos Graco11.

En todo caso, para el discurso colonial los «grajos» cubanos era la «canalla [abiertamente republicana] de laborantes y simpatizadores que en tiempos pasados nos atronaban los oídos con sus rebuznos». Los mismos que no tenían dignidad, porque los «defensores de la causa de la estrella no conocen, ni de nombre esa ruta»12.

«El porvenir de los republicanos cubanos de Cayo Hueso». El Moro Muza 6-2-1870.

Castañón fue a Cayo Hueso a retar a duelo a Juan María (Nito) Reyes, director del periódico El Republicano, que lo habría «ofendido» en sus páginas. Fuentes señalan que Castañón conocía de un caso anterior de duelo, que resultó en buena propaganda, y habría calculado que un nuevo duelo le serviría para ganar atención, necesaria para su periódico en horas bajas de ventas. Se ha fantaseado incluso con que Castañón llevaba en Cayo Hueso una cota de malla debajo de su camisa, como prueba de la falsedad de su disposición para el duelo, pero este punto fue desmentido por su autopsia.

Ya en Cayo Hueso, Castañón, de 33 años, propinó una bofetada en público a Reyes, que en varias crónicas es descrito como un anciano, aunque no pasaba de los 42 años. Por ello, Castañón fue multado con 200 pesos. La sede de El Republicano se encontraba en la casa del tabaquero John H. Gregory, situada frente al hotel Rusell House, en la calle Duval. Castañón decidió alojarse, justamente, en dicho hotel. Desde sus ventanas, es probable que viese a las hijas de Reyes ataviadas con cintas blancas y azules, que identificaban, con orgullo, a las independentistas. Las hijas de Reyes estaban incluidas también en la calificación de Castañón de «prostitutas».

Una plana de El Republicano (1870). (Biblioteca Nacional de Cuba)

La noticia de la humillación contra Reyes, más la ostensible provocación que suponía que Castañón se pasease delante de la sede de El Republicano, no podía menos que inflamar los ánimos de la comunidad patriótica cubana en Cayo Hueso.

Así, se sucedieron los retos a duelo contra Castañón, que este declinó consecutivamente. Mateo Orozco estaba entre los que lanzaron el desafío. Aquí aparece otro detalle clasista: Castañón lo trató con desprecio. Probablemente consideraba que un panadero no merecía el honor de sostener duelo. Durante una trifulca en el Rusell House, a donde Orozco había ido a reclamarle, este le dio los dos tiros a Castañón, que al cabo terminarían con su vida. La memoria oral cubana aseguró que Orozco habría gritado al cabo: «¡Cubanas ya estáis vengadas! ¡Viva Cuba!».

Las respuestas colectivas a hechos individuales son una marca de las soluciones revolucionarias a los problemas que esas respuestas encaran. El patriotismo colectivo cubano tiene en la fraternidad política —la que considera a los libres como recíprocamente libres, esto es como igualmente libres— un contenido esencial.

El acto «personal» de Orozco recibió el apoyo entusiasta, masivo, de los cubanos. Se brindó en los bares de Cayo Hueso por Cuba Libre. José Dolores Poyo, que luego sería amigo íntimo de Martí, escondió, con todo el riesgo que ello suponía, el revólver con el que Orozco dio muerte a Castañón13. Entre varios sacaron a Orozco a escondidas de los Estados Unidos. Un cronista de la emigración patriótica en los Estados Unidos aseguró: «Una vez más Cayo Hueso puso a raya a los enemigos de la Libertad»14.

El cadáver de Castañón fue recibido en La Habana por las máximas autoridades coloniales. Los voluntarios desataron la ola de terror descrita al principio. Los dos hijos de Castañón fueron puestos bajo la protección del general Antonio Caballero y Fernández de Rodas. (Luego, uno de ellos, Fernando, sería decisivo para el esclarecimiento de la inocencia de los ocho estudiantes de medicina). Mientras tanto, patriotas memoriosos levantaron en el cementerio de Cayo Hueso un monumento a los mártires de la patria cubana. En un modesto libro memorial, de piedra, donde se consignan los nombres de esos mártires, aparece el de Mateo Orozco, el panadero, el defensor de Cuba, de los cubanos y de las cubanas, el héroe de la patria.

A los mártires de Cuba. Monumento en el Cementerio de Cayo Hueso. Foto del presente. Tomada como cortesía para este texto por Rubén Javier Pérez.

En un libro publicado en 1911, el historiador cubano Enrique Ubieta aseguró que el cadáver de Castañón recibió honores por parte del «Capitán General hasta el último voluntario», que desfilaron «durante el día y su noche ante el féretro». Sin embargo, «ningún cubano se acercó a su tumba, pues todos sabían que profesaba odio á los criollos»15. El color azul, que le costó la vida a Greenwald, campeó a sus anchas en Cayo Hueso y seguramente firme, aunque a escondidas, en Cuba.

Es el azul que hasta hoy, junto al rojo y el blanco, identifican la bandera del patriotismo colectivo cubano. Así describe el significado de ese azul el músico José María Vitier García-Marruz, más allá de su piano, con sus propias palabras:

Azules

Está el azul primavera de Bottichelli

el azul nocturno de Van Gogh

el azul preludio de Scriabin.

Hay un sabor azul envenenado

y un perfume azul capaz de todo.

Hay un azul lavado por la espuma,

y un azul que desciende cielo arriba.

Y ese azul intenso y breve de las flores pequeñas,

y ese un momento azul algunas tardes.

Así como hay miradas,

imposibles miradas como versos

azules como lágrimas y silencios azules.

Pero esta tarde fue el azul invierno

de La Habana,

el que, no sé por qué, que me ha recordado otro

azul.

añil de otra inocencia,

azul de hilo,

bandera futura,

cosida a mano,

por todos los cubanos16.

A los mártires de Cuba. (Detalle) Monumento en el Cementerio de cayo Hueso. Foto del presente. Tomada como cortesía para este texto por Rubén Javier Pérez.

***

Notas:

1 Este texto le debe todo al gran historiador Luis Felipe Le Roy y Gálvez, en específico a sus estudios sobre la muerte de Gonzalo Castañón y sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina.  Asimismo, a Historia de la nación cubana (1952) (Ramiro Guerra y otros), tomo V, La Habana: Editorial Historia de la nación cubana, S. A., p. En ellos me apoyo para el relato central que aquí sigo, por lo que evito la repetición de citas a ambos textos.

2 En el periodismo, la figura de Mateo Orozco cuenta con crónicas como la de Ciro Bianchi y la del historiador Antonio de la Cova. Recientemente, es de gran interés el libro «Con un himno en la garganta. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil», aunque no se detiene ante el hecho de la muerte de Castañón, inicio de los sucesos del 27 de noviembre de 1871.

3 La Voz de Cuba, 5 de enero de l870, p. 1

4 José Martí. «El Diablo Cojuelo», Obras Completas (1991) t. 1, p. 33.

5 «Insisto en ello». El Moro Muza, Época VII. 6 de febrero de 1870. No. 1

6 Las referencias específicas que aquí aparecen a la composición de clase de los voluntarios se puede encontrar en la ya mencionada Historia de la nación cubana. (1952), tomo V.

7 Álbum Vascongado. Relación de los festejos públicos hechos por la ciudad de La Habana en los días 2,3 y 4 de junio de 1869, con ocasión de llegar á ella los tercios voluntarios enviados á combatir la insurrección de La Isla, pp. 21-22

8 Comunicación personal de Joan Casanovas con el autor de este texto. Agradezco, como he hecho otras veces, la generosidad del profesor para compartir conocimiento de su largo y valioso trabajo de investigación sobre Cuba. Para una versión académica de sus argumentos sobre el tema, ver Joan Casanovas Codina, ¡O pan, o plomo! Los trabajadores urbanos y el colonialismo español en Cuba, 1850-1898, Madrid, Siglo XXI de España, 2000, 326 pp.

9 Juan Palomo, Año 1, Habana, 17 de abril, 1870. Núm. 24.

10 Este párrafo ha sido modificado, respecto a la primera versión publicada de este texto, tras un interesante intercambio con dos colegas. El párrafo inicial sugería la asociación entre «grajos» y los «hermanos Graco». Voy a continuar investigando esa posibilidad, pero en espera de mayor confirmación, prefiero mostrar aquí un campo diverso de significados plausibles para esa expresión de «grajos de la república estrellada». (Nota de las 7 pm del 06.01.2021.)

11 Los hermanos Graco protagonizaron una «gran revolución antiplutocrática» en tiempos de la República romana. En Cuba, Julio Antonio Fernández Estrada y Julio Fernández Bulté han ofrecido una descripción matizada de los avances, contradicciones y vacilaciones de los Graco. Por ejemplo, aquí: Julio Fernández Bulté (1984) Historia de las ideas políticas y jurídicas (Roma), La Habana: Pueblo y Educación, pp. 103 y ss.

12 Juan Palomo, Año 1, Habana, 17 de abril, 1870. Núm. 24, pp.190-191

13 El historiador Gerald E. Poyo, descendiente de José Dolores Poyo, ha confirmado este punto: «Según la historia oral de la familia, la pistola quedó en manos de José D. Poyo. Esto me fue confirmado por Luis Alpízar Leal, bisnieto de J.D. Poyo y archivero del Archivo Nacional de Cuba, a quien conocí en 1982 hasta su muerte en 1987. Luis vio la pistola (alrededor de 1955) en el archivo personal de J. D. Poyo que guardaba el hijo de Francisco A. Poyo (mi bisabuelo) en su casa. Francisco falleció en marzo de 1961 (a los 89 años). La familia salió de Cuba, y el archivo desapareció con la famosa pistola. Tal vez alguien en Cuba lo tenga sin tener la menor idea de su significado histórico». (Comunicación de Gerald D. Poyo con el autor de este texto). En Exile and Revolution. José D. Poyo, Key West, and Cuban Independence (University Press of Florida, 2014), Gerald E. Poyo, afirma que Orozco, después del tiroteo con Castañón, fue a la casa de José Dolores y que este arregló su salida de los EEUU. (p.23)

14 Gerardo Castellanos, Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita (sin más datos en el ejemplar consultado), p. 696

15 Enrique Ubieta, Efemérides de la Revolución cubana, 1911, Tomo I, La moderna Poesía, p. 13

16 Tomado del muro personal en Facebook de José María Vitier, reproducido aquí con su permiso.

***

*Este texto fue publicado originalmente en On Cuba.

Cosida a mano por todos los cubanos

10 enero 2021 9 comentarios 417 vistas
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La Clínica del Alma

por Luis Calzadilla Fierro 26 diciembre 2020
escrito por Luis Calzadilla Fierro

Entre los elementos culturales que integran nuestra identidad cuyo estudio necesita ser profundizado, se encuentra el espiritismo, una religión bastante difundida. Curiosamente, existe una relación muy peculiar y casi desconocida entre esta práctica religiosa, la salud pública y la atención a los enfermos mentales en Cuba. Intentaré exponerla a través de una mirada histórica basada en documentos y testimonios.

El 27 de julio de 1943 fue legalizada en el Registro de Asociaciones de la ciudad de Camagüey una institución que recibió el nombre de «Clínica del Alma». En su reglamento señalaba como objetivos, «asilar y sostener enfermos mentales debidos a trastornos psíquicos para su asistencia exclusivamente de carácter espiritual, por medio de la conversación y la persuasión, en un ambiente adecuado y ajeno por completo al tratamiento médico».

Por estar interesado en esa institución, a finales de la década del 70 del pasado siglo, indagué en algunos materiales de la época: documentos de las asociaciones religiosas conservados en el Archivo Histórico Provincial de la ciudad de Camagüey; periódicos, revistas, publicaciones espiritistas; las «historias clínicas» donde eran reflejadas por los creyentes las evoluciones y el «tratamiento espiritual» de los pacientes. Además, recogí testimonios personales de los participantes en la Clínica, especialmente de la última persona en aquel entonces viva que había estado en su fundación: el espiritista Juan González.

En marzo de 1942, en la ciudad de Camagüey se celebró la VIII Concentración Nacional Espiritista en la que el grupo femenino «Lury-Estela» de dicha ciudad, fundado en 1929, propuso la creación de la «Clínica del Alma». Lo hacían «considerando la gran cantidad de personas obsesas que vienen sufriendo por una parte los efectos de tratamientos médicos que no pueden curarlos, y por otra, la incomprensión y a veces los escasos recursos de los familiares que no pueden recluirlos en clínicas u hospitales para someterlos a curación adecuada».

En aquella época no existían ni psiquiatras ni instituciones en la provincia que atendieran a los enfermos mentales, razón por la cual éstos eran recluidos en la Jefatura de Policía, de donde eran conducidos al hoy Hospital Psiquiátrico de La Habana, conocido popularmente como Mazorra. No fue sino hasta 1944, dos años después de haber sido formulada la propuesta, que la «Clínica» comenzó a funcionar y en agosto de ese año ingresó el primer paciente.

La institución estaba dirigida por un patronato y se dividía en dos secciones: la ya mencionada «Clínica del Alma» y el «Instituto de Estudios Psicológicos», consagrado a la investigación científica y filosófica del espiritismo según las enseñanzas del sistematizador de esa doctrina, el francés Allan Kardec.

La atención era gratuita. Su reglamento a través del tiempo fue sufriendo modificaciones. En la primera de ellas, con fecha del 21 de julio de 1943, elaborada para solicitar la aprobación del Gobernador Provincial, se habla de la presencia de médicos para la atención de los enfermos; la del 27 de noviembre de 1947 se refería al «asilo y sostén» de los enfermos mentales, sin mencionar a los médicos y utilizaba el término «obsesos» en lugar de enfermos, sí empleado en el primer reglamento. El 2 de mayo de 1958 ya se refería a que los «obsesos» recibirían sólo tratamiento espiritual.

El 10 de marzo de 1961 el Jefe de la Unidad Sanitaria en la provincia dispuso que se suprimiera la denominación de Clínica, ya que según las Ordenanzas Sanitarias, la palabra se aplicaba al «local donde uno o más médicos asisten a sus enfermos particulares». Entonces cambiaría su nombre por el de «Hogar Espiritista de Cuba».

En la institución no se utilizaba ningún tipo de tratamiento biológico. Los domingos, los «obsesos» eran atendidos en las sesiones espiritistas mediante la oración y la persuasión. Al respecto, en una ocasión escribieron: «se presentó hoy el “espíritu obsesor”, conversamos con él y tratamos de convencerlo de que se modificara. Es un espíritu muy fuerte».

Para Kardec, la obsesión es el imperio de algunos espíritus inferiores sobre las personas. Según los creyentes, estos espíritus «se ríen diabólicamente de la ciencia, cuando esta, en su afán de curar, aplica el electroshock al paciente porque en ese instante hace abandono voluntario de su presa para no recibir él mismo la descarga que ya conoce y teme, pero vuelve a sus dominios apenas cesa la misma».

La «Clínica del Alma» desapareció con el desarrollo científico, social y económico, el avance de la salud pública y las nuevas concepciones que entraron en abierta contradicción con sus enfoques. Sencillamente, fue un producto de su época. Juzgada sin apasionamientos, su aparición debe ser considerada como un acto humanitario de ayudar al enfermo mental en una provincia donde estaba sumido en el más completo abandono.

No se puede enfocar el pasado con el prisma del presente, sin correr el riesgo de ser injustos. Recuerdo a pesar del tiempo transcurrido, al anciano espiritista Juan González, el último sobreviviente del grupo fundador con quien conversé toda una noche y parte de la madrugada, ante cuya memoria hoy me inclino con respeto.

26 diciembre 2020 10 comentarios 176 vistas
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Una Iglesia en aguas turbulentas

por José Manuel González Rubines 20 diciembre 2020
escrito por José Manuel González Rubines

Motivada por la publicación el pasado 12 de diciembre del Mensaje de Navidad de los Obispos Católicos, La Joven Cuba le ofrece a sus lectores algunos fragmentos de esta entrevista, la última que se le realizara a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Fue publicada de manera parcial en el número de enero de 2014 de la revista Palabra Nueva, dedicado íntegramente a él por haber fallecido el día 3 del mismo mes.

***

La mañana del lunes 2 de diciembre de 2013, la ciudad estaba como deshabitada. El sonambulismo propio del último mes del año daba al ambiente un aburrido tono gris. La iglesia de San Agustín, en el municipio Playa, contenía en su interior esa atmósfera: poco más de una docena de ancianos, dispersos por los bancos del enorme templo, participaban de la misa que oficiaba otro anciano quien, sentado en silla de ruedas, casi se diluía entre los mármoles del altar.

El motivo de mi visita era precisamente ese sacerdote que repetía con la monótona seguridad de quien lo ha hecho incontables veces, las frases rituales de la ceremonia. Enfermo, con la voz como un silbido, anacrónico bajo los arcos inmensos del templo, resultaba difícil definir al que, dentro de poco tiempo, sería mi entrevistado.

De él se sabía casi todo. Que descendía de dos de las familias más encumbradas del país, con patriotas, presidentes, artistas e intelectuales en su nómina. Que fue Vicerrector del desaparecido Seminario El Buen Pastor, Rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio, Director del Secretariado General de la Conferencia Episcopal y Canciller del Arzobispado de La Habana. Que fue honrado con la distinción honorífica de Capellán Papal, con el Premio de la Latinidad y con la Real Orden de Isabel, la Católica. Pero, ¿quién era realmente Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal?

Es difícil aventurar una respuesta. A mi juicio, la fórmula que lo convirtió en una personalidad tan interesante estaba cimentada en una mezcla proporcional de inteligencia, astucia, y coherencia que lo hizo capaz de moverse en terrenos minados por la intolerancia de las ideologías –tanto a una que veía en la religión al opio de los pueblos; como a otra para quien el comunismo era el verdugo de la fe–.

Con tal carácter, al igual que el incienso, Monseñor de Céspedes hizo estornudar a más de un «endemoniado». Pues este hombre –que nunca llegó a ser obispo y cuya muerte fue asumida con ártica frialdad por el gobierno y la prensa oficial– en su caminata por la cuerda floja se ganó la ojeriza de algunos a ambos lados del tablero, porque para quienes se colocan en los extremos, el ángulo dificulta una visión adecuada de los que intentan estar en el centro.

Me recibió al terminar la misa en su despacho. Imágenes de los de Céspedes, de los García-Menocal, de Perucho Figueredo, de Cristo, de los Papas, de José Martí, ocupaban repisas, paredes y mesas en un concierto de Patria, religión e intelectualidad pocas veces ejecutado con semejante armonía en esta isla de ritmos extremos y disonantes.

Desde su acostumbrado sillón rosa pálido, como si de una cátedra universitaria se tratará, recreó algunas de las estaciones del Vía Crucis que ha sido la relación de la Iglesia Católica con el Gobierno Revolucionario.

-Llegaste muy temprano –dijo después de tirarse en su sillón y acomodarse–.

-Sí. Estuve en la misa, sentado al final.

-Ah, por eso no te vi. Después del tercer banco no distingo si lo que hay es una vieja o un muchacho.

Terminados los preámbulos, entramos en la materia que motivó mi visita.

-Monseñor, es sabido que a la Iglesia no le agradan las revoluciones. ¿Con respecto al movimiento que se desarrolló en la Sierra Maestra y en las ciudades de Cuba en los años cincuenta, qué postura adoptó?

No hubo una postura única. Había distintas opiniones. La mayoría de los católicos no simpatizaba con la dictadura, pero, al menos los más conocidos, tanto sacerdotes como laicos, preferían una solución por la vía política.

Cosme de la Torriente, un señor que fue muy conocido porque se vinculó con gente importante desde el principio de la República, creó un grupo al que se le dio el nombre de Comité Cívico conformado por asociaciones civiles, para establecer un diálogo con Batista y pedirle que renunciara, establecer un Gobierno Provisional y convocar a la reorganización de los partidos. Por supuesto, Batista no aceptó. Al fracasar ese Diálogo Cívico –así fue como se le llamó al proceso– muchas personas comenzaron a inclinarse a favor de la guerrilla, pero solo al ver que no quedaba otra opción.

Por otra parte, había algo que también tenía adeptos y detractores. Hoy se llamaría «actos de terrorismo», pero en aquel tiempo se denominó «sabotajes»: poner una bomba en una tienda, un cine, o en cualquier sitio para evitar que la gente fuera a los lugares públicos y crear terror, malestar. Después del fracaso del Diálogo Cívico, dentro de la Iglesia algunos comenzaron a estar de acuerdo con la guerrilla, pero no con los sabotajes, porque ahí podía morir cualquiera.

-En la guerrilla hubo sacerdotes.

Sí, varios sacerdotes. Todo el mundo conoce al Padre Guillermo Sardiñas, que fue Comandante, pero en un momento llegaron a cinco: el padre Jorge Chabebe, quien fue párroco de la Catedral de Santiago; el padre Rivas, un jesuita; el padre Chellada, de Holguín, y otro al que no recuerdo.

Los sacerdotes, por lo que me contó Sardiñas, no combatían. Él fue a la Sierra porque supo que Fidel quería un sacerdote allá, porque había mucha gente católica que lo necesitaba para confesarse, comulgar. Se lo dijeron y él aceptó, pero debía pedirle permiso al Arzobispo de La Habana, el Cardenal Manuel Arteaga. Este se lo dio, como superior suyo, pero la Sierra está en Oriente y el Obispo de esa zona era Monseñor Enrique Pérez Serantes. Por lo tanto, debía pedir permiso a él también para poder ejercer el ministerio en su Diócesis. Igualmente lo obtuvo.

Por lo tanto, Sardiñas estuvo en la Sierra con permiso de los dos obispos. Allí oficiaba misa cuando podía y, sobre todo, bautizaba mucho, porque aquellos campesinos se querían bautizar y que Fidel fuera el padrino y Celia, la madrina. Y así fue, la mayoría están bautizados con esos padrinos. En la guerrilla había de todo.

-¿Y en las ciudades? ¿Aquí, en La Habana?

Aquí se hacían los sabotajes, las manifestaciones contra el gobierno, a cargo del Directorio Estudiantil Universitario, donde también había de todo –gente católica y gente que no lo era–. El Presidente de la FEU en ese momento era el gordo José Antonio Echeverría, Manzanita le decían, que era católico practicante. Un muchacho bueno, muy vinculado a los franciscanos y a los dominicos.

El día del asalto a Radio Reloj, que fue lo que le tocó a él, sabía que podía morir en la corrida y se confesó, comulgó y le dijo al sacerdote, que era un franciscano, si mal no recuerdo el Padre Serafín Ajuria: «Padre, hoy tengo un asunto grave. Si me pasara algo, dígale a mi madre que vine a misa y que comulgué, porque sé que se va a alegrar». O sea, él era un muchacho católico y no lo negó nunca. Inclusive, al principio de la Revolución, Fidel lo dijo más de una vez, que Echeverría era católico, que cómo se iba a negar que los católicos estaban presentes.

Otros no eran tan de la Iglesia. Hay un muchacho, José Garcerán se llamaba, no muy conocido. Era de mi edad, compañero mío de colegio y de Universidad. Murió en un acto de sabotaje de un cañaveral por allá por Ceiba Mocha.

O sea, estamos hablando de gente que murió combatiendo por la Revolución. Hubo un grupo de cinco muchachos de la Agrupación Católica Universitaria que iban a unirse a las tropas que había por Pinar del Rio, en los últimos días de diciembre, y los mataron por la zona de Mariel, Bahía Honda, por ahí.

-¿Pero declaración de la Iglesia no hubo?

No, declaración oficial no hubo. Después de que triunfó la Revolución algunos obispos hicieron declaraciones: que no solo era sacar a Batista, que había muchas cosas que cambiar. Quien más habló fue Monseñor Pérez Serantes, ¡Ese sí habló muy claro! Otros simplemente saludaron.

-En el libro «Fidel y la religión», Fidel afirma que «el Cardenal Manuel Arteaga tenía excelentes relaciones con Batista». ¿Qué tan cierto es esto?

Las relaciones eran normales. El Cardenal era un hombre muy demócrata y no le gustaban las dictaduras.

Manuel Arteaga fue el primer Cardenal cubano. En la foto, al centro con sombrero. (Foto: Ernesto Fernández)

Te cuento una anécdota. Cuando fueron a inaugurar la estatua del Cristo, en diciembre de 1958, el Cardenal no tenía intenciones de ir. Dijo que mandaría a Monseñor Alfredo Llaguno, capellán de Palacio, en su nombre, pero él no iría. Claro que esto disgustó a Batista, quien se encontraba en una situación sumamente compleja, basta mirar la fecha.

Pero resulta que llega un sacerdote a la residencia del Cardenal, en el edificio donde hoy está el Centro Cultural Félix Valera, aterrado porque a su hermano lo habían encarcelado y estaba en la Quinta Estación de Policía, en las manos de Esteban Ventura. Decir eso en aquel tiempo era casi lo mismo que decir muerto. Entonces fue a pedir ayuda al Arzobispo. Delante de él, el Cardenal cogió el teléfono y llamó a Palacio. Consiguió hablar con Martha Fernández, la Primera Dama:

-Necesito hablar con su esposo.

-Espere a ver si puede atenderlo.

Demoró un momento y volvió: -Oiga, él ahora no puede venir al teléfono porque está muy ocupado, pero dice que es una lástima que usted no quiera ir a la inauguración del Cristo, pues allí podrían hablar.

Entonces le respondió –Dígale a su esposo que voy a ir a inaugurar el monumento.

Cuando colgó el teléfono, su secretario, Monseñor Raúl del Valle, le preguntó si realmente pensaba ir y él le contestó que la vida de un hombre vale más que todo, por eso iría. En la ceremonia se acercó a Batista y cuando este lo vio, antes de que empezara a hablar, le dijo: «No se preocupe, Eminencia, yo sé lo que usted quería y el hombre ya está en la calle».

Esa era la relación. Algo muy formal, porque el Cardenal era un hombre educado y caballeroso. Además, como figura pública importante tenía que cumplir ciertos compromisos, pero eso no implicaba una buena relación. Con Martha, la Primera Dama, eran mejores, o regulares, porque ella era una buena mujer.  

***

¿Cuál fue el detonante de los problemas entre la Iglesia y el nuevo gobierno? ¿Quién tiró la primera piedra?

¡Ah, eso yo no lo sé! No lo sé porque empezó a haber católicos a favor y en contra desde el primer día. La Iglesia no manda en eso, la Iglesia no da órdenes en materia política. Había gente que no estuvo de acuerdo con la Revolución desde el día primero de enero. No le tenían simpatía, a lo mejor tampoco la tenían hacia Batista, pero no querían la Revolución, no querían a Fidel Castro.

-¿Cómo fueron esos primeros tiempos?

El año 1960, hasta mediados, no había pasado nada demasiado grave. El 28 de enero de 1960, aniversario del nacimiento de Martí, Fidel organizó un evento, que no se ha hecho después, como una manera de demostrar el carácter martiano de la Revolución. Le llamó Cena Martiana y fue en la Plaza de la Revolución.

Había mucha gente invitada de todos los barrios, en mesitas puestas por toda la Plaza y la comida estaba presidida por Fidel Castro, pero a la derecha quien estaba era el Arzobispo de La Habana, Monseñor Evelio Díaz. Me acuerdo que salió, yo estaba en Roma entonces, una foto en la que se veía a Fidel y a Evelio Díaz, los dos hablando con una cara muy contenta y al pie del retrato decía: «Vale más que una pastoral». Así que imagínate.

Unos días antes de eso hubo un incidente muy desagradable que no comprometió a la Iglesia en Cuba como tal, pero llevó a que decididamente Evelio tuviera que ir, porque a él no le gustaban mucho esas cosas, no porque fuera con la Revolución ni nada sino porque no le gustaba aparecer en ese tipo de actividades.

En un programa de la televisión que se llamaba Ante la Prensa, donde un grupo de periodistas entrevistaban a alguna personalidad, Fidel había hablado muy fuerte en contra de Franco. Entonces Cuba era muy antifranquista y los universitarios sobre todo. En la época mía de Universidad en los aniversarios de la instauración del gobierno de Franco se quemaban muñecos de él en la escalinata y todas esas cosas.

Pero como te decía, mientras estaba hablando se apareció allí el embajador de España, Juan Pablo de Lojendio, Márquez de Vellizca, un español muy recalcitrante, y llegó a parar a Fidel porque había hablado mal del Caudillo. Todo eso salió por radio y por televisión. Fidel lo mandó a salir de allí y le dijo que se fuera de Cuba inmediatamente, lo declaró persona no grata ¡Como iba a insultar al Primer Ministro en público por la televisión!

-¿Qué relación guarda ese hecho con la Iglesia?

Pues que casi todas las congragaciones religiosas tenían superiores provinciales españoles, y casi todos eran franquistas, menos los franciscanos, que eran vascos y republicanos; pero todos los demás eran franquistas: jesuitas, dominicos. Entonces, al día siguiente, antes de que el embajador se fuera para España, le hicieron una reunión de desagravio por el insulto que le había hecho Fidel a él y a Franco.

Esto molestó a Fidel enormemente. «¿Quién ha visto? Los religiosos cuando están en un país no tienen que estar en eso. Están en Cuba, ya no están en España, pueden ser franquistas en España, pero aquí no tienen que hacer eso y el Primer Ministro soy yo y me han faltado al respeto». Se molestó mucho con eso, cosa que se supo porque lo dijo, se publicó y todo.

Como se estaba organizando esa cena y habían invitado a Evelio y él estaba dudando si ir porque no era hombre de gustarle la rumbantela, decidió aceptar la invitación, porque si los españoles le salieron con eso, él tenía que decirle que era cosa de ellos y de su franquismo, no de él ni la Iglesia cubana. Eso fue así. Ese fue el primer roce que hubo, pero no directamente con la Iglesia cubana y enseguida se pasó con la presencia de Evelio en la Plaza.

Ya en el año 59, a fines del 59, sucedió el Congreso Mariano en la Plaza, que trajeron a la Virgen del Cobre, a la Caridad del Santuario. Fueron todos los obispos y fue Fidel Castro, la madre, las hermanas y todos ellos a la misa. O sea, que en ese primer año no pasó nada.

Para el verano de 1960, a mucha gente la habían sacado de sus cargos en el Consejo de Ministros, gente católica. El Presidente Manuel Urrutia había renunciado. Su señora, Esperanza, era muy católica. En fin, había dificultades con la gente que estaba rompiendo con el gobierno y dejaban los puestos o se los quitaban.

Por estos motivos, los obispos hicieron una Carta Pastoral en el año 60, que no era una condena así tal cual, pero sí era como una advertencia de que había muchas cosas que no les gustaban. Esto le molestó mucho al gobierno. Desde ahí la palabra «pastoral» se volvió casi una mala palabra en Cuba. Fíjate que cuando los obispos volvieron a sacar otra Carta Pastoral sobre el tema social, en el año 69, le pusieron Comunicado, porque de lo contrario nada más que de leer el título les iba a dar sarampión.

A partir de ahí, fines del 60, había mucho roce. Todavía no se había decidido el estatus de la educación en Cuba. ¿Cómo iba a ser? ¿Se respetarían las escuelas privadas o no? Hasta donde sé, esto no se ha publicado nunca y yo lo conocí por Armando Hart que era Ministro de Educación en aquel momento, el proyecto inicialmente se pensó de manera tal que toda la educación fuera estatal, bajo la subvención del Estado, pero que los religiosos que tuvieran colegios se quedaran con ellos, prácticamente como empleados del Estado. O sea, el Estado asumiría los gastos de esa educación para que todo el mundo pudiera estudiar y entonces ahí podrían enseñar religión.

Eso no lo aceptaron las congregaciones religiosas. No lo aceptaron porque si el Estado asumía la dirección de la educación, los planes, los libros de texto, ellos se iban a ver muy limitados de criticar si había cosas que no les gustaban.

De manera tal que cuando llegó Playa Girón, ¡ahí si las cosas se presentaron! Se presentaron porque Playa Girón no fue un movimiento católico como tal, pero había mucha gente católica que lo dirigía. Lo dirigía los Estados Unidos, eso ya lo sabemos, eso está más que dicho y es verdad; pero quien aparecía como cubano era Manuel Artime, que fue el presidente de la Acción Católica Universitaria hasta el triunfo de la Revolución. Estaba Artime al frente de eso, venían cuatro o cinco capellanes para los brigadistas…

-¿Entonces Playa Girón puede ser el gran detonante?

Sí, creo que el gran detonante fue Playa Girón. Aquello fue realmente un triunfo que le dio la vuelta al mundo. Yo estaba en Roma y me acuerdo de la noticia. Nadie lo podía creer: que un paisito como este hubiera sido capaz de vencer un ataque que todo el mundo sabía de sobra que era Estados Unidos quien estaba detrás. Un compromiso que venía desde Eisenhower, Kennedy se lo encontró hecho.

-Kennedy también era católico, el primer Presidente norteamericano en serlo.

Exacto, también era católico. Pues ya el asunto estaba planificado. El Partido Republicano y el Demócrata –eso lo he sabido después porque he conocido a alguna gente de la familia Kennedy–se comprometieron a que saliera quien saliera de Presidente, debía asumir el compromiso de la invasión.

El que salió fue Kennedy y lo asumió sin gustarle, pero bueno, él era el Presidente y aquello era un compromiso de su Partido. Vino la invasión, fue derrotada, había muchos católicos y se presentaba como una gran cruzada contra el comunismo, como había sido la Guerra Civil española, que tampoco fue tal, pero así la presentaban.

Eso fue el detonante porque terminando todo, inmediatamente Fidel nacionalizó los colegios, en mayo del 61. Nacionalizó toda la enseñanza y los edificios de los colegios empezaron a formar parte del Estado, menos los que tenían capilla. Se suponía que los que tenían capilla o iglesia abierta al público, directamente a la calle sin pasar por el colegio, seguirían siendo capilla. Algunas se respetaron y otras no.

***

-Se habla de los sucesos de la procesión del 8 de septiembre de 1961 y de la salida de los sacerdotes en el Vapor Covadonga, el 17 de ese mismo mes y año. ¿Qué pasó en aquel septiembre «fatal»?

Así mismo, podríamos catalogarlo así. Entonces yo no estaba en Cuba, te hablo por lo que me dijeron cuando llegaron Monseñor Eduardo Boza Masvidal y compañía a Europa.

Monseñor Eduardo Boza Masvidal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de La Habana, fue expulsado de Cuba en septiembre de 1961 y se convirtió en una figura de la oposición a la Revolución en el exterior.

Todo sucedió en la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, que está en la esquina de las calles Salud y Manrique. La procesión no llegó a salir. Se organizó a pesar de que el clima estaba muy malo y de que el gobierno no había dado permiso, porque la cosa estaba tensa por la nacionalización de los colegios, que había sido en mayo. Había un tumulto muy grande y, por supuesto, esas cosas siempre se manipulan por los dos lados, en contra y a favor.

Entonces en medio de aquello se sintió un tiro –que no se supo de dónde salió, pero a Monseñor Boza le parecía por lo que le dijeron algunas de las personas que estaban en la calle, que había salido de un edificio del frente, no del templo–. Acusaron al Padre Agnelio Blanco –quien murió hace muy poquito en Venezuela–, de haber disparado desde la iglesia a un muchacho que era miliciano o soldado y que murió.

Pero resulta que Agnelio no estaba allí, estaba en Isla de Pinos. Después él decía: «Nunca nadie ha tenido tanta puntería en Cuba. Yo estaba en Isla de Pinos y maté a un muchacho en la calle Salud».

-¿Él no estaba allí?

No, no estaba, pero claro, como estaba siempre y era quien tocaba las campanas… Él había ido a su casa a celebrar la Caridad en Isla de Pinos, entonces ahí con la acusación se equivocaron.

-¿Quiénes se equivocaron, Monseñor?

No lo sé (Sonríe). Eso se quedó así, no se habló más de aquello, pero fue un patuleque tremendo. Fue de golpe, una cosa muy mala que determinó la expulsión posterior, la detención de Monseñor Boza, en fin.

Finalmente fue uno de los expulsados, Monseñor Boza, junto con muchos sacerdotes; con un criterio que no está claro. O sea, uno pensaría que eran los sacerdotes más destacados pastoralmente porque pudieran tener más influencia en la gente. Algunos eran sacerdotes jóvenes o medios tiempo pero con una vida muy activa, pero otros no. Recuerdo al Padre Rivas, jesuita, que era un hombre muy mayor y tenía ambas piernas cortadas por problemas de diabetes. Lo bajaron de su cuarto de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la de Reina, y se lo llevaron en el barco. Ese hombre ni a favor ni en contra de la Revolución, lo único que hacía era decir misa privada en su cuarto y nada más que eso.

-¿No le pareció una situación rara?

Sí. La situación estaba en conflicto y creo que aquello lo impulsaron, lo animaron, lo estimularon, los elementos más antirreligiosos dentro del equipo revolucionario, para dar una especie de golpe de gracia contra la Iglesia y que no levantará más la cabeza. De hecho, sí fue un golpe muy grande. Entre los que se habían ido en junio después del cierre de los colegios, que se fueron casi todas las congregaciones que tenían colegios, y el cierre de los asilos, imagínate. O sea, no cerraban los asilos, los tomaba el Estado y se fueron echando a perder. El único que quedó fue Santovenia en ese momento que no los expulsaron.

De hecho, en honor a la verdad, a las monjas de los asilos no las expulsaron, casi siempre se fueron porque sus superioras de España tenían miedo. Aquí se manejó mucho, desde la Embajada de España, pero me imagino que eso no venía directamente de Madrid sino de Washington, la hipótesis de que esto iba a ser igual que la Guerra Civil y que, en su momento, iba a haber ese desbordamiento de gente sobre los conventos, con matazón de sacerdotes y de monjas, como sucedió en España.

-¿Por eso se fueron?

Por eso. Por lo menos a la gente de los asilos el gobierno le suplicaba que se quedaran. El de Santiago, por ejemplo, estaba frente al Arzobispado, y me contaba Monseñor Pérez Serantes que él se opuso mucho a que se fueran. Él hizo lo imposible. Decían:

-¡Es que nuestra superiora nos manda a irnos!

-¿Y qué van a hacer esos viejitos?

-Nosotros nos vamos a ir. Aquí dejamos todas las llaves y las cosas. Usted se las da al gobierno que nosotras nos vamos.

Las llevaban para La Habana y aquí se montaban en el primer barco que salía. Pero el gobierno no quería que se fueran porque los asilos estaban bien atendidos y, además, que se hace con aquella caterva de viejos que había. En Cuba casi todos los asilos eran religiosos, no civiles.

Santovenia no se cerró y sigue andando porque era el lugar de estancia de las monjas del interior, que venían y se quedaban ahí hasta que conseguían el pasaje en el barco. Cuando ya no quedara ninguna de las que se iban a ir del interior, entonces se iban las de Santovenia también.

La Santa Sede se opuso mucho a que la gente se fuera, los sacerdotes diocesanos o religiosos y las monjas, pero seguían yéndose, y los laicos, por supuesto, a montones. Mandaron a Monseñor Odi, que era Nuncio en Egipto, para evaluar exactamente cuál era la situación, porque Monseñor Cesare Zacchi, el Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica en Cuba, les dijo que el éxodo de religiosos era un tremendo disparate y pidió la intervención de la Santa Sede con esas superioras españolas.

Entonces mandaron a este hombre y Zacchi lo fue a esperar al aeropuerto y cuando lo montaron en la máquina, le preguntó:

–¿Y usted qué quiere exactamente?

-La primera cosa es impedir que se vayan más monjas de los asilos y después, no sé, reunirme con el gobierno. Es escandaloso que se vayan, esto no puede seguir. El Papa está muy disgustado con eso.

–Pues mire, si quiere impedir que se vayan más monjas, las últimas que quedan están en Santovenia y se van mañana.

Entonces fueron directo para allá, antes de ir a la Nunciatura. Hablaron con la Superiora y ella les dijo:

–Padre, yo no me quiero ir. Si usted se responsabiliza con que va a conseguir que mi Superiora cambie esa decisión, yo no me voy, ni ninguna de mis monjas. Nosotros no nos queremos ir, no queremos dejar a estos viejitos.

Bueno, se quedaron, pero la Superiora no se los perdonó nunca. Mientras esa monja fue Superiora en España, que es de donde eran ellas, las consideró rebeldes y desobedientes; hasta que llegó otra, porque ni les escribía. Ellas les escribían cartas y no les contestaba. ¡Como si fueran cismáticas, las pobres, porque se quedaron contra aquella orden, pero ellas obedecieron a la Santa Sede que está por encima de todo lo demás! Y así fue.

Era un acontecimiento detrás de otro. Yo no estaba aquí. Me enteraba por la gente que me escribía y los de la Embajada en Roma, que eran amigos nuestros y nos mandaban la prensa o nos visitaban. No estuve hasta el 63. Esos golpes tremendos no los viví en Cuba. Después del 63 fue difícil, una etapa muy difícil.

-¿Cómo influyó Monseñor Cesare Zacchi en suavizar la relación de la Iglesia con el gobierno? A veces se habla de una amistad entre él y Fidel.

No, la palabra amistad es muy fuerte. Es decir, normalmente se decía que sí. La palabra que se usaba era esa. Yo no diría que había una amistad. Para mí el concepto de amistad es muy serio. Pero era una relación buena, sin duda. Digamos que tenían química. Se entendían bien.

A él muchas cosas que pasaban en Cuba no le gustaban, por supuesto, pero por otro lado las justificaba. Decía que este era un país que necesitaba la Revolución, que era una lástima que hubiera tomado el camino del marxismo, pero quedándose, dialogando, se podía lograr otra evolución, como se está logrando ahora después de tantos años, pero bueno, él pensaba que esto se podía haber conseguido en los años 60 si se hubiera adoptado otra actitud.

En aquella época el gran problema para la Revolución cubana –¡hay que decir las cosas como son!– era que en definitiva a la Revolución quien la sostenía política y económicamente era la Unión Soviética y la Unión Soviética, no la Rusia de ahora, la Unión Soviética de entonces, la de inmediatamente después de Stalin, con el estalinismo a flor de piel, tenía una manera muy antirreligiosa de entender el marxismo.

Por otra parte, los Estados Unidos eran enemigos y hubieran dado cualquier cosa por haber tumbado el gobierno de Fidel Castro. El único país poderoso que apoyaba era la URSS. Cuba en ese sentido, toda la situación de la Revolución, inclusive el problema de la Iglesia con la Revolución, fue una víctima de las malas relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuba fue el campo de batalla.

-Estábamos en el medio y no se podía andar con medias tintas.

No, no, porque los Estados Unidos no hubieran transado con Cuba nunca, había que quitar a Fidel y punto, y poner un régimen capitalista como antes del 59; y la Unión Soviética tenía que obligar a vivir un marxismo, no un marxismo distinto como lo hubieran vivido Fidel, Raúl y el Che y todos los demás…

-Adaptado más a las condiciones de aquí.

Claro. Digamos que un marxismo menos antirreligioso, porque no tenía por qué serlo. Me acuerdo, hablando después, por los años 70 y pico, con un ruso de la embajada que llegó a ser amigo mío. Un muchacho joven muy simpático, muy buena gente. Él me preguntaba cosas de esa época, como había sido, y yo le decía esto mismo, con todas sus letras, hablando de la influencia política tan negativa. Ayudaron mucho económicamente, es verdad; apoyaron políticamente, es verdad también. La Revolución sobrevivió gracias al apoyo dentro de Cuba, pero también gracias a ese apoyo internacional de la Unión Soviética, eso es cierto.

Pero impusieron unas líneas ideologías tremendas, una burocracia tremenda. Y él me decía: «Carlos Manuel, tú eres aficionado a la historia. Toda la vida, en la historia, el que paga pone la música. Y aquí los que pagamos somos nosotros. La música de esta Revolución, el ritmo con el que hay que bailar, lo ponemos nosotros. Sé que es muy descarnado decirte eso a ti, pero es así». Y ha sido así siempre.

Los países que están con Estados Unidos, este es el que pone la música y aquí nos tocó la Unión Soviética. No es la que nosotros queríamos oír, pero fue la que nos pusieron. Después eso se desmoronó y en el hecho de que las cosas empezaran a cambiar en Cuba con respecto a la Iglesia, por supuesto, entró el factor de que la Iglesia en Cuba cambió, la personalidad del Cardenal Jaime Ortega y todas esas cosas que ya sabemos, de Raúl y todo eso que sabemos; pero también que no existía la Unión Soviética. Rusia se convirtió en un país laico en el año 1991, con una excelente relación con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú.

-Posiblemente después de 1991 fue cuando empezamos a poner la música nosotros mismos.

Exacto, la poníamos nosotros. Como tú dices, por primera vez en la historia de Cuba, en toda la historia de Cuba desde que llegaron los españoles y se fueron los indios, o se murieron o lo que fuera. Porque en tiempos de la colonia éramos colonia española, la música venia de Madrid. Después, en la República, la intervención americana, que más que intervención fue ocupación realmente, y la Enmienda Platt y todo, la música en Cuba la pusieron siempre los Estados Unidos, eso es verdadero.

La Revolución rompió con aquello, pero entonces la música la ponía la Unión Soviética y ahí sí que la Iglesia estaba, dicho muy groseramente, muy «fastidiá», por no decir muy jodía, porque la Unión Soviética tenía una actitud muy fuerte contra los religiosos. Desapareció el sovietismo, no solo en Rusia sino en Polonia, Checoslovaquia, Alemania, como ya sabemos, pues entonces aquí ya mantienen el Socialismo.

Nosotros no teníamos nada contra el Socialismo. Si tú me preguntas a mí, prefiero el Socialismo como sistema de gobierno. Un Socialismo democrático es un sistema muy aceptable. Dile a un sueco o un noruego que ellos no son socialistas. Es un Socialismo de otro tipo, pero es un Socialismo, con propiedad privada, con democracia en las elecciones, todo con una gran preocupación social. Eso es una cosa y aquel marxismo estalinista era otra.

Esa es la causa de todo, lo demás son anécdotas, pasó esto, pasó aquello, pasó lo otro, pasó lo demás. En el fondo lo que había era la presión soviética que quería, por supuesto, que la Revolución saliera adelante y le parecía, dentro de sus esquemas, que no podía hacerlo si la Iglesia era más o menos fuerte, presente.

Al mismo tiempo, la Iglesia se dejaba manejar, sin darse cuenta quizá, por el criterio de Estados Unidos, porque en definitiva hubo mucha gente que apoyó Girón, católicos que se ponían endiablados si tú les decías que era cosa de la CIA y de Estados Unidos. Si es evidente y después lo han dicho y además, ahora se han publicado los archivos y todo. ¡Qué cosa de los cubanos exiliados! ¿Cómo los cubanos exiliados van a tener los barcos, los aviones, van a entrenarse en Centroamérica y todo? Es Estados Unidos y punto. Había mucha ingenuidad con esas cosas.

En cuanto a tu pregunta sobre la influencia de Zacchi. Tuvo esa buena relación con Fidel y por eso quizás pudo parar algunos golpes. Pero influencia sobre Fidel creo que nadie ha tenido mucha.

-Es muy autónomo.

Sí, muy autónomo. Me parece que la persona, esto si es una opinión particular nada más, la persona humana, individual, que haya tenido en su momento una influencia, capaz de discutir con Fidel puntos de vista muy clarito, me parece que la única ha sido Celia Sánchez. Ella podía fajarse con Fidel, de palabras, por supuesto, y decirle las cosas con muchísima claridad y él no ponerse bravo con ella. Confiaba en su lealtad enormemente.

La muerte de ella la lamentamos todos. Yo la quería mucho porque era amiga de mi familia. Su padre era amigo de mi abuelo allá en esa zona de Manzanillo, Niquero. Era muy atenta, atentísima; más que atenta, cariñosa, como lo fue Vilma también.

-¿Era católica?

Fue católica de jovencita, muy católica. Era una de las manos derecha del sacerdote que estaba en El Cobre. Lo llevaba a distintos lugares de la Sierra. Más tarde, se apartó de la práctica, era muy curioso porque no iba a la Iglesia, quizás por todos esos conflictos o lo que fuera, pero en cuanto un pariente se ponía grave, unas tías que tenía que vivían aquí a la entrada de Miramar, las Manduley, en cuanto alguien se ponía grave mandaba a buscar al cura para que no se muriera sin sacramento ningún pariente suyo.

-¿Y ella, falleció sin sacramento?

Ella falleció sin sacramento, por lo menos que se sepa, a mí no me llamaron. Una de las hermanas de ella sí, me llamó y yo le di los sacramentos. Esa también murió de cáncer, los otros hermanos murieron de cáncer, parece que es una cosa genética supongo.

Celia fue extraordinaria. Para contarte una anécdota, cuando empezó la Libreta de Abastecimiento y todas estas cosas, Fidel iba a almorzar a su casa, en la calle 11, entre 10 y 12, en el Vedado, en un apartamento grande. Entonces llega un día y se encuentra con que, en su puesto, hay como seis o siete cartuchitos cerraditos por todas partes. Le pregunta:

-¿Qué es eso?

-En uno hay arroz, en otro hay frijoles, y así. Esos cartuchitos son lo que tú pretendes que se coman cada uno de los cubanos durante un mes. Mira a ver si tú puedes vivir un mes con eso que hay ahí, que es menos de lo que tú comes en un día aquí. Esa era Celia.

***

¿Cómo influyó en la vida de la Iglesia la visita del Papa Juan Pablo II en 1998?

¡Ah, mucho! Si el ENEC sacó a la Iglesia de la actitud defensiva a la actitud evangelizadora, simplificando mucho las cosas, la visita de Juan Pablo II, con esos actos públicos en plazas y en todas partes, porque fue una visita larga, muy preparada, con actos de mucha gente, en La Habana sobre todo, sacó la Iglesia a la calle por primera vez desde el año 59. El último acto masivo, católico, en las calles de La Habana fue el Congreso Católico del año 59 y desde entonces no había habido otra cosa así. Tanto tiempo y con el Papa, por primera vez en Cuba un Papa, con ese carisma de comunicación que tenía Juan Pablo II, impresionante.

La visita del Papa Juan Pablo II en 1998 fue la primera de un Sumo Pontífice a la Isla.

Uno puede discrepar de algunas cosas, pero tenía una capacidad de comunicación, una simpatía desbordante y fue una visita muy bien preparada, con mucha resonancia mundial y nacional, con mucho efecto en el público católico y en el no católico en cuanto a que vieron a la Iglesia en la calle, una Iglesia que a pesar de todos los pesares estaba viva y sabía organizar esas cosas.

***

-El nuevo milenio que se ha mostrado más calmo en las relaciones. A su juicio, cuáles son los cinco acontecimientos más importantes en la vida de la Iglesia cubana en estos años.

El recorrido de la Virgen de la Caridad cae ahí y la visita de Benedicto XVI también. La beatificación de Olallo, el primer cubano que beatifican en Cuba, porque está también el muchacho de Jatibonico, que probablemente tú no lo conozcas, José López Piteira, beato igual que Olallo.

(…)

La mediación del Cardenal Jaime Ortega para la liberación de los presos políticos, algo totalmente nuevo y con muy buenos resultados. Y el quinto puede ser, no es un hecho en sí, la situación de mejor comunicación entre la Iglesia y el Gobierno que se ha dado en los últimos años de manera sostenida, en la que se destacan de manera especial el Cardenal Ortega y Raúl Castro, pero que no son solo ellos dos evidentemente. Jaime cuando habla lo hace en nombre de los obispos y Raúl en nombre del gobierno.

***

-Hay algo en el horizonte de la Iglesia Cubana que motiva no solo a los católicos sino también a quienes no lo son, y es la posibilidad de que el Padre Félix Varela llegue a los altares. ¿Qué cree usted que significaría para la Iglesia cubana? ¿Hay alguna posibilidad de que ocurra en un tiempo cercano?

Sin duda sería muy importante no solo para la Iglesia cubana, sino también para Cuba en general. Cuando Juan Pablo II vino, quería canonizarlo aquí, aunque no hubiera milagro todavía.

-¿Eso se puede hacer?

El Papa está por encima de esas leyes. Pero se le recomendó que no lo hiciera porque entonces le iban a empezar a llover peticiones de todas las órdenes religiosas para que canonizara a su fundador que nadie conoce y al final se decidió no hacerlo. Para que el proceso se dé hace falta demostrar la santidad de la vida, que ya está demostrada; la de la obra, que también está demostrada y, finalmente, un milagro.

(…)

Para mí en lo personal significaría mucho que el Padre Varela llegara a los altares porque él fue quien me inspiró a convertirme en sacerdote. Cuando joven me pregunté: «¿Cuál es la mejor forma de servir a Cuba?». Varela me dio la respuesta. Y aquí estoy.

20 diciembre 2020 18 comentarios 337 vistas
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La decisión de Carlos Prío

por Luis Calzadilla Fierro 17 noviembre 2020
escrito por Luis Calzadilla Fierro

En 1948 fue elegido como Presidente de la República de Cuba, Carlos Prío Socarrás, por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). En su juventud había participado en las luchas estudiantiles y en la Revolución del 30. Cuatro años más tarde, el 10 de marzo de 1952, el antiguo sargento taquígrafo, devenido coronel, Fulgencio Batista Zaldívar, lo sacó de la presidencia mediante un golpe de Estado, que tomó como centro de operaciones al antiguo Campamento Militar de Columbia, convertido después de 1959 en la Ciudad Escolar Libertad.

A pesar del apoyo popular, especialmente de los estudiantes universitarios que incluso reclamaban armas para enfrentarse al emergente dictador, Carlos Prío no reaccionó y decidió partir al exterior, acompañado de su familia. Existe incluso una foto del presidente derrocado, diciendo adiós en el aeropuerto.

Al triunfar la Revolución Cubana, regresó. Fue de los primeros. Pero su estancia sería solo de dos años, pues partió posteriormente dada su franca oposición a la ideología marxista-leninista, proclamada en 1961.

Buena parte de la historiografía cubana ha tildado de cobarde y débil la actitud de Prío, al entregar su gobierno a Batista sin mostrar resistencia. Es la versión más extendida. Pero podría ser interesante ver otra dimensión, la psicológica y psicopatológica, que, en no pocas ocasiones, nos sirve para comprender los acontecimientos históricos.

El pueblo es quien determina la historia. El papel de las grandes personalidades es recoger las aspiraciones y necesidades de ese pueblo en un momento concreto. Pero la personalidad del líder marca significativamente la manera en que se desarrollan los hechos.

Por ejemplo, cuando Lenin, enfermo, en una carta escamoteada durante mucho tiempo, escribió sobre los rasgos negativos de Stalin y recomendó que lo pasaran a otro puesto que no fuera el de Secretario General del Partido Comunista, estaba hablando, en última instancia, de psicología y psicopatología. Sus argumentos se fundamentaban en los rasgos negativos del carácter de quien, a la larga, se convertiría, pese a la advertencia, en su sucesor. El tiempo le daría la razón.

Me contaba un amigo psiquiatra, quien a su vez había recibido la historia de otro psiquiatra, que en el momento del golpe de Estado, Carlos Prío Socarrás padecía de un Trastorno Depresivo Mayor, del cual había sufrido varios episodios anteriores. Si a esto se añade el generalizado rumor del consumo de drogas por el presidente puede ofrecernos este relato una pista para entender su conducta. Se asociarían un trastorno relacionado con el consumo de sustancias y un episodio depresivo mayor, lo que actualmente se conoce como patología dual.

No se trata de una justificación de la conducta de Prío, pero la severidad del cuadro depresivo impide al individuo no sólo tomar decisiones, sino además implica la falta de deseos para tomarlas. Prío eligió el camino más fácil: escapar. Intento comprenderlo. Una de las recomendaciones básicas que los psiquiatras hacen a sus pacientes es no tomar decisiones importantes durante la depresión porque incluso pueden ir contra ellos mismos. No se deprimió por el golpe, ya estaba deprimido y probablemente bajo tratamiento. Aquél solo agravó los síntomas ya existentes.

Cuento este hecho tal como me lo transmitieron y sólo quiero poner énfasis en la importancia de los factores psicopatológicos y psicológicos en la historia universal y de Cuba, llena de supuestos misterios y de explicaciones que no toman en cuenta las variables señaladas, dado su significativo carácter subjetivo y develador de la intimidad de las grandes personalidades, verdaderos agujeros negros del relato histórico.

El 5 de abril de 1977, el ex Presidente de la República Carlos Prío Socarrás se suicidó en su casa de Miami.

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