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Para el ser humano, un proceso de revolución eterna constituye una carga muy pesada. Revolución es movimiento, caos, absoluta inestabilidad. Sucede con regularidad que a los ciudadanos se les imponen condiciones de vida que perciben injustas, y cuando estas se vuelven intolerables para las mayorías, y existe consenso de cambio, se abre al mundo una era de revoluciones.
Pero una revolución es siempre una ruptura del continuo, un accidente de la cotidianeidad. Pues mientras la Tierra es inestable, el mundo humano aparece como estable para quienes lo cultivan. Por ello, un proceso de cambio, aunque necesario, debe claudicar eventualmente a la calma y a la estabilidad.
Quienes fundan una revolución, buscan que la afrenta que se lava, y el futuro que se promete, sean eternos. Revolucionar es un acto de valentía, de originalidad y muchas veces de justicia social. Revolución es crisol y embrión pluripotente, todo puede salir de ellas: luces y sombras, el parnaso y el horror. De ahí que la riqueza del momento histórico se vea eclipsado por la necesaria normalidad que le sigue. Pero la normalidad es, quizás, más importante que el episodio revolucionario, pues es la concreción y el saldo de la injusticia anterior. Por lo tanto, no nos debe asustar afirmar que una revolución acaba para dar paso a una normalidad constitucional posterior.
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La Revolución Cubana es un acto que, en imaginario de quienes la cultivan, se considera eterna e inacabada. Pensarla, es pensar la utopía del heroico sujeto de Girón, del Escambray, y de la Zafra de los Diez Millones. Pensarla, no es considerar la anodina fila para comprar un alimento, o los laberintos burocráticos de cada trámite cotidiano. Dichos sucesos corresponden a una normalidad postrevolucionaria y no al hecho en sí.
Se afirma que la Revolución Cubana es una sola, se trataría entonces de un proceso que abarca las guerras de liberación anticolonial de 1868 y 1895, la Revolución del 30, y la epopeya de la Sierra Maestra del 1956. Esta afirmación, sin lugar a dudas, más que a un análisis racional, responde a una verdad de fe.
Se habla de la eterna revolución, eternamente inconclusa, el evangelio diario de aquellos que sueñan la utopía por encima de la realidad. De aquellos que insisten en que el embrión pluripotente de 1959, puede engendrar mayor justicia social, democracia y prosperidad que lo que existe ahora. Pues como afirmaba Platón, las cosas en la tierra son mera copia fantasmagórica de ideal perfecto que existe en un mundo externo, lejano, pero accesible en el corazón de los que sueñan un mundo mejor.
Se habla de la eterna revolución, eternamente inconclusa, el evangelio diario de aquellos que sueñan la utopía por encima de la realidad.
En este breve ensayo brindaré argumentos para fundamentar que la Revolución Cubana es un proceso enmarcado en la década del 60, pues tiene su inicio en el 59 y culmina el 70. La herramienta metodológica para demostrar tal cosa será el concepto de sujeto revolucionario, aquel sujeto adormecido en el periodo prerrevolucionario, activo en la revolución, y convertido en objeto en la normalidad posterior.
El sujeto y el objeto en las revoluciones
Los conceptos de sujeto y objeto son centrales en la filosofía. El sujeto es la fuente de la actividad, es el principio activo que con acción y pensamiento se trasforma su medio y a sí mismo. El objeto, por su lado, es todo aquello en lo que recae la actividad.
No puede existir nada racionalmente verdadero si no pasa por el tribunal de la subjetividad. Los objetos, por tanto, serán toda cosa que haya sido pensada por una subjetividad. Por ello, el sujeto no puede superar la paradoja de su objetividad: siempre un sujeto va a ser objeto de otro. De ahí la necesidad de un sujeto trascendental, de un ser que sea solo actividad, que siempre sea sujeto y nunca objeto de nadie. La idea de justicia es un sujeto de ese tipo, pues se considera como un principio activo que siempre puede actualizar nuestra fallida realidad con la exigencia de un mundo mejor.
Por tanto, cuando una población encarna la idea de justicia, cuando busca una mejora de sus condiciones, actúa como una totalidad activa y revolucionaria. En el marxismo, el obrero encarna esa idea de totalidad, pues constituye el sujeto objeto[1] de la historia. Es, por una parte, un sector explotado de la sociedad, pero, por otra parte, es quien sabe cómo funcionan las máquinas. Por ello, con su liberación, se libera toda la sociedad.
Cuando una población encarna la idea de justicia, cuando busca una mejora de sus condiciones, actúa como una totalidad activa y revolucionaria.
El tercer mundo y sus revoluciones han necesitado una reformulación de estas tesis marxistas, pues resulta que la mayoría de la población son campesinos, y los obreros se concentran solo en las grandes urbes. Con la transnacionalización de las relaciones económicas, y el surgimiento de la llamada aristocracia obrera —trabajadores asalariados en condiciones de privilegio— las complejidades son aún mayores.El sujeto revolucionario de estos lares necesita ser heterogéneo y estar dispuesto al compromiso entre diversos sectores de la población.
Antecedentes históricos de la la Revolución cubana
Busquemos entender ahora las causas de la Revolución Cubana, cuándo y porqué emerge un sujeto revolucionario, así como las causas de su disolución.
El estudio de la Revolución se encuentra permeado por el distanciamiento. Se considera que el pasado se debe dejar añejar de 50 a 100 años para poder tener una visión objetiva y sosegada del asunto.
Sin embargo, sucede que con los años el carácter concreto de la epopeya cotidiana, la resistencia heroica del sujeto de Girón y el Escambray, ya no es el sujeto cotidiano quien estuvo presente, sino la categoría abstracta de Pueblo cuyas motivaciones puedes explicarse, no en el calor del momento, sino gracias a condicionamientos socioeconómicos.
Sucede además que la Revolución cubana tiene vicios propios también. El presente histórico, con su retórica nacionalista y de resistencia antimperialista, retrotrae al pasado dichas condiciones, de tal forma que Martí y Maceo son vistos muchas veces como marxistas-leninistas. A pesar de ejercicios de grosera ignorancia, no resulta muy difícil justificar una retórica nacionalista cuando la historia se desborda en evidencia de las constantes hostilidades de Estados Unidos hacia el proyecto cubano de soberanía.
La Revolución cubana tiene vicios propios también. El presente histórico, con su retórica nacionalista y de resistencia antimperialista, retrotrae al pasado dichas condiciones.
El otro vicio, quizás más pernicioso, es la teleología, la consabida afirmación de que la Revolución Cubana una sola. Operar en este sentido, implica entender con categorías del presente a las figuras del pasado, lo que oscurece el carácter específico de cada proceso revolucionario cubano.
En el presente ensayo no afirmare que la Revolución es un proceso ininterrumpido desde 1868 hasta el presente, pero sí podemos brindar argumentos para fundamentar una estrecha relación entre la Revolución del 30 y la del 59.
La república: el sueño de independencia y democracia frustrado
La república que nace en 1902 no era la república soñada por Martí pero era, a final de cuentas, una nación más independiente que su pasado colonial. En los siglos coloniales había emergido un sentimiento de nacionalismo, independentismo y justicia social que, en 1902, al menos formalmente podían ser cumplidos. Para lograr el sueño conjunto de los mambises de una Cuba mejor, se debían cumplir dos condiciones: orden democrático y constitucional, así como independencia económica y política. La República de 1902 a 1958 sería el espacio común para el sueño, así como el testimonio de su pérdida.
Lo primero a conquistar era la independencia económica. Tarea difícil con algunos matices positivos en la década del 50. En el período colonial, Cuba se perfiló como un emporio cañero, y desde la 1870, comienza la penetración de capital norteamericano en dicha industria. La intervención de 1899 a 1902 buscaba modernizar la nación y convertirla en un terreno atractivo para inversiones de más capital extranjero.
Durante toda la república, la porción de tierras cultivables en poder norteamericano experimentó radicales variaciones[2], pero casi invariablemente constituía el comprador principal de la zafra y, por tanto, tenia control sobre la economía nacional.
La nación de 1902 nació atada económicamente al Norte con un Tratado de Reciprocidad comercial que garantizaba la preferencia de inversiones, en detrimento de otros capitales como el británico. Si bien Cuba siempre fue un país cañero, fue la Primera Guerra Mundial quien selló el monocultivo en Cuba. Mientras el mundo necesitara azúcar, Cuba sería prospera, y cuando no, miserable. Ese es el destino de toda nación mono productora y atada en exportaciones a un solo mercado.
La nación de 1902 nació atada económicamente al Norte con un Tratado de Reciprocidad comercial que garantizaba la preferencia de inversiones.
El otro tratado de reciprocidad, firmado en 1934, continuó la atadura económica al capital norteño, aunque permitió el desarrollo de sectores industriales que comenzaban a formarse desde la década anterior, no logró la diversificación económica. . Un entorno político diferente, hubiera permitido una mayor diversificación de la economía, pero la Segunda Guerra Mundial y su demanda de azúcar cementaron toda posibilidad de tal cosa. No es sino hasta la década del 50 que existen atisbos, y sobre la base de presiones de organismos internacionales y el estancamiento interno, de una posible diversificación de la economía.
Por todo ello, las posibilidades de enriquecimiento en Cuba eran limitadas. Para el nacional, si bien existieron siempre pioneros en fomentar una economía doméstica, el camino más fácil era la política. De ahí que, más allá de la corrupción, la República era constantemente asolada por el primer fantasma de la falta: la imposibilidad de una economía nacional independiente.
El segundo sueño de la nación era un estado constitucional y democrático. La Enmienda Platt, de 1901 limitaba tal anhelo, en la medida en que ataba políticamente a Cuba con la amenaza de una invasión si el status quo dejaba de responder a los intereses norteamericanos.
Lo antes dicho no impidió que existieran numerosos movimientos nacionalistas que ejercieran la crítica. Tales organizaciones, entre ellas el Partido Comunista y la Central de Trabajadores de Cuba, aspiraban a un modelo diferente de nación. Las primeras tres décadas de resistencia cristalizan en la Revolución de 1933, cuya agenda: independencia política y económica, resumían los anhelos de una República formal, pero materialmente incompleta desde su formación.
Con la constitución de 1940, esos anhelos de justicia observan su concreción legislativa. Revolucionaria en su tiempo, condenaba toda intervención de una potencia extranjera, estipulaba una reforma agraria y promovía un conjunto de derechos sociales inexistentes hasta el momento. La constitución había logrado formalmente las condiciones para que Cuba fuera un país independiente. No obstante, toda puesta en efectividad de dichas leyes fue imposible: de 1940 a 1944 Batista gobernó democráticamente, y de 1944 a 1952 siguieron dos gobiernos auténticos cuyo sello era la corrupción, pero al menos no escapaban los marcos formales de la democracia.

No obstante, el golpe de estado de la cúpula militar batistiana en 1952, constituyo una herida profunda en el alma de la nación. La Patria, cuyos héroes habían sido traicionados, asesinados y sus bustos desacrados, había proyectado sus esperanzas en la alborada constitucional del 40. Los gobiernos auténticos fueron una lenta comprensión de la inoperatividad de la constitución, pero el golpe fue una hendidura radical, que tuvo como consecuencia el triunfo del 59.
El golpe, en sí, tuvo reacciones leves, pues hacia poca diferencia de facto a la inutilidad y corrupción de los gobiernos anteriores. Pero sucede que desde 1947 una rama del Partido Auténtico se había constituido como Partido Ortodoxo, y su lema, «Vergüenza contra dinero»; prometía una posible concreción de la constitución. De haber triunfado, el camino de Cuba hubiera sido otro, pero fue justamente el no triunfo lo que precipitó que en 1953, existiera en la nación posibilidades escasas de un proyecto nacional democrático e independiente.
Existían entonces las condiciones para que los sectores populares, objeto de una nación incompleta, se convirtieran en sujeto revolucionario cuyas demandas fueran, justamente, independencia política y económica.
El proceso revolucionario
Fidel Castro, en su alegato de defensa posterior al Moncada, enumeraba las falencias de la nación: reparto desigual de la tierra, altas rentas habitacionales, racismo, monocultivo, dependencia, etc. El desembarco de 1956 buscaba una insurrección armada que restaurara el orden constitucional en Cuba, era restaurar la constitución del 40, porque ese era el referente combustible para la movilización de un sujeto revolucionario. ¿Qué sectores componían este sujeto? Si bien había una importante lucha sindical en las ciudades, también es cierto que la Cuba de los años cincuenta exhibía en zonas urbanas un notable desarrollo económico como lugar de experimentación para todos los bienes de consumo de Norteamérica.
La narrativa de un pasado idílico que sustenta una zona de la oposición actual al proyecto político cubano, basa sus argumentos en iluminadas fotos de avenidas habaneras. Sin embargo, el principal problema nacional estaba en el campo, tal como describe Fidel Castro en su alegato del Moncada.

En efecto, y para proteger sus intereses, Estados Unidos militarizó la policía rural desde la segunda intervención militar de 1906. La mayor masa de pobres e iletrados se concentraba en el campo. Como la zafra ocupaba solo la mitad del año, el resto del tiempo miles de cubanos vivían en desempleo, los hacendados gobernaban de manera feudal sus terrenos, y todo acto de desobediencia era castigado con violencia. Por todo ello, si bien existe una clase media y algunos industriales que apoyaron el proceso revolucionario, el contingente de la epopeya fue enriquecido primeramente por campesinos bajo la promesa de una reforma agraria.
Un sujeto revolucionario, además de sus causas necesita condiciones para su realización. Mas allá del proyecto de nación inconcluso, se necesitaban medios efectivos para la lucha. La dictadura de Machado había caído con una huelga general, por eso el llano defendía la tesis de otra huelga general; pero considerando que los problemas principales se encontraban en el campo, la apuesta de Fidel mostró ser más efectiva. Si bien ambas propuestas convivieron en la guerra, el fracaso de la huelga de abril de 1958 consolidó la vía armada como forma más eficiente.
Una guerra de liberación es siempre una epopeya, por ello es el conducto más eficiente para el sujeto revolucionario, en tanto conjuga la satisfacción de demandas con el hecho físicamente activo. No importa que fuera en la montaña como en el llano, en el campo como en la ciudad, las clases populares vivían la aventura de la revolución, una aventura que devolvería la dignidad nacional soñada pero nunca lograda.
De la Revolución al Estado, del sujeto al objeto
Una vez logrado el triunfo, se habían concretado dos años de epicidad, las promesas de un cambio radical en la vida de los ciudadanos habían convertido en sujeto al otrora objeto de la historia. Sobre cómo mantener ese sujeto, una vez que se alcanza el poder, se preguntaba Ernesto Guevara en 1965:
«En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico». [3]
La preocupación de Guevara es lícita: la rápida radicalización al socialismo, así como la hostilidad norteamericana, mantuvieron la epopeya más allá del 59. Girón, crisis de los misiles, el Huracán Flora, lucha contra bandidos, la campaña de alfabetización y la zafra del 70; todos ellos son momentos heroicos donde el sujeto revolucionario trasforma activamente su realidad.

Pero, y como se dijo al comienzo, no se puede estar en eterna revolución. Ello constituye una carga pesada para la mente y el cuerpo. Si la epopeya tuvo sentido, es porque debe llegar, naturalmente, la normalidad. Pero como se sabe, la Revolución, amén de una distribución más eficiente, en sus primeros años no mejoró grandemente el nivel de vida de la población. Aun así, las penurias se vivían con cierto sentido estoico, pues ante el estado de excepción del asedio norteamericano, el pueblo cubano actuaba como un bloque unido.
No se puede estar en eterna revolución. Ello constituye una carga pesada para la mente y el cuerpo.
Sin embargo, y fuera de la atención principal, el sujeto revolucionario perdía el combustible de su actividad. Veamos el fenómeno en dos partes:
En primer lugar, ya había ocurrido la guerra de liberación, y por tanto el combustible directo, la aventura de la revolución, ya no existía. El proceso revolucionario ahora se traducía en el ejercicio de micro revoluciones locales y donde campesinos y obreros intentaban borrar de la nación los rezagos del pasado. En segundo lugar, estaban las causas de la emergencia del sujeto: orden constitucional democrático y soberanía económica.
El orden constitucional democrático, si bien instaura formalmente con la constitución de 1976, se opera de facto con el proceso que va desde la unión del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario, así como el Partido Socialista Popular (PSP) para fundar las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Las ORI, con el incidente del sectarismo, pasan a convertirse en el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), y el 1965 queda establecido el Partido Comunista de Cuba (PCC).
Todo este proceso, complejo en demasía para abarcar acá, describe una pérdida gradual y consensuada de la democracia liberal hacia una política de partido único más adecuada al estado de excepción provocado tanto por el bloqueo como por las ineficientes medidas económicas de la naciente revolución. Esta nueva proyección política, era compatible a la aplicada por el modelo socialista de Europa del Este.
Todo este proceso describe una pérdida gradual y consensuada de la democracia liberal hacia una política de partido único.
La soberanía económica, por otra parte, constituyó una tarea titánica desde el inicio. La misión era terminar con el monocultivo, pero una política ineficiente de nacionalizaciones, problemas con la planificación central, además del bloqueo, dieron al traste con dicho anhelo. Por otra parte, el azúcar de Cuba tenía asegurado un mercado en el bloque soviético, y las ganancias permitirían una virtual diversificación. Por ello, la última epopeya revolucionaria fue la Zafra de los 10 millones. Con ella, la joven revolución buscaba demostrarse así misma autosustentable económicamente.
Su fracaso fue, por tanto, el fin (no el fracaso) de la epopeya. La adhesión de la nación al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) del bloque soviético, demostró las limitaciones de la economía cubana, que disfrutaría cierta bonanza económica hasta la caída del bloque socialista.
La eternidad del sujeto revolucionario
Jack Goldstone, experto en revoluciones, así como la estudiosa cubano-americana Marifeli Pérez-Stable, coinciden en que el proceso revolucionario culmina en la década del 70[4][5]. Los motivos que esgrimen son económicos y políticos, se instaura una nueva constitución, así como una nueva dependencia económica. Se pasa de una revolución a una nueva normalidad con un nuevo estado socialista cuyas fuentes de legitimación serán los horrores reales o ficticios del pasado.
Sin embargo, en un proceso de carácter psicológico cuya base es la situación socio-política material, ocurrió en Cuba la génesis y la muerte de un sujeto revolucionario. Mientras las condiciones y los medios subsistieron, hubo combustible para la actividad del sujeto. Una vez se extinguen, muere con ellos un sujeto revolucionario que pasa a ser objeto revolucionario, o sea, objeto de una legalidad y un status quo engendrados por el propio proceso.
Aunque en este este ensayo trato de probar cómo un sujeto revolucionario se hace objeto en la medida en que sus motivaciones se ven cumplidas o truncadas, no es descabellado, para quienes confían en el proceso, afirmar que la revolución aún existe, que aún se mantiene vivo el sujeto revolucionario; pues en el crisol ideológico, dicho sujeto se trasmuta desde una actividad real, hacia una actividad en el campo del mito.
En este caso, nacionalismo e independencia económica se ven cumplidos de una manera peculiar: Se logra en efecto un Estado nacional, pero insertado en las dinámicas de la guerra fría, cuyas consecuencias fueron ciertas concesiones que pudieron afectar la soberanía nacional (Crisis de Octubre). Por otra parte, la independencia económica, y sobre la base de ineficiencias domésticas y presiones externas, fracasa junto a la zafra de 1970. No obstante, y en términos formales, el sujeto revolucionario pasa a ser objeto de una legalidad que se concreta con la constitución de 1976.
Ello es el sujeto real. Pero sucede que los sueños sobreviven en el mito muchos años después de su concesión o traición en el plano material. De ahí que la Revolución fuera capaz de construir una nueva imagen del mundo capaz de sostenerse más allá de la realidad. El liderazgo revolucionario continuaría ese mito incluso después del fracaso de la independencia económica, de tal forma que sobrevive en franca agonía incluso en el presente.
No obstante, comparar una marcha de la Batalla de Ideas con las Declaraciones de la Habana, es no entender la sutileza del mito. La masividad popular de los 60 es alimentada por un atentico sujeto revolucionario, mientras que los actos populares del nuevo milenio constituyen una copia fantasmagórica de los primeros, por tanto, son mera inercia de un pasado glorioso que se piensa retomable.
Referencias bibliográficas
Goldstone, J. A. (1998). The Encyclopedia of Polítical Revolutions. Routledge.
Guevara, E. (2011). El socialismo y el hombre en Cuba. Ocean Sur.
Lukács, G. (1970). Historia y conciencia de clase. Instituto del libro.
Pérez-Stable, M. (1999). The Cuban Revolution: Origins, Course, and Legacy. Oxford University Press.
[1] Para más información consultar «Historia y Conciencia de Clase» de Georg Lukács.
[2] Según Pérez-Stable (1999, p. 16), desde 1920 hasta 1950 hubo una considerable retirada del capital norteamericano. Hacia 1950 el 71% de los centrales estaban controlados por capital cubano.
[3] (Guevara, 2011, p. 3)
[4] Según Pérez-Stable (1999, p. 120): “el año 1970 marca tristemente el fin de la revolución. Las bases sociales del poder político han sido transformadas, y la institucionalización que estaba a punto de empezar impartiría dinámicas más sosegadas en la sociedad cubana.”
[5] Para Goldstone (1998, p. 125): “Para mediados de 1970 Cuba ya no se hallaba en revolución, sino que un nuevo régimen se había consolidado totalmente.”


Cualquier estudio serio de la Revolución cubana debe pasar, entre otras cosas, por analizar la personalidad de Fidel Castro porque buena parte de la revolución fue hecha a su imagen y semejanza, con la no única pero importante idea de perpetuarlo y otorgarle un poder infinito, mucho de la llamada Revolución cubana gira en torno a ese aspecto, lo otro es irse por las ramas con teorías filosóficas como hace este articulo.
Fidel Castro no inventa la revolución. La revolución cubana es una deuda inconclusa a los deseos de autodeterminación e independencia económica que fueron traicionados en la revolución del 30 y en la limitada aplicación de la constitución del 40. La revolución, para ser efectiva, la hacen las masas. Centrar el proceso en una personalidad histórica es simplificar y convertir en estés pasivos a los verdaderos sujetos de la revolución. Además, el espacio histórico que se trata acá termina en 1970, cuando aún no existían esos mecanismos de legitimación tan característicos del proceso posterior. Ninguna persona puede mover masivamente a un pueblo si no existe un combustible objetivo para su movilidad. Las declaraciones de la Habana, Giron, la Crisis de Octubre y la campaña de alfabetización no fueron realizadas como obediencia ciega al líder, sino como deuda histórica a la nación.
Fidel dirige una revolución apoyada por la mayoría del pueblo para derrotar una dictadura que llego al poder por un golpe de estado y restituir la Constitucion del 40 y con ella todos los derechos ciudadanos a los que el mismo Fidel hace alusión en La Historia me Absolverá (desaparecida y borrada como las metas en el muro de La Granja). Logramos los cubanos la autodeterminacion?, de independencia económica no voy ni a preguntar. No se puede hablar de la revolución sin analizar el papel de Fidel porque tan temprano como en 1959, lejos todavía del año 70, este hizo la pregunta que marco el desarrollo posterior de los acontecimientos: Elecciones para que? Se puede hablar de deuda histórica, de continuidad, ya sea de 1868, revolución del 30, o la «continuidad» actual, pero si se quiere llegar a hacer un análisis real y profundo, sin andarse por las ramas, hay que señalar y revisar el papel de Fidel Castro y lo mas importante responder a la pregunta En Cuba todos estos años ha habido democracia real o salimos de una dictadura para entrar en otra.
Creo inclusive que el encabezamiento del articulo esta mal, pregunta como si todavía existiese revolución, y la revolución dejo de ser ese proceso de “revolución es siempre una ruptura del continuo, un accidente de la cotidianeidad. Pues mientras la Tierra es inestable, el mundo humano aparece como estable para quienes lo cultivan. Por ello, un proceso de cambio, aunque necesario, debe claudicar eventualmente a la calma y a la estabilidad.” Y esa estabilidad llego a mediados de los 70 cuando el gobierno revolucionario decidió institucionalizarse, enfoquemos su cambio en la triada de años que van desde 1975: “Año del I Congreso” del PCC al 1977: “Año de la Institucionalización” que como su mismo nombre indica y previo a la creación del llamado Poder Popular el 2 de diciembre de 1976 ya deja de ser Revolución para convertirse en gobierno “elegido”. Después todo giro con ese y sobre las decisiones de ese Líder indiscutible que fue Fidel Castro y un gobierno a su imagen y semejanza. Paso el mando a Raul que lo intento sin muchos resultados, y lo de hoy que ellos mismos se anunciaron como “Continuidad” pero son sin ninguna duda la involución mas dura que han llevado el país a la quiebra económica, el éxodo mas grande de sus ciudadanos y el deterioro casi que hasta lo inimaginable de la sociedad en general.