Mike Fernández, el multimillonario que le cantó las 40 a Marco Rubio

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La noticia es que el multimillonario cubanoamericano Mike Fernández, un líder y referente de éxito en la comunidad cubana emigrada, publicó una carta abierta revelada por el Miami Herald en la que demanda acciones concretas y urgentes a los políticos que pone en el destinatario: el Secretario de Estado, Marco Rubio, el representante Mario Díaz Balart, la representante republicana María Elvira Salazar, y el representante Carlos A. Giménez, todos de origen cubano, y que el propio Mike Fernández ha apoyado en el pasado.

Fernández, un magnate del mundo de los seguros médicos que emigró a Estados Unidos en 1964, asevera que los valores que lo acogieron están recibiendo una amenaza impensable: el actual presidente de Estados Unidos, quien —afirma— lidera una administración que ha tratado con crueldad a los migrantes, de los que no hace mucho tiempo se beneficiaba.

«En este contexto, el silencio de nuestros propios líderes, hijos e hijas de exiliados, se ha vuelto ensordecedor. El silencio no es neutralidad, ni ignorancia, es complicidad y cobardía».

Fernández se refiere al coro cerrado que los representantes de origen cubano han hecho alrededor de Trump, apoyando o empujando medidas que restan derechos o limitan libertades a la comunidad de votantes que los pusieron en el asiento. En el caso de Marco Rubio, la doblez es de 180 grados. Incluso llegó a apoyar la eliminación del estatus de protección temporal (TPS) que protegía a los venezolanos, hijos de inmigrantes. En sentido general se ha convertido en defensor, seguidor, creador e implementador de políticas que rechazan a los migrantes y violan sus derechos.

Todos hacen gala de la ley del autobús: ya yo me monté en el autobús de privilegios de emigrados y exijo que no se pare en la siguiente parada para acoger a más.

En la carta enviada directamente a cada uno de ellos, su autor escribió que el silencio de estos líderes políticos ha causado miedo y daño real a muchos de la comunidad en sus distritos.

«Sí, las dictaduras cubanas, venezolanas y nicaragüenses permanecen como un punto clave y deben ser condenadas. Pero no debemos fijarnos tanto en las heridas del pasado, que dejemos de ver las heridas que creamos en nuestro presente».

Fernández, un veterano del ejército estadounidense enlistado durante la guerra de Vietnam, ha visitado Cuba y se le ha visto en delegaciones de Cuba Study Group, un grupo de empresarios cubano americanos que promueven mejorar las relaciones entre EEUU y Cuba.

El cubanoamericano les recomienda mirar a problemas más cercanos a casa: «Nuestros líderes deben enfocarse en resolver las necesidades de nuestros vecinos del condado de Miami Dade: migrantes, trabajadores, familias sufriendo problemas de vivienda, atención de salud y oportunidades. Necesitamos una nueva estrategia, basada en el coraje y concentrada en las personas del sur de la Florida, las personas que los eligieron para que los representaran».

Entre las demandas específicas, el multimillonario les exige que defiendan los derechos humanos, «condenen el autoritarismo donde quiera que surja, ya sea en La Habana, Caracas, Managua, Moscú o Washington D.C».

Su final es lapidario: «si no pueden encontrar su voz en este momento, o diferenciar un dictador de otro, entones quizás es tiempo de que hagan lugar para otros que puedan tener una visión de las que ustedes carecen».

No es la primera vez que Mike Fernández deja clara su posición, lo hizo ya en una entrevista de hace tres años en la que afirmó: «Siento el dolor que sienten los cubanoamericanos, sobre todo los afectados por alguna medida del gobierno cubano. Siento el dolor que el pueblo cubano se ha visto obligado a experimentar injustamente. Confío en mí, siento el dolor. Dicho esto, vimos que los estadounidenses perdieron a 58 000 de nuestros hijos en Vietnam y sin embargo quince años después establecimos relaciones diplomáticas con nuestro antiguo enemigo. Se ha escrito la historia, se han perdido vidas, millones han sufrido, pero es hora de pasar la página del libro de Cuba. Centrémonos en ayudar al pueblo cubano en lugar de perjudicar al régimen».

No obstante, en una señal del deterioro de las relaciones bilaterales, esta semana también fue noticia que la administración Trump ha decidido pausar indefinidamente las conversaciones migratorias con Cuba, que solían celebrarse semestralmente para abordar temas de interés mutuo como el tráfico humano, el fraude migratorio y el narcotráfico. Un alto funcionario del Departamento de Estado declaró al medio Café Fuerte que «Estados Unidos ya no se comprometerá con el régimen cubano por el mero hecho de establecer un compromiso y mantener un diálogo sin fin».

Esto significa que Díaz-Balart, Salazar, Giménez y Rubio están recibiendo reacciones fuertes a su política cómplice que está reduciendo derechos a la comunidad cubana emigrada por primera vez en la historia del diferendo entre los dos países, desde el triunfo de la Revolución.

No es la primera reacción: ya Rubio, Díaz Balart, Salazar, y Giménez tuvieron sus rostros en una valla que los etiquetaba como traidores, a lo cual respondió Salazar diciendo que era «propaganda castrista», aunque fue pagada por el caucus hispano demócrata de ese estado, una organización que ha sido sumamente crítica con los gobiernos de Cuba y Venezuela.

Significa también que quizás muchos otros piensen lo mismo que Fernández, pero no tienen la fuerza que da tener la capacidad económica que inmuniza ante las posibles represalias de tener un discurso anti-Trump; sobre todo en zonas dominadas por la extrema derecha como lo es Miami, donde el solo hecho de estar en contra de las sanciones es visto con ojeriza y sospecha, y los riesgos de ser anti-Trump son altos: ser acusados de comunistas, castristas o chavista.

En un escenario de binarismos políticos, los políticos cubanoamericanos prefieren la simpleza del conmigo o contra mí, y la carta de Cuba es siempre transaccional y estática en su discurso, pero Trump los coloca en una contradicción que ellos escogen ignorar: la administración ha generado problemas, dificultades, empeoramiento de la calidad de vida y menos derechos para la comunidad de migrantes, esos mismos que los ponen en el asiento.

¿Le costará el pusto a alguno? Debería, pero no hay certeza. Los más directamente perjudicados por las políticas de Trump no son ciudadanos americanos y por tanto, no votan.

La reacción es lógica: las instituciones estadounidenses, sumidas en el terremoto que ha supuesto la combinación Trump-Musk-Vance, han hecho silencio, o caso omiso ante el endurecimiento del discurso y de las promesas de más presiones sobre Cuba.

Por otro lado, la suspensión de las conversaciones migratorias, podrían significar futuras complicaciones para el mecanismo operativo actualmente de deportaciones, ya que estas charlas eran el único canal oficial para negociar sobre temas migratorios entre ambos países. Aunque en 2023 se habían reanudado vuelos de deportación mensuales, con 24 operaciones y 1,152 personas devueltas hasta marzo de este año, las autoridades cubanas han rechazado la repatriación de criminales o inmigrantes con larga residencia en EE.UU.

Pero no solo los republicanos, o los halcones tradicionales que ven en Cuba una tarea pendiente de la época de la Guerra Fría que terminó en términos históricos hace 35 años. Incluso el New York Times, órgano no oficial pero funcional y leal públicamente del Partido Demócrata, una plataforma que dedica ingentes esfuerzos a criticar cada paso de Trump, ofreciendo un escrutinio quirúrgico, con un lente moral, político y legalista, resulta que en el caso de Cuba, se alinea a la narrativa de «contra el gobierno cubano vale todo».

El diario publicó un reportaje esta semana ofreciendo solo dos fuentes para sustentar la política y el discurso de Trump y Rubio sobre las misiones médicas cubanas en el exterior.

La administración Trump tiene una cruzada contra ellas; la más reciente decisión es limitar las visas a funcionarios de cualquier país del mundo que contraten personal médico cubano.

Su narrativa es la misma de Marco Rubio y otros que hace varios años entienden estas misiones en el exterior de una sola manera: tráfico de personas, esclavitud, los médicos son explotados, no se les paga, se les quita el pasaporte, no pueden interactuar con locales, no pueden llevar a sus familias, y una larga lista de vulneración de derechos.

Si bien la cobertura sobre este tema por parte del gobierno cubano es incompleta y propagandista, es conocido en Cuba que nadie va a estas misiones obligados, por lo tanto, está muy distante de lo que define Naciones Unidas como esclavitud, entendida como «una sujeción excesiva por la que una persona somete a otra a una obligación o trabajo». Tampoco se dice que muchos profesionales de la salud han logrado mejorar sus condiciones de vida gracias a estas misiones. Es además conocido que no todas las misiones son iguales, y unas tienen condiciones mejores que otras; en algunos casos estos galenos han podido comprarse casas y autos gracias a lo ahorrado durante la misión.

Pero más allá de las críticas sobre que los médicos no cobran el total de lo que los países pagan por ellos, en la más reciente gira de Marco Rubio por el Caribe, recibió respuestas tajantes de al menos un líder local. El primer ministro jamaicano dijo en conferencia de prensa que los médicos cubanos que estaban en su país eran muy necesarios y que las leyes laborales locales se cumplían en el tratamiento que recibían.

El New York Times, que se precia de ser un medio que respeta a rajatablas las reglas básicas del periodismo, hace gala de superficialidad y falta de confirmación de datos, así como una curada selección del orden de la información, dándole clara preponderancia a las fuentes que sostiene el discurso de Marco Rubio, que en cualquier otro tema es duramente criticado por el mismo medio, dejando para los últimos párrafos una opinión distinta a la establecida por dos fuentes con características muy similares, doctoras que emigraron recientemente a los Estados Unidos. Tampoco explora lo que dicen organismos multilaterales como Naciones Unidas sobre los conceptos de «esclavitud moderna» o «trabajo forzado» que ahí se usan a la ligera.

Nuestra opinión es que la comunidad cubana en Estados Unidos nunca ha tenido tanto protagonismo en los grupos del poder político, y nunca ha sufrido más miedo, incertidumbre y desprotección. Riesgos de deportación, eliminación de ayudas como Medicaid y otras decisiones de la Casa Blanca que golpean más duramente a la clase trabajadora migrante ponen a Miami en el centro de las políticas antiinmigrantes de Trump.

¿Quedará callada la emigración que se enorgullece de haber llegado «a la tierra de la libertad de expresión», máxima que debería usarse, no solo para repetir lo que indica la línea hegemónica, sino para contradecirla?

Que multimillonarios como Mike Fernández se pronuncien en contra de políticas que afectan directamente a su comunidad es algo a aplaudir, más cuando los representantes del Congreso de esa misma comunidad han preferido mirar para otro lado. Sin embargo ¿tendrá esa misma libertad un obrero en Miami que trabaja en un negocio propiedad de un MAGA? 

Por otro lado, New York Times haciéndose eco de un sinsentido es muestra de que el tema Cuba sigue siendo el saco de boxeo perfecto en el país norteño, contra el que no valen los estándares éticos, ni en el periodismo ni en la política.

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