La Méduse y los Andes

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El 17 de julio de 1816, 15 personas moribundas, emaciadas y con los ojos extraviados fueron rescatadas de una balsa a la deriva en el Atlántico, no lejos de la costa noroccidental africana, por la tripulación del bergantín Argus. Se trataba de los únicos supervivientes de alrededor de 150 hombres y mujeres que 13 días antes habían escapado por esa vía del naufragio de la fragata Méduse, perteneciente a la marina de la recién restaurada monarquía francesa. De aquellos quince, otros cinco morirían días después de su rescate.

Con su carga de horrores (asesinatos, locura, canibalismo), la tragedia de la Méduse fue inmortalizada apenas tres años más tarde por Théodore Gericault en su famoso cuadro y recreada, bien avanzado el siglo, en una de las novelas menos conocidas de Julio Verne, Le Chancellor, que a su vez debe lo suyo a The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket, del gran Poe. Tanto en el caso real (y en otros, esparcidos a lo largo de la Historia), como en las obras artísticas mencionadas, la moraleja parece ser que, abocados a privaciones increíbles, los seres humanos se convierten en las peores bestias que cabe imaginar.

Y entonces llega La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona.

Como todo el mundo sabe, la película narra lo acontecido en 1972 a pasajeros y tripulantes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. De las tres obras fílmicas que han abordado el suceso, he visto las dos últimas: Alive! (1993) de Frank Marshall y Kathleen Kennedy, hablada en inglés y protagonizada por Ethan Hawke, Josh Hamilton y John Malkovich, y la de 2023, que motiva estas líneas. La más reciente es, por mucho, la mejor, la más impactante, la más fiel a los hechos reales.

En 13 días, más de 130 personas murieron de hambre y sed, fueron apuñaladas, lanzadas al mar, devoradas o cometieron suicidio a bordo de la Méduse. Los jóvenes sobrevivientes del avión uruguayo permanecieron 72 días a 4 000 metros de altura, en lo más remoto y helado de la cordillera de los Andes; rescatados 16, murieron 29. Aunque es imposible llevar más allá cualquier comparación entre las circunstancias de ambas tragedias, sí es justo decir que, mientras a bordo de la balsa a la deriva enseñorearon al parecer la regresión al salvajismo y el sálvese quien pueda, aquellos que se cobijaron en los restos del avión tomaron desde el principio decisiones encaminadas a proteger a los débiles y salvar a cada uno, a velar ante todo por los intereses del grupo. Y, aunque una de esas resoluciones (la más dura, sin duda) fue, a partir de cierto punto, alimentarse de carne humana, se trató de un paso aprobado por la mayoría y siempre referido a quienes hubieran muerto como consecuencia del accidente o por inanición. Por paradójico que suene, fue un acto llevado a cabo con todo el respeto posible dadas las circunstancias: resulta sintomática la escena (por demás, absolutamente apegada a la verdad histórica) en que, al momento de ser rescatados, uno de los jóvenes se niega a subir al helicóptero si no le permiten llevar consigo una valija en que atesora objetos personales de los fallecidos, para entregarlos más tarde a sus familiares.

Pero La sociedad de la nieve va mucho más allá del morbo inherente a la antropofagia como recurso extremo de supervivencia (de hecho, hay muy poco de eso), para erigirse en un estudio de lo que nos convierte en humanos, de cómo se (re)construyen los lazos y reglas que nos permiten convivir, cómo y hasta qué punto nos necesitamos unos a otros. Los momentos más conmovedores de la película (la nota que deja Numa a sus compañeros, por ejemplo) se relacionan con la cooperación e incluso el sacrificio. Cuando la religión no basta, monologa otro personaje, los dioses somos nosotros.

Es hermoso y terrible ver cómo en tan difícil coyuntura los jóvenes improvisan pésimas cuartetas, imitan el canto de diversos pájaros, evocan sus restaurantes y platos favoritos. Han decidido vivir, y la fantasía y el humor son parte de la vida.

Con un generoso pero imperceptible uso de efectos digitales y composición 3D, la eficacia de la película descansa ante todo en el guion y las actuaciones. Durante la prefilmación, Bayona no se limitó a leer y visionar cuanto se había escrito y filmado al respecto, no solo entrevistó a los supervivientes, sino que varios de ellos estuvieron presentes a lo largo del rodaje y algunos, incluso, tienen pequeños cameos en la película. Todo esto contribuyó a que, en palabras de los protagonistas reales del milagro de los Andes, si el guion no recoge —porque es imposible— todo lo que sucedió durante los 72 días de aislamiento y privaciones, sí es el más completo y cercano a la realidad.

Resulta fácil comprobar, al ver fotos y videos auténticos, la minuciosidad con que se recreó cada detalle, pero el guion nos siembra el camino de pormenores que más tarde cerrarán su arco: en las primeras escenas, durante el juego de rugby, se hace patente la importancia del trabajo en equipo; Numa es persuadido de sumarse a sus compañeros gracias a una nota en papel que le pasan en una iglesia, y al morir deja su testamento espiritual en otra nota, que también va de mano en mano…

Como queda dicho, las actuaciones son otra carta de triunfo. La historia es relatada en primera persona por Numa Turcatti, interpretado por Enzo Vogrincic; aunque el personaje muere pocos días antes del rescate (de hecho, fue la última víctima del accidente), sigue narrando lo sucedido, arropando a sus compañeros con una dolorosa ternura extraterrena. Agustín Pardella y Matías Recalt encarnan a Nando Parrado y Roberto Canessa, los dos jóvenes que caminaron 11 días, venciendo un pico tras otro, hasta descender a un valle donde les salvaron un lagarto y un arriero. Más allá del parecido físico y el maquillaje realista, impresiona el verismo con que estos actores uruguayos y argentinos nos entregan a sus héroes. La cámara se empeña, e indefectiblemente logra, hacernos sentir parte del grupo, hasta el punto de que casi podemos sentir los olores y el frío. Y más cosas.

Uno se hace una pregunta macabra: los sobrevivientes se alimentaron de los cadáveres de sus amigos, y cuando los rescataron ya no quedaba de aquellos prácticamente nada. Si la salvación no hubiera llegado entonces, sino veinte días más tarde, ¿qué habría sucedido? ¿Otra escena dantesca como en la Méduse?

Yo tengo mi respuesta. Vean la película y encuentren la suya.

1 COMENTARIO

  1. Se agradece que ésta película no haya hecho del acto extremo y urgente de comer carne humana el eje de la historia y se haya centrado en las emociones y como no obstante la nieve, el miedo , las heridas y el hambre ellas les hayan arropado de alguna manera salvando sus esencias y la memoria de los amigos muertos. Confieso algo, la voz en off no me dejaba respirar y no me gustó pero de qué sentí el frío casi hasta los huesos, lo sentí. Otra vez, muchas gracias porfesor, ésta columna ya se ha vuelto un lugar obligado al cual volver cada domingo para pensar y ver el cine desde una mirada inteligente e indagadora.

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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