Cuba y España: una relación histórica más allá de la política

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Los profundos lazos históricos y culturales entre Cuba y España han marcado una relación bilateral compleja y dinámica, caracterizada por períodos de colaboración estrecha y momentos de distanciamiento. Aunque las fluctuaciones políticas y los cambios en la Isla desde 1959 han condicionado esta relación, la conexión cultural ha servido como un puente histórico que ha permitido mantener un diálogo, incluso en los contextos más tensos.

Los acontecimientos de 1898 dejaron una profunda huella en el imaginario colectivo español, inmortalizados en la expresión popular: «Más se perdió en Cuba». Esta frase simboliza no solo cómo se considera la magnitud de la pérdida de la colonia, última gran posesión de ultramar española, sino también el impacto de la intervención estadounidense, que marcó el fin del dominio español en el Caribe y el inicio de la hegemonía de Estados Unidos en la región. La pérdida de Cuba significó un punto de inflexión que transformó el rol de España en la geopolítica mundial, orientándola hacia un modelo más enfocado en sus intereses europeos, dejando para sus excolonias en América Latina la influencia cultural e histórica.

Tras la conclusión de la guerra hispano-cubano-estadounidense, que culminó con la independencia formal de la Isla y la cesión de su control a Estados Unidos, Cuba y España establecieron relaciones diplomáticas en 1902. En este contexto histórico España se convirtió en un país emisor de cientos de miles de emigrantes hacia la Cuba republicana, un factor cultural clave que unió aún más los destinos de ambos pueblos. Los ahora bisabuelos y abuelos españoles de generaciones de cubanos, marcaron las raíces de figuras claves de la historia nacional como los propios líderes Fidel y Raúl Castro, hijos de Ángel Castro, nacido en Láncara, Galicia.

Es notable que, incluso durante la etapa franquista, las relaciones diplomáticas entre España y Cuba se mantuvieran, aunque estas eran distantes y condicionadas. Las profundas diferencias ideológicas entre el régimen franquista y la Cuba revolucionaria limitaron el alcance de estos vínculos, que no fueron estratégicos ni prioritarios para ninguno de los dos países. A partir de 1960 este distanciamiento se agudizó con el incidente televisivo entre Fidel Castro y el embajador español Juan Pablo de Lojendio e Irure, que culminó con la expulsión del diplomático y dejó el puesto vacante durante más de una década.

Incluso durante la etapa franquista, las relaciones diplomáticas entre España y Cuba se mantuvieran, aunque estas eran distantes y condicionadas.

Fue con la llegada de la Transición Democrática española cuando las relaciones comenzaron a fortalecerse. En 1978, la primera visita oficial de un jefe de gobierno español y europeo, Adolfo Suárez, marcó el inicio de un vínculo más cordial y fluido, reflejando la intención de España de reforzar sus lazos con América Latina en el marco de su renovada política exterior.

Está claro que ambos países compartían más en común que la distancia entre sus respectivas ideologías y que necesitaban aprovechar ese puente para influir en áreas geográficas estratégicas: España en América Latina y Cuba en Europa (recordemos que España se adhirió a las Comunidades Europeas en junio de 1986). Al mismo tiempo, el diferendo irreconciliable entre Estados Unidos y Cuba ofreció a España una oportunidad única para recuperar espacio en el ámbito económico de la Isla.

Aún en 1986, cuando la URSS seguía siendo el principal referente económico de una Cuba inmersa en el proceso de «rectificación de errores», el mandatario español Felipe González realizó una visita oficial a laIsla.Durante su estancia, fue condecorado con la Orden José Martí y logró un acuerdo para indemnizar a cerca de 3 mil españoles que perdieron sus propiedades a inicios de la Revolución. Lo más importante, amén de sus divergencias políticas, fue que Fidel Castro y Felipe González reafirmaron una estrategia en común para ambos países: incrementar el intercambio económico y comercial.

Según datos de 1985, Cuba absorbía más del 20% de las exportaciones de España a Latinoamérica, mientras que solo el 2.66% de las importaciones españolas desde América Latina provenían de Cuba, lo que reflejaba una balanza comercial favorable para España. Sin embargo, Cuba obtenía un beneficio más relevante: España se convertía en un socio comercial crucial y esta relación se afianzaría en los próximos años, incluso superando crisis diplomáticas como la de 1990, cuando varios ciudadanos cubanos pidieron refugio en varias embajadas en La Habana, incluyendo la española, lo que generó momentos de tensión entre ambos gobiernos.

Según datos de 1985, Cuba absorbía más del 20% de las exportaciones de España a Latinoamérica, mientras que solo el 2.66% de las importaciones españolas desde América Latina provenían de Cuba.

La necesidad de diversificar sus socios políticos y económicos se convirtió en una prioridad de supervivencia para el gobierno cubano tras la caída de la URSS, lo que condujo a un cambio en el discurso oficial hacia un tono más conciliador con ‘la madre patria’. Durante su visita a España en julio de 1992, en el marco de la II Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, en Madrid, Fidel Castro destacó los lazos históricos y culturales que unen a ambos países, subrayando la herencia compartida como base para un acercamiento estratégico en un momento clave para Cuba. En el contexto de esta Cumbre, España comenzó a ejercer presión sobre Cuba para lograr avances en materia de derechos humanos y democracia, demandas a las que el gobierno revolucionario nunca cedió y que sería el punto crítico de una ruptura posterior más grave.

Durante los años noventa, España aprovechó el contexto de ‘debilidad’ económica cubana para apostar estratégicamente por el sector turístico, consolidándose como líder de las inversiones europeas en la Isla. A pesar de las diferencias ideológicas y de ciertas crisis puntuales, el gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), liderado por Felipe González, había mantenido un enfoque pragmático en sus relaciones bilaterales con Cuba, priorizando el diálogo y la cooperación económica como pilares fundamentales del vínculo entre ambos países.

Con la llegada del Partido Popular y, concretamente, de José María Aznar al poder, se produjo un cambio sustancial y más confrontacional en las relaciones con Cuba. De 1996 a 2004, ambos países atravesaron un periodo gris, marcado por un distanciamiento significativo. Aznar, alineado abiertamente con los intereses de Estados Unidos, promovió la adopción de la Posición Común en la Unión Europea en 1996, un mecanismo de presión que condicionaba cualquier cooperación con Cuba a avances en derechos humanos y democratización. Esta política supuso una ruptura con la línea de entendimiento y cooperación promovida por los gobiernos anteriores, al adoptar una postura coercitiva que Cuba percibió como injerencia en sus asuntos internos. El gobierno revolucionario rechazó tajantemente las demandas y las tensiones diplomáticas se agudizaron, debilitando el papel tradicional de España como interlocutor privilegiado entre Cuba y Europa.

Aznar, alineado abiertamente con los intereses de Estados Unidos, promovió la adopción de la Posición Común en la Unión Europea en 1996, un mecanismo de presión que condicionaba cualquier cooperación con Cuba a avances en derechos humanos.

El uso de la coacción económica y diplomática promovida por Aznar no fue bien recibida por varios países miembros de la Unión Europea. La Posición Común, aunque impulsada con firmeza por el gobierno español, terminó adoptando un tono más moderado del inicialmente propuesto, debido a la oposición de algunos Estados europeos a implementar medidas que pudieran considerarse contrarias al derecho internacional o al espíritu de diálogo que caracterizaba la política exterior de la UE hacia Cuba.

Desde entonces, la sociedad civil cubana comenzó a ganar protagonismo en las relaciones con las representaciones diplomáticas europeas en La Habana, como parte de una estrategia orientada a ‘fomentar un cambio democrático en la Isla’. Este nuevo enfoque implicó una modificación en la agenda oficial, que pasó a incluir encuentros formales con disidentes políticos y defensores de los derechos y libertades del pueblo cubano.

Un ejemplo significativo de este contexto fue la visita ‘no oficial’ de los Reyes de España a La Habana en 1999 durante la IX Cumbre Iberoamericana. Aunque el gobierno de Aznar insistió en visibilizar a la disidencia cubana, no se concretaron encuentros oficiales ni se incluyeron opositores en las actividades protocolarias. Aznar, por su parte, sí se reunió con disidentes como Oswaldo Payá y Elizardo Sánchez. La llamada «guerra de los cócteles», en la que las embajadas europeas invitaban a opositores del gobierno cubano a recepciones y encuentros diplomáticos, se intensificó después de 2003 con la explosión política y mediática del Caso de los 75.

Sin embargo, ni la política de Aznar, ni la Posición Común, ni el bloqueo recrudecido con la aprobación de la Ley Helms-Burton tuvo efecto alguno en provocar un cambio en el gobierno cubano que, lejos de ceder, adoptó un tono aún más intransigente y confrontacional hacia Europa y Estados Unidos. Estos métodos injerencistas de política exterior han sido ineficaces en el pasado, lo son en el presente y, con toda probabilidad, seguirán siéndolo en el futuro. Cuba no renunciará a su soberanía ni a su autodeterminación, de modo que estas vías coercitivas solo generan resultados opuestos, al ser completamente irreconciliables con sus principios.

Volviendo al período de Aznar, es importante destacar que, incluso en medio de tensiones políticas, siempre existieron acuerdos que trascendieron la confrontación porque se beneficiaban ambas partes. Paradójicamente, durante su mandato, las autoridades cubanas otorgaron más licencias de inversión a empresas españolas que en todos los años del gobierno de Felipe González: de 2004 a 2014, la balanza comercial entre ambos países acumuló un saldo favorable a España superior a los 5.200 millones de euros, consolidando su posición como principal inversionista en la Isla.

De Aznar a Sánchez: del enfrentamiento al diálogo

Con la llegada de Donald Trump a su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, cabe preguntarse si podría repetirse un «periodo Aznar» en las relaciones entre España y Cuba. La realidad es que resulta bastante improbable. Desde el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), pasando por Mariano Rajoy (PP) y el actual presidente Pedro Sánchez (PSOE), la política exterior española hacia Cuba ha mantenido un tono de diálogo constructivo y una cooperación creciente, enfocada principalmente en los ámbitos económico y cultural.

El proceso de normalización de las relaciones entre España y Cuba y la posterior derogación de la Posición Común en 2016 no fue un camino fácil ni exento de contradicciones. Cada gobierno español adoptó pasos distintos, condicionados por las circunstancias internas de Cuba y los intereses propios y europeos.

Durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), España tomó la iniciativa para suavizar la política de presión que representaba la Posición Común de la Unión Europea hacia Cuba. Zapatero promovió la eliminación de las sanciones impuestas en 2003 (Caso de los 75) y buscó inaugurar un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales. Este cambio coincidió con un momento relevante en el contexto interno de Cuba: la llegada de Raúl Castro al poder en 2006, tras la renuncia de Fidel por razones de salud. Aunque Raúl prometió una reforma integral de la economía cubana, los avances en materia política y de derechos humanos seguían siendo muy limitados para las expectativas europeas y estadounidenses.

Zapatero promovió la eliminación de las sanciones impuestas en 2003 (Caso de los 75) y buscó inaugurar un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales.

No obstante, Barack Obama dio un giro de 180 grados a la estrategia de influencia sobre Cuba, lo que creó una coyuntura propicia para fortalecer los lazos económicos y diplomáticos con la Isla, mientras se mantenía la expectativa de que estos cambios fomentaran una apertura política a largo plazo. En este contexto, aunque de forma más cautelosa que su predecesor y alineado con los cánones políticos del Partido Popular (PP), Mariano Rajoy (2011-2018) no revirtió el diálogo con Cuba ni retomó una política de confrontación. Su gobierno priorizó los intereses económicos y empresariales de España en la Isla, con un enfoque especial en sectores estratégicos como el turismo, la energía y las infraestructuras hoteleras y de transporte, donde las empresas españolas consolidaron su presencia y liderazgo.

Finalmente, con Pedro Sánchez (PSOE), España consolidó su papel en el proceso de normalización mediante su respaldo al Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación firmado entre la Unión Europea y Cuba en 2016. Este acuerdo reemplazó formalmente la Posición Común y abrió una nueva etapa de relaciones bilaterales, centrada en la diplomacia y la cooperación multilateral.

El traspaso de poder de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel tuvo en España un aliado, ya que Pedro Sánchez realizó en 2018 la primera visita oficial de un presidente español a Cuba en 32 años. Sánchez no solo evitó reunirse con opositores al gobierno cubano, sino que durante su visita se firmó un memorándum de consultas políticas que estableció un mecanismo de diálogo anual entre ambos países, con un compromiso explícito de incluir los derechos humanos como parte de la agenda. Ningún otro país europeo había logrado un acuerdo de esta naturaleza con Cuba, lo que reflejaba la voluntad de España de consolidar su papel como mediador privilegiado.

Además, se firmó un acuerdo de cooperación cultural, considerado un pilar esencial de la política exterior española en la Isla. La visita estuvo respaldada por una delegación de más de 20 directivos de empresas españolas, centrados en consolidar y ampliar las inversiones en sectores estratégicos como el turismo y la construcción, puntos clave del interés económico español en Cuba.

La visita de sus majestades los reyes Felipe y Letizia en 2019, en el marco del 500 aniversario de la fundación de La Habana, refrendó la tesis histórica de que España apuesta por una relación cordial con el país con el que comparte profundos lazos culturales.

Sin embargo, resulta notable que Cuba ha ido perdiendo protagonismo en las prioridades de la política exterior española en América Latina, donde países como México, Brasil, Colombia y Argentina han ganado un mayor peso estratégico gracias a sus condiciones económicas favorables y su atractivo como socios comerciales.

Cuba en la agenda española: estabilidad sin protagonismo

La gravísima crisis económica que atraviesa Cuba no resulta en absoluto favorable para atraer a turistas, inversionistas o empresarios (españoles). A esto se suma la falta de un liderazgo político, tanto interno como regional, que sitúe a Cuba en el centro de la atención política y mediática. El protagonismo que en su momento tuvo Cuba ha sido desplazado por Venezuela, que concentra lo poco que resta del interés político español en la región. Como resultado, Cuba ha dejado de ser un tema de debate relevante entre los distintos partidos políticos españoles.

El profesor emérito Manuel Alcántara Sáez comentó a La Joven Cuba que «la importancia de América Latina en la política exterior de España ha venido paulatinamente disminuyendo y en la actualidad se sitúa en el nivel más bajo de los últimos 45 años, ya que la europeización de la política exterior española ha desviado el foco hacia las prioridades continentales en un juego de suma cero, donde España, como “potencia media”, carece de recursos y capacidades para atender con igual intensidad a ambos lados del Atlántico. Además, América Latina es un espacio cada vez más fragmentado, lo que dificulta las relaciones multilaterales y exige un esfuerzo bilateral considerable, dada la diversidad y cantidad de países que la integran».

Para Alcántara Sáez en estos momentos Cuba no tiene ninguna prioridad en la geopolítica española. «La Isla que en otros momentos gozó de mayor relevancia, ha quedado desplazada del interés político español, superada desde hace dos décadas por Venezuela como foco principal de protagonismo y atención en la región».

En los medios españoles, las noticias sobre Cuba en 2024 fueron escasas y con poca resonancia: los apagones, la migración de miles de cubanos y la interminable crisis sistémica son algunos de los temas mencionados, con casi nula atención a iniciativas políticas, como sí ocurrió en décadas anteriores.

En los medios españoles, las noticias sobre Cuba en 2024 fueron escasas y con poca resonancia

En el ámbito político, la actividad de los partidos ha sido también muy limitada. Mientras que el partido ultraconservador Vox lidera el apoyo a las manifestaciones de la disidencia cubana en España y a aquellos que llegan de gira por el continente europeo, el Partido Popular (PP) ha sido el más activo durante este año con iniciativas concretas. Por una parte, presentó ante el Congreso español una resolución condenando las violaciones de derechos humanos en Cuba y denunciando las condiciones de las misiones médicas cubanas. De forma paralela, como parte del Partido Popular Europeo (PPE), impulsó una propuesta en el Parlamento Europeo que alertó sobre el aumento de presos políticos y el deterioro de las libertades civiles en la Isla.

Una acción más reciente ocurrió en noviembre pasado, cuando una diputada del PP cuestionó al gobierno sobre el volumen de la cooperación española en Cuba, recordando que la legislación española prohíbe expresamente mantener ayudas a países que violan los derechos humanos y además mantienen deudas con España. En esta rendición de cuentas se reveló que la deuda de Cuba con España asciende a 2.000 millones de euros, una cifra que refleja las tensiones económicas persistentes entre ambos países.

Por su parte, el PSOE, en el poder desde 2018 (con elecciones generales previstas para 2027), ha defendido el diálogo con el gobierno cubano y ha evitado apoyar condenas por violaciones de derechos humanos tanto en el ámbito interno como en el europeo, aunque Cuba no ha ocupado un lugar relevante en su agenda reciente.

Sin embargo, a pesar de este apagón político, la emigración cubana a España ha alcanzado cifras históricas en los últimos años. Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), al 1 de enero de 2023, 198.639 personas nacidas en Cuba residían en España, lo que representa un aumento drástico respecto a los 63.618 registrados en 2022. Este fenómeno migratorio confirma que España sigue siendo un puente vital y un refugio natural para los cubanos. Más allá de las relaciones bilaterales, donde no se esperan cambios significativos a corto plazo, la memoria histórica y cultural compartida continúa uniendo a ambos pueblos, manteniendo una conexión profunda que trasciende las coyunturas políticas y económicas.

A pesar de este apagón político, la emigración cubana a España ha alcanzado cifras históricas en los últimos años.

La relación entre Cuba y España se encuentra en un momento de estabilidad que, al mismo tiempo, podría interpretarse como estancamiento. Por un lado, Cuba ha perdido atractivo económico para los empresarios españoles y el debate entre partidos se centra en más de lo mismo: la oposición, representada por el Partido Popular (PP) y Vox, insiste en cuestiones de derechos humanos y democracia, mientras que el gobierno de Pedro Sánchez aboga por la cooperación, el diálogo respetuoso y el fortalecimiento de los vínculos culturales y afectivos.

Ya que no habrá un cambio de gobierno pronto en España, no se esperan transformaciones drásticas en el enfoque hacia Cuba. Sin embargo, será importante observar las consecuencias imprevisibles que podría tener el retorno de un gobierno como el de Trump en Estados Unidos, especialmente en sus relaciones con Europa y cómo estas podrían influir en la postura de España hacia la Isla. También habrá que considerar que Trump ha designado como nuevo embajador estadounidense en España a Benjamín León Jr., empresario de origen cubano, donante de su campaña y ferviente republicano, lo que podría mover las fichas y ejercer presión sobre España para adoptar una postura más severa en su relación con Cuba.Por ahora, todo parece apuntar a la continuidad de una política exterior española centrada en la estabilidad y el pragmatismo.

Por otra parte, no se percibe una ofensiva diplomática evidente por parte de Cuba hacia España, al menos de manera pública. Si se evalúa el alcance de ambas embajadas, el desequilibrio resulta claramente desfavorable para la Isla. Esto pone de manifiesto que, aunque España ocupa un lugar prioritario en la política exterior cubana, la discreción sigue siendo la estrategia dominante. Sin embargo, esta postura también limita la capacidad de Cuba para posicionarse frente a otros países latinoamericanos que han logrado mayor protagonismo en la agenda española.

La resiliencia del gobierno cubano en su política exterior hacia España (y Europa) podría traducirse en mejores resultados a nivel de influencia política, si se priorizara una relación más pragmática y menos ideológica, que es, en definitiva, la estrategia por la que optan los españoles.

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Lisset Argüelles
Lisset Argüelles
Lisset Argüelles Periodista y ex-diplomática cubana. Analista de política internacional y especialista en comunicación política, con experiencia en relaciones UE-América Latina.

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