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La noticia es que la cooperación internacional de varios actores —la Unión Europea, el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid y el Gobierno de Rusia— inyectó recursos en sectores de la vida cubana fuertemente afectados por la crisis que atraviesa la Isla.
El anuncio más voluminoso procede de Bruselas: el programa Biotec-Cuba, lanzado esta semana en La Habana, aportará 8.5 millones de euros de fondos europeos para impulsar la investigación, la producción y la regulación de biofármacos en Cuba y el resto de América Latina y el Caribe.
El plan se articula en torno a dos pilares. El primero, dotado con 6.625 millones de euros, fortalecerá las capacidades de I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) de BioCubaFarma y la Universidad de La Habana, además de modernizar la planta industrial CIGB-Mariel SA, clave para los ensayos clínicos de nuevos medicamentos. El segundo, con 1.875 millones, se concentrará en mejorar los laboratorios del Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED) y digitalizar sus procesos con apoyo de OPS/OMS y del Ministerio de Salud Pública, de modo que la autoridad reguladora cubana se alinee con los estándares de referencia de la OMS y de la región.
La iniciativa prevé también la capacitación internacional de especialistas y la creación de redes con homólogos europeos, lo que, según la nota publicada por la agencia estatal Prensa Latina, «facilitará el acceso a productos sanitarios seguros, producidos en Cuba o importados, bajo los mejores estándares internacionales».
Con ello, Bruselas refuerza la cooperación sectorial establecida en el Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación (PDCA), vigente desde 2017 y que ha canalizado más de 200 millones de euros hacia proyectos cubanos en la última década.
Por otro lado, en España, la Junta de Gobierno Local de Rivas Vaciamadrid aprobó 176,000 euros para nueve proyectos de cooperación, entre los que destacan dos iniciativas cubanas: el fortalecimiento de comunidades energéticas rurales en Santiago de Cuba (23,500 euros) y la puesta en marcha de un policlínico en Báguanos, Holguín (9,500 euros). Ambas acciones, encabezadas respectivamente por Sodepaz y Medicuba España ONGD, apuntan a mejorar la autosuficiencia energética y la atención primaria de salud en zonas con carencias estructurales.
En una cuerda más asistencialista, Moscú enviará 469.2 toneladas de aceite de girasol a través del Programa Mundial de Alimentos, con la promesa de un cargamento adicional de 187 t en las próximas semanas. Según el embajador de Rusia en Cuba, Víctor Koronelli, la donación está destinada a «los sectores sociales más vulnerables, incluidos niños y ancianos», y se inscribe en la ayuda humanitaria que ese país suministra regularmente a su aliado caribeño.
Esto significa que la cooperación internacional está tratando de tapar varias brechas simultáneas en la policrisis cubana, pero cada actor lo hace por motivaciones y con impactos distintos.
Uno de los sectores más sensibles es el de la salud, especialmente por la escasez de medicamentos. El propio gobierno reconoció a finales de 2024 que apenas un 30 % del cuadro básico está garantizado, lo que desplaza el suministro de medicinas imprescindibles al mercado informal. Esta situación no solo deja sin cobertura a un importante segmento de la población, sino que tiene fuertes implicaciones en materia de seguridad.
Por tanto, el programa Biotec-Cuba puede convertirse en un salvavidas parcial. Al inyectar capital y know-how en BioCubaFarma y modernizar CIGB-Mariel, la Unión Europea espera que la industria local reanude líneas paralizadas por falta de insumos y vuelva a producir genéricos esenciales como enalapril o metformina, cuya ausencia tensiona hospitales y farmacias desde la crisis pandémica. La creación de capacidades regulatorias en el CECMED, por su parte, busca acelerar la aprobación de lotes y garantizar trazabilidad, un cuello de botella que hoy ralentiza la llegada de medicamentos incluso cuando hay materias primas.
Sin embargo, el programa no está exento de controversias. Organizaciones opositoras sostienen que el Acuerdo con la Unión Europea no ha generado avances tangibles en libertades cívicas, y reclaman que Bruselas use la condicionalidad prevista en el acuerdo para presionar por la liberación de presos políticos.
El propio Parlamento Europeo ha llegado a pedir la suspensión temporal del tratado si La Habana no mejora su historial de derechos humanos. Por el contrario, la Comisión Europea defiende la estrategia de «engagement crítico» y señala que proyectos como Biotec-Cuba demuestran su capacidad para aliviar necesidades básicas en la población y mantener una vía de interlocución con el Gobierno y la sociedad civil.
En el frente energético, la micro-inversión de Rivas Vaciamadrid —pese a su tamaño modesto— introduce un modelo novedoso: comunidades solares rurales que pueden reducir la dependencia de grupos electrógenos diésel y de la red nacional, actualmente sometida a déficits de generación superiores a 1 000 MW en gran parte de 2025. Al proveer equipamiento y asistencia técnica, el proyecto apunta a que vecinos de zonas montañosas de Santiago de Cuba gestionen su propia micro-red, replicando experiencias latinoamericanas de transición energética comunitaria. Si prospera, serviría de laboratorio para iniciativas similares en otros territorios —principalmente rurales— afectados por apagones prolongados.
En cuanto a la ayuda rusa, si bien está centrada en el asistencialismo, incide sobre un insumo alimentario más escaso y más caro, que, además, ha desaparecido de la lista de productos subsidiados en la libreta de abastecimiento. La donación de 469.2 t de aceite equivale aproximadamente a medio millón de litros, lo cual podría cubrir algunos hogares puntualmente, aunque no representa una inversión que se enfoque hacia la autosostenibilidad, ni que forme capacidades de producción dentro del territorio.
El gobierno ruso ha mantenido una estrecha relación con Cuba, que se ha afianzado aún más luego de que el bloque occidental se distanciara de Moscú por su invasión a Ucrania, y, en cambio, Cuba respaldara o se abstuviera de hacer críticas a su aliado por una acción que le ha valido el repudio de occidente, incluso dentro de partidos y movimientos de izquierdas.
Durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo que tuvo lugar esta semana, el ministro de Energía ruso, Serguéi Tsiviliov, y el ministro cubano de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Oscar Pérez-Oliva Fraga acordaron profundizar una «cooperación energética integral» y se recordó que la ayuda rusa incluirá la construcción en la Isla de una nueva unidad generadora de 200 MW y la reparación mayor de varios bloques de 100 MW. El diálogo también abordó la aplicación de inteligencia artificial y la ciberprotección de las infraestructuras, así como futuras alianzas en exploración petrolera y energías renovables.
Para Cuba diversificar fuentes de cooperación resulta vital. Con Washington aferrado en aumentar las medidas unilaterales coercitivas y el turismo en descenso, el acceso a créditos blandos y donaciones se convierte en un mecanismo de supervivencia macroeconómica. Pero la diversa naturaleza de los donantes también exige capacidad de absorción y transparencia, dos aspectos débiles en la gestión estatal. BioCubaFarma, por ejemplo, opera con un esquema de negocios que combina exportaciones y convenios de inversión extranjera; aun así, reconoce que las carencias de medicamentos derivan de la falta de insumos importados y de divisas para pagarlos.
El éxito de la colaboración europea ante la ciudadanía será visible solo si la empresa logra mantener una cadena de suministros estable en las farmacias del país, que hoy exhiben anaqueles vacíos.
Nuestra opinión es que toda cooperación internacional es bienvenida, sin embargo, esto no sustituye la necesidad de reformas internas que, no solo hagan a la Isla menos dependiente de la «caridad» de otras potencias, sino que le permitan aprovechar aquellas inversiones —tanto de dinero como de saberes— para que sus empresas se desarrollen y sean capaces de cubrir las necesidades básicas de la población.
Sin cambios profundos en la gestión empresarial, los proyectos corren el riesgo de diluirse en la ineficiencia burocrática.
La inversión en un segmento tan sensible como el de los medicamentos refuerza la importancia de mantener el PDCA, no solo como una forma legítima de soft-power dentro de la diplomacia pública para impulsar cambios democráticos, sino que además incide directamente sobre la vida de la población en problemáticas —como el acceso a los medicamentos— para las cuales las líneas de «mano dura» tienen muy pocas o ninguna alternativa.
Esta actitud contrasta con la de la Embajada norteamericana, cuyo máximo representante se pasea por los lugares más pobres de La Habana, habla con familias en situación de vulnerabilidad, y culpa constantemente al gobierno de la Isla de estas carencias, pero no ofrece ninguna alternativa o ayuda a los cubanos, que no sea «sublevarse» para derribar al Estado, sin ninguna garantía tampoco de que puedan lograr este objetivo.
Del lado español, el ejemplo de Rivas refleja cómo gobiernos locales aprovechan competencias de solidaridad para apuntalar la Agenda 2030, pero el impacto agregado sobre los territorios acá dependerá de cómo estas iniciativas escalen para ser sostenibles en el tiempo y de la coordinación con actores nacionales para mantenerlas con recursos propios.
Por otra parte, la pluralidad de socios coloca a Cuba ante un delicado equilibrio diplomático: la UE insiste en un «compromiso crítico» que mezcla cooperación sectorial y diálogo sobre derechos humanos; Rusia consolida su influencia geopolítica con ayuda humanitaria; y los gobiernos locales europeos se alinean con la Agenda 2030 promoviendo iniciativas de desarrollo de base.
De momento, la cooperación internacional actúa como dique de contención frente a la crisis, aun cuando las corrientes subterráneas —falta de divisas, inflación y migración masiva— sigan erosionando la base económica del país. Sin embargo, para hacer sostenibles estos beneficios como un motor de arranque que permita salir de la crisis, es imprescindible transformar la cooperación en autonomía productiva, y no contar con ella como un salvavidas perpetuo.


Se sabe, con África y Haití como ejemplos sobresalientes, que las donaciones pueden ser armas de dos filos: qué productor local puede competir con los productos regalados?
Cuando los países donadores tienen excedentes los pueden regalar. Cuando esos excedentes, por cualquiera de múltiples causas, desaparecen, igual sucede con las donaciones.
Si los productores locales quiebran durante las donaciones abundantes, quién queda para suplir con producción la súbita ausencia de las generosas dávidas en tiempos de vacas flacas?
Desgraciadamente, quienes gestionan y/o distribuyen las donaciones se benefician personalmente de ello de varios modos y, generalmente, no ganan nada si aumenta la producción nacional.
Solamente si un país produce algo con qué pagar, puede ser interesante para potenciales inversores o prestamistas. Claro, hace falta que no haya demasiada migración antes porque si no, quiénes quedarán para producir?