En modo Banao: la reserva ecológica

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Ha sonado la alarma del teléfono y he abierto los ojos. Aunque reconozco que este techo y estas paredes son las mismas que me han dado cobija durante los últimos años, me siento desubicado. Salgo de la cama en modo automático, me mojo la cara, reviso el refri, miro por la ventana los edificios grises y la calle…

Cuando me dispongo a colar café, la salamandra que vive detrás del mueble de la cocina sale de su escondite. Me quedo mirándola. Ella también a mí. No hago movimientos bruscos. La salamandra no se asusta. Permanecemos así un tiempo indefinido hasta que da la vuelta lentamente y sale disparada a cazar a un insecto que no identifico. Sonrío porque creo que lo atrapa, y porque me doy cuenta que ese viaje a Banao ha despertado en mí instintos que tenía dormidos.

La Reserva Ecológica Lomas de Banao se localiza en el Macizo de Guamuhaya, a 20 km de la ciudad de Sancti Spíritus. Apenas bajas del camión conoces del alto nivel de endemismo de su flora y fauna. Somos cerca de veinte, casi todos fotógrafos apasionados por la naturaleza. Para algunos es su segunda visita. Yo vengo sobre todo a tomarme vacaciones, a alejarme de la city. No tengo el equipo para hacer fotos de aves en vuelo ni grandes primeros planos. Si acaso, algunos paisajes. Dejo la mochila sobre un banco y recorro el lugar. Más tarde buscaré dónde armar la tienda de campaña.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

Me alejo por las pasarelas de las márgenes hasta encontrar un trillo que me conduce hasta la cascada La Bella. Como hace mucho no llueve el agua se mantiene súper transparente. Me siento al borde de la poceta, sobre las raíces de un árbol, a contemplar, a relajarme. Por un momento pienso que me gustaría compartir la aventura con mis hijos. Como es imposible, enseguida descarto la idea. Incluso me saco el teléfono del bolsillo y lo guardo en el bolso de la cámara: no les mandaré fotos. Además, hay muy poca cobertura. Este es un tiempo mío, que necesito para mí, me digo.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

Caminar por el bosque es ver en qué piedra pones el pie, qué rama seca evitas, por dónde es mejor atravesar el arroyo. Es también administrar tus fuerzas, respirar con el abdomen si subes una cuesta empinada, nunca desesperarte. Son seis kilómetros hasta la estación biológica La Sabina, pero no hay apuro. Los mulos llevarán los equipajes.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

La guía marca el paso, el suyo, porque nosotros vamos mirándolo todo. El grupo se estira. Cada cual persigue sus fotos. Veo cartacubas, carpintero verde, zunzunes y otro montón de pájaros que no sé identificar.

Banao
(Foto: Adrián Lamela Aragonés)

Como he tomado confianza me aparto del camino. Desciendo cerca de cien metros hasta el río. Voy solo. Sé que no está bien. Me digo que tengo que ser el doble de precavido. Pienso en mi madre y en el mar y en los versos de Martí. Sé que no importa si dulce o salada: es el agua lo que me atrae.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

El río corre entre dos montañas, cada vez más estrecho, como si estuviese a mitad de un embudo. Giro en redondo mirando hacia arriba, hacia las cumbres, y me mareo pensando en lo minúsculo que soy ahora mismo en medio de toda esta naturaleza perfecta. Mis cuarentaitantos años frente a los siglos de este paraje. Está el agua cayendo en cascada, como el tiempo, definiendo lo transitorio de la vida humana. ¿Qué conflicto tenía antes de llegar aquí? ¿Cuáles eran mis preocupaciones? Un árbol que tiene la mitad de las raíces fuera de la tierra ha logrado sobrevivir.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

Las piedras resbalan con el limo. El río desaparece ante mi vista unos metros adelante. Pongo la cámara en un lugar seguro y bajo ayudándome de manos y piernas, buscando el borde. Es el salto de agua, es la cascada. Es una de esas barreras que te dan una sola opción: buscar un camino nuevo. Hago la foto que nunca captará lo que estoy sintiendo y decido no desandar el tramo hecho. Prefiero abrirme paso monte arriba, buscando la cumbre.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

Onelio y su hermano nos reciben en La Casa de María Antonia, a mitad de camino. Pasan el café tostado por el pilón, lo hacen a la antigua, a colador, sin cafetera. Me lo tomo sin miel ni azúcar, como siempre. Son gente buena, de Banao. Llevan aquí toda la vida. Un puerco se les escapa y caminan kilómetros buscándolo, como si nada. El hermano de Onelio tiene una hija fuera del país. La otra acaba de irse también, gracias al parole.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

La familia de Hoyos del Naranjal salió de Holguín hace casi veinte años. Llevan cinco en esta zona y me dicen que están valorando regresar allá. Quizás antes de diciembre. Junior, de 28, es el más joven. Tuvo una novia de Banao, pero se terminó la relación. No es fácil estar aquí tan solo -dice. Como por cambiar el tema le pregunto por un caballo de crines rubias que vi pastando cerca. Es la yegua del que fue mi suegro -responde. Tengo que ir allá a devolvérsela.

Banao
(Foto: Néster Núñez / LJC)

Hoy me levanté de mi cama desubicado, perdido, hasta que vi la salamandra cazando su comida. Y vi también, por la ventana, la mata de mango del vecino, florecida, y un par de abejas revoloteando. Después me senté a revisar las fotos que hice y las que subieron los muchachos al grupo de WhatsApp que creamos. Las escamas en la piel del chipojo me recordaron a los dinosaurios, que el tiempo trascurre sin que nos demos cuenta, y el agua cayendo en la cascada la vi en el fondo de sus ojos.

Banao
(Foto: Deryl Varela)

En la forma del escarabajo verde vi una nave de ciencia ficción. De ahí me fui a las galaxias, al espacio negativo en la fotografía, al amigo que dice que somos un granito de nada en el confín del universo, mientras prepara para un turista hambriento un emparedado de jamón y queso en un hotel de Varadero.

Banao
(Foto: Adrián Lamela Aragonés)

Luego respiro profundo con la sensación de haber traído a la ciudad lo más importante de aquello que viví durante una semana en las Lomas de Banao: la actitud calmada y contemplativa, la paz, la fantasía y la belleza, tan necesarias para vivir hoy y siempre en Cuba, y en cualquier lugar de este planeta.

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16 COMENTARIOS

  1. Me encanta tu perspectiva y tu forma de escribir, que tiene una forma de humanidad que no es muy común hoy en día. Estos textos merecen ser recopilados y publicados en un libro ilustrado. Bien hecho y gracias.

  2. Muy bien narrado lo vivido. En este mundo ?
    que nos toca vivir, mientras unos lloran otros ríen, pero como dice la canción: la vida sigue igual. Mis respetos y un saludo cordial ?.

  3. La meditación trae consigo paz y armonía sobre todo cuando se lee a Buda y sus preceptos se llevan a cabo; muy difícil en estos días donde prima la envidia y el desconocimiento de la verdad.

  4. El Almiqui, creo que es un tipo de roedor decían que antes existían en La Sierra Maestra. Desconozco si todavía existe o lo podemos dar como extinguido.

      • Estimado Sanson : Si el Almiqui no está extinguido, debe de ir por ese camino. Al paso que vamos todo lo que camine, vuele y esté bajos las aguas será pasto de la voracidad de un hambriento país .

      • El almiquí es insectívoro.

        El solenodonte cubano o almiquí es un mamífero pequeño, peludo, parecido a una musaraña, endémico de los bosques montañosos de Cuba. Es la única especie del género Atopogale. Un animal escurridizo, vive en madrigueras y solo está activo durante la noche cuando usa su inusual saliva tóxica para alimentarse de insectos. Wikipedia

        Estado de conservación: En peligro (Población en disminución) Encyclopedia of Life
        Nombre científico: Solenodon cubanus
        Nivel trófico: Enciclopedia carnívora de la vida
        Masa: 1.8 lbs (Adulto) Enciclopedia de la Vida
        Longitud: 14 pulg. (Adulto) Enciclopedia de la vida
        Rango: Especie
        Familia: Solenodontidae

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Néster Núñez
Néster Núñez
Fotógrafo y escritor matancero

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