Una adivinanza dentro de un enigma

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Una de las figuras de la política estadounidense más elogiadas por José Martí fue el gobernador de Nueva York Samuel Tilden, a quien el apóstol de Cuba identificaba como un político encomiable por su actitud ante el resultado desfavorable de las elecciones de 1876. Tilden fue el candidato demócrata que ganó las elecciones con el voto popular y en el colegio electoral, pero fue despojado del triunfo por la maquinaria republicana. Martí alabó a Tilden, por aceptar la victoria de Rutheford Hayes, «por no verter sangre» en una contienda fratricida. Si de buscar referencias históricas se trata, la actual contienda electoral evoca el carácter cerrado de varias elecciones presidenciales en la historia norteamericana como 1800, 1824, 1876, y las de 2000, en la que el voto cubano-americano, y las trampas de la extrema derecha cubana pro-bloqueo fueron decisivos.

Escribiendo desde un estado pendular, Georgia, a un día de la elección, se registra una profunda ansiedad en la base de demócratas y republicanos, que las aseveraciones de victoria de Harris y Trump no pueden ocultar. Si de péndulo se trata, el promedio de las encuestas en el prestigioso sitio fivethirtyeight que cubre los estados pendulares, donde se decide el resultado del colegio electoral, ha estado pendulando de Harris a Trump, y viceversa. Los márgenes de victoria están generalmente dentro del error estadístico, con menos de un dos por ciento, lo que convierte estos ejercicios en poco útiles para anticipar el resultado.

Si a eso se suma la evidencia de que en los últimos dos ciclos electorales se ha registrado un error no estadístico unidireccional de subestimación del voto a favor de Trump, la incertidumbre es todavía mayor. ¿Se mantendrá esa subestimación, o los encuestadores la han resuelto? ¿estarán incurriendo -como sostienen algunos- en el mismo error en reverso, subestimando el voto de Harris?

La campaña electoral ha sido incierta desde el inicio. Se inició desde el gran mitin del 6 de enero de 2021. Trump cuestionó el resultado electoral de 2020, e incluso después de perder 53 de 52 demandas sobre fraude o irregularidades electorales, repitió la falsedad de que había sido despojado de su victoria. Imitando al populismo de su héroe, Andrew Jackson, Trump se ha pasado los últimos cuatro años denunciando al sistema como corrupto. No solo ha repudiado al partido demócrata y presentándose como un perseguido político a través de los juicios en su contra, sino ha entrado en conflicto con una parte significativa de aquellos con los que trabajó, que han llegado, como el general Kelly, quien fue su jefe de staff por el mayor tiempo,  a repudiarlo como «fascista».

La incertidumbre de la campaña de 2024 no se explica sin la crisis de los partidos políticos principales. Se ha registrado una tendencia de más de una década al crecimiento de los votantes inscritos como independientes, que repudian la polarización, pero la practican. Las bases partidistas y el rol de estas organizaciones estableciendo plataformas y sumando demandas y preferencias se ha deteriorado frente al papel del dinero y los grandes donantes en el sistema de primarias y en la elección general. Trump ganó la candidatura republicana sin participar de ninguno de los debates al interior de su partido frente al resto de los candidatos, sin que estos pudiesen discutir en su cara, el peso de sus declaraciones controversiales y el legado de los juicios en los que se encuentra enmarañado. Biden, a pesar de su edad, se había consolidado como el favorito en la primaria demócrata, sin someterse a ninguna competencia seria. 

Hay que tomar en cuenta que Harris apareció como un pitcher relevo tras el agotamiento de Biden, en el que se suponía iba a ser el primero de dos debates presidenciales, que esta vez como en 1960, sí han contado. Mujer, afro e indio-descendiente, política liberal de San Francisco, ha tenido que mostrar a la carrera su agenda, frente a los perfiles conocidos de Trump y Biden, y el embate de campaña negativa del sprint final en la carrera electoral.

campana kamala
Foto: EFE/CJ Gunther

Estos aspectos estructurales de las narrativas políticas, y la negatividad militante de amplias bases ya definidas por sus respectivas candidaturas, ofrecen mejor explicación de los dilemas de la campaña, que la obsesión con la última encuesta. La elección de 2024 es una elección de cambio, no de continuidad, pues más de tres quintos de los estadounidenses dicen consistentemente que no están contentos con el rumbo que lleva el país. La gran discrepancia es sobre qué cambio implementar, pero es innegable la incomodidad con el statu quo. Harris, como Hubert Humprey en 1968, se ha tomado tiempo en proyectar una alternativa propia, que «pase la página», para usar su propia expresión, no solo de Trump, sino también, de Biden. 

Esa dificultad en estructurar su propia narrativa de cambio, y el embate de la propaganda negativa contra ella en momentos de indefinición, es quizás la explicación de la trayectoria de Kamala Harris desde asumir la candidatura: ascenso en agosto, máximo alcance en septiembre hasta el único debate con Trump, y caída en octubre. Esos movimientos después de agosto, cuando Harris vino al gran rescate frente a la segura derrota de Biden han sido también menores, un dos por ciento, cuanto más. No serían tan importantes si la elección no fuese tan cerrada, pero lo es. Todos los temas y grupos cuentan, desde el voto árabe en Detroit, Michigan al puertorriqueño, movilizado por algo más que un chiste de mal gusto dicho a un partido que no es de racistas, pero en el que los racistas encuentran bienvenida. 

No es una elección cerrada: es super-cerrada. Eso ha sido particularmente angustioso en las encuestas de un número, relativamente mayor que en otros comicios, de estados pendulares, indefinidos hasta el último momento,  primero que todo Pensilvania. Pensilvania, que tiene un territorio, equivalente al de Cuba, hace honor a su apelativo del estado de la «piedra angular», no solo por su papel primario en la independencia y la constitución de la república estadounidense, o la batalla de Gettysburg que decidió la refundación del país en la guerra civil. Con Pittsburg en el oeste, Filadelfia en el este, y un espacio que políticamente es como Alabama en el medio, es en estas elecciones, de nuevo, la piedra angular para la victoria de Harris o Trump, y el destino de los Estados Unidos. Para usar la expresión de Churchill sobre Rusia, Pensilvania es «una adivinanza dentro de un enigma envuelto en un acertijo».

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Arturo López-Levy
Arturo López-Levy
Politólogo y economista que se especializa en política internacional, política comparada y desarrollo económico. Su agenda de investigación se centra en Cuba, América Latina y el papel de Estados Unidos en los asuntos mundiales

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