Ibbaé para Tomasito: un abrazo en su biblioteca cubana

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La noticia de su muerte nos golpeó en la noche del viernes 24 de mayo a varios de sus amigas y amigos: Roberto Zurbano tuvo la dura misión de hacernos saber que Tomasito Fernández Robaina ya había partido a ese otro mundo misterioso del cual habló tantas veces, a través de mitos y ritos que conocía a fondo. Con él se va, no sólo el alma del investigador y bibliotecario que conocimos y quisimos, sino un ser tocado por su propia leyenda, su mito afocante de compañero de tropelías de Reinaldo Arenas, y una noción de memoria que él repartió en otras anécdotas, escritos y confesiones, también parte de su leyenda.

De pequeña estatura, con un rostro inconfundible, su sentido del humor y de lo trágico, Tomasito se sobrepasaba a sí mismo en esa condición de testigo y conocedor de tantos secretos. Escribió sobre las prostitutas habaneras, sobre la historia de los afrodescendientes en Cuba, eso que se ha llamado «la historia de la gente sin historia», añadiendo a esa comunidad la presencia de los homosexuales.

No sé si aparezcan entre sus páginas lo que apuntaba sobre ese tema, del cual dejó algunas señales acá y allá, pasando por supuesto por su breve novela-respuesta a las memorias que Reinaldo Arenas firmó para hacerle aparecer en las situaciones más alucinantes, y que salió a la luz bajo el título de Misa para un Ángel (ediciones Unión, 2010).

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Misa para un Ángel

No fue el único al que Reinaldo hizo pasar por esos delirios: Delfín Prats, los hermanos Abreu, Carlos Olivares Baró, Cocó Salas… son parte de esa fotografía imposible que vio llegar a los rebeldes con aires de una promesa que luego acabaría en tantas otras contradicciones y despedidas abruptas. La venganza de Arenas fue mitificar todo eso, en El color del verano y Antes que anochezca, sobre todo. En ambos libros, Tomasito es una especie de duende tropical que corre por una Habana desaforada. Acaso sin saberlo, Arenas lo hizo parte del mito mayor que es esta capital. Y luchando contra ello o aceptando el desafío, Tomasito se reconocía en ese espejo de doble filo.

Quien conociera a fondo a Tomasito podía descubrir a un hombre que había logrado hacerse reconocible a pesar de infinitos obstáculos. De origen humilde —había nacido en San Isidro, en 1941, y apenas tuvo noticias de su padre, tal y como sucedió con Arenas—, se forjó a sí mismo a contrapelo de todo aquello que parecía dispuesto a frenar sus aspiraciones. Su físico, su orientación sexual evidente, su origen humilde, los recelos que despertaba, hicieron que en su contra se acumularan gestos, leyes y palabras.

Quien conociera a fondo a Tomasito podía descubrir a un hombre que había logrado hacerse reconocible a pesar de infinitos obstáculos.

Cuando decidió integrarse a la oleada que desató la Revolución, abandonó el trabajo que tenía en un bar de su barrio natal, y comenzó estudios de contador agrícola, por lo cual tuvo que desplazarse hacia Holguín, y contaba que allí vio por vez primera a Reinaldo Arenas, sin imaginar aún las muchas correrías y la fama que iban a compartir.

Un compañero de estudios leyó su diario y fue denunciado como homosexual, y ello le costó la expulsión. De vuelta a La Habana, trabajaría en el Consejo Nacional de Cultura, y se empeñaría en ingresar a la Universidad, en la Facultad de Artes y Letras. Ya para ese entonces trabajaba en la Biblioteca Nacional José Martí, a la que dedicaría muchos de sus mejores empeños. Pero llegaba 1965 y su nombre aparecía ya en ciertas listas negras.

Gracias a la defensa de Maruja Iglesias, a quien fueron a preguntar sobre las aptitudes políticas y revolucionarias… y sexuales de Tomás, no lo llamaron para irse a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAPs), que se abrieron en ese año y perdurarían hasta 1968. Libre de ese cerco, no pudo sin embargo graduarse cuando le correspondía, porque otras cartas y opiniones en su contra llegaron a la Universidad, y según su testimonio, Vicentina Antuña no sostuvo la misma postura que la doctora Iglesias. También expulsado de la Facultad, tendría que esperar a 1975 para regresar y culminar sus estudios, mientras seguía laborando en la Biblioteca. Como confesó a Abel Sierra Madero en una entrevista que publicó Hypermedia: «Yo eso no lo puedo olvidar».

A pesar de los maltratos y las humillaciones, Tomás Fernández Robaina se concentró en su obra, como bibliotecario, investigador y profesor. El primer libro suyo del que tuve noticias fue un éxito de ventas: Recuerdos secretos de dos mujeres públicas. Violeta y Consuelo La Charmé, dos ex prostitutas, son las voces que protagonizan este libro de testimonios. La primera edición es de 1984, bajo el sello de Letras Cubanas. Tomasito logró dialogar con esas mujeres y rescatar voces casi perdidas, algo que fue uno de sus dones, y este libro lo demuestra a plenitud, atreviéndose con un tema aún tabú, y recordándonos que detrás de la insistencia en ver tal oficio como algo oprobioso de una época borrada había también seres humanos, a los que él no juzgaba, sino escuchaba y atendía. Autor de artículos y reseñas, optar por ese tema también identifica su carácter, su apuesta por una noción del mito y la memoria que acudía a terrenos poco frecuentados.

A pesar de los maltratos y las humillaciones, Tomás Fernández Robaina se concentró en su obra, como bibliotecario, investigador y profesor.

Su libro más importante y citado estaba aún por venir, y vio la luz, finalmente, en 1990. El negro en Cuba (1902-1958) es un texto que se añade limpiamente a los mejores estudios sobre el racismo y su presencia en nuestra historia, al tiempo que alude a puntos poco reconocidos de ese conflicto, y arroja luz sobre el Partido Independiente de Color y su programa. En su volumen, Tomás reconstruye el contexto que enuncia su título, pero también ahonda en fuentes poco consultadas, rescata nombres y presencias —incluida la de Martí como parte de esos debates—, y expone datos que han sido cruciales para la reconstrucción de lo acaecido en 1912. En esa senda insistirá como investigador comprometido con la causa de los afrodescendientes, y de ahí vienen las páginas de conferencias y libros posteriores, como Identidad afrocubana, cultura y nacionalidad (Editorial Oriente, 2009).

El Negro en Cuba
El Negro en Cuba

No sé cuántos compartan mi opinión, pero soy de los que considera que se le respetó más por su trabajo investigativo fuera de su país que entre nosotros. En universidades foráneas y congresos celebrados en el extranjero (Estados Unidos, México, etcétera), se le recibía como a una autoridad en estos asuntos, tras lo cual él regresaba a su trabajo en la Biblioteca. Hacia el final de su vida, allí, se le hizo un reconocimiento que, aunque tardío, lo alegró. En el 2021, la Casa del Caribe le había otorgado su Premio Internacional. Puede añadirse a ello el premio Carlos Manuel Trelles por su entrega al oficio de la investigación bibliográfica, y la Distinción por la Cultura Nacional. Esa enumeración de medallas y lauros no me hace desdecirme: como a tantos y tantas que han hecho un aporte paciente, silencioso y riguroso desde sus desempeños a una idea mayor de la memoria, insisto en que debió haber sido mucho más reconocido.

Por suerte, Tomasito, incluso cuando se quejaba de esto, no perdió nunca el sentido del humor, ni el brillo particular de su paso insólito. Cuando se celebró en el Instituto Cubano de Literatura y Lingüística el congreso por los 400 años de Literatura Cubana, vino a la Isla un joven ex alumno de mi muy querido y recién desaparecido (este año ya suma varias pérdidas muy graves) José Quiroga, que estudiaba en Atlanta la literatura cubana del exilio. Hablábamos de Cabrera Infante, de Severo Sarduy, de Reinaldo Arenas, cuando Tomasito hizo su entrada, cargado de anillos y collares, al patio del Instituto. «Tú que lo lees y estudias, pero no lo conociste, ¿quieres conocer a un verdadero personaje de Reinaldo Arenas?», le dije a ese muchacho cubanoamericano. Y le presenté a Tomás, que terminó abrumándolo con su encendido carácter, su risa y sus maneras descacharrantes, al tiempo que le recomendaba a ese joven que no saliera a la calle sin un azabache protector, porque esos ojos suyos eran demasiado hermosos y llamativos. El estupor de mi amigo se convirtió en una lección de vida y no de literatura: un encuentro con la persona y el personaje que podía ser, más allá de todo lo areniano, el inolvidable Tomás Fernández Robaina.

Nos queda ahora proteger y rememorar sus aportaciones, sus libros, su sabiduría. Imborrable para quienes le conocimos, él es parte de ese grupo de personas notables y extraordinarias, esa otra corte de alucinados que daban fe de otras memorias de La Habana con su sola presencia, como Walterio Carbonell, su colega en la Biblioteca Nacional José Martí, o María Teresa Freyre de Andrade, que la dirigía en el momento de su llegada.

Tenía pasiones infinitas y tan curiosas como él mismo —esa manía de coleccionar elefantes—, y nunca dejó de marcar su paso con alguna ocurrencia que demostraba que, a pesar de todo, ningún obstáculo lo había podido doblegar. Era un cubano en la mejor extensión de la palabra, consciente y orgulloso de su origen humilde y su contacto permanente con una cultura que pervive a nivel de calle, sin los recelos de la marginalidad, ni las poses de superficialidad que tantos otros despliegan.  No deja de ser curioso que su entierro sucediera justamente el Día Mundial de África, continente al que tantas palabras dedicó: una de esas coincidencias que pueden añadirse a la fábula tremenda que a ratos fue su vida.

Tenía pasiones infinitas y tan curiosas como él mismo, y nunca dejó de marcar su paso con alguna ocurrencia que demostraba que, a pesar de todo, ningún obstáculo lo había podido doblegar.

Llegó a reconocerse en la versión cinematográfica de Antes que anochezca, donde a diferencia de lo que contaba Reinaldo, él y sus amigos de correrías fueron encarnados por actores hermosos y de físico irresistible. Nada de la «loca de argolla», según la definió el holguinero irrefrenable en aquel párrafo de su autobiografía: «Tomasito la Goyesca, un joven que trabajaba en la Biblioteca Nacional y al cual bauticé con ese apellido porque era como una figura de Goya; enano, grotesco, caminaba como una araña y con una voracidad incontrolable».

En El color del verano, a través de un capítulo que puro surrealismo tropical, Tomasito es perseguido furiosamente por un joven de cuyos golpes se protege con un tomo de las obras completas de Lenin, cuya numeración crece y salta de una línea a la otra, hasta que se refugia en la Biblioteca Nacional. «¡Ah, la Goyesca!, gaya, enjoyada, soltando yesca, sueña que engulle el yunque de Yeyo…», comienza el trabalenguas que ahí le dedica.

Misa para un ángel es su respuesta a todo eso, una suerte de declaración de amor/odio en la que reconoce el talento de su amigo y elogia el excelente desempeño actoral de Javier Bardem en esa película que elevó a otra categoría mítica esa Habana y esa Cuba de tantos contraluces en la que ambos convivieron, y al modo de cada cual, siguen unidos irremediablemente.

Persona y personaje, investigador acucioso y leyenda él mismo, se le va extrañar entre quienes lo queríamos y respetábamos. Hace muy poco, en otro artículo para este mismo sitio, lo nombraba entre los referentes de la historia de lucha y conflicto que la comunidad cubana LGBTIQ+ debe tener presente, y lo hice a manera de homenaje, pero también desde el afecto que me hizo reconocerlo entre esos que nos dan impulso en tal lucha inacabada, en la que él se reconocía sin tapujos. Corresponde ahora a sus amigos y colaboradores recoger todo lo que pudo dejar inédito, conferencias e intervenciones en eventos diversos, y quién sabe si algo más, como su Panorama de la homosexualidad en Cuba: ayer, hoy y mañana, del que publicó un capítulo en el número 37/38 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, en 2005; si es que ese proyecto sobrevivió tras el incendio que desgraciadamente ocurrió en su casa o llegó a ser concluido. Cuando le sucedió esa calamidad, varios de sus fieles lo ayudaron, en Cuba y desde el extranjero, y ese gesto le hizo llorar, como prueba de cuánto se le quería y cuántos pensaban en él.

En un poema de Antonio José Ponte dedicado a Maribárbola, la asistenta de la infanta que nos mira desde una esquina de Las Meninas, jugamos a reconocerlo a él, gracias a esas maniobras extrañas de la literatura, la fabulación, la caricatura y el mito. Una y muchas imágenes para alguien que logró conciliar tantos rostros sobre el suyo.

Ojalá se recopile, insisto, lo que nos dejó. Y así, aunque esos otros perfiles y máscaras nunca abandonen la imagen suya en nuestra memoria, sus palabras y preguntas nos permitan descubrirlo en su propio espejo, como lectores y amigos de su curiosidad y de su sabiduría, y del recuerdo tan singular que nos iba legando, a través de esa otra forma del magisterio que son la amistad y la conversación.

Ibbaé, querido Tomasito. A su manera, no va a abandonar nunca la biblioteca que para él fue toda Cuba, y en ella persistirá, como una presencia que nos impulse a cuestiones mayores. Que leerte y agradecerte sea, en cierto modo, la misa que ahora podemos y debemos dedicarte.

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Norge Espinosa Mendoza
Norge Espinosa Mendoza
Poeta, crítico y dramaturgo. Asesor teatral de la compañía El Público desde hace 20 años. Editor de las memorias del coreógrafo Ramiro Guerra y coautor del volumen dedicado a los Premios Nacionales de Teatro, que aún esperan por papel y tinta para ver la luz.

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