Weir(d)

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No en todos los casos se nos da bien asociar películas con sus directores. Nadie ignora que fue Coppola quien hizo The godfather (1972) y Spielberg E.T. (1982), pero hay piezas que hemos visto varias veces y sin embargo no sabemos, o muy pronto olvidamos, el nombre del artífice.

¿Quién no recuerda Dead poets society, Green card, The Truman Show, Master and Commander: The far side of the world ? Ahora bien, ¿cuántos —hasta hace muy poco, yo incluido— son capaces de mencionar al australiano Peter Weir como el creador detrás de ellas? Ya se sabe que el espectador promedio evoca a los actores y no al realizador de una obra determinada, pero aquí hemos mencionado cuatro, y aún así no salta la liebre…

Es un hecho, y sucede también con la literatura, la música, las artes plásticas: por alguna razón, hay raros brillantes en la penumbra. Auxiliados por el jugoso doble sentido implícito, todos decimos La madre de Gorki, pero tienes que meterle duro a la literatura rusa para recordar a la primera al autor de, digamos, Almas muertas.

Peter Weir fue varias veces candidato al Óscar, pero no ganó ninguno, aunque en 2023 le fue concedido uno honorífico por el conjunto de su obra, y en el año que corre anunció su retiro. No he visto su película más reciente, un thriller político (The way back, 2010) pero convendrán conmigo en que muchos directores consagrados envidiarían cualquiera de los títulos previamente enumerados. Vamos uno por uno.

Dead poets society (1989): Ya he dicho antes que, por más que me prepare, invariablemente suelto una o dos lagrimitas en la escena en que los estudiantes de Welton se suben a los pupitres y declaman un verso de Whitman como homenaje a Keating, el profesor despedido. Hay varias claves ahí: nuestro impulso natural, que después de cierta edad a muchos se les apaga, de rebeldía frente a la rigidez, a un ambiente opresivo, a las imposiciones reduccionistas y absurdas; los maestros inolvidables que todos hemos tenido alguna vez; la salida redentora frente a una situación angustiosa, etcétera. Pero, además, están las actuaciones, la ya legendaria de Robin Williams, las de los chicos (aunque a la larga solo Ethan Hawke y en menor medida Robert Sean Leonard hayan conseguido mantener una carrera consistente), y la puesta en escena, con ese constante contrapunteo, esa tensión casi irresistible que generan la indecisión y luego el arrojo de los alumnos frente a las histéricas llamadas al orden del opaco profesor de turno y la emoción que trasluce el semblante de Keating. Y esa es solo una escena de un guion a la vez liberador y doloroso, lleno de humor, complicidad y belleza.

Green card (1990): Aunque el tema del refugiado que se casa por conveniencia no era nuevo (ahí está Les noces de papier [1989] del canadiense Michel Brault) y resulta indudable que la necesidad de emigrar a USA no es tan perentoria en un francés que consigue un trabajo (el personaje de Fauré, interpretado por Gérard Depardieu) como en un tercermundista que huye de una guerra, una situación económica desastrosa o la persecución política, la pieza se sostiene gracias al encanto de la pareja protagonista, a saber, el galo gordo y la refulgente Brönte de Andie MacDowell (sí, todos quedamos deslumbrados por Margaret Qualley en The substance, pero conviene recordar por dónde le entra el agua al coco). Bueno, y a un guion que prodiga tensiones y momentos de humor (por ejemplo, cuando el tipo de Inmigración quiere pasar al baño y Fauré, que supuestamente vive ahí junto a su esposa, no tiene la menor idea de la disposición del apartamento) con la sabiduría y el tino que Weir demuestra una y otra vez. El Gran Manitú sabe que no soy precisamente un fanático de las comedias románticas, pero hace poco volví a ver esta, y la sigo digiriendo bien.

The Truman Show (1998): Para empezar, esta obra maestra me reconcilió con Jim Carrey, a quien hasta ese momento tenía por un epígono de Jerry Lewis (aunque en obras como The king of comedy [1982] de Scorsese, aquel ya había dejado claro que no solo sabía hacer muecas). Es difícil subestimar la transcendencia conceptual de The Truman Show. El guion está firmado por el neozelandés Andrew Niccol, quien en Gattaca (1997) dirigía a Ethan Hawke y ya mostraba su notable arsenal para la ciencia ficción. Todo es inquietante aquí: la noción de que nuestras vidas son conducidas y manipuladas por una Matrix tal vez menos sórdida que la de los Wachowski pero a la larga no menos terrible, sustanciada en reality shows, publicidad y culto al entretenimiento; la futilidad de cualquier conato de rebelión frente a esas fuerzas oscuras, hasta que no las identifiques y puedas desafiarlas directamente (no es de extrañar que los terraplanistas se hayan cogido la película pa ellos); las actuaciones de Carrey, Laura Linney y Ed Harris…  La idea no era nueva en la ciencia ficción, género no precisamente parco en conceptos distópicos —como tampoco fue Weir el director inicialmente pensado para dirigir la película—, pero la feliz combinación de Carrey, Niccol y el australiano nos dejó una obra trascendental que ya prefigura Black mirror, esa serie británica que a su vez vaticina los días que corren y los que se nos vienen encima…

Master and Commander: The far side of the world (2003): Un Russell Crowe no menos sólido y tan inolvidable como en Gladiator (2000) de Ridley Scott o A beautiful mind (Ron Howard, 2001). Aunque Weir cambió al enemigo de norteamericano a francés para poder vender su película, puedo perdonarle la concesión porque el pollo del arroz con pollo no son los Otros, sino la tripulación del Surprise, comandada precisamente por el capitán Jack Aubrey que Crowe encarna. Es notable el pulso narrativo que el director sostiene a lo largo de dos horas y cuarto, en una película ambientada en un universo cerrado a comienzos del siglo XIX. La épica de las grandes batallas navales y los riesgos inherentes a un planeta todavía sin domesticar encuentran en esta pieza un escenario estupendo, que te fuerza a evocar las lecturas de Verne, Salgari, las crónicas de Pigafetta, el diario de Darwin, sin perder de vista, como dije, al marinero de filas, al hombre de la multitud enrolado para ganarse la vida. El afán del naturalista interpretado por Paul Bettany por describir y dar a conocer especies nuevas encontradas en las islas Galápagos es otro ingrediente que te hace olvidar por un rato el colonialismo y la piratería. Es sorprendente lo que pueden hacer un pájaro o una tortuga.

Bueno, a ver si de ahora en adelante prestamos más atención y no nos levantamos a buscar algo mientras pasan los créditos. Hoy rompí una lanza por Peter Weir, pero la lista de raros, aun contentiva de nombres de directores únicamente, es bastante larga. Y luego están otros artistas como directores de Fotografía, directores de Arte, compositores, responsables de efectos especiales…

Por cierto, Almas muertas es de Nikólai Gógol.

3 COMENTARIOS

  1. Otras joyitas del australiano son «El año que vivimos peligrosamente» (1982), con Mel Gibson, y «Testigo en peligro» (1985), con Harrison Ford y un Lukas Haas de escasos ocho años. Por esta última supe de los «amish» y aprendí, más o menos, a distinguirlos de cuáqueros y menonitas. En fin, un par de títulos que también «muchos directores consagrados envidiarían».

  2. Soy de las que se queda sentada a leer los créditos y alguna que otra «perretica» he montado cuando inmediatamente encienden las luces de la sala y no te los dejan leer o los neuróticos, que en las secuencias en las que ya se presiente el final de la cinta comienzan a pararse para salir del cine como si los fueran a dejar encerrados en la sala cinematográfica…y tampoco te dejan leer los créditos, entonces las películas no son de los directores y si de los actores, así que muchas gracias por romper lanzas por eso, a veces, ilustres y talentosos desconocidos. Ante P. Weir, me quito el sombrero.

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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