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La primera película que me suscitó un miedo terrible fue The time machine (1960) de George Pal. Aquellos Morlocks con el cabello cortado como la banda setentera The Sweet no dejaron dormir a mi yo de ocho o 10 años la noche en que la vio, en blanco y negro, en la TV cubana. Al mismo tiempo, me enamoré de la actriz que interpretaba a Weena (Yvette Mimieux), pero debo admitir que la impresión que me causaron aquellos monstruos caníbales fue más perdurable que la provocada por la hermosa rubia. Después de todo, rubias había, pero ellos eran los primeros monstruos de mi vida…
Tengo un amigo que hace unos años casi me forzó a copiar cosa de 200 gigas de películas de terror, género del cual se confiesa devoto. Aun sabedor de que no me gusta ese tipo de cine, insistió en que algunas tal vez me resultaran muy fuertes, pero otras me gustarían. Decidí intentarlo, y escogí La cueva (2014) de Alfredo Montero, por aquello de que en mi adolescencia integré un grupo espeleológico, y supuse que verla me recordaría algunos momentos emocionantes de entonces. Bueno, si la pertenencia a dicho grupo me hubiera sido sugerida después de ver la película de marras, me habría negado enfáticamente. De hecho, es poco probable que vuelva a entrar a una cueva en mi vida, aunque me la traigan a mi casa.
Copié muchísimas comedias y videos musicales en aquellos 200 gigas.
En otra ocasión, el colega Jorge Molina me prestó un disco duro para tomar algunos materiales que almacenaba allí y pasarle a la vez otros que guardaba yo. Bueno, copié muchas cosas interesantes, sobre todo clásicos eróticos, pero soslayé más de una carpeta: Molina es un experto en cine gore, y basta ver las películas que ha realizado para darse cuenta. Pero lo que acepto y disfruto en sus trabajos prefiero ahorrármelo en las piezas de otros.
Desde el principio me encantó Game of Thrones, una adaptación espectacular y creativa de las novelas de George R. R. Martin, y una suerte de non plus ultra del espectáculo de fantasía heroica, los efectos digitales y la música en función de la trama. Es absorbente, profundo y erótico.
Ahora bien, la serie antedicha le socava a uno la fe en el género humano. Las crueldades que se ven, se cuentan o se infieren son tan variopintas e imaginativas que no hay capítulo en que te libres de entrecerrar los ojos para no ver del todo cómo destripan a una embarazada, carbonizan a un niño o castran a un infeliz. De hecho, uno se pregunta cómo podía alguien llegar a viejo en ese mundo, si a cada recodo del camino te encontrabas bien a alguien colgando de un árbol, bien a un desventurado que dejaron morir de hambre y sed en una jaula. Por supuesto que no abogo por adulterar la novela y hacer idílica una historia violenta y trepidante, pero ¿es necesario mostrarnos cada detalle? ¿No se puede matar a una persona con una clásica y piadosa estocada que la atraviese, o al menos decapitarla con el eficaz hachazo de toda la vida?
Claro que no se trata solo de lo que se ve en este tipo de producto audiovisual, que ya es fuerte, sino de las relaciones entre los personajes, a menudo tan deformadas y monstruosas como un buen descuartizamiento con caballos. No sé cuánto le pagan a la cabeza que pergeña y pone en escena las atrocidades, pero nunca será suficiente: no le exigen solo que nos ilustre acerca de cómo un tipo se corta su propio brazo con medios rústicos o del proceso de cocción de un prisionero en un animado cenáculo caníbal, para ver luego cómo lo descuartizan y se lo comen, sino que a cada rato debe someter a los protagonistas a encierros ultrajantes, traiciones, tortura sicológica, dilatadas e inconcebibles humillaciones. De cuanto he visto colijo que, si no existe ya, habría que instaurar un Nobel o un Oscar a la crueldad más imaginativa.
Pero a la gente le gusta eso. La serie fue un hit mundial. Es más, la precuela que ya nos ha entregado dos temporadas (House of the dragon) se hace más bien descafeinada, sin apenas sexo y violencia y con una dosis razonable de lenguaje de adultos. Casi como si los personajes hubieran decidido tomar los hábitos, abrazar la vida monástica. Uno ve que de cuando en cuando un dragón calcina a alguien y siente una especie de alivio.
Sí, los dramas contemporáneos rebosan de horror explícito; no ya los filmes abiertamente gore, sino piezas rotuladas como históricas, de aventura o fantasía, y en tal sentido presuntamente dirigidas a un público más amplio: Game of Thrones, Squid Game (cuya segunda temporada comenzará a fines de año), etcétera. El horror seduce, la crueldad vende, y no deja de fascinarme la presencia de games en los títulos...
No digo que sea un fenómeno exclusivamente contemporáneo ni mucho menos: el séptimo arte ha tenido obras maestras del suspense y el terror, y también piezas menores pero tremendamente taquilleras, como aquel Holocausto caníbal (1980) de Ruggero Deodato. La diferencia está en el fácil acceso: los de mi generación recordarán las películas prohibidas ora para menores de 12, ora para menores de 16, y si no era en el cine no tenías a tu alcance otra vía para consumirlas. Ahora, en cambio, todo se descarga, todo se copia, cualquiera ha visto más asesinatos y torturas que Atila el huno.
A ver, este mundo no está lleno de azúcar, es la violencia la que permea desde los cuentos infantiles a los noticieros, pasando por los juegos y la vida doméstica, y es genial por otra parte que los efectos digitales sean cada vez más realistas, pero la combinación de ambas certezas nos convierte en verdugos expertos tras pocas horas de exposición a la pantalla. Verdugos teóricos, en la mayoría de los casos: el sufrimiento de los personajes atrapados por un guion apuntala en nosotros la ilusión de que somos sobrevivientes, de que vivimos intensamente. Pero también nos hace percibir las desgracias reales, las guerras y los accidentes, como shows con los cuales la interacción primaria se establece filmándolos con el móvil. A veces imagino a un par de Morlocks sentados a mi lado, mirando conmigo una película de terror y tapándose los ojos ante las escenas fuertes…
En todo caso, no me parece ya tan descabellado dejar a un lado el hipócrita estrechón de manos y adoptar de una vez el puñetazo como forma primada de interacción social.


A pesar del terror he leído su artículo de hoy con una disimula sonrisa, le imagino profesor mirando alguna de esas película a través de los dedos mientras se tapa la cara, tranquilo todos lo hemos hecho alguna vez y tiene razón cuando argumenta que en éstos tiempos de interconexión y descargas de todo tipo va quedando poco a la imaginación. Confieso que me gustan las películas de terror en dónde el peligro es sugerido y cercano a lo posible, el cine Gore es algo así cómo asistir al festín de la maldad y no soy tan mala, no me gusta, quizás me guste sentir miedo frente a una peli pero no repugnancia. Muchas gracias otra vez por la coordenada y espero que alguien con la «posibilidad» vea en ésta columna la oportunidad de compilar en una publicación física o digital éstos artículos que ofrecen una mirada «otra» y muy personal al cine, podría ser de mucha ayuda a estudiantes o amantes del universo cinematográfico.
Ahhh pretendí escribir «disimulada» sonrisa…ufff con el corrector.
Salvo contadas excepciones paso del cine de terror. Acepto todos “los monstruos de la Universal” (del primer King Kong a “Freaks”) y de ahí a “El resplandor” y pare de contar. Probablemente me haya perdido algo que cinematográficamente valga la pena, pero con este género pasa lo mismo que con el musical: lo tomas o lo dejas.