Terremotos

Getting your Trinity Audio player ready...

—¿Tú eres la sicóloga?

—¿Quién, yo? No, no… ¿tengo cara de sicóloga?

—No sé, yo no sé cómo son las caras de los sicólogos. Pero te pregunto porque me citaron aquí, y estás tú nada más.

—No, a mí también me citaron. Pero con esta agua que ha caído me imagino que no venga mucha gente. Yo te vi y te iba a preguntar lo mismo.

—¿Cómo lo mismo? ¿Qué si yo era la sicóloga? Si yo soy varón.

—No chico, que si eras el sicólogo.

—No, yo soy matemático.

—Mira para eso, y parecías buena persona. Yo soy diseñadora, pero trabajo en una cafetería.

—Chica, mira, tú no me conoces, pero yo sí soy buena persona.

Se hizo un silencio de un par de minutos que los dos emplearon en estudiarse mutuamente, ella a él con cierto disimulo, él a ella un poco más abiertamente. Ella pensó que los rizos de él le daban un toque interesante, y que a pesar de que en general en los hombres no le gustaba ningún tipo de pelo que no fuera en la cabeza, a él parecía quedarle bien aquel principio de barba. Él pensó que ella tenía buenas tetas.

—Oye, yo creo que me voy, porque aquí no va a llegar más nadie.

—Si te vas, seguro te mojas. Mira, nosotros no nos conocemos, vamos a hacer lo mismo que íbamos a hacer con más gente aquí: vamos a contarnos los problemas. Los dos vinimos a hablar de problemas sexuales. Yo te cuento a ti y tú me cuentas a mí, y nada…

Ella se lo pensó un par de segundos.

—Es que mi problema está del carajo. No me lo vas a creer.

—Todo el mundo piensa que su problema es el peor y luego es una bobería. Menos el mío. Deja que tú oigas el mío, te vas a reír de mí. Mis socios me dicen que lo cuente en las fiestas.

—Bueno, a mí me da pena. No es lo mismo contarlo en una terapia de grupo que a un tipo que no conozco —dijo ella reticente, pero volvió a sentarse en el muro que habían compartido hasta hacía poco.

—Vamos a hacer una cosa: yo te voy preguntando y, si doy con el problema, me lo cuentas.

—Está bien, pero ponle seriedad a esto, mírame a la cara, no a las tetas.

Él se giró buscando una comodidad que no llegó y un ángulo adecuado.

—Ok, ok, a ver… ¿No te gusta que te hablen cuando estás en eso?

—Bueno, más o menos. Me gusta que me hablen, pero de eso, no del clima ni de que si Messi es mejor que Cristiano Ronaldo. No, eso no está ni cerca de mi problema.

—Claro, claro. Voy con otra cosa, ya sé: no te gustan las caricias en el interior de la oreja, y si te tocan ahí dices cualquier pesadez.

—No, no, al contrario, me gustan mucho las caricias en las orejas. Mira, mi problema es bastante raro. Ya, te voy a contar, porque no vas a adivinar nunca en la vida. Yo… he tenido solo cuatro orgasmos en mi vida.

—Ah, eso no es nada, eso es un problema normal, hay quien no tiene nunca.

—Déjame terminar. No es que yo no pueda, yo puedo. Lo que pasa… chico, aquí viene lo difícil. ¿Tú te acuerdas del terremoto que hubo hace algunos años en Chile? Bueno, ese día yo tuve un orgasmo. ¿Y te acuerdas el de Haití? Ese día tuve otro.

—Espérate, espérate —él parecía fascinado—: ¿entonces me estás diciendo que tú nada más tienes orgasmos después de un terremoto?

—Peor que eso. Antes de los terremotos. Cuatro orgasmos, cuatro terremotos en donde se han muerto miles de personas. Me siento un poco culpable.

—Coño, yo tengo un socio que se murió en el tsunami de Japón. Estaba haciendo el doctorado allá. ¿Ese día tú…?

—No, no, a ver, tampoco tengo que ver con todos los terremotos. Yo lo que digo es que cada vez que he tenido un orgasmo, hay un terremoto. He cogido miedo de matar más gente, y entonces me aguanto —se miraron en silencio por unos segundos—. Por lo menos estás aquí todavía y no me das por loca, eres la primera persona a quien le cuento esto y no sale corriendo. A ver, dime que tu problema está más fuerte.

Él esbozó una sonrisa amarga. Aprovechó que ella suspiraba y desviaba la vista para mirarle las tetas de soslayo.

—Bueno, juzga por ti misma. Te cuento rápido desde el principio. La segunda vez que estuve con una muchacha ella tuvo un orgasmo. Eso es bastante raro, sobre todo en gente que está empezando. La tercera —con esa misma muchacha— también. Ya ahí yo me creía Superman. La cuarta no, la quinta sí, la sexta y la séptima no, la octava sí, varios no hasta la vez trece…

—Pero, bueno, y ¿cómo tú sabes eso con esa exactitud?

—Bueno, porque llevo un registro de mis relaciones sexuales. Yo apunto el día, el nombre de la muchacha…

—Oye, eso está un poco raro. Yo una vez empecé un fichero de Excel con los nombres de los tipos con que me acostaba, pero lo tuyo… Vaya, que no estoy asustada, debe ser que me caes muy bien, pero no sé por qué… porque esa costumbre tuya…

—Bueno, pues si no fuera por esa costumbre, yo no hubiese sabido nunca cuál es mi problema. Gracias a que lo detecté, he encontrado herramientas que me ayudan a lidiar con él.

—Pero todavía no entiendo. A ver, explícate bien… ¿cuál es tu problema?

—Mi problema —dijo él suavemente— es que las mujeres que se acuestan conmigo tienen orgasmos de acuerdo a la sucesión de Fibonacci.

—¿Que qué?

—Sí, es una sucesión en que cada número se forma sumando los dos anteriores. Está presente en muchas facetas de la naturaleza, y es una cosa interesantísima, pero a mí me tiene muy jodido. Imagínate, después de la vez 13, tuve que esperar a la 21, después a la 34, después a la 55, a la 89, a la 144, a la 233, a la 377…

—Ya, ya, ya… entiendo. ¿Y qué has hecho?

—Bueno, he buscado soluciones. Yo soy un tipo de recursos, paso trabajo, pero voy al seguro. Descubrí que masturbarme no contaba como vez oficial al bate, perdona que use lenguaje deportivo, pero que, bajo ciertas circunstancias, una muñeca inflable sí, entonces lo que hago es llevar la cuenta, templarme a la muñeca en las veces que no están en la sucesión y cuando me acuesto con una mujer, voy al seguro.

—¿Y qué circunstancias son esas que tú dices?

—Bueno, que para que funcionara, no me preguntes como lo descubrí, que fue de casualidad, tuve que darle a la muñeca un status de persona. Hice una maraña y la apunté en mi dirección y ahora hasta cojo los mandados de ella y le pago el CDR.

—Coño, pero tienes que estar aburridísimo de echarte a esa muñeca plástica, está un poco pervertida la manera esa de resolver —dijo ella.

—Bueno, por lo menos no mato a miles de personas cada vez que me vengo.

Ella lloró. El balbuceó disculpas atropelladas. La abrazó. Se besaron. Se volvieron a besar, esta vez más intensamente.

—Házmelo aquí mismo— dijo ella mientras se abría presurosa la blusa. El asintió, comprendiendo sin entender, pues aún duraba el beso.

—¿Y si..? —temió ella—. No quiero matar a nadie.

—No te preocupes, hoy me toca la vez 10 045, que no es un número de Fibonacci.

Ella se sentó sobre él, y comenzaron a moverse acompasadamente, como si hubieran practicado mucho. Él la sintió húmeda y caliente, y lamentó que el muro le tuviera las nalgas desbaratadas. En algún momento, cerca del final, ella preguntó si le gustaba más que con la muñeca. Él dijo que sí. Al día siguiente, aunque ellos no se enteraron, ocurrió un terremoto muy raro en las inmediaciones de la Catedral de Pisa, intenso y pequeño, que no hirió ni mató a nadie, y que solo provocó la lamentable destrucción de una estatua que adornaba desde hacía siglos la tumba de Leonardo Fibonacci.

1 COMENTARIO

  1. Un vacilón el cuento Jorge. Siendo el número de oro irracional no me sorprende el final. Ciertas relaciones en la vida real son inconmesurables.

    A veces no sé que es más interesante: las matemáticas o la historia de las matemáticas. Fibonacci es un ejemplo de que la historia del conocimiento es una carrera de relevo en la que todas las civilizaciones forman un mismo equipo que compite contra la extinción. El padre de Fibonacci representaba permanentemente a los comerciantes de Pisa en la ciudad de Bugía, Argelia, y parte de la civilización islámica, con la cual la ciudad italiana mantenía estrechos vínculos comerciales a través del Mediterráneo. Fue allí, con los musulmanes norafricanos, donde el joven Fibonnaci recibió su educación matemática, de la cual quedó muy agradecido, como consta en su libro. De allí introdujo el sistema numeral indo-árabe en Europa, y probablemente la secuencia que lleva su nombre.

    De hecho, la secuencia podría llevar otros nombres pues era conocida, con siglos de diferencia, al menos por matemáticos y poetas indios, además de matemáticos musulmanes y chinos. Es casí una coincidencia que lleve su nombre. Bueno, todos sabemos que no es así. De cualquier modo, lo cierto es que se trata de una estructura presente en muchos aspectos de la vida social y natural, lo cual puede ser inquietante pues hay, definitiva y necesariamente, ciertas relaciones en el mundo que son inconmesurables.

Deja una respuesta

Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

Más de este autor

Descubre más desde La Joven Cuba

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo