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Mi hijo aprendió los días de la semana porque le hizo falta. Sabe el orden, cuándo toca guardería y cuándo no, y lo más importante, está al tanto de qué día corre para controlar si le corresponde ir a «La Casa de los Amigos». Sabe que sábados y domingos se queda en casa, y que después del viernes, no hay que ir, tal como hacemos usted y yo con respecto al trabajo. El pasado viernes santo tuvo día libre, y le explicamos la causa. Ahora, cada vez que tiene especiales ganas de quedarse en casa, intenta decirnos que es martes santo, o jueves santo, a ver si nos convence y se queda.
Hará cosa de cinco años, estaba yo en una fiesta de mi graduación de la Lenin y en medio de una conversación con una amiga le confesé que anhelaba un hijo, y que planeaba jugar con él o ella, ya fuera al ajedrez o al fútbol. Mi amiga me miró de arriba abajo y me dijo que con el ajedrez no había problema, pero que para el fútbol tenía que irme apurando si quería hacer un papel decente.
Soy papá desde hace aproximadamente tres años y medio, desde enero de 2021. Mi esposa y yo tuvimos a Jorge Alex bastante pasados los 30, así que somos lo que la gente llama «padres viejos», mientras que nosotros preferimos «progenitores con experiencia». Jorge fue un hijo planificado, y aunque ya yo era un adulto maduro, a ser papá siempre se aprende desde cero, siéndolo, sobre la marcha. El advenimiento del primogénito tuvo la complicación de ocurrir en plena pandemia, con todo lo que eso arrastra, aunque debo decir que, de otra forma, seguramente no hubiésemos estado tan juntos como resultó ser debido a las consabidas cuarentenas.
Las usuales visitas de amigos y familiares para ver al niño fueron sustituidas por una ceremonia que consistía en que los visitantes se paraban en la acera, miraban hacia arriba y yo levantaba al niño desde la terraza, como Rafiki a Simba en la clásica escena de El Rey León.
Ser papá te cambia. Antes de serlo, yo podía ver a un vecino pasar chiflado en moto por una entrecalle en donde juegan los niños, y quedarme pensando que el tipo es un imbécil. Después de ser papá, voy a su casa a decírselo personalmente.
Como comediante, toda la vida he disfrutado de manera especial las sonrisas que provoco en la gente, así que alguna experiencia tengo en el asunto. Pero el 23 de febrero en que hice sonreír a Jorge Alex por primera vez, el planeta dejó de girar para mí. Volvió a detenerse el 16 de septiembre, cuando me tiró el primer beso, y una vez más, el 8 de diciembre, cuando me dijo «papá» por vez primera y yo llegué a pensar que ya el mundo no arrancaría a girar de nuevo. Con mi hijo me ha llegado la certeza plena de que ya he hecho la cosa más importante que me tocaba hacer en este mundo: junto a su mamá, traerlo a él. Paradójicamente, es ahora cuando siento que yo importo menos que él, pero más me cuido yo, para estar más tiempo para él.
Cada padre tiene la oportunidad de un puesto en primera fila para disfrutar de los éxitos y las ocurrencias de sus hijos, y malgastar este privilegio es una absoluta necedad. Yo intento exprimir esas ocasiones, tratando de empaparme de la creatividad sin filtros de un niño pequeño, atesorando momentos y respuestas únicas, como aquella vez que le mostré la costa del Acuario y le dije que era una piscina natural, para quedarme desarmado ante su pregunta de que si era natural como el yogurt.
En una conjuntivitis, para que se le hiciera más llevadero el asunto de los fomentos, osé hablarle de piratas y aderezar la historia con el video de La del Pirata Cojo, de Sabina. La cosa derivó en que escuchó en bucle la canción cada vez que tocaban fomentos, y la aprendió de memoria, cantándola constantemente, incluso en la guardería cuando pidieron cantar a los niños y seguro esperaban algo del estilo Los Pollitos Dicen.
También con la canción vinieron las preguntas sobre palabras desconocidas. Tuve que responderle que «vicio» era cuando uno hacía algo muchas veces sin necesitarlo, como él con la canción del pirata, por ejemplo. A mi mamá le tocó definirle la palabra «burdel», y resolvió diciendo que era un lugar donde iba gente a divertirse y a compartir, lo cual, sin ser del todo preciso, de momento resuelve. Ya se le ha pasado el vicio del pirata, ahora tiene pegado nuestro Himno de Bayamo.
Desde pequeño le atrae lo que tiene prohibido. Como a todos los humanos, supongo. Así que le tiene el ojo echado a un juego de plumones que está reservado para dentro de un tiempo. «Para cuando seas grande» le repito una y otra vez. Un buen día, en que lo sorprendí orinando solo en la taza, sacudida incluida, me emocioné y le dije abrazándolo que estaba muy orgulloso, que él ya era un niño grande y ahí, desde el interior del abrazo, me soltó: Entonces dame los plumones.
También tenemos nuestro “momento cómplice de las preguntas existenciales”, que ocurre entre las 9 y las 10 de la noche, con luz tenue y cada uno tranquilo y callado en su cama, siempre cuando la mamá (la niña de sus ojos) no está en el cuarto. Después de un prolongado silencio, llega alguna pregunta seria: Papá, ¿qué es la felicidad?, ¿Qué es ser disciplinado? ¿Qué es la vida? ¿Qué es un porejemplo? Yo, la verdad, respondo como puedo, y coño, qué feliz me hace ese trance de buscar respuestas.
Ayer se pinchó la planta del pie con un alambre, y después de calmarlo, contarle que de niño yo también me había encajado un tornillo en el pie, que había llorado mucho, y responderle que no, que no había guardado el tornillo, le dije que lo quería mucho. ¿Cómo tú sabes que me quieres?, me preguntó. Bueno, le dije, ahora mismo lo sé, porque lo que más quisiera en este momento es poder estar sintiendo ese dolor yo, en vez de que lo sientas tú.
Con cada palabra que debo explicarle, aprendo yo, al elaborar una respuesta adecuada. Con cada cuento infantil, revisito los clásicos. Con cada historia antes de dormir, someto mi imaginación a una necesaria gimnasia. Me enseña sobradamente más que yo a él. Un hijo redefine y maximiza las sensaciones de felicidad en los buenos momentos, y de angustia ante sus incomodidades y desazones. Un hijo produce armonía de la nada, e ilumina hogares. Hace nacer de nuevo a abuelos y tíos, y le saca lo más bonito hasta a la gente más pusilánime.
Aquella pregunta que era válida antes de ser padre, referente a qué haría de otra manera si pudiera volver atrás, ha perdido sentido ahora, porque el hijo que tengo me hace saber cada día que vivo una de las mejores versiones entre las vidas que me hubieran podido tocar.


Tienes razón Jorge. Ser padre es un mágico.
me ha hecho reír imaginando a Jorge Alex en tu cuerpecito de cuando eras nino. Muy simpático y ocurrente también. Muchos éxitos, feliz padre… que es la mayor felicidad que puede tener un humano. Ya debes tener el árbol plantado y tienes el libro, así que eres martiano completo. Besos para el.
Hermosísimo y lleno del amor más puro, ahora mismo lo envío a mi hijita y su esposo que recién estrenan como padres maduros. Gracias por compartir tan sentidas palabras