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Bueno, todo lo que tiene un principio concluye alguna vez, con las posibles excepciones de la estupidez humana y las averías en el sistema eléctrico. Esto no significa que si de pronto recuerdo algo que merece ser contado me abstenga de hacerlo; de hecho, la semana próxima narraré mis experiencias durante la producción de La campaña (2021), con mucho el más accidentado de mis rodajes. Pero hoy pongo punto final a la serie como tal, llegando en este recuento más o menos cronológico hasta anécdotas de hace un par de años. Vaya, que tampoco soy un Woody Allen con sus más de 50 largometrajes. Ya quisiera yo.
–Arte (2015) se filmó en la galería Servando Cabrera, justo al lado del ICAIC. Con anterioridad varias salas de exposición se habían negado a dejarnos trabajar en sus espacios, e incluso el director de la Servando, aun estando decidido a darnos una oportunidad, temía que de arriba, a última hora, le cambiaran la bola. Pero eso no fue todo: por si no bastara con tratarse de un local justo al lado de una avenida céntrica y con abundante tráfico (recordar que hablo de 2015), lo que tenía nervioso al responsable de grabar sonido directo, resulta que los días previos al rodaje llovió torrencialmente, circunstancia que podría ensuciar aún más el registro sonoro y afectar la fotografía. Y, como si no bastara, filmábamos un fin de semana, durante el día, y el domingo arrancábamos con una escena en que seis actores y una actriz tenían que desnudarse por completo. A las 11 de la mañana y en plena calle 23.
Todo salió bien, no hubo curiosos porque probablemente a ningún transeúnte se le ocurrió que algo así podía estar sucediendo justo en ese sitio. El equipo se comportó con insuperable profesionalidad y terminamos la escena en pocas tomas. A eso de las seis di por terminado el rodaje. Por la noche volvió a llover.
-Para Dominó (2017) nos fuimos a un barrio donde, según el productor, no había que pedir permiso para rodar en exteriores «porque ahí la policía no entraba». En realidad, salvo un par de planos, el grueso de la película transcurría en el ensanche de un pasillo, y el día anterior los vecinos disponibles nos dijeron que no había problema, e incluso una señora nos prestó a un niño (debidamente acreditado al final) para cierta escena. Ahora bien, hubo dos momentos delicados: el primero cuando un vecino, que no estaba en casa la víspera, a la hora en que pedimos autorización a los demás, llegó de pronto en medio del rodaje, como a las cinco y pico de la tarde, y yo le espeté en tono autoritario que no podía pasar. El hombre se alteró con toda razón y por poco nos vamos a las manos. La suerte fue que mi productor tiene todo el tacto y el don de gentes de que yo carezco. Para calmarlo incluso le dimos un bocadito y un refresco.
El segundo momento de angustia fue cuando al final de la tarde y para el final de la película, volamos un dron sobre La Habana. Varias veces. Y no pasó nada.
Por cierto, las palomas que aparecen en un breve plano aéreo (del minuto 7:15 a 7:18) no eran de ahí: las filmó pacientemente el director de Fotografía en la plaza de San Francisco, en la Habana Vieja, y luego el responsable de Efectos Visuales las colocó en su sitio. La subjetiva y aleteos de las referidas colúmbidas abren la película (de 0:29 a 0:45) y la cierran (de 19:33 en adelante), como si fueran ellas quienes nos introducen y sacan del relato…
-El principal problema para Rállame la zanahoria (2018) fue, de nuevo, conseguir la locación apropiada. Necesitábamos una casa amplia y lujosa, con una escalera interior por la que descendían primero Néstor Jiménez y luego Andrea Doimeadiós. Vimos una decena de viviendas que resultaron demasiado pequeñas o ruidosas; encontramos una cuyos dueños nos dijeron que sí, que seguro, incluso el tipo llamó en mi presencia a un pariente suyo en Miami para alardear de que Eduardo el Llano iba a filmar ahí… y un par de semanas más tarde le dijeron a mi productor que no, que se habían complicado y no podían.
Pocos días antes de la fecha acordada de rodaje, un señor que había sido amigo de mi papá me dio el teléfono de un pariente suyo que tenía una casa así en las afueras de la ciudad. Lo llamé, fuimos a ver el lugar, y era perfecto. Por suerte, este propietario fue muy amable y no nos cambió la bola.
–Dos veteranos (2019) es el cortometraje número 15, el que cierra la saga de Nicanor. Decidí terminar ahí porque quería explorar otros registros, trabajar con otros actores (lo que no significa en modo alguno que reniegue de Luis Alberto y Néstor, de su lealtad y la amistad que conservamos), porque si vas a hacer un corto con cada problema que hay en Cuba tendrías que filmar centenares, y además porque es un buen número redondo. Ya, ese es todo el secreto.
La película se filmó en los estudios del ICAIC en Cubanacán. Para variar, ahí el problema no fue la locación, sino… conseguir un perro. Yo quería un cánido que merodease en torno a los bancos donde están sentados los personajes, y mirase la comedia humana con talante filosófico. Era una buena idea, pero los chuchos del montón no servían porque podrían ponerse a ladrar en medio del rodaje y joder la cosa, o simplemente no parecer lo bastante filosóficos. Mi productor habló con un individuo que tenía un animal domesticado que ya había sido contratado para otras películas, pero el tipo exigía un pago demasiado alto, que se nos salía completamente de presupuesto. A falta de can, casabe: decidí que no sería un perro, sino un mendigo el que contemplase desde fuera la situación y reaccionase al diálogo de los veteranos. Yo interpreté al pordiosero, con un pulovito que me había regalado Cremata y mi pelo y mi barba frotados con tierra y cenizas. Lo más divertido, además de meterme en el papel, fue dirigir así.
-Cerramos con El regreso de Nicanor (2022), mi penúltimo trabajo (luego vino Democracia en 2023) que a pesar de su título no es parte de la saga y cuenta exclusivamente con personajes femeninos, interpretados por Laura de la Uz, Jacqueline Arenal, Tahimi Alvariño y Ana Patricia Martín. Hay una razón para el nombre, pero tendrán que ver la película para saberla.
Teníamos que filmar durante dos noches, la primera en la playa y con un fuego encendido. En Cuba. Casi nada. Fue el entonces presidente del ICAIC, Ramón Samada, quien intercedió por nosotros y gestionó los permisos a los niveles requeridos. Es más, insistimos en que un policía nos acompañara durante la filmación, para neutralizar a cualquier otra autoridad grande o pequeña que pasara por allí y quisiera ufanarse de su palmito de poder. Yo también pedí un bote (juro que no es broma) destrozado y semienterrado en la arena detrás de uno de los personajes, pero según Samada ya eso era demasiado, y como de todos modos la barca no resultaba esencial para contar la historia, renuncié a la embarcación conflictiva.
Como supondrán, el responsable del sonido directo estaba muy preocupado con que el sonido del viento (que había sido muy molesto el día en que escogimos el sitio) estropease su trabajo, pero tuvimos la increíble suerte de que no soplase ni una ráfaga durante toda la noche, de manera que el sonido de las olas también resultó imperceptible y hubo que inyectarlo después. Las actrices dieron prueba de su calibre profesional y humano; yo me acercaba a ellas a cada rato para darles alguna nota, y durante esos breves minutos se me irritaban los ojos con el fuego alrededor del cual estaban sentadas… pero las chicas se mantuvieron en el sitio toda la noche, con solo unas breves pausas para merendar y comer.
Terminamos a las seis y pico de la mañana. A las siete pasó una especie de tornado cerca de allí. La segunda noche, en el Jardín Botánico Nacional, también nos favoreció la suerte: dejó de llover a las cuatro de la tarde, así que pudimos filmar sin grandes problemas.
En fin, aquí lo dejo. La semana próxima, como anuncié, voy a hablar de La campaña, donde se dieron cita todas las complicaciones que hasta entonces habíamos conseguido esquivar. Pero igual se hizo.
Siempre se puede.


Se agradece el que comparta sus experiencias profesor, sirven de mucho para aquellos que se deciden por el mundo del cine. Muchas veces se cree que los tropiezos u obstáculos sólo le suceden a uno y que a los demás el acto de la creación de una obra les va «como la seda» porque sólo se ve el resultado en pantalla y se ignoran las incertidumbres y tropiezos que se suscitan durante cualquier filmación, grabación o rodaje. En todas las ocasiones la solución de esos problemas dicen mucho y bien de los creadores e incluso, a veces, las alternativas encontradas han enriquecido el resultado final de la obra. Otra vez, muchas gracias.