Mis profesores

Getting your Trinity Audio player ready...

«El alma de la enseñanza es el maestro, y a los educadores en Cuba se les paga miserablemente; no hay, sin embargo, ser más enamorado de su vocación que el maestro cubano. Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar». Así decía Fidel en La Historia me absolverá.

Tuve magníficos profesores a lo largo de toda mi vida de estudiante. No es que haya sido especialmente afortunado, sino que nací en 1979, y eso por regla general, implicaba que cuando llegabas a la escuela solías tener frente a ti a un docente preparado, de experiencia, con dominio del contenido y de técnicas pedagógicas, y relativamente conforme con lo que le había deparado su profesión dentro del universo de los cubanos de aquella época.

Entre primero y cuarto grado tuve siempre la misma maestra: Olga Quindemil. Olga conocía a cada estudiante, con sus cualidades y sus falencias, y trabajaba de manera muy personalizada. Insistía de manera especial en que entre los niños no podía haber novios ni novias, y cuando nos poníamos un poco intranquilos, sacaba hojas y sonaba un concurso inventado allí mismo, pero que nos lo tomábamos muy en serio. No recuerdo nada parecido a experiencias relacionadas con bulling, escándalos o injusticias en aquella aula, y tengo la certeza de que se debió en gran medida al excelente trabajo de mi Olga.

En quinto y sexto cambié de barrio y matriculé en Camilo Cienfuegos, de Lawton, una escuela gigantesca que ocupa casi toda una manzana. Volvieron a tocarme excelentes maestros: Manuel, Sofía, Porfirio y Mercedes eran profesores de toda la vida, que no alzaban la voz por gusto, pero que mantenían una disciplina total y un ambiente relajado. Nadie me orientó nunca traer un trabajo práctico tan complicado que tuviera que hacerlo mi mamá. Nadie pidió jamás un peso para una necesidad del aula. No había televisores ni equipo sofisticado, ni a nadie le pasaba por la mente pagar a un profesor particular. Había pizarra, tizas y borrador. Había libros de texto, a veces demasiado pasados de adoctrinamiento revolucionario, pero un juego completo para cada estudiante.

Matriculé en La Lenin y allí me encontré a Eloy, que es el mejor profesor que he tenido en mi vida y actualmente uno de mis mejores amigos. También encontré a Roberto Espinosa, un genial profesor de Español, a quien le agradezco toda la motivación y el rigor. Fueron años difíciles aquellos de la primera mitad de los noventa. Arroz, chícharo y barquillo, y aporreado de marabú el miércoles en la noche, día en que se iba la luz. Eso sí, la calidad de los profesores, salvo excepciones, bastante alta.

Me he divertido desde siempre en la escuela. He atesorado anécdotas toda la vida.  Recuerdo a Elena Batista, profesora de inglés de secundaria explicando el futuro con will. Cuando Yamil preguntó qué significaba will, ella respondió que nada, que indicaba futuro, y ante la insistencia: «bueno, significa: eré. I will eat, yo comeré».

Recuerdo a Nelson, de matemática, pedir un libro de geometría analítica: «Por favor, ¿alguien puede darme un Lehman?», y nosotros, los graciosos del aula, levantarnos y decir: «Patria o muerte, venceremos».

También recuerdo a Juanito, profe de Matemáticas de la secundaria, no poder parar de reír cuando escribió el asunto «Ecuaciones de Segundo Grado», y un alumno le dijo que ya no se acordaba de lo que había dado en segundo grado.

En la universidad, en mi grupo teníamos un Didier y un Didié. Mi inolvidable profesor Baldomero pasaba la lista y al llegar a Didier, lo pronunció didié, y cuando la gente protestó, explicó que por la pronunciación francesa Didier se decía Didié, y que entonces Didié, se diriá Didí. Nos reímos, le dijimos que a Didié (que no había llegado) no le iba gustar ser Didí, y él dijo muy serio que lo iba a seguir pronunciando así. En eso entró por la puerta Didié, y el profesor le dijo: «Buenos días… Olivera». Genial.

En la Lenin, el profesor Héctor de Biología preguntó en qué se diferenciaban una célula normal y una neurona, mostrando las láminas de las dos. Como la célula normal era lisa por fuera y la neurona tenía las dendritas, yo, sin pensar, dije que en el pelado. El profesor me la guardó, y cuando en otra clase sobre el ciclo de Krebs pregunté si lo había descubierto alguien de apellido Krebs, me soltó: «¿Qué tú Krebs?»

No puedo homenajear aquí a cada docente que admiro, pues son muchos. Solo quiero agradecer a todos los que hicieron de mí la persona que soy hoy. Creo que más que el jabón, el par de medias o el champú de los días 22 de diciembre, tenemos que valorar más a los maestros buenos que aún quedan. Entre tantas cosas que debemos exigir a quienes nos dirigen, está que le den el valor exacto a las profesiones que sientan la base de los pueblos y las sociedades. Que paren ya de alardear sobre nuestro sistema educativo, porque a día de hoy es malo, y va a empeorar mientras cualquiera pueda ser maestro y para ser taxista de turismo haya que resolver los 12 trabajos de Hércules.

Gracias maestros. 

2 COMENTARIOS

  1. Resulta doloroso que nuestros buenos maestros hayan dejado las aulas. Tienen las mismas necesidades que el pueblo en general y los salarios muy bajos. En los barrios, les resulta impagble moverse de un lugar a otro, me refiero a las provincias aledañas, aunque en la ciudad haya dificultades también.
    Lo mismo sucede con los estudiantes que deben pagar sumas exorbitantes para llegar a la secundaria o al preuniversitario y a veces encontrar que el maestro no pudo llegar.
    De más está mencionar la calidad de los maestros de primaria hace años, el maestro siempre llegaba antes de las 8 al aula y era el último en retirarse.
    Hoy, es doblemente difícil estar en un aula pensando cómo resolver sus problemas cotidianos.
    Me sumo a tu agradecimiento a los maestros que nos formaron.

  2. Similares experiencias y época Jorge. Y un montón de gratos recuerdos.

    Me viene a la mente el gran profe Ortiz, también en la Lenin; impartía física y era nuestro profesor guía, además de tremendo guitarrista. La última vez que lo ví fue poco antes de salir de Cuba, ya no trabajaba en educación sino en turismo. Lamentaba mucho haber dejado el magisterio, pero tenía dos hijos y debía mantenerlos. Cuando le dije que me iba del país no pudo ocultar la tristeza y me dijo «lucha caballo!»… Un maestro excelente. También recuerdo al profe Ricardo de geografía en 9no grado. Este te hubiera caído muy bien Jorge pues tenía una memorable vis cómica. Ricardo me dio una de mis grandes lecciones de vida una vez, cuando abandoné a mi equipo durante una competencia deportiva debido al despecho que sentía por un amor no correspondido (una muchacha del mismo equipo). Que decir de la profe Mercedes, la cual impartía matemática en la secundaria . Aún recuerdo su cara cuando trajeron a la escuela los resultados de un concurso provincial de física en el que obtuve muy buenos resultados (también recuerdo la cara del viejo, otro gran maestro).
    Y el profe Lores de dibujo técnico, también en la secundaria: un tremendo jodedor y hombre de honor en toda regla. Del Lores escuché por primera vez «Honrar honra», pues él la había puesto esta frase martiana como lema de nuestro albergue en la escuela al campo en 7mo grado.

    Tuve excelentes profesoras, de las cuales además me enamoré perdídamente. La teacher de inglés en 7mo, la profe de biología en 10mo (oh, la langosta!), la profe de literatura en 11no (me revisaba y corregía todos los poemas que yo le hacía). Aún recuerdo su lectura y análisis de Poe, Whitman y Mayakovsky. Que decir de aquella profesora de estadística en la universidad. De vez en cuando me cantaba jocosamente la canción «Seniora de la cuatro décadas» (creo que así se llama), de Ricardo Arjona. La de veces que la llamé por teléfono con cualquier pretexto.. Oh, y que decir de la preciosa maestra Bárbara en 5to grado. Esta muchacha impartía la clase de historia antigua como si estuviera haciendo un cuento. Uno quedaba embelezado, cómo con los munequitos. Me enamoré para siempre de la asignatura de historia. Nunca más he olvidado el anio de muerte de Octavio Augusto.

    Por otro lado, recuerdo a mi tia-abuela Margarita, que me ensenó a leer y escribir antes de empezar la escuela, también las tablas. Ella había sido maestra antes de 1959 y asesora de alfabetizadores después de la revolución. Era más estricta que el caraj…, pero era un evangelio vivo.

    Siento absoluta gratitud por la excelente educación recibida en mi país, y siento mucho dolor de ver cómo muchas de estas cosas han perdido la prioridad que antes tenían. No debe verse la educación como una inversión individual, sino como un derecho y como una inversión que la sociedad hace en su propio desarrollo. Recortar dinero de estos asuntos es un error. La vida me demostró la diferencia que una buena educación puede hacer.

    Recuerdo a muchos otros maestros, pero la lista sería larga. A todos ellos, muchas gracias.

Deja una respuesta

Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

Más de este autor

Descubre más desde La Joven Cuba

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo