|
Getting your Trinity Audio player ready...
|
En noviembre de 1963 y a raíz de una polémica entre cineastas, Julio García Espinosa, en tono irónico, comparaba[1] aquel panorama «acalorado» con el cuento de si son galgos o podencos, mientras la liebre ―obligado objetivo de todos― se escapa. En esa misma reflexión, pero ya sin pizca de gracia, el director de El Mégano suelta perlas como esta: «En el terreno estético la lucha no se desarrolla desde posiciones de fuerza». El autor de Por un cine imperfecto polemizó y escribió muchísimo en torno al cine nacional desde finales de la década del sesenta, a punto de convertirse en un teórico necesario, cortante. García Espinosa murió en abril de 2016 y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que ayudó a fundar celebró 65 años el pasado 24 de marzo.
Efecto óptico
Al ICAIC le sobran más polémicas que películas en sus archivos. Desde la sonada reunión de Fidel Castro con los intelectuales en 1961 a partir de «El caso PM», el veto de obras… absolutamente todo, pasando también por sus logros como autoridad oficial, ha dejado en el camino tortuosas discusiones como las que protagonizaron en su momento Alfredo Guevara o Tomás Gutiérrez Alea.
Supeditado al Ministerio de Cultura y con muy pocas posibilidades de autonomía, el ICAIC llega viejo a la celebración por sus 65 y con más achaques que motivos para el festín: una empobrecida producción de películas, elevado por ciento de cines cerrados en todo el país, profundas divisiones entre miembros de su gremio; los reclamos de la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC) ignorada olímpicamente desde las élites de poder, hasta los más recientes casos de acoso sexual en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños que, directa o indirectamente, también salpican a la institución.
Pero en la realidad paralela que viven algunos intelectuales cubanos lo anterior no existe, son solamente invenciones prefabricadas para dividir a la primera institución cultural creada por la Revolución. Quizá para desarticular dichas «campañas del enemigo», la actual presidencia del ICAIC —con demostrada experiencia en la organización de galas y espectáculos— decidió diseñar un «plan de actividades» para la llamada «Fiesta Nacional por el Cine» con exhibiciones de obras clásicas de la filmografía del patio, estrenos, una Muestra de Cine Ruso y la firma de acuerdos colaborativos, entre otras acciones.
Como en toda buena fiesta «familiar», esta también tuvo sus momentos de tensión y sucedió el domingo 31 de marzo con la entrega del Premio Nacional de Cine, 2024. El jurado, presidido por Miguel Barnet (uno de los escritores más publicados de Cuba) e integrado por la actriz Eslinda Núñez, la maquillista Magaly Pompa y los directores Héctor Veitía y Lourdes de los Santos anunciaron su veredicto. Entre la exaltación y el asombro, de a poco, fueron saliendo algunos criterios que exploramos y exponemos a continuación de manera resumida.
Ni lobo, ni hombre nuevo
El ICAIC convocó a instituciones del sistema de la cultura en Cuba a presentar sus nominados. La ACC, por su parte, convencida de su legítima existencia, utilizando el espacio en WhatsApp, y tal y como pedían las bases del galardón, entregó su propuesta al ICAIC: el actor Luis Alberto García, seleccionado con el mayor número de votos entre los más de cincuenta candidatos presentados, donde estaban Mirtha Ibarra, Ernesto Daranas, Diana Fernández y Adela Legrá.
«Esto no significa que vayamos a desconocer o descalificar el resultado que arroje la convocatoria oficial. Siempre será honrado un integrante de nuestra comunidad, y eso es lo realmente esencial», aclaró la ACC en su perfil en Facebook. Al hacerse pública la lista[2], el protagonista de Clandestinos aparecía nominado por el director Fernando Pérez y no por la ACC tal y como debió decirse correctamente. La sorpresa hubiera sido al revés. Algunas instituciones culturales propusieron a la actriz y directora Isabel Santos, al profesor y narrador Eliseo Altunaga, al productor Santiago Llapur y otros con carreras de sobrado prestigio.
De manera casi unánime, una vez conocido el resultado, todos han coincidido en que Jorge Perugorría lleva en su pecho suficientes medallas para recibir dicho galardón cinematográfico por la obra de la vida. Se trata de un actor, director, productor, pintor y empresario con una aplastante filmografía en Cuba, España y otros países. Su prestigio e influencias han sido utilizadas para impulsar festivales en Cuba como el de Gibara o el de Cine y Medio Ambiente del Caribe (Isla Verde). A sus gestiones como promotor cultural se debe la creación de la Galería de Arte y Proyecto Cultural «Gorría», con sede en el barrio habanero de San Isidro y el bar-restaurante Yarini, donde Leonardo Padura ha presentado algunos de sus textos.
Como actor, Perugorría ha tenido la suerte de estar en momentos cruciales, cuando aceptó el reto de defender aquel Diego díscolo de Fresa y chocolate, por ejemplo. Tres décadas después, el alter ego exige más de lo que el artista puede dar, o no quiere, o no se atreve.
¿Qué ha hecho Perugorría para merecer esto?
En aras de denostar su trabajo, algunos han «interpretado» el silencio del actor como señal de complicidad con el sistema político cubano. No estar en posición frontal, de permanente crítica contra el «régimen», es sinónimo de flaqueza según algunos «analistas de la moral» diseminados por redes sociales y programas de YouTube. Para ellos el protagonista de Guantanamera pasó a convertirse, ipso facto, en un elitista, un pusilánime y un apagafuegos.
«Esto me compromete, más todavía, de lo que he estado siempre con el cine cubano. Ojalá que vengan aires de reconciliación, que respetemos las diferencias entre los cineastas y podamos trabajar juntos por el cine cubano», manifestó el premiado. Sin embargo, los mismos comentaristas han dicho que Perugorría debió ser más enfático en su discurso, que realmente no debió aceptar el premio y en todo caso, debió aceptarlo de manera compartida.

¿A los extremistas políticos le importará realmente el cine cubano? No hay forma de probar lo contrario cuando de manera malintencionada y perversa determinadas voces han llegado a comparar las carreras de Luis A. García y Jorge Perugorría, presentándolos ante la audiencia como figuras antagónicas, incompatibles políticamente, añadiendo fuego en donde solo hay amor y respeto mutuos durante más de cuarenta años. El radicalismo manifestado en ambos polos no da tregua, ni oportunidad tan siquiera para hacer evaluaciones fundamentadas, exclusivamente, desde el arte y por el arte, «tal es la fuerza de nuestra pobre vida intelectual», diría Julio García Espinosa.
Polémicas como estas seguirán vivas y aparecerán una y otra vez, enmascaradas con la entrega de un premio o la censura de una película, hasta tanto la soberbia no dé paso al diálogo. Ni galgos ni podencos podrán distraernos de lo más importante: liberar al cine nacional del burocratismo, de posiciones extremistas y decisiones arbitrarias. Pensar y hacer por él es un derecho de todos los cubanos desde 1897.
[1] Galgos y podencos por Julio García Espinosa en Polémicas culturales de los 60. Selección y prólogo de Graziella Pogolotti. Editorial Letras Cubanas, 2006, p. 86.
[2]https://www.cubacine.icaic.cu/es/articulo/por-vez-primera-el-icaic-hace-publica-nominacion-al-premio-nacional-de-cine


Me parece justo el premio a Perugurria, y no tiene solo una película como dice el comentario, también considero muy bueno a Luis Alberto García, cualquiera de los dos podía obtenerlo, pero siempre habrá disconformes.