Nombretes y maldades

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Los nombretes se distinguen como una dimensión muy especial del choteo cubano. Si bien el uso del nombrete parece ser universal, en Cuba se le ha dado desde siempre una vuelta de tuerca adicional, que le aporta componentes que rozan lo artístico.

El nombrete puedes ganártelo a raíz de tu apellido, y yo que llevo el Bacallao puedo dar fe, porque a lo largo de mi niñez he sido apodado Bacalao hasta la saciedad, y hasta Va cagao varias veces también. Los niños no perdonan un apellido como Piña o Angulo: es como picharles suave y al medio. Recuerdo que en la Lenin le pregunté una vez a un muchacho llamado Arturo, que si la gente no se aburría de gritarle Arturo Huevo Duro. Me contestó que prefería que se mantuvieran en huevo duro, a que pasaran a Arturo Cara de Culo.

Hay nombretes que provienen de una costumbre de la víctima, casi siempre de connotaciones negativas. En la Lenin conocí a un muchacho que no usaba desodorante —no porque no lo necesitara— y era llamado como la deidad griega: Apolo, el que hiere de lejos. Conocí también a Eduardo F1, que pedía comida a todo el mundo en todo momento, de manera que el F1 era en alusión a la granada de mano, que tiene un radio de acción destructiva de 200 metros.

Las características físicas deben ser la causa de la mayor cantidad de nombretes en la historia, y probablemente de los más originales. He conocido a una profesora de glúteos tan voluminosos que sus alumnos le decían La Centauro, y otra que le faltaba un dedo de la mano y era conocida como «4.50», porque en aquella época pintarse las uñas costaba cinco pesos.

También conocí a un tipo de cara muy alargada hacia adelante a quien le decían El Inercial. Tengo noticias de un muchacho al que le faltaba una oreja y era El Taza, y de una chica de cara muy, muy pequeña apodada Tojunto. Tengo referencias también de un muchacho con la boca virada apodado El Peón, y en el servicio militar coincidí con un mulato gordo que estaba permanentemente caminando con las piernas rectas y abiertas porque tenía los muslos pelados, y le decían La Foca Cojonúa.

Suele suceder que las personas con habilidades para crear nombretes antológicos, son a la vez genios de las «maldades». Tuve un vecino genial para los nombretes, cuya felicidad más grande era joder a su suegra, a la que por cierto, idolatraba. La señora dejaba el menudo encima de la cómoda, y él se tomaba el trabajo de ponerle a algunas monedas una gota de cola loca debajo; se consiguió un mando de televisor Panda para apagarle el televisor a la señora, que tenía el mando original en la mano, y una vez esperó a que se durmiera y le configuró el celular en coreano. La suegra se molestaba, pero después terminaban riéndose los dos.

Pero iba más allá. Disfrutaba ser cada vez más sofisticado. La suegra solía hervir dos huevos y les daba 10 minutos. La vigilaba, tomaba el tiempo y a los 8 minutos, sacaba los huevos y los sustituía por dos nuevos, y se sentaba a ver a la suegra tratar de abrirlos. En un par de ocasiones, cuando la señora se sentó a ver la novela y subió los pies al sofá, arrastró las chancletas con un palo y las puso en el congelador, para dejárselas de nuevo en el piso casi al terminar la novela y esperar la reacción del contacto de los pies con las chancletas congeladas.

Hay una sutil y delgada línea que separa estas manifestaciones en su versión inofensiva, de su empleo extremo y malintencionado como herramientas para el acoso y el abuso. Es imprescindible no cruzar esa línea nunca, y eso se logra ejercitando a diario la empatía, el sentido común y la comunicación. Además, trabajando en la autoestima y los valores, y el sentido del humor de nuestros hijos.

Por cierto, si yo, Jorge Bacallao, o Bacalao, o Va Cagao, me entero de que alguien utilizó alguna información de este post para cualquier tipo de abuso o maltrato, lo voy a ir a buscar y la venganza será terrible. Queda dicho.

6 COMENTARIOS

  1. Lo siento pero los nombretes y esas bromas pesadas me parecen algo terrible, porque el chistoso no tiene en cuenta los efectos en la persona burlada que no tiene otra opción y no puede resolver su problema.

  2. Creo que lo de nombretear la gente es muy nuestro y viene de la «chusma» andaluza que teajo los barcos de Vela qués, que nos dejó sus gitanos y porque no de los africanos que en las tribus aún se usa en un mundo africano kenyota decir «wabenzis» (tipo realizado con Mercedes Ben en swahili) ampliar o exaltar algo con buena o mala intención. el daño va también en la autoestima o la debilidad mira en la Secundaria mi mamá me hacía dos coletas llamadas motonetas y hubo un personaje de TV que tenía una yegua que se llamaba Motoneta si recuerdan a Miravalles, alguien decidió que mis carcajadas a lo Kamala Harris (gracias Vice casi Presidente por reírse alto y con ganas) eran como de una yegua y me puso en el aula Motonetas, en esa época yo era aún tímida, hasta que me enteré por una amiga y cogí a un pueblerino por el cuello del flamante y recién estrenado uniforme blanco y azul, cuando lo solté le dije bajito al oído sensualmente… Diles que soy… La Guajira….. Ahi descubrí mi autoestima y mi amor por el campo de donde mis padres me emigraron mudando se cuando me fui a estudiar en Plan Came….. Hasta el sol de hoy.

  3. Un vacilón el texto Jorge, como de costumbre, y siempre me animan un par de reflexiones. Ciertamente es importante observar el contexto y respetar esa linea a la que haces referencia, que puede terminar en insulto y ostracismo al agredido. Definitivamente la empatía debe estar alerta, pues no hay otro modo de tantear los límites personales de otros.

    Por otro lado, no creo que el empleo de invectivas personales sea, en términos generales, el mejor modo de canalizar nuestra cubanísima y sempiterna naturaleza humorística, particularmente cuando se emplea para ridiculizar sin ningún motivo a personas en posición de indefensión, basándose para ello en características físicas o algún que otro tipo de cualidad sobresaliente. Este es el tipo de móvil que usan los abusadores y cobardes de todo tipo (el más grande tomándola con el más chiquito o un grupo entero, compuesto por algunos que jamás se atreverían solos, burlándose de una sola persona). Eso me asquea, pues lo único que hace es denigrar y humillar.

    Aunque lo anterior sucede con frecuencia en el ámbito infantil y juvenil, es más entendible en estos grupos, los cuales son al mismo tiempo más susceptibles a la educación si en el momento justo los maestros y padres corrigen y enseñan simpatía, empatía y sentido de la compasión (a los padres de los chamas vilipendiados recomiendo de todos modos artes marciales para sus hijos). Sin embargo, si bien en los más jóvenes esto se puede ver como parte natural de su proceso de crecimiento y desarrollo, en los adultos esta falta de empatía es imperdonable y peligrosa. Este es el territorio de los narcisistas, sociópatas y psicópatas; también es el terriorio de los miembros de mayorías gustosos de aplicar crueldad a ciertas minorías o de miembros de un grupo en el poder burlándose de un grupo de menos poder. Por ejemplo, a estas alturas muy pocos encontrarían gracioso a un humorista nazi haciendo un chiste sobre el holocausto. O que decir de aquellos chistes del siglo XIX y primera mitad del XX, algunos sin duda muy creativos, en los que supremacistas blancos se pintaban la cara en sus «minstrel shows» (blackface) y distorsionaban malintencionadamente el comportamiento de la minoría de origen africano (los cuales no tenían ni siquiera derecho a réplica).

    Al mismo tiempo, la dialéctica importa. Hecho en el momento correcto y en un ambiente más simétrico (por ejemplo entre amigos), una bromita no tiene que ser necesariamente pesada o abusiva, sino reflejo de familiaridad o de una «jovialidad de buena ley», como diría Mañach en su Indagación sobre el choteo (1928). Para aclarar, esta frase se aplica al contexto de este artículo, pero no necesariamente expresa la intención del autor en su ensayo. En realidad, Mañach critica al choteo, lo ve como evidencia de nuestra falta de carácter como nación. Pero lo que el critica es la práctica de irrespetar al poder y a la autoridad, aún cuando esto es justificado. El choteo para él es la mala costumbre de los cubanos de desacralizar todo protocolo y solemnidad, Pero este tipo de choteo es que ha caracterizado a lo mejor de nuestra cultura popular, y no sólo la nuestra. No sorprende que sea, precisamente la burla de los de abajo al poder la que probablemente haya pegado más en muchos sitios (el vagabundo de Chaplin, por ejemplo). Claro, Mañach, como buen conservador que fue, defendió la alcurnia y la gravedad. Pero lo cierto es que un «chuchito» no ofensivo entre «socios» no mata a nadie. Muchas veces esto se expresa en forma de apodos que después se quedan en el tiempo, pues siempre fueron más expresión de cariño que de escarnio. A un amigo pelirrojo en el pre (también la Lenin), le pusimos el «pique», por la chapa roja de los carros de piquera. Nunca lo tomó a mal y aún hoy lo recordamos de ese modo. Por cierto, la prima de Mañach, Edelmira Sampedro y Robato, condesa de la Covadonga, terminó casada con el príncipe de Asturias, cuya familia la llamaba cariñosamente «La Puchunga» (no se que significará).

    Por último, quizás es importante llamar la atención sobre el hecho de que quién practica la empatía no necesita tener la experiencia del recipiente de la misma. Así que no vale aludir a no entender lo que el otro siente como pretexto para
    justificar la prolongación de la crueldad. Probablemente lo mejor sea reirse de uno mismo, pero, ojo, también entre amigos. Aunque, por otro lado, muchos comediantes han destacado por este tipo de humor. Uno se quita el peso de tener que lucir perfecto y crea inmediata familiaridad en los demás. En las dos últimas generaciones de adultos, la Z y los milenials, este tipo de humor se ha vuelto muy popular.

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Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

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