Esas tremendas mujeres del teatro cubano

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En 1999 el Premio Nacional de Teatro se sumó a los galardones ya existentes de índole semejante. Desde entonces hasta el año en curso trece mujeres han sido acreedoras de este. Ella son Raquel Revuelta, Berta Martínez, Rosa Fornés, María de los Ángeles Santana, Verónica Lynn, Hilda Oates, María Elena Molinet, Flora Lauten, Fátima Patterson, Herminia Sánchez, Corina Mestre, Raquel Carrió y recientemente Miriam Muñoz, para una proporción del 32 % del total de galardonados.

Pero más allá del importantísimo reconocimiento, resalta una pléyade de mujeres de impresionante talla que le dieron prestigio a nuestras tablas desde antes del surgimiento del referido premio, y menciono tan solo algunos nombres como: Marisabel Sáenz, Minin Bujones, Myriam Acevedo, Lilliam Llerena, Helena Huerta, Ernestina Linares, Rosa Felipe, Elsa Gay, Bertina Acevedo, Carucha Camejo y la nacida en España pero espigada como actriz de altos quilates en Cuba: Adela Escartín, quien tuvo que regresar a la península en 1970, inolvidable para sus contemporáneos en cualquiera de sus dos patrias.

A ellas se suman esas otras grandes, procedentes de generaciones posteriores que, no obstante, no fueron distinguidas con el lauro pero que su sola mención basta para evocar la maestría en la profesión, me refiero a artistas como Gilda Hernández, Xiomara Palacios, Isabel Moreno, Alicia Bustamante, Adria Santana, Alina Rodríguez…, además de quienes aún alientan entre nosotros y que resultarían candidatas de rigor para cualquier jurado.

Por fortuna —puesto que méritos sobran— en el año que se inicia la alta distinción recayó en una actriz, directora artística y general, pedagoga y promotora, quien había sido nominada sin desmayo durante más de un lustro, en particular por varios de los artistas que ya han obtenido el Premio Nacional de la especialidad. Me refiero a Miriam (Mirita) Muñoz Benítez, quien tiene en su haber una intensa carrera dramática hecha en su natal Matanzas, por más de medio siglo.

Si bien no es común que las mujeres de la escena (actrices, bailarinas, directoras, regisseurs) procreen más de uno o dos hijos Miriam, en cambio, se aseguró de tener una extensa familia, compuesta hoy por cinco hijos, cinco nietos y siete bisnietos. Como suele suceder cuando una gran pasión anima la vida de los padres, dos de sus hijas y un nieto la acompañan en la aventura.

Tan significativa agrupación filial se ha visto afectada por la migración de los más jóvenes, fenómeno común en muchas de nuestras familias, sobre todo en el lustro más reciente. A la par, la familia teatral engrosa sus filas. Ella se compone de los jóvenes formados en los talleres que desde 1990 Mirita imparte, tarea en la cual la sigue su hija —la actriz, directora y profesora Lucre Estévez— junto a los colegas que a lo largo de la isla conocen y justiprecian el quehacer profesional de Miriam y sus valores humanos.

Miriam Muñoz es leyenda en los escenarios de Pinar del Río, Santa Clara, Camagüey y Santiago. Su instalación escénica Icarón Teatro fue erigida, tras dieciocho años de denodado esfuerzo, para dar cobijo a los grupos artísticos de todo el país que desearan presentarse en Matanzas; un propósito que la pandemia de covid en el 2020, a días de su inauguración, y la precariedad económica que, desde entonces, caracteriza la vida de la nación ha postergado.

No obstante, este júbilo que expresa nuestro gremio a lo largo de la Isla está saludando el resultado del jurado en la actual edición del Premio y tiene que ver con una labor popular, de raíz, que caracteriza la vocación artística de Miriam y que —y hay que decirlo— no siempre se hace evidente en el quehacer de nuestras grandes figuras. Por eso los pobladores de sitios como Unión de Reyes o La Mocha la han recibido y celebrado en estos días, sin dejar de mencionar a la gente de pueblo de su ciudad natal que la detiene en las calles, durante su andar cotidiano, para felicitarla con emoción sincera y recordarle cualquiera de aquellas noches, en medio de la pandemia, cuando actuó en sus cuadras, mientras ellos la miraban desde las puertas y los balcones por el aislamiento obligado. O, más tarde, cuando Icarón Teatro se ha presentado en las salas del Hospital Pediátrico o en el Hogar Materno o el Hogar de Ancianos. También hay que agradecerle por el seguimiento, desde su espacio en las redes sociales, durante las horas aciagas de aquellas jornadas intensas en que se luchaba por controlar el fuego en la Terminal de Super tanqueros, un enclave situado al otro lado de la bahía y que se podía observar desde su casa.

Existe en ella una eticidad, una vocación cívica que se trasmite al teatro, junto a una convicción del poder sanador y salvador del arte. Por eso lo mismo en Feo, que en Las penas que no me mataron, El cangrejito volador —espectáculo para los niños y sus familias—, que en Emilia habla con los que no la escuchan Miriam se comunica desde los escenarios a través de la emoción y les habla a los suyos de los temas urgentes de ahora mismo. El personaje de Emilia Pardo Bazán, interpretado por Miriam es, en tal sentido, una antorcha viva.

Y es esa la clave de enunciación de las intensas mujeres del teatro de la isla. De Raquel Revuelta, como protagonista de la versión cubana de Juana de Lorena, de 1956, frente a los esbirros de Ventura, o en su puesta en escena de Tartufo (Moliere, en 2003); de Herminia Sánchez en la Flora de La casa vieja (Estorino/ Berta Martínez) apenas en 1964; de la propia Berta en Catalina, la elocuentísima hija muda de Madre Coraje y sus hijos (Brecht/Revuelta), o en su propia interpretación de Bernarda Alba (Lorca/ Martínez); de Myriam Acevedo tanto en La noche de los asesinos (Triana/Revuelta) como en sus míticas presentaciones en El gato tuerto de los años sesenta; de Hilda Oates en su María Antonia (Hernández/ Blanco), de 1967;  de Verónica Lynn en su Luz Marina, de Aire frío (Piñera/ Arenal) y, recientemente, en Frijoles colorados (Rebull/ Lynn); de Alicia Bustamante en la entrañable Esperanza Mayor de Sábado corto (Héctor Quintero); de Vivian Acosta en Santa Cecilia (Estévez); de Flora Lauten, lo mismo en La vitrina, (Paz /Lauten), Éxtasis (Manet, Carrió, Lauten),  Aura, (Fuentes y Carrió/Lauten); de Mayra Mazorra en su evocación de Celeste Mendoza de En privado con la reina (Mallea/ Mederos); de Laura de la Uz en La Reina, de Delirio habanero (Torriente/ Martín); de Nelda Castillo en su singularísima y comprometida labor al frente de esa institución vital que es El ciervo encantado; de la inmensa Miriam Learra, igual en su inolvidable Doña Rosita (Lorca/Estorino), en la joven Belén de El becerro de oro (Luaces/ Suárez del Villar), que en el humildísimo personaje del Hombrecito del Sombrero Hongo, en El tío Francisco y las leandras (Martínez).  

Y si las seguimos al ámbito fílmico aún nos estremecen las poderosas imágenes de Rosa Fornés como Rosa Soto, de Papeles secundarios (Orlando Rojas) y Alina Rodríguez, como la maestra Carmela, en Conducta (Ernesto Daranas).

A esa estirpe declara legítima pertenencia Miriam Muñoz, avalada, además, por la enérgica y arriesgada experiencia fundadora de tres significativas entidades teatrales inscritas por sus valores en la historia contemporánea del teatro cubano.

Una artista que, desde el territorio de su provincia, prácticamente sin pisar la capital (sitio donde ella y su agrupación no son programados por las instituciones rectoras de la actividad escénica) y sin gozar de la promoción que garantizan los medios, ha conseguido extender su obra y talento a toda la nación. La misma a la cual ha representado dignamente, mediante la calidad de su arte, en diversos eventos e intercambios teatrales celebrados a lo largo y ancho de esta América nuestra.

2 COMENTARIOS

  1. Alina Rodríguez, a quien la muerte se llevó demasiado pronto, fue la actriz cubana que interpretó todos los matices de la emoción.
    Todos tenemos muchos remordimientos en nuestra vida, pero el mío fue no poder conocerla e intercambiar unas palabras con ella…

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Esther Suárez Durán
Esther Suárez Durán
Socióloga y escritora

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