Mario y Mario

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Cuando estudié Historia del Arte en la UH (1980-1985) tuve dos profesores de Historia del Cine: Mario Rodríguez Alemán y Mario Piedra Rodríguez.

La verdad es que mi promoción tuvo suerte en lo que atañe a ese grupo humano que se ocupa de pasar lista, escribir en la pizarra y socavar tu autoestima con una inesperada pregunta escrita: tuvimos a Gustavo DuBouchet, a Yolanda Aguirre, a Adelaida de Juan… Vaya, que si no cambiamos el panorama artístico-literario del país no fue por culpa de los pedagogos, sino de nuestras modestas capacidades. Tengo entendido que la asignatura de Historia del Cine como tal no llevaba mucho tiempo en el plan de estudios cuando un buen día debimos peregrinar de la Facultad de Artes y Letras a la de Economía para enfrentarnos a aquel viejito legendario que los domingos por la tarde nos saludaba desde la tele: Muy buenas tardes, queridos televidentes… No lo podíamos creer.Si en esa época hubieran existido los móviles, todos tendríamos ahora selfies con el buen Alemán.

El primer semestre, que él nos impartía, recorría la historia del cine universal. Como parte de cada conferencia, naturalmente, veíamos una película. En celuloide. Supongo que Economía tenía el equipamiento técnico adecuado, y Mario la autoridad para sacar esas cintas de la Cinemateca. Con él vimos clásicos como Citizen Kane o Cuando vuelan las cigüeñas, aprendimos qué significan y cuándo y por qué son buenas la edición, la fotografía, el guion, a entender las piezas en su contexto histórico.

Mario era un fanático irredento del cine soviético: para él, todo lo demás sirvió para llegar ahí. En el grupo estaba Tania, la china (la llamábamos así aunque muchos años después descubrimos que su ascendencia era coreana, pero igual le seguimos diciendo china hasta el día de hoy); Mario le aseguraba a menudo que era idéntica a la actriz Tatiana Samóilova, con el tono de quien profiere la galantería suprema. Cuánto de sinceridad había en su fascinación por la hoz y el martillo cinematográficos no puedo saberlo, pero era una actitud que trascendía el contexto académico. Quizás algunos recuerden cuando, presentando la fatídica Flash Gordon (1980) de Mike Hodges en su Tanda dominical, dijo que la música era de «un tal Queen». Y ese era un Queen que ya tenía a sus espaldas álbumes como A night at the opera (1975) y A day at the races (1976). A ver qué trabajo le costaba al tal Freddie interpretar Noches de Moscú en uno de sus discos…

En esa época, al terminar cuarto año de cualquier carrera universitaria debías pasar un mes de Concentrado Militar en una unidad real, y después de graduarte, seis meses en otra más real todavía. Durante el semestre en que vestí de verde, me mantuve publicando algunas críticas de arte aquí y allá, y a raíz de la exhibición de E la nave va (1983) de Fellini en la Tanda del Domingo, llevé al periódico Trabajadores un texto en que señalaba algunos errores en que incurriera Mario, colaborador habitual de dicho periódico, durante la presentación de marras, el más conspicuo de los cuales fue confundir a un rinoceronte (que sale en la película) con un hipopótamo (que no sale). Yo tenía razón, pero Mario era Rodríguez Alemán, así que no publicaron mi esclarecedor artículo.

Fue un gran profesor. Pero nadie es perfecto.

El segundo semestre se centraba en Cine Cubano; a cargo estuvo Mario Piedra.

Puedo imaginar a algunos extremistas ignorantes preguntando si ha habido suficiente cine cubano de valía para llenar un semestre. Bueno, si por un lado creo que el séptimo arte universal da para varios años de estudio (para quienes se especialicen en Historia del Cine), Mario Piedra se encargó de probar que el semestre a su cargo no fue artificialmente estirado ni muchísimo menos. Fundador de la Federación Nacional de Cine Clubes, periodista y divulgador, el tipo contaba además con una herramienta de que carecía, al menos frente a nosotros, el ilustre tocayo que le precediera: un estupendo sentido del humor. Había que reír con él, con sus salidas inesperadas y exagerados símiles.

Este Mario nos enseñó a ver la maravilla en materiales que, por su propio origen, nos parecían necesariamente inferiores; a sentir orgullo por lo hecho en Cuba. Por ejemplo, al presentarnos La primera carga al machete (1969) de Manuel Octavio Gómez, nos hizo notar que era un falso documental, que las entrevistas a soldados y funcionarios españoles o mambises y simpatizantes eran históricamente imposibles pero, precisamente por eso, un recurso brillante, un toque de genio del realizador. Nos explicó las proezas técnicas en Soy Cuba (1964), dirigida por un soviético, Mijaíl Kalatozov; nos habló del genio intuitivo de Santiago Álvarez y de los recursos tan imaginativos a que echaba mano; refirió anécdotas de Titón y Colina, de Solás y Tabío.

Para explicarnos las especialidades cinematográficas acudía a medios que funcionaban a las mil maravillas con un grupo de veinteañeros rijosos. Por ejemplo, dado que el profano suele confundir al director con el productor, nos señalaba la diferencia diciendo: «El director es el que dice: “Yo quiero esta sala llena de gente encuera. El productor es el que tiene que conseguir a la gente”». A los 21 años, ejemplos como ese suscitan imágenes difíciles de olvidar.

Incluso su manera de evaluarnos era creativa. En una ocasión nos hizo responder la siguiente pregunta escrita: «El público cubano suele llamar “el documental” a todo lo que sea corto y se exhiba antes del largometraje. ¿A qué cree usted que se deba esto?» Mi respuesta comenzaba negando dicha afirmación: dije que nunca había escuchado a nadie llamar así a un cortometraje, y luego aventuré una explicación para ello, «en caso de que fuera cierto». Bueno, esta vez era yo el equivocado, este Mario tenía razón, con el tiempo he escuchado un montón de veces llamar documental a una película de media hora. Sin embargo, mi insolencia y mi argumentación debieron gustarle, porque me dio una buena nota.

De las clases de cine con cualquiera de los Marios salíamos comentando, polemizando, prefigurando la próxima conferencia; mientras algunos se escandalizaban, otros descubrían su vocación. Y es que ser estudiante implica combinar dosis de desafío con otras de adoración absoluta; es un campo de batalla no muy diferente en ese sentido a otros en que también hay mucho en juego, como la oficina o el matrimonio. Hay gente que olvidas en poco tiempo, hay gente que deja una firma indeleble al pie de tu página.

Mario Rodríguez Alemán nos dejó en 1996, Mario Piedra Rodríguez a comienzos del año que corre.

Honrar honra.

10 COMENTARIOS

  1. Muy buen artículo Eduardo. Fuiste mi profesor de Arte Americano en la Facultad de Artes y Letras. Me haz hecho recordar aquellos años, los 80, y nuestras tertulias en los pasillos de la facultad sobre el cine de Tarkovky y algunos documentales sobre sobre la participación soviética en la guerra en Afganistán y la polémica con Desiderio Navarro. Saludos Nicolai

  2. Si la memoria no me falla, poco antes de iniciar el semestre (o recién iniciado), Mario Rodríguez Alemán tuvo un accidente automovilístico que lo alejó de las aulas varias semanas, por lo que estuvimos viendo las películas de la asignatura sin su presencia y comentarios. Tras recuperarse -más o menos cuando estábamos viendo los clásicos del neorrealismo italiano-, nos dio una clase magistral de la Historia del Cine hasta ese momento. Por cierto, siempre me pareció que MRA, con la barba correspondiente, era la elección perfecta para un biopic sobre Carlos J. Finlay.

  3. Un privilegio el tenerles frente al aula, profesores como ellos han salvado a muchos, han abierto caminos a otros o le han perfilado el futuro. En mi caso, cada tanto, recurro a Adelaida de Juan, esa señora sacudió mis cimientos cuando «sin pelos» en la lengua nos enfrentó a la mediocridad cotidiana en la que estábamos sumergidos como estudiantes, nunca le pude agradecer, por ello aprovecho su nota profesor y también le honro. A usted el agradecimiento de siempre por lo que escribe y sobre todo por cómo lo escribe.

  4. Menos mal, pensé que ya nadie se acordaba del «tal queen». Fue una pifia funesta, pero es como si ahora yo tuviera que hablar de la música de un repartero, en fin, el bar

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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