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Ha de ser, el tuyo, un Alzheimer muy avanzado para que tengas más de 50 años y no recuerdes a Louis de Funès.
Durante los años setenta, el masajista Ichi y los cómicos franceses Pierre Richard y Louis de Funès constituían lo más encumbrado de la realeza en las pantallas nacionales, esa realeza que llenaba salas con solo figurar en los créditos y a la que también pertenecían Bud Spencer y Terence Hill, Alain Delon, los Vengadores Incapturables y un largo etcétera. Ahora bien, el monarca era sin duda ese actor bajito, calvo, de ojos azules e irremisiblemente feo, que gesticulaba y chapurreaba parrafadas incomprensibles, Louis Germain David de Funès de Galarza y Soto.
De padres españoles emigrados, tuvo que trabajar mucho en locales pequeños y como extra en filmes olvidables hasta llegar, a los 50 años, a la ristra de títulos que lo hizo conocido en todo el mundo: la trilogía de Fantomas (Fantômas [1964], Fantômas se déchaîne [1965] y Fantômas contre Scotland Yard [1967], todas dirigidas por André Hunebelle), la serie del gendarme (también iniciada en 1964 con Le gendarme de Saint-Tropez, de Jean Girault, y continuada luego a lo largo de otros cinco episodios), La grande vadrouille (1966) de Gérard Oury, Hibernatus (1969) de Édouard Molinaro, L’homme orchestre (1970) de Serge Korber, La folie des grandeurs (1971) de Gérard Oury, L’aile ou la cuisse (1976) de Claude Zidi… A guisa de indicador de popularidad, baste decir que la frase Pitipitipá, la obsesiva letra (¡!) de una de las piezas coreografiadas en L’homme orchestre, sirvió de nombre a un corte de pelo que hizo furor en esos años, y era rara la chica que no anunciaba a sus amigas que iba a hacerse el Piti…
Como sucede con otros cómicos célebres del mundo cinematográfico (Chaplin, Jacques Tati, Cantinflas, Jerry Lewis), los personajes más recordados de Louis eran en realidad uno, con características inconfundibles; en su caso, la exageración de gestos y reacciones, la hiperactividad (siempre corría, siempre se mostraba exaltado), la verbalización de sílabas sin sentido por sí mismas pero que, con el auxilio del lenguaje corporal, resultaban perfectamente comprensibles (vale recordar, en la misma L’homme orchestre, la escena en que cuenta a las bailarinas la historia del lobo y el cordero durante dos minutos y medio de glorioso galimatías), la caricaturización de ademanes y discursos de otros personajes.
Aunque sus largometrajes constituyan ante todo vehículos para el desarrollo del personaje y no sean desde luego el tipo de cine que ensalzan los manuales, algunos de ellos narran historias verdaderamente originales y probablemente funcionarían incluso sin la presencia del cómico. Pero más allá de la especulación, lo cierto es que, sabedores de su potencial, los guionistas solían enfrentarlo a situaciones absolutamente inauditas, como los enredos familiares concomitantes al rescate y paulatina reinserción social de un antepasado congelado en el Polo Norte (Hibernatus); ayudar, desde su puesto de director de orquesta, a la fuga de tres pilotos ingleses caídos en el París ocupado durante la Segunda Guerra Mundial (La grande vadrouille), acceder a restaurantes sin que lo reconozcan como un temido crítico gastronómico (L’aile ou la cuisse)…
También como esos comediantes célebres, de cuando en cuando interpretó roles que se salían de su zona de confort, pero no son esos los que lo convirtieron en el actor favorito de los franceses. Y es que solemos admirar a los intérpretes dramáticos por su capacidad de transformación, y a los cómicos por su fidelidad al personaje que nos deleita.
Louis de Funès trabajó con nombres legendarios del cine francés, como Jean Marais (en Fantômas) e Yves Montand (en La folie des grandeurs); aunque eran tipos guapos y con brillo propio, el comediante calvo se los desayuna de un bocado. A pesar de su salud cada vez más delicada, siguió trabajando hasta su muerte en 1983. A la luz del ahora, como sucede con prácticamente todo el cine clásico, un montón de gags y situaciones parecerán políticamente incorrectos, pero no han perdido el don del hechizo.
Bueno, el Moore en el título no es un error ortográfico: como ya hice con Pierre Richard y Gene Wilder, he querido convoyar al ilustre francés con otro gran comediante, en este caso británico: Dudley Moore. Sí, el nombre es mucho menos conocido, pero este hombrecillo de aire pícaro tuvo una amplia carrera en Inglaterra y más tarde en Hollywood. El público cubano recordará haber visto en televisión algunas de sus películas, como Arthur (1981) de Steve Gordon o Micki & Maude (1984) del incombustible Blake Edwards.
En su país natal, Moore estableció un dúo con Peter Cook que fue inmensamente popular en la televisión. Dotado (como Louis de Funès) de aptitudes musicales, se lució en diversos terrenos, en especial el programa televisivo Not only… but also, donde el dúo hacía parodias, sketches y entrevistas; de hecho, su amigo John Lennon realizó algún cameo allí, robando tiempo a su apretada agenda. Además, tocó el piano y cantó con Cilla Black, Lulu, Cass Elliott (de The Mamas ad the Papas) y otros artistas en apariciones, por lo general satíricas, en la pequeña pantalla.
Fue un buen músico, un intérprete versátil que de cuando en cuando se las veía con una orquesta. Busquen en Youtube el video en que acompaña al piano a Christopher Cross en Arthur´s theme (Best that you can do) durante una célebre presentación en 1982. La cosa tenía sentido, pues como el nombre indica, era la pieza clave en la banda sonora de la película de Steve Gordon, en que Moore interpreta a un millonario malcriado y calavera que termina enamorándose de la chica encarnada por Liza Minnelli, llegando a renunciar a su fortuna por ella. Bueno, más o menos. En su momento fue un gran éxito.
También lo fue Micki & Maude (Globo de Oro a la Mejor Comedia del año) en que el personaje de nuestro héroe es un oscuro presentador de televisión, casado, que emprende una relación extramarital con otra mujer. Sus dos parejas (Ann Reinking y Amy Irving) quedan simultáneamente embarazadas, de manera que el bígamo debe ingeniárselas para seguir con las dos, cuidarlas a las dos y, llegado el momento, asistir al parto de las dos… En fin. ¿Hablábamos de incorrección política? Pues mencionaré entonces 10 (1979) también de Blake Edwards, donde Moore es un compositor que, teniendo una relación sentimental, queda fascinado con otra mujer (Bo Derek) nada menos que el día en que esta contrae matrimonio… El título, como supondrán, alude a esas evaluaciones que todos hacemos de individuos del sexo opuesto, sobre una escala de diez.
Quise escribir de estos célebres comediantes porque, a su manera, ilustran la amplitud de espectro del arsenal humorístico: frente a un De Funès desbordante podemos ver a un Moore comedido, irónico, que a cada paso nos recuerda el absurdo de la existencia. Si el francés estalla, el británico fluye (como el agua, diría el gran filósofo Bruce Lee). Si uno es el mejor payaso, el otro una suerte de míster Noone, de hombre de la multitud. En todo caso, uno y otro recuerdan a quien haya podido olvidarlo que el humor no es solo una actitud ante la vida, sino la actitud ante la vida.


Afortunadamente Luis de Funes no ha sido olvidado en Cuba. De tanto en tanto se pasan sus películas. Qué bueno!. Mencionas a Bruce Lee casi al final. Coincidieron en la misma época sus actualizaciones con los ya citados y, en rigor «el bruce» fue un comediante. A su manera, claro.
Toda una cátedra, primera vez que paso por acá, vale la pena regresar.
A Funè le vine a valorar con el paso del tiempo, en mis críticos e irreverentes quince años me parecía un viejo sobreactuado y atorrante, andaba yo de seria, trascendental y grave por éste mundo.
Por suerte para mí, gracias a unos amigos y ya con unos cuantos años más, volví a sus películas y fue un total asombro y descubrimiento, era un histrión brillante, su mímica y gestualidad tenían un tempo y ritmos exactos, nada era improvisado o al menos gratuito en su desempeño aparentemente caótico.
Funè ponía toda su magra anatomía en función de la acción física que desencadenaba la risa junto a sus parlamentos ingeniosos.
Gracias profesor por éste homenaje a quien hizo del humor un vehículo fino para la crítica a la falta de sentido común.
El tipo era uno de los cómicos favoritos tanto para mi como para mi grupo de amigos. No nos perdíamos ninguna de sus películas. Pero como anécdota tengo que contar que un primo mío francés dos años mas joven que yo y que venía todos los años a pasar sus vacaciones de verano a mi pueblo, nos decía que no entendía tanta admiración por Louis de Funès por que allí tenía mucho mas éxito y resultaba mas cómico Bourvil. Que por cierto también trabajaba en La grande vadrouille.
Buena nota, de todos los co’micos del cine, Funes, tras de Chaplin, fue mi favorito.
[…] realizador cubano Eduardo del Llano recientemente publicó una nota en la revista La Joven Cuba recordando a este gran cómico francés, querido por los cinéfilos cubanos. Este escrito nos […]
Tu nota ha inspirado esta otra, gracias por recordar a Funes: https://cubanuestra2eu.wordpress.com/2024/07/10/raices-hispanas-de-louis-de-funes-un-viaje-desde-courbevoie-hasta-la-cima-del-humor/
Cuídate de la venganza de Wikipedia…
[…] realizador cubano Eduardo del Llano recientemente publicó una nota en la revista La Joven Cuba recordando a este gran cómico francés, querido por los cinéfilos cubanos. Este escrito nos […]