Fiebre de fitness

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El mundo actual tiene fiebre de fitness. De hace un tiempo para acá, le ha ido subiendo la temperatura año tras año. Es una especie de calentamiento global, pero de los buenos, o al menos en teoría. Las principales ciudades del mundo están llenas de locales de todo tipo dedicados al mejoramiento físico. Los villanos de las películas de acción ya no son gordos desagradables, sino atletas de alto rendimiento que alternan sus fechorías con una rigurosa dieta y kilómetros de natación en su piscina privada. Instagram se desborda de fotos de entrenamiento con frase motivadora del tipo: «El dolor es la debilidad abandonando tu cuerpo» posteadas por individuos que asisten al gimnasio dos veces al mes.

Ha aparecido una serie infinita de maneras de hacer ejercicios como pilates, zumba, tae bo, y spinning, diseñadas para que cada cual escoja lo que más le acomode y no se vaya en blanco. Tengo una amiga que hace diariamente 10 kilómetros en taxi de ida y 10 de vuelta para asistir a su clase de spinning, o sea, paga por ir en carro a un lugar en donde paga por pedalear una hora en una bicicleta que no se mueve del lugar y en la casa tiene una bicicleta y no la monta. Tengo otra amiga que se molestó conmigo cuando le dije que el tai chi no era entrenamiento, sino pasarse un rato viviendo en cámara lenta. Conozco a un tipo que, como el transporte está tan malo, se hizo un gimnasio en la casa, y tampoco va.

Empezar a preocuparse por el estado físico y tomar la decisión de empezar siempre es bueno. La ciencia ha demostrado que no tiene que ser el lunes, ni el día primero del mes que viene, se puede empezar en cualquier momento. Es imprescindible trabajar en la motivación y buscar buenas señales, como cuando llevas tres semanas y una persona te pregunta: ¿Estás yendo al gimnasio? Y tú le dices, lleno de gozo: ¿Ya se me empieza a notar? Y te contestan: No, lo digo porque te veo pasar todos los días en short, guantillas y con un pepino de agua en la mano. Por cierto, enderézate.

Tampoco se le puede hacer mucho caso a la gente, y hay que concentrarse en lo que quiera uno. Yo, por ejemplo, varío bastante el físico si subo o bajo en un intervalo de 10 libras. La misma persona en el caso más bajo, me ha dicho que parezco un náufrago, y en el más alto, que estoy hecho un puerco. Y usted dirá: «Esa es la gente a quien no le agradas que te lo dice para hacerte sentir mal» Pues no, me lo ha dicho mi mamá. Un tipo peculiar de gente con poco tacto son los entrenadores de gimnasio. Te mandan a hacer el plank, ese ejercicio que consiste en resistir tiempo en posición de planchas y cuando paras porque ya no puedes más, te dicen que estás flojo, que los perros salchichas se pasan la vida en esa posición y no se quejan tanto.

En el gimnasio es necesario ser práctico con el tema vestuario. Se debería usar ropa cómoda, que permita ejecutar los ejercicios sin limitar el rango de movimiento. Bienvenidas las licras, los tops, los shorts y las camisetas, por ejemplo. Nada con tacones, nada de encaje, nada de botas de agua ni de chancletas. Nada de jeans. Yo he escuchado a muchachas decir: este jean no me lo quito, porque este jean es el único pantalón en la vida que hace que se me vea el culo que yo tengo. Amiga, me duele decirte que, si es así, el del culo es el jean, no tú. Ve al gimnasio a construir tus glúteos, que ya el jean tiene los de él. Mucho cuidado con el uso de las licras, compañeras. Muy cómodas para hacer ejercicio, frescas, pero ya ustedes saben, no hay que exagerar. No te la puedes halar demasiado para arriba, porque te conviertes en parte del equipo: Divide y vencerás. Y eso no es cómodo.

En el gimnasio hay que lidiar con una fauna variopinta. Está el tipo que grita cada vez que levanta algo y el que viene a explicarte por qué estás haciendo mal los ejercicios y cómo los debes hacer. Está el que te ve haciendo fuerza y va a ayudarte y jode más de lo que ayuda. Está la muchacha que llega y lo primero que le dice al entrenador es que no se quiere poner tan fuerte, con lo difícil que es ponerse fuerte.

Hace un par de años estaba en el gimnasio y dejé el teléfono en el asiento de una bicicleta estática, y cuando regresé por él había una muchacha pedaleando feliz. Era muy voluminosa, con curvas marcadas que resaltaban sus atributos femeninos. ¿No has vito un teléfono por aquí? No, dijo sonriendo e incrementando el pedaleo. Probé de nuevo ¿No te habrás sentado encima de él? Claro que no, ni que yo fuera insensible. Gracias, le dije, ¿me puedes hacer un último favor? Tímbrame a mi número para ver si aparece el celular. Timbró, y le salió de entre su figura y el sillín, la melodía de Juego de Tronos. Nos reímos mucho, y yo admirado de la resistencia que tienen los Samsungs.

Ya empezó febrero, yo debía haber empezado hoy con un entrenamiento que planifiqué y que esta vez no va a fallar, porque lo tengo todo muy bien pensado: ejercicio, descanso y nutrición, pero hoy es sábado, un día incómodo para empezar. Así que ya saben, rompo este lunes.

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Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

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