De eternautas y cascarudos

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El cine argentino es reverenciado en Cuba, o por lo menos lo era en los años en que el Festival de la Habana enloquecía sanamente a las multitudes. En lo que me concierne, recorro el séptimo arte mundial y no me vienen a la mente secuencias iniciales tan eficaces como el primer episodio de Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014) o diálogos que superen en exquisitez a los de El cuento de las comadrejas (Juan José Campanella, 2019… donde, por cierto, el llorado calvo de Les Luthiers, Marcos Mundstock, se topó al fin con un papel que le encaja como un guante). Respecto a las series la cosa cambia un poco. Las que pasan en televisión, también tienen muchos seguidores (hizo furor, por ejemplo, Poné a Francella, aquella revista de 2001 que dejó frases memorables como «Ojitos azules» y «Pero si es una nena»). Luego ha tenido cierta repercusión El encargado, de la dupla genial Mariano Cohn-Gastón Duprat, también con Guillermo Francella; sin embargo, a la hora de copiar del paquete, se suelen preferir culebrones de otras latitudes.

Lo primero que vi de Francisco Solano López, el autor de los dibujos originales de El eternauta (que, con textos del escritor Héctor Germán Oesterheld, tuvo su edición príncipe en la Argentina de 1957) fue… un comic erótico, que narraba las desventuras de una chica en un internado. (O algo así. Tampoco es que haya prestado mucha atención al texto). Luego, alrededor de 2010, en casa de una novia en Santiago de Chile, descubrí el libro que justifica estas líneas. Confieso que le entré con cierta prevención, incluso con cautela, pues en materia de fantasía científica uno suele decantarse por nombres anglosajones y situaciones espectaculares.

Supe que Oesterheld fue desaparecido y presuntamente asesinado por la dictadura argentina en 1978, al igual que su familia, dado el contenido político de izquierda de esa y muchas de sus obras posteriores (incluida una novela gráfica sobre el Che Guevara). En fin, me gustó El eternauta, y cuando supe que continuaba en volúmenes posteriores quise hacerme con ellos, pero no fue posible. En particular, me impresionaron aquellos bichos extraterrestres controlados por Ellos, aquel ejército deshumanizado y odioso, de la misma manera que una muela cariada fascina a la lengua.

Ahora, en 2025, el director Bruno Stagnaro (realizador, entre otras, de la película Pizza, birra, faso [1997] y la miniserie Okupas [2000] donde aparece el actor Ariel Staltari, que repite en El eternauta) ha asumido el proyecto de llevar al cine la novela gráfica de Oesterheld y Solano, proyecto que, por demás, llevaba años en el horno. Y lo ha hecho con una primera temporada de seis capítulos, protagonizada por Ricardo Darín, Staltari, Carla Peterson, el uruguayo César Troncoso, etcétera. El triunfo ha sido universal, convirtiéndose en una de las series más exitosas del año y la más vista de habla no inglesa. Eso sí, habrá que esperar unos cuantos meses por la segunda temporada.

Aunque en sustancia la adaptación cinematográfica es fiel al original (se han respetado incluso los diseños de los cascarudos concebidos por Solano), Stagnaro optó por traer la historia a un presente en que hay teléfonos móviles y algún personaje luchó en las Malvinas. A mi modo de ver, semejante traslación no perjudica la narración en absoluto, como tampoco el hecho de que Juan Salvo, el protagonista, tenga 40 años en la novela original, en tanto Darín obviamente rebasa la sesentena. La atmósfera ominosa, en cambio, sale fortalecida, como también la idea de que la salvación no va a provenir de un superhéroe redentor con poderes excepcionales, sino del esfuerzo mancomunado de los de a pie.

La noción de una Mano que controla al país a través de insectos robotizados cuyo aspecto evoca de inmediato al de los cascos militares, una Mano que no se deja ver y no muestra piedad; la idea de una nevada que mata, de un frío genocida frente al cual hay que cubrirse el rostro, volverse anónimo como único medio para contrarrestar su gélida mordida y sobrevivir, son conceptos que, como sucede con la ciencia ficción que va más allá de princesas marcianas y BEMS (bug-eyed monsters), nos obligan a mirar al hoy desde ese mañana que podría ser. Aunque uno no conozca bien a Buenos Aires, aunque por ese desconocimiento se pierda un cinco por ciento del sentido, lo demás está al alcance de todos, porque en todos los contextos hay Manos, y Ellos y robots, y los espectadores temen a sus propios cascarudos y saben que no tiene sentido esperar por Batman, o Spiderman, o Superman, aunque tal vez sí por Vittorio Gassman…

Como suele suceder en situaciones límite, los bajos instintos afloran en mucha gente, y el sálvese-quien-pueda se transforma en solo-debo-salvarme-yo-y-que-se-joda-el-resto en cuestión de minutos. Los monstruos no son solo esos insectos de mandíbulas poderosas (pero eso sí, vulnerables) sino también aquellos que ven en los demás una amenaza e intentan adelantarse, volviéndose una amenaza para los demás. Más de una vez los protagonistas enfrentan situaciones de vida o muerte sin que haya un insecto robot en las inmediaciones.

Otra lectura interesante es que el hogar, el interior, es solo provisionalmente seguro: alguien de tu círculo de confianza puede volverse de repente contra ti, tu casa resultar invadida de un momento a otro o quedar aislada en medio de una barriada controlada por hostiles, de manera que no te quede sino atrincherarte o procurar una fuga hacia regiones aún no contaminadas. Por otro lado, también puedes establecer alianzas, descubrir coraje y solidaridad insospechados en vecinos y conocidos ocasionales, mostrar a tus seres queridos que lo de estar dispuesto a sacrificarte por ellos trasciende la mera palabrería.

En El eternauta hay aventura, peripecia, suspense, pero ante todo propone un camino de autorreconocimiento, individual y como entes sociales. Digo sociales y no patrióticos porque, como aprendimos en otra película argentina, Martín H (Adolfo Aristaraín, 1997) no necesariamente tienes algo en común con un tipo de la otra cuadra, es decir, no todos tus compatriotas están más cercanos a ti por el hecho de serlo. Nuestras virtudes, nuestra humanidad (y también, desde luego, lo horrible en nosotros) se evidencia en momentos excepcionales con gente que no lo es. Incluso con desconocidos. Sobre todo con desconocidos.

El diseño y la imagen digital, sin estridencias, funcionan perfectamente, en incómodo ensamblaje con la banda sonora. Todo fue hecho en Argentina, añaden algunos críticos como si se tratara de algo sorprendente, como si solo los primermundistas fueran capaces de manejarse en esas aguas. En lo que atañe a las actuaciones, Darín siempre será un tipo positivo y Ariel Staltari un candidato a traidor, o por lo menos alguien de quien no hay que fiarse (recordar su papel en El marginal [2016], otra serie argentina que hace tiempo reseñamos por acá). Bueno, ¿y qué? Como Luis Alberto García, Darín tiene la virtud de siempre resultar creíble, y además de caer bien. Puristas hay (sobre todo en su país de origen, por aquello de que nadie es profeta…) que cuestionan la adaptación, y la elección de Darín para interpretar a Salvo. C´est la vie.

Armémonos, pues, de paciencia, aguardemos el advenimiento de la segunda temporada de esta notable serie porteña, sin olvidar lo aprendido: que es preciso seguir avanzando, protegiéndonos de la nevada, cuidando los unos de los otros, y sin miedo a los cascarudos…

3 COMENTARIOS

  1. Muchas gracias profesor por brindarnos coordenadas para acercarnos a las películas y series desde una mirada crítica y conocedora. El cine argentino, por suerte, nos es cercano. Disfruto mucho su humor cáustico e inteligente y Ricardo Darín…me encanta!!!

  2. Eduardo qué pena que sea el último, ojalá reconsideren porque realmente disfruto esta sección, ojalá que sea temporal y regrese pronto!

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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