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Como es natural, pronto tendré que escribir sobre las últimas películas de Scorsese (Killers of the flower moon) y Ridley Scott (Napoleon), porque se suele tener la impresión de que, si no ves los últimos estrenos publicitados urbi et orbi, estás atrás del palo, desactualizado, neanderthálico. De la misma manera, se da por obligatorio echarse lo más reciente de Marvel, aunque sea para luego decir que es una tontería. En el paquete semanal hay piezas europeas, asiáticas, latinoamericanas y africanas, pero cuando la gente toma de ahí lo que estima interesante, por lo general las desdeña. Cuando alguien va a copiar películas a mi casa o me pide le lleve algunas obras buenas y le pregunto unos días más tarde, es usual que responda que ya vio aquellas producciones norteamericanas, o por lo menos con actores famosos; acerca del resto asegura las miraré luego con más calma.
No es que lo antedicho carezca de lógica: es humano seguir la corriente; buscar, por instinto, lo que resulta familiar. Todos lo hacemos, todos hemos escuchado hoy lo que quiero es despejar o bien ponme ahí cosas con el actor este, cómo se llama, el que hizo… etcétera, o, en el mejor de los casos, cópiame los Oscar de este año. Y es cierto que a veces nos arriesgamos con obras de las que no sabemos nada y a los 10 minutos ya se han revelado como cabales porquerías. Sin embargo, también lo son a menudo las películas de directores famosos y, casi siempre, los estrenos del verano pero, como queda dicho, esas sí las vemos.
Hoy quisiera romper una lanza a favor del cine de las márgenes. No solo del Tercer Mundo (concepto que, en la percepción de mucha gente acerca del séptimo arte, incluye también a Europa), sino de producciones norteamericanas con distribución y presupuesto relativamente menores. No garantizo, claro está, que en ese conjunto sea todo bueno, así que lo haré recomendando dos piezas recientes dirigidas por mujeres: You hurt my feelings (2023), de la neoyorquina Nicole Holofcener, y The blue caftan (2022), de la realizadora marroquí Maryam Touzani.
Estrenada en el Sundance de este año, You hurt my feelings tiene el sabor de un Woody Allen renovado, con una saludable perspicacia para construir y echar al ruedo personajes verosímiles, de clase media y con ambiciones intelectuales: esto es, hondamente frágiles. No digo que la Holofcener copie al otro; en todo caso, es fiel a sí misma. La protagonista de su comedia (o drama-comedia, o dramedy) es una escritora que ha publicado un primer libro con aceptable éxito, y ahora está terminando el segundo, de cuya eficacia no está segura. Ese es su estado de ánimo cuando escucha sin querer a su marido, un sicoanalista no demasiado brillante, comentarle a un amigo lo que realmente piensa del nuevo libro de su esposa.
Me confieso un entusiasta de ese cine alejado del gran espectáculo, intimista, que nos coloca con ingenio ante preguntas incómodas y respuestas más incómodas todavía; por ejemplo, ¿es decir la verdad siempre recomendable, por dura que sea? Si tu pareja te dice que tu peinado o tu camisa no te asientan, puedes vivir con eso; en cambio, si desaprueba una obra en la que has invertido tiempo y energía, que consideras tu obra maestra (uf, spoiler alert), ¿se lo agradecerías, o lo tomarías por una especie de traición, una puñalada por la espalda asestada por aquella persona que se supone te comprenda mejor? Por otra parte, la escritora de marras (Beth, interpretada por Julia Louis-Dreyfus) tampoco es objetiva cuando su hijo asegura estar escribiendo una pieza teatral: por el contrario, ella, sin haber leído un párrafo siquiera, da por sentado que será una maravilla, como si la inseguridad del chico no tuviera sentido…
De inseguridades y reafirmaciones va, pues, You hurt my feelings, repleta de escenas brillantemente escritas, diálogos estupendos e interpretaciones convincentes: no solo la escritora, el esposo y el hijo, sino la hermana de aquella, que vende lámparas de diseño que a nadie gustan; su marido, un actor que los directores no suelen precisamente disputarse, los pacientes del cónyuge sicoanalista, etcétera, todos son piezas de ese mosaico social que podemos reconocer en cualquier aquí y ahora, y aun en nuestro subsuelo personal.
The blue caftan no es una comedia, sino un drama rebosante de insólita ternura. Halim y su esposa Mina tienen una pequeña tienda de confecciones; él sigue la tradición familiar, con clientes del barrio. En cierto momento contratan a un joven aprendiz, y Halim, que siempre ha vivido en el closet, siente que ya no puede ocultar por más tiempo su auténtico yo, que necesita a ese chico en su vida… Ahora bien, es la reacción de Mina, cuya salud se deteriora rápidamente pero es de esas personas que no se dejan abatir, lo que en verdad importa, lo que confiere a esta pieza cinematográfica su especial tesitura. Presentada en Un certain regard de Cannes el pasado año, esta es una de esas películas que el espectador promedio ignora, mira de soslayo o simplemente deja para después.
El tempo de la película, lento pero hipnótico; el caftán azul (una prenda hermosísima que Halim cose y borda a lo largo del relato, y que funciona como un símbolo, ya verán de qué), las sutilezas y verdades a medio decir (que por momentos me hicieron evocar In the mood for love, el clásico de Wong Kar-Wai) y, las actuaciones, en especial de Lubna Azabal y Saleh Bakri, que encarnan a la pareja protagónica, son algunas de las especias que aderezan este gustoso plato, no apto para quienes buscan en exclusiva rostros anglosajones familiares y comandos en combate.
A mi modo de ver, lo que une a estas obras (además de lo obvio, esto es, el género de sus realizadoras, la fecha de estreno, su carácter y destino) es el acercamiento, desde tonos y realidades diversas, a la necesidad humana de comprensión y apoyo, a la flaqueza esencial del individuo más allá de las poses sociales. Me tocan más de cerca que cualquier superhéroe ficticio o histórico. Y, si se anima a verlas, a usted también: no se haga el invulnerable…


Muchas gracias profe! Siempre es bueno leerle para desde la reflexión o la sugerencia encontrar nuevos caminos.
Agradezco al «cine de la periferia» su mirada intimista a esas historias «pequeñas» de las que somos protagonistas, hay una épica de lo cotidiano de la que no nos percatamos hasta que la mirada cinematográfica la revela. Muchas gracias, otra vez.
Hola, buenas ofertas sin duda. Me extrañó que hablando de márgenes, no hayas sugerido por ejemplo Vicenta B o Santa y Andrés, de Carlos Lechuga. O quizá Corazón Azul, de Miguel Coyula.
El encargado, de Ricardo Figueredo o Existen, de Fernando Fraguela. Seguro viste La Habana de Fito, de Juan Pin, una maravilla de documental. Claro estos ejemplos ya estarían en los páramos inalcanzables más allá de los márgenes, por obra y gracia de la censura. Algo que me encantaría conocer es como demonios y quien carajo es consultado para prohibir una obra. Es un misterio eh, imagínate que son obras muchas veces presupuestadas y aprobadas en primera instancia y que de repente nuestro misterioso personaje decide tachar. Sería un buen tema para Nicanor, otra maravilla de cortos que también alguna ignota y divina fuerza superior de la sociedad y el Estado….decidió que solo algunos tenían derecho de disfrutar. Mis saludos.
No he visto La Habana de Fito, ni Vicenta B, ni Corazón azul, ni El encargado, ni Existen. Santa y Andrés es de hace varios años, y ya escribí sobre ella entonces.
Y, en general, escribo sobre lo que me da la gana.
Pues te sugiero actualizarte un poco con el cine marginado del patio, que aunque no por motivos mercantiles sino ideológicos, también resultan maravillas de autor. Eso sí, no los esperes en cine, mucho menos en TV. Y disculpa si te ofendiste por mi comentario, se te ve muy enfadado y grosero. Aunque escribas sobre lo que te dé la gana, si lo publicas pues recibirás diversas opiniones. Puedes quitar los comentarios o hacer un newsletter, al que sin dudas estaría suscrito, pues aprecio tu trabajo y me gustas como escritor. Na, que yo no vivo complejos…. Mis saludos
Interesante diálogo.
Uno trata de hablar sobre algo de lo que no se habla, que se aleja del mainstream, incluida la TV cubana y el gusto predominante en el Paquete.
El otro quiere que el primero hable de lo que no se pone en el cine ni en la TV cubanas.
Los dos defienden un cine alternativo, pero no pueden dialogar al respecto. Quizás porque realmente los dos no están defendiendo lo mismo.
Ahí está el detalle.
Gracias a ambos.