Confrontando a una cristiandad autoritaria

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No hace mucho que el mundo cristiano celebró la cuaresma y la Semana Santa. Sin dudas, para el cristianismo de Occidente y los países que participaron en los procesos de la colonización hispana, la cuaresma representa uno de los dos grandes momentos litúrgicos del año —solo precedido por la celebración del nacimiento de Jesús. Sin embargo, muchos colectivos han resignificado su contenido socio-político, y ello ha determinado que a diferencia de la Navidad, no se convierta en un ritual de mera venta y consumo.

La Cuaresma también ha sido una experiencia constituyente de mi conciencia política, tanto al romper con el fundamentalismo como al asumir todas las causas con las que me he comprometido. Como relato o núcleo central de la narrativa cristiana más revolucionaria, perteneciente al movimiento profético-apocalíptico que produce parte del Nuevo Testamento, para los cristianos se trata un tiempo de reflexión importante sobre la fe y la misión de la Iglesia en el mundo, a la luz del ejemplo de Jesús.

Buscando un motivo especial para escribir sobre los fundamentalismos a partir de la experiencia propia como cubana, mujer, madre, cristiana y profesional, me resultó inevitable pensar en esos símbolos que los autores de los evangelios colocaron para hablar de las tentaciones a Jesús durante los 40 días de ayuno y oración en el desierto.

Las indagaciones que este relato suscita son variadas, sobre todo porque las relaciones de poder siempre han jugado con tres elementos esenciales: nuestras hambres, nuestras vidas y el deseo mismo de poder-dominio en la lucha por la supervivencia (leer San Mateo 4: 1-10), y en pos de ello, ha cosificado una serie de fetiches que presenta como inquebrantables, o «biológicamente» determinados, a pesar ser meras construcciones sociales.

El poder ha puesto la defensa de la vida en discurso, aun cuando atenta a la propia seguridad del ser humano, esto hacen los movimientos pro-vida en contra de la autodeterminación de los cuerpos de las mujeres, o los transfóbicos que niegan el derecho de una comunidad a habitar en el espacio público y religioso.   

Las castas o facciones con más poder e influencia nos han presentado como sentido común universal sus necesidades y deseos, desplazando las de los grupos subalternos o excluidos. Mientras tanto, nos dictan que la satisfacción de nuestras necesidades individuales nada tiene que ver con las grupales, o con las de otros colectivos. De esta forma los conservadurismos llaman «A la escuela pero sin ideología de género» para pisotear el derecho de otras niñeces y adolescencias a existir.   

Las castas o facciones con más poder e influencia nos han presentado como sentido común universal sus necesidades y deseos, desplazando las de los grupos subalternos o excluidos.

Por otra parte, no es de obviar que la narrativa de la Cuaresma nace de un contexto de crisis y opresiones para un pueblo doliente de la ineptitud de los partidos judíos más tradicionales y recalcitrantes, y su incapacidad para construir una alianza que enfrentara las injusticias económicas, militares y políticas del imperio más grande del momento, Roma.

Por tanto, hablar de los fundamentalismos cristianos en Cuba, también nos inclina a considerar las circunstancias que los favorecen, como una tradición política de valores conservadores en algunas zonas de la población y la crisis económica actual, las cuales conducen inevitablemente a expresiones diversas de extremismo. Igualmente, cuando examino este fenómeno del carismatismo cubano provida, ultra liberal, excluyente, se sobrentiende que no solo he tenido que realizar una ruptura con un cristianismo autoritario, sino también con estructuras y prácticas que determinan las condiciones de posibilidad de la desigualdad y la excusión dentro en la sociedad actual.

Considerándolo así, esta ruptura también enfrenta un dilema de la religión cristiana tal como hegemónicamente se la ha presentado, el relativo a su falsa neutralidad.  Muchos líderes religiosos asumen que la fe cristiana, es y debe ser una fe sin ideologías, pero nada existe más alejado de la realidad que este fundamento.

De lo contrario ¿cómo se explica que se tome parte en contra o en favor de políticas públicas, en la orientación de campañas o en la deposición de líderes políticos de izquierda fundamentalmente? Asimismo, la ideología está en la elaboración de cualquier cuerpo doctrinal y dogmático que corta las alas a la revelación de otros sentidos del mensaje bíblico, mientras se impone una lectura exclusiva de una élite y una clase.

Nunca he examinado un catecismo desprovisto de ideología, como tampoco podríamos prescindir de esta en ningún aspecto de la vida cotidiana. La diferencia fundamental entre las teologías de la liberación, desde donde me posiciono, y las teologías convencionales, se encuentra en que mientras los fundamentalismos ven el tiempo de Dios como una espera resignada de la salvación celestial, las teologías de la liberación lo entienden como el inicio activo de una ciudadanía emancipada en la historia.

Nunca he examinado un catecismo desprovisto de ideología, como tampoco podríamos prescindir de esta en ningún aspecto de la vida cotidiana.

Quisiera colocar una serie de experiencias personales, en realidad muy plurales, y acompañarlas de otras reflexiones que nacen de la quiebra de una falsa universalidad de lo divino que es violenta y autoritaria. Estas dejaron de ser privadas luego del contacto y el intercambio con interrogantes y temores de otras personas, algo que agradezco al activismo, pues mis preocupaciones como muchas otras han constituido el marco teórico y político de un movimiento como el MEC de Cuba (Movimiento Estudiantil Cristiano).

Solo tras el contacto entre las experiencias de opresión que se asumen como privadas de unos individuos y otros, pueden colocarse los derechos en discurso a partir de una identidad colectiva.

El Cristianismo encierra una fuerza arrolladora que te empuja todo el tiempo hacia lo comunal. De ahí, que una metodología de trabajo, que siempre hemos convenido emplear dentro del MEC sea la de presentar las experiencias personales que se originan de la exclusión en nuestras familias o iglesias, la discriminación y la violencia política ejercida desde los espacios más cercanos hasta las instituciones públicas.

La comunicación de la experiencia personal de dolor conecta con lo colectivo y solo de esta sinergia surge la idea de la liberación, o la salvación, de la que tanto se habla en los púlpitos de las iglesias, pero que jamás podría concretarse como una responsabilidad moral individual. Quizás ese sea el afán fundamental de este texto.

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Alrededor de la adolescencia decidí romper con la «fe» fundamentalista. Toda acción o inclinación por el bien se adornaba con este sustantivo, «fe», pero de pronto me pareció vacío y desprovisto de sustancia. Surgieron los primeros desacuerdos con el entorno familiar, seguido por mis lecturas más serias de la Biblia.

El sentido de la culpa y las crisis emocionales producto de las contradicciones con una interpretación que se erige como experiencia fundante de tu vida y que, con el paso de los años, comienza a ser algo más complejo que una lección de disciplina en el relato de un pez gigante que se traga al profeta desobediente, es un relato que suelen enarbolar las enseñanzas convencionales del cristianismo.

Viven angustias cotidianas las infancias, adolescencias y mujeres que no pueden significar sus vidas desde dogmas monocromáticos, porque son los mismos que reproducen sus pesadillas —Dios padre omnipotente vs educación violenta y adultocéntrica, dualidad de la creación vs bivalencia de los dos géneros…—.

El tema de la mujer ha sido transversal en toda mi experiencia espiritual y política. Crecí en una iglesia fundamentalmente blanca y de clase media, en la que además no se permitía el pastorado de la mujer.  

Crecí viendo a las mujeres realizar una serie de servicios fundamentales pero tenidos como complementarios, dígase la enseñanza de los niños, el trabajo en la cocina y la atención a personas vulnerables, ya que la teología era tarea de hombres.

Crecí viendo a las mujeres realizar una serie de servicios fundamentales pero tenidos como complementarios.

Crecí viendo a mi madre y mi abuela contradecirse por querer ir más allá con sus lecturas no domesticadas de la Biblia, y sin embargo, no asumirlas fuera de la casa, por entender que había que hacer lo que la «santa doctrina» —creada por sujetos fundamentalmente hombres— orientaba.

Respecto a mi iglesia, creo que allí las mujeres desempeñaban un trabajo muy grande a pesar de estar ubicadas en espacios concretos, como la enseñanza. La pedagogía tiene una centralidad tremenda en el evangelio de Jesús, independientemente de las jerarquías que desde lo patriarcal impregna a la mayoría de las comunidades cristianas. También posee una magnitud inmensa que ellas estuviesen relacionadas con la atención a personas necesitadas en los comedores y otros servicios, porque el contacto en toda situación de vulnerabilidad, sana.

Cada vez que la Iglesia —en este caso como institución universal— ha tenido que cuestionarse algo, pues comienza siempre reconociendo el liderazgo histórico de la mujer. En esas habituales distribuciones, el rol de ellas ha sido clave, el problema está en que al encontrarse signado por la división sexual del trabajo, se convierte en instrumento para perpetuar su lugar secundario como grupo y minimizar el aporte de sus quehaceres.

Si alguien rompe las lógicas de control y disciplinamiento de una congregación, o las relacionadas con sus principios doctrinales, puede llegar a experimentar la exclusión o la anulación de sus actividades. Un ejemplo pude observarlo en mi madre, quien por haber solicitado el divorcio a mi papá tuvo que abandonar el magisterio dentro de la iglesia y unas misiones hacia el interior de la Ciénaga de Zapata, pues por su condición de mujer divorciada, sola y sin «tutor» no podría desempeñarla.

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Las mujeres han formado parte de una historia censurada en la Iglesia, y esto no ha significado que ellas no dejen de soñar sus mundos. Nuestras luchas han implicado por tanto, la ruptura con crisis y angustias generacionales que se tejen desde el lecho materno, con una tradición de opresión y una racionalidad que nos obliga a construir herramientas «herejes» para desmontar todo lo patriarcal en nuestro inconsciente sobre lo divino. Por otro lado, hacia afuera, el deseo de libertad también origina el dolor del rechazo de los cercanos, el dolor por ser «indolentes».

La teóloga brasileña Ivone Gebara retrata lo que significó esta indolencia para muchas mujeres: la lucha, a pesar de sus logros —la descolonización de los cuerpos, la presentación de nuevos valores, símbolos, caminos—, «perturbó sus seguridades, su identidad psíquica, emocional y religiosa», de ahí la importancia de «pasar por la palabra y por la memoria algunas dolorosas historias, como un paso indagatorio inicial».

El acceso que unos individuos entre todos tienen a la producción de bienes religiosos de salvación, es indiscutiblemente esencial a la hora de definir quién es el sujeto de la gracia de Dios. Este proceso no es democrático, por tanto el criterio de regeneración y restauración sobre el que la Iglesia esgrime lo que es pecaminoso o no, es cuestionable.

El acceso que unos individuos entre todos tienen a la producción de bienes religiosos de salvación, es indiscutiblemente esencial a la hora de definir quién es el sujeto de la gracia de Dios.

Un largo y extenso debate dentro de la teología ha girado en torno a quién es el sujeto o el pueblo digno de la gracia. Hablar del sujeto quizás nos coloca, en criterio de algunos, del lado de una preocupación más filosófica que teológica, pero es un instrumento necesario porque Dios siempre ha sido un Dios construido más a la imagen y semejanza de los seres humanos que lo que habitualmente se piensa.

Por otro lado, la idea del pueblo —el pueblo elegido, el pueblo de Dios—, no es una idea desechable, porque expresa una vieja lección de la tradición judía, el sentido de un ser para todos que conecta la idea del alma y el cuerpo de los individuos, no como unidades independientes sino como comunidad. Si el cuerpo de uno padece hambre o esclavitud, hace potencialmente receptores a todos del mismo estado de vulnerabilidad.

Hay un pasaje interesante en el evangelio de Marcos (7: 24-30), conocido como la historia de la mujer sirofenicia. Una mujer que ha sido excluída por extranjera y que desea que su hija sea curada, es una entre tantas otras que estaban siendo apartadas por enfermedad, por prejuicios culturales y por el simple hecho de ser mujeres. Jesús la llamó como a un animal que a los judíos inspiraba rechazo y al que le lanzaban siempre las sobras de la casa, perrillo. Sin embargo, ella lo desafía e indica que aun de las sobras de los hijos —de los hijos de Israel—, los perrillos se alimentan.

Ahí tenemos un vivo ejemplo de confrontación, de reclamo, a Jesús y los apóstoles porque poseen una visión del pueblo que es indudablemente limitada al considerar no sujetos de la liberación a personas vulnerables por no compartir el mismo origen étnico. Ahí se produce una refundación de lo colectivo por confrontación de un proyecto de liberación a otro: por un lado, una mujer que tiene motivos para reclamar justicia, y por el otro, los judíos, incluido Jesús, afectados por el poder colonizador y expropiador de la romanización.

Esta historia es muy próxima a la explicación que hoy necesitan los cristianos y no cristianos para llegar a las bases de un consenso para el respeto y la paz en la resolución de amenazas que afectan la humanidad. Es necesario encontrarse, estar abiertos al diálogo y a ser confrontados por la historia de otros colectivos, y también elaborar un proyecto de liberación propio del tiempo que nos ha tocado vivir.

Como parte de ese diálogo con la realidad, no podría criticar totalmente el papel que desempeñan muchas iglesias cuando entregan una comunidad a personas vulneradas por la pobreza y sin hogar afectivo en este mundo. Sin embargo, entiendo que estas iglesias conservadoras han terminado por desarmar a los sujetos reproduciendo los mismos estándares clasistas y patriarcales que los hacen victimas de tal condición, conforme mismo no tienen acogida para lesbianas, gays, transexuales… Una nueva experiencia espiritual es realmente imprescindible.

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Como relato histórico, la Biblia es un conjunto de obras producidas en contextos determinados y mediados por principios clasistas, sexo-genéricos, culturales y regionales, es la posibilidad y la necesidad misma de la confrontación y el diálogo que la diversidad de lecturas y experiencias espirituales genera. No hablo de la confrontación como guerra o intención de aniquilar, sino como un proceso de deliberación dinámico y productivo entre el yo y el nosotros. Esto hace a todos los sujetos potenciales receptores de la llamada gracia, la lucidez, para entender el camino a la liberación.

En la actualidad, la alianza entre las racionalidades capitalistas, patriarcales, imperiales, racistas, xenófobas… han despojado y precarizado la vida de muchos individuos. Dentro del cristianismo como en los movimientos sociales existe un interés mayor en la creación de un nuevo mundo que es asumido desde una postura proléptica, anticipada, cuando se identifica con una nueva espiritualidad y manera de hacer comunidad.

En ese tránsito, las personas demandamos insumos básicos para un proceso liberador, donde el activismo, la lucha, la organización política, el aprendizaje, emergen como esferas donde resarcimos también las angustias sembradas por los conflictos políticos de estos tiempos y nos arropamos. Lo injusto es negar a las víctimas del carácter estructural del poder, la posibilidad de una experiencia espiritual liberadora en este andar.

1 COMENTARIO

  1. Es alentador conocer las ideas de jóvenes como Laura puesto que se desarrollan dentro de una comunidad y un sistema que hizo mucho por erradicar todo tipo de pensamiento alternativo , y al que por sus características sui generis , podemos titular como «El Castrato» . Gracias por exponer , (y exponerse) .

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Laura Vichot Borrego
Laura Vichot Borrego
Periodista, profesora universitaria, miembro del MEC-Cuba y estudiante de teología.

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