¿Cómo dialogar cuando las condiciones están dadas?

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Abundan los textos, desde ámbitos y perspectivas diferentes, en los que se han asumido reflexiones y propuestas alrededor de los procesos de diálogo. El lugar de la democracia, las condicionantes institucionales, normativas y culturales son, entre otros, contenidos recurrentes. Si bien necesarias, estas comprensiones no son suficientes. El diálogo político es, además, un aprendizaje.

Partamos del supuesto de que las condiciones están creadas para el diálogo: voluntad política, condiciones institucionales propicias, logística garantizada, agenda pactada, sentidos compartidos, etc. En este punto emerge la pregunta ¿cómo dialogar? La tríada proyecto-política-método se completa, precisamente, en los modos de hacer, los que, en ocasiones, se develan como lo más aparentemente difícil.   

Lo cierto es que la única manera de aprender a dialogar, máxime cuando de política se trata, es haciéndolo. No hay transformación cultural sin práctica que la genere. El desafío está en que no se reduce a una simple norma moral o de convivencia, sino que el diálogo es indispensable para fortalecer la democracia y lograr una sociedad más equitativa y justa.

Es necesario potenciar procesos de diálogo, sobre todo, al interior de las diversas organizaciones, movimientos, colectivos, agrupamientos sociales. En ocasiones hay más claridad declaratoria sobre la democracia en general, y el diálogo en particular, que los métodos dialógicos y las dinámicas democráticas al interior de estos espacios organizativos. 

Acá se destacan algunos elementos que podrían ser útiles para encaminar métodos dialógicos en nuestras prácticas concretas. Todos ellos se anteceden de reflexiones más generales concernientes a los procesos políticos en general. No han de verse desconectados uno de otros, ni suponer que son viables solo en determinados espacios sociales e institucionales. El diálogo político es posible desde la casa hasta el Estado, a condición de que sea una mejor casa y un mejor Estado.   

Al entrar en el terreno del cómo, se puede afirmar que es posible dialogar si contemplamos algunas pautas: tener claro el objetivo del intercambio, no perder de vista los afectos involucrados, elegir el momento y el espacio, escuchar de manera activa, evitar simplificar los temas, elegir las palabras y los tonos que usamos, comprender la opinión de las otras personas.

¿Pretendo convencer a la otra persona? ¿Busco entender cómo piensa para tener más argumentos que me hagan reflexionar, modificar o fortalecer mis ideas para luego incidir mejor sobre otras personas? Estas preguntas abren caminos diferentes.

El fin del diálogo —diferente al de la discusión o el debate— es entender por qué el otro piensa como piensa. La intención del diálogo no es obligar o persuadir al otro y la otra para que cambie de opinión. Los valores que son presionados de parte de grupos externos, suelen tener el efecto contrario.

En un debate se busca imponer ideas y refutar a quien está del otro lado, mientras que en el diálogo se escucha activamente para comprender las creencias, necesidades e intereses de quien está del otro lado. Nadie debería tratar de ganar porque no se trata de hacer prevalecer una determinada perspectiva, si no de aprender y, aun sin coincidir, entender el pensamiento diferente.

Algunas claves para dialogar apuntan a:

Inclusión: Como proyecto común, el diálogo no tolera agendas ocultas. Quienes participan deben ser incluidos y decidir sobre los objetivos, temas, formas de trabajo y plazos. La sinceridad y la transparencia deben estar presentes desde el primer día.

Equidad: El buen diálogo no significa que los participantes sean iguales, pero sí que exista la equidad. Hay que dejar de lado los títulos, cargos, méritos, y dedicar la misma cantidad de tiempo a todos y todas para explicar y argumentar sus propios puntos de vista, así como el respeto debe ser igual para todos y todas.

Disposición: La predisposición física y el momento elegido son claves. Puede ayudar disponernos físicamente en un espacio sin obstáculos o líneas demarcatorias en el medio (como la mesa). Sentarnos en ronda, especialmente cuando somos varias personas, puede contribuir a la fluidez e ida y vuelta de las ideas.

Conocimiento: Como inicio, el diálogo implica personas en sí, con compañerismo, las historias de vida, esas pequeñas historias que cada uno trae consigo, porque somos mucho más que nuestras opiniones y diferencias.

Comprensión: Devela respeto a las ideas de las otras personas, a las diferentes visiones sobre la realidad. Los puntos en común también tienen muchos matices incluso en discursos que siguen la misma línea política.

Ascenso: Los temas más fáciles son una mejor entrada al diálogo, así es posible cruzar a asuntos más complicados, incluso cuando los obstáculos sean más difíciles. La confianza es fundamental en ese ascenso.

Escucha: Que la otra persona exponga su argumento ayuda a identificar los rasgos de sus opiniones y creencias, incluye mirar al que habla para asumir su identidad. Escuchar con todos los sentidos para que la otra persona se sienta atendida. Que toda la actitud corporal, los tonos de voz sean una invitación a que se exprese. Escuchar es la disposición a entender más que a refutar o responder de manera automática.

Información: Se responde a las inquietudes de nuestro interlocutor e interlocutora con contenidos de calidad. Contestar de forma ambigua, sin fundamentos, o con descalificaciones no aporta al diálogo.

Humildad: Existen puntos de la historia y acontecimientos que son desconocidos, incluso realidades a las que no se accede de primera fuente.

Pregunta: Permiten que avance el intercambio, generan más información acerca de la postura del interlocutor e interlocutora. Quien escucha activamente hace preguntas. Las buenas preguntas tienen un qué, cómo, cuándo, por qué, y surgen de interpretar de la mejor manera posible las respuestas que nos dan.

Proposición: Ayuda al diálogo identificar acciones claras que aporten soluciones efectivas y ejecutables.

Diferencias: La defensa de las ideas propias con firmeza no implica ser agresivo. Ser directo y claro y al mismo tiempo controlar las emociones es una actitud favorable. Nadie tiene por qué defenderse de las definiciones de otros. Nadie debe estar obligado a defender puntos de vista que uno no tiene.  

Tolerancia: Debemos escuchar, pero no necesariamente aceptar lo que dicen los otros. Debemos clarificar lo que no entendemos o lo que no podemos aceptar. Ser claro es un fundamento para crear seguridad en los procesos de diálogo.

Afecto: Llegamos al diálogo como seres enteros, con ideas y sentimientos. Aunque el espacio del diálogo no es una sala de terapia, debe dar espacio para expresar alegría, frustración, risa, enojo y llanto.

Integralidad: Para tener una imagen más real de nuestras acciones y valores, debemos comparar en forma sincera nuestros ideales con nuestras propias prácticas.

Continuidad: Cuando el diálogo se detiene, casi siempre estamos dispuestos a continuar en otra oportunidad. Si así sucede, podemos dialogar sobre otros temas, otras personas se pueden incluir y tal vez los parámetros también cambian. El diálogo se trata de comprensión mutua y no es fácil decir que hemos comprendido todo. Aún después del mejor de los diálogos habrá cosas que están por fuera de nuestra comprensión, y entonces tenemos que decirnos: sigamos el diálogo.

2 COMENTARIOS

  1. Sr. Ariel Dacal honestamente no creo exista hoy y en el futuro a corto plazo mayor falacia que intentar DIALOGAR, en la sociedad resultante guiada por una constitución con ese artículo 5, que impone el PCC único y plenipotenciario y el Socialismo como inamovible.

    De la “dictadora del proletariado” sin proletarios en el poder resultante en esta involución invivible, solo se están beneficiando esa rancia oligarquía criolla de verde olivo y descendientes que siguen afianzando posiciones histriónicas a futuro, y que son además los que llegado ese momento que usted asume de “cuando estén dadas las condiciones”, van a, sin dialogar mucho, darle la vuelta a la sociedad Cubana para consolidar su poder económico del que hoy solo vemos los autos de lujo y las mansiones de Siboney que los reúne como los elegidos.

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Ariel Dacal Díaz
Ariel Dacal Díaz
Escritor y educador popular. Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana

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