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La semana pasada estuve trabajando en el festival humorístico Satiricón, en Holguín. Tuve la maravillosa ocasión de compartir espectáculo con La Leña del Humor, un grupo que tiene casi 40 años de fundado y por eso quiero hablar de Chelory, una figura como la que no ha habido dos en el humor cubano.
Mucha gente que ha soltado la gandinga con La Leña no sabe que Chelory se llama José Lorenzo Hernández, y que además de comediante escénico, es payaso de profesión, de los que se contratan para cumpleaños en Santa Clara y de los que si en el cumpleaños ocurre un cortocircuito y saltan chispas, cambia la nariz de payaso por el alicate y el teipe, porque también es electricista graduado.
A la segunda llave perdida que tuvo que pagar a los precios del centro del país, se hizo cerrajero empírico y nunca más una mano ajena le tocó una cerradura. Trabajó en un taller de bicicleta y en cuanto sintió que ya sabía lo suficiente, se armó la suya desde la base, enrayando las llantas y fabricando las cámaras. Se internó en la campiña profunda por leche de vaca para revender, no sin muchas peripecias, y también fue un connotado revendedor de aguacates. Y esto que les cuento ocurrió hace décadas, para que se ubique aquel que piense que lo de revender lo inventaron las mipymes.
Todo no era revender: con una parte de la leche, Chelory confeccionaba, promocionaba y vendía las mejores cremitas de las que se ha tenido noticia en el centro del país. Cuando la escasez de leche hizo mella, se mantuvo en el giro de las cremitas, dando por su cuenta con la imbatible mezcla de zanahoria, naranja y azúcar, y ofreciendo un producto de calidad sin par. Chelory reconoce que es posible que otras mentes privilegiadas y necesitadas de efectivo hayan llegado por su cuenta a esta divina receta, y hayan expendido el producto a su vez, en otra época o región, y yo le creo, porque sé que Newton y Leibniz también descubrieron el cálculo diferencial cada uno por su cuenta, pero sobre todo, porque los tipos como el Chelo no dicen mentiras
Estudió reiki y masaje terapéutico, y durante un tiempo se dedicó a dar masajes como oficio. Asegura que tiene anécdotas muy interesantes de esa época, y asegura también que nunca ha tenido que disponer de los servicios de un diseñador gráfico, ni sus allegados tampoco, porque lo que ha hecho falta lo ha resuelto él metiendo el cuerpo, y en su opinión, muy dignamente.
Fotógrafo empírico, fue contratado para varias fiestas de 15, y para todavía más numerosos cumpleaños. Le dolía especialmente ser llamado para el mismo cumpleaños como payaso y como fotógrafo, porque reconoce que ni él era capaz de hacer las dos cosas a la vez a cabalidad, y las cosas se hacen bien o no se hacen. Soy de los pocos fotógrafos, me dice, que revelaban a color en su casa. En blanco y negro cualquiera, prosigue, pero puedes preguntar en Santa Clara, que te van a decir que Chelory era el único particular que lo hacía.
¿Cúal era el secreto de la exclusividad, Chelo? «Yo decidí hacer mis fotos a color yo mismo, para no depender del estudio de nadie. Me iba para los estudios del Estado y pedía el líquido que iban a botar; me lo llevaba y lo colaba. Y hacía mis fotos».
Se sonríe un poco cuando le pregunto si con ese líquido recuperado no se le colaban caras de fotos anteriores en las tomas familiares de él.
La humanidad implacable no se detiene, es un tren supersónico. Pero no hay tren que se le vaya a Chelory, que actualmente hace trading de criptomonedas, al punto que si le miras el teléfono, antes que el Facebook te vas a encontrar curvas verdes y rojas que te dicen, o le dicen a Chelory, si el bitcoin baja o sube. «Aunque lo que tengo invertido es una tierrita de nada, esto es más un hobby que una pincha», confiesa.
Chelory es de esos tipos únicos que tropiezan con la única raíz, que se caen en el único hueco, que confunden la sal con el azúcar al ponerle al café, y que si se sientan en un pajar se pinchan con la aguja. Cada vez que se hace un evento o se reúnen cuatro humoristas, hay un pedazo de la noche para cuentos de Chelory. Si usted conoce la obra de La Leña, déjeme decirle que el Chelory que usted ve en escena no es ningún personaje, es el Chelo de verdad. Maikel Cerralvo, el director y escritor de la mayoría de los sketchs, me confiesa que entre los mayores aciertos de su vida está el percatarse de que si incluías al Chelory de todos los días en los sketchs, sin cambiarle ni un pelo, la obra estaba condenada al éxito.
Tuve dos espectáculos con La Leña, y varios días de convivencia. Me llevé a Chelory aparte, decidido a escuchar los cuentos de su boca, para desentrañar cuánto de fantasía y exageración le había puesto la gente bien dotada que me los contó a mí. Poco, familia, poco. Los cuentos de Chelory ya son tan buenos que si tratas de mejorarlos, los jodes. Quiero dejarle alguno contado por él. Aproveche, que esto es faisán de la India. Cuenta Chelory:
«Una vez estaba trabajando en un pueblo y me voy para la terminal tempranito y marco en la cola para Santa Clara. Yo no sabía que la gente sale curdísima de los cabarets y allí había un tipo famosísimo por lo peligroso, que se llamaba Linares. Todo el mundo lo conocía, menos yo. Linares era un negro grandísimo que andaba con El Mosca, uno chiquitico que tenía los párpados caídos [de forma] tal que parecía que funcionaba con bajo voltaje. Llegan a la terminal y parece que querían ir para Santa Clara y empujan a alguna gente en la cola, guapeando. La gente murmura molesta y Linares procede a gritar, y cito textualmente: “Me cago en la madre de todo el que está esperando la guagua para Santa Clara”
»Yo no lo conocía, ni él me estaba mirando a mí directamente, pero pensé que a lo mejor podía, con mi habilidad natural, quitarle tensión a la situación, dándole el toque humorístico, así que cuando se cagó en la madre de todo el que estaba esperando transporte para Santa Clara, le digo: “¿Para cuál guagua? Porque hay una que sale a las 9 y otra que sale a las 11. El tipo no entendió el chiste a esa hora. ¿Quién lo hubiera imaginado?”
»Todo se precipitó. En su borrachera fue a darme una galleta y yo, que en esa época practicaba taekwondo, le soné una patada y le saqué el aire. Se levantó, sacó un cuchillo y yo, que traía una mochila tremenda, fui a defenderme, tropecé y me caí. Mira, estas son las cicatrices, me cortó la frente y en la segunda vuelta llegó al cuello. Yo empecé a aguantarme la cara para parar la sangre y la gente de pronto empezó a irse; parece que la idea de esperar la guagua ya no era tan buena.
»¡Alguien que me lleve al hospital, que me desangro!, grité, pero la gente daba marcha atrás. El paso al frente lo dio Linares, el agresor: “Vamos, coño, yo te llevo, que esa cortá está feísima. Tranquilo, que todo va a estar bien. Atiende, cuando lleguemos al hospital, decimos que yo soy tu hermano y que te encontré así”.
»Otra vez, salí de un cumpleaños apurado, ni quitarme la ropa de payaso ni el maquillaje, pude, solo atiné a agarrar la bicicleta para llegar a tiempo a otro trabajo. Me crucé con una procesión para un entierro, y sin darme cuenta que seguía vestido de payaso, fui luchando con la multitud. Al otro día en Santa Clara solo se hablaba del payaso que amenizó el entierro».
Y la última: «resolví un viaje a La Habana para cuadrar unos papeles, y saliendo del Centro Promotor del Humor, me resolvieron pasaje en otra guagua que salía de inmediato para Santa Clara. Medio dormido, llegué al andén, y allí mismo un chofer me pidió el ticket y me subí a la guagua. Muerto de sueño, le pasé un mensaje a mi esposa de que le tenía una sorpresa, y en el ambiente rico del aire acondicionado, quedé roto de sueño. Desperté a las horas, ya cerca de Pinar del Río, en dirección contraria. La culpa fue también del chofer, que me enredó. Le volví a escribir a mi esposa: ¿Te acuerdas de la sorpresa? Bueno, estoy en Pinar del Río».
Chelory da para un libro. Lo juro. Fueron varios días de cuentos y vivencias. En medio de la conversación me llega por Whatsapp un video en el que mi niño me dice que tiene «tristeza de mi». Se lo muestro a Chelory, que es un padrazo, y contraataca con un video de su hijo donde le dice muy triste que desde que él se fue de gira «estamos sin papá». Respiramos hondo y seguimos.
Ojalá este texto sirva para que cuando esté anunciada La Leña, corran a sacar entrada para ver a unos tremendos profesionales, y a Chelory, el tipo que mantiene la sonrisa más sincera y más espectacular del humor cubano.


Cuando, como yo, se llega a sus primeros 55 abriles – aunque hayas nacido en junio- uno cree que se las sabe todas y que hay pocas cosas nuevas que te podrían impresionar. Pero la vida, siempre, es más rica de lo que puedas imaginar. Un tipo tan inteligente, multifacético y natural como Chelory, debería tener más espacio en la cotidianidad de hoy. Hay algunos insulsos personajes que, por mucho menos, ganan premios, condecoraciones y hasta monumentos. Un libro, aunque sea pequeñito, con estas vivencias, sería una buena idea.
Quien se lee el cuento de H Zumbado La croqueta, podría creer que tuvo que buscar mucho para «hilvanar» ese personaje, pero hay mucho cubano por ahí dejando chiquito eso » albañil, médico y pelotero»
Muy buen reconocimiento al genio. Honrar honra