En campaña

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La campaña (2021) es mi favorita entre las películas que he realizado. Me gustan los cortos de Nicanor y piezas concomitantes, me gustan mis mockumentaries, incluso me encantan los dos largometrajes que he realizado con el ICAIC, pero creo que en aquella se combinaron todos los ingredientes en la proporción perfecta.

 Lo cierto es que en ninguno de mis trabajos anteriores enfrenté grandes dificultades: realizados casi todos con dinero propio y a little help from my friends, empezaba reuniendo al equipo, acordábamos una fecha de rodaje que le conviniera a todo el mundo, el productor se ponía a buscar la locación y los implementos que hicieran falta, ensayábamos, hacíamos alguna prueba de vestuario, y filmábamos en la fecha acordada. Desde luego había complicaciones ocasionales, pero por lo general se trataba de cosas menores que solucionábamos durante la marcha… hasta que, para La campaña, el universo decidió que ya era hora de mostrarme los instrumentos de tortura.

Seleccionada la historia (un cuento mío) y conveniada la participación de Luis Alberto García, Tahimi Alvariño, el fotógrafo Raúl Prado y algunos otros sospechosos más o menos habituales, hablé con Daniel Romero durante el Festival de La Habana en diciembre de 2019 para proponerle el personaje del brigadista. Aceptó de inmediato. Un poco más tarde viajé a España, y desde allí lancé un crowdfunding para reunir los fondos mínimos y empezar a filmar en marzo o abril de 2020. Con esas fechas en mente, regresé a La Habana en febrero, convoqué al equipo y tuvimos un primer ensayo.

Entonces la covid entró a Cuba. Queríamos seguir, pero no podíamos. Era demasiado riesgoso para nosotros y nuestras familias, así que hicimos uno de esos pactos de la madre el que se raje y nos pusimos a esperar.

En julio, la situación epidemiológica registró una notable mejoría, tras varios días consecutivos con muy pocos casos nuevos e incluso ninguno, así que se suavizaron las regulaciones para reunión y movimiento. Enseguida convoqué a todo el mundo y nos pusimos a ensayar. A la sazón ya contaba con el dinero del crowdfunding, y encima habíamos ganado en la convocatoria del Fondo de Fomento, así que todo parecía sonreírnos. Contratamos un auto para movernos en busca de la locación idónea, que encontramos en las afueras de La Habana. Las diseñadoras de vestuario consiguieron algunas piezas y compraron otras. Todos estábamos entusiasmados, y en los ensayos surgían constantemente nuevas ideas.

A mediados de agosto, a solo seis días de la fecha acordada para filmar, se dio la noticia de que la pandemia había vuelto a cobrar fuerza y era forzoso volver a meterse en la madriguera. No se trataba de algo contra lo que pudieras rebelarte, así que volvimos a parar sin certeza alguna de que habría una nueva oportunidad. Claro que no fuimos la excepción, por esos días todo el mundo tuvo que posponer planes y poner su vida en pausa, pero téngase en cuenta que mientras más colectivo es un proyecto más posibilidades hay de que alguien del equipo enferme, tenga problemas familiares o acepte una oferta para otro proyecto más ventajoso, o bien que quienes no están profesionalmente involucrados (por ejemplo, el dueño del bohío-locación) se muden o cambien de idea o de precio, etcétera.

En noviembre volvió a abrirse la barrera. Ahora bien, visto lo visto, había que decidir si nos lanzábamos enseguida o esperábamos un poco para estar seguros de que no volvería a sucedernos lo de agosto, cuando perdimos tiempo y dinero. Por otra parte, si esperábamos demasiado podía abocarnos al problema que intentábamos evitar. Acordamos una nueva fecha, los días 18 y 19 de diciembre, sábado y domingo.

Llegó el 18 y todo empezó bien, aunque por un desenchuche en la coordinación de los varios autos contratados, el equipo y los actores llegaron a la locación una hora y media después de la hora prevista, poniéndome al borde del infarto. Pero, en fin, ya estábamos filmando. ¿Qué podría salir mal?

Poco después del corte para almorzar apareció un individuo de uniforme y pidió hablar con el responsable. El responsable era yo, pero como mi paciencia tiene la mecha corta, allá fueron los productores y Luis Alberto a conferenciar con el tipo. Tras unos minutos, regresaron con una espantosa noticia: aunque el bohío en que filmábamos era privado, estaba enclavado muy cerca de una zona militar, de manera que, si bien nos dejaban terminar aquella jornada, al día siguiente no podríamos filmar sin un permiso que había que solicitar al MININT. Vaya, lo que se dice un trámite fácil y rápido.

Si es terrible no poder hacer algo, peor es quedarse a medias. Al cabo del día teníamos cosa del sesenta por ciento de la película. El productor había salido en uno de los autos alquilados a negociar el puñetero permiso, pero ya estaba muy claro que, si lo obteníamos, no sería para la mañana siguiente. Luis Alberto y yo hablamos por teléfono con Ramón Samada, el presidente del ICAIC en esa época, y le pedimos auxilio. Prometió ayudarnos.

 No filmamos el domingo.

Ni el lunes, martes, miércoles, jueves o viernes. Y Daniel Romero tenía un compromiso de trabajo el lunes siguiente, fuera de La Habana.

Tras toda una semana de incertidumbre, el viernes por la mañana el productor me llamó para asestar el golpe de gracia: la cosa se jodía, el oficial que podía autorizarnos no iba a hacerlo, el rodaje se detenía por tiempo indefinido. Hasta ahí las clases.

Es el destino, me dije, esta película no estaba pa mí desde el principio. Más que rabia me embargó el abatimiento, esa sensación de luchar vanamente contra lo inevitable. Pero no me malinterpreten, también me cagué en todo lo susceptible de ser cagado.

Ese mismo viernes, a la una de la tarde, me llamó Samada. Había hablado con el elusivo oficial encargado de levantar o bajar el pulgar… y el tipo dio el permiso. Podíamos filmar al día siguiente, el sábado 26, una semana exacta después del primer llamado. Eso sí, añadió, él no podría estar allí, pero si surgía cualquier complicación sólo tenía que llamarlo.

Le avisé al equipo y al dueño del bohío. El sábado por la mañana fuimos allá. Ahora sí que nada podría salir mal.

 Jejeje. Empezó a llover.

 Cuando filmas en exteriores, la lluvia no sólo moja ropa y equipos, sino que cambia la luz y produce ruidos imposibles de eliminar. Hablando de ruidos, en una casa cercana sonaba intermitente el reguetón, y siendo aquel un paraje campestre pasaban demasiados autos y camiones para el gusto del encargado de grabar sonido directo, además de que había un montón de perros en los alrededores, o quizás sólo un jodido perro ubicuo. Nos faltaban escenas al aire libre y otras de noche en el interior de la vivienda. No teníamos otro día. Y aunque Samada nos había salvado al conseguir el salvoconducto, en la práctica sólo teníamos un papelito y ninguna autoridad allí para respaldarnos.

 Luego de varias falsas escampadas, carca del mediodía dejó de llover y continuamos. Las escenas nocturnas involucraban a las niñas (hijas de Luis Alberto), estupendas, bellas y divertidas pero a quienes de noche les sucedía lo que a los gremlins, cobraban una energía increíble y eran mucho más difíciles de manejar. Y el farol chino no sólo no funcionaba sino que parecía decidido a provocar un incendio.

 Terminamos poco antes de la madrugada.

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Durante los meses que siguieron, marcados por el recrudecimiento de la covid, estuve trabajando en la posproducción. Los especialistas en edición, efectos digitales, corrección de color y mezcla de sonido hicieron lo suyo a tiempo y más o menos sonrientes. Frank Delgado había grabado la música con una banda virtual, enviando el registro de su voz y su guitarra vía online a Vicente Alejandro Trigo, que fungía como productor musical, quien puso otra guitarra y un tres y a continuación reenvió el resultado a otros músicos para que grabasen bajo, laúd y percusiones. Los cerdos, el río y algún toro, todos digitales, requirieron varias pruebas para no desentonar con las imágenes reales. Encontrar la paleta de color que yo quería, cercana al tinte de las viejas fotografías, también tomó lo suyo.

La campaña estuvo lista en abril de 2021, a casi un año y medio de iniciado el proyecto. Dura 30 minutos con 30 segundos. Teniendo en cuenta que yo no sé mover y distribuir mis películas ni tengo a nadie que lo haga por mí, a aquella le ha ido bastante bien en festivales y reseñas, aunque algunos amigos me recomendaron que la recortara para que durase menos de media hora y encajase así en los criterios de un montón de festivales que dictaminan que el cortometraje ha de durar 30 minutos y ni un segundo más.

 Ná, no cambié ná.

3 COMENTARIOS

  1. Le juro profesor que al acabar de leer la columna de hoy…estaba sudando! Muchas gracias por no desistir y lograr un cortometraje que en mi humilde opinión es «redondo» con una mirada otra y sorprendente a un tema varias veces revisitado desde los más diversos generos.
    La campaña Divierte desde un humor ingenioso y fino, Luis Alberto García está espléndido y todo es coherente, nada desentona aún cuando a alguien le pudiese parecer improbable la historia.

  2. Plasmar en imágenes todas y cada una de las vicisitudes que se sufren para realizar una película y llevarla a su feliz término en aquella isla no es que dé para otra película, es que casi da para toda una serie. No sé como se podría hacer tanto con tan poco. Es como si los problemas crecieran como hongos donde no los hay o no debería haber.

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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