Burton y Coppola atacan de nuevo

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El pasado año dos maestros consagrados presentaron sus trabajos más recientes: Tim Burton retomó uno de sus múltiples universos en Beetlejuice Beetlejuice, y Francis Ford Coppola materializó un viejo sueño con Megalopolis (a fable).

Es un lugar común asumir que cuanto más envejece un artista más calidad tendrá su obra. La verdad es que, pasado cierto límite que varía según el individuo, rara vez funciona así: se suele producir lo mejor cuando el creador conserva la rabia de la juventud, la audacia para arriesgarse, las ganas de demostrar algo y escarmentar a unos cuantos cabrones. Y ni siquiera eso garantiza una obra estupenda, un resultado trascendente. A mi modo de ver, en esta ocasión le ha funcionado a Burton pero no a Coppola.

Ni la primera Beetlejuice (1988) ni su segunda parte son de mis películas favoritas del freak californiano: ese sitio le corresponde, es aequo, a Ed Wood (1994) y Sleepy hollow (1999). Ahora bien, tengo que admitir que esta continuación de las aventuras de Michael Keaton como agente muerto me ha parecido mucho mejor que la primera. Por un lado, no solo respeta la atmósfera de su antecesora, sino que se guarda de cundirla con efectos digitales, echando mano principalmente a trucos visuales de la vieja escuela, manteniendo la cuerda que aquella estableciera. No es que no haya CGI, es que no adopta esa actitud tan frecuente hoy día de miren lo que he hecho con el último programa y la última aplicación que acaban de salir. Por otra parte, rescata a Michael Keaton (insustituible siempre, y aquí más que nunca), Winona Ryder y Catherine O´Hara (a Jeffrey Jones no, porque está muerto, vaya, muerto de verdad, tanto que ni Beetlejuice puede hacer nada por él, pero se las arreglan para justificar su ausencia) y añadir a un puñado de actores, entre ellos Mónica Bellucci y Jenna Ortega. Y la música sigue siendo de Danny Elfman, gracias a Dios.

Si Christopher Walken da miedo (en la misma Sleepy hollow, por ejemplo), Michael Keaton es el loco por excelencia. Baste recordar una comedia como The dream team (Howard Zieff, 1989), en que el actor interpreta precisamente a un paciente siquiátrico que, a punto de disfrutar su primera salida del sanatorio en mucho tiempo, mira alrededor y pronuncia una frase inolvidable: ¡Ah, qué maravilla es ser joven y loco! Valga la digresión para reiterar que Beetlejuice solo podía ser él, y si alguna vez se hace una tercera parte, tendrá que ser él aunque haya que resucitarlo: Keaton se ve extrañamente en su elemento como ese cadáver anárquico pero simpático alrededor de quien gira todo y que consigue, tal vez a su pesar, hacer el bien.

Winona Ryder y Catherine O´Hara también hacen lo suyo como cabría esperar. Mónica Bellucci no es que esté mal, sino que su personaje se me hace prescindible: todo lo contrario de lo que pasa con Jenna Ortega. Llegará el momento en que a esa chica haya que sacarla del encasillamiento como adolescente hosca y espeluznante (nadie olvida su interpretación en la serie Wednesday [2022], también dirigida en su mayor parte por el buen Tim) pero, ¿cómo decirlo?, no es algo urgente: todavía puede hacer unas cuantas buenas cosas en esa área. Como aquí, por ejemplo. Nadie puede acusar a Burton de no tener olfato.

Beetlejuice Beetlejuice rezuma humor, ese no-te-lo-tomes-en-serio que no escasea ni mucho menos a través de la dilatada obra del cineasta. Por demás, tampoco hay aquí, y tal vez en toda su filmografía, un solo plano que pueda tildarse de aburrido, de que puso la cámara y compuso el cuadro con lo primero que se le ocurrió. Son ese abigarramiento visual, la imaginación narrativa y esa suerte de carnavalesca sordidez los ingredientes que mantienen a Burton en la palestra.

Megalopolis era un proyecto que Coppola acariciaba desde hacía casi cinco décadas. La noción de equiparar la gloria y caída de la Roma de los Césares y las circunstancias de los Estados Unidos en un futuro reciente no es en absoluto una mala idea (habría hecho muy feliz a Fidel Castro, que invariablemente denominaba a USA el imperio) y sería difícil negar lo acertado de la visión coral. Es sabido, así que no abundaré en ello, que el director invirtió casi toda su fortuna personal en el proyecto, y que confrontó dificultades de diverso calibre, incluidos los vaivenes de lo políticamente correcto. Como se dice, puso toda la carne en el asador.

Y no le salió bien. Es lo que tienen el arte, el riesgo y la edad. Desde luego, Coppola es un maestro, así que la efervescencia visual de la película y la idea misma de la deshumanización latente tras las máscaras felices de la élite hacen honor a su genio, pero el resultado es anárquico, discordante, como la sinfonía correcta ejecutada por una orquesta con la mitad de los instrumentos desafinados.

La voz en off, introducida en connivencia con la idea de que se narra una fábula, lo que hace es desgranar obviedades. Es difícil creerse a la mayoría de los personajes, como arduo resulta admitir que un montón de actores estupendos como Dustin Hoffman y Jon Voight están subutilizados y que la elección de Adam Driver como César Catilina es un error de casting. Para mí, las mejores actuaciones son las femeninas, con la británica Nathalie Emmanuel (la hermosa esclava Missandei de Game of thrones) a la cabeza, seguida por Aubrey Plaza y Grace VanderWaal. Todos hacen lo mejor que pueden con un guion lleno de meandros y lugares comunes.

Dicho esto, aclaremos algo: criticar la película no significa criticar a Coppola. La verdad es que es mucho más difícil hacer una película con una tesis progresista que no suene a teque, que un thriller o una comedia romántica. De todos modos, y aunque ahora el veterano Francis tiene encima un montón de acreedores y malas críticas, hay que reconocer que se salió con la suya, que saldó una asignatura pendiente. Yo veo nobleza ahí. No importa lo que diga todo el mundo, ser artista es también ir contra la corriente, sacarte los aliens de adentro, hacer lo que te dé la gana pues, aun si fracasas, habrás derrotado al tiempo y a los escollos en tu camino.  Aunque no me gustó su película, entiendo y aplaudo al maestro que nos dio, entre tantas maravillas, The godfather (1972) y Apocalypse now (1979), y su actitud de ¡Pinga pá tó´l mundo!

4 COMENTARIOS

  1. I love you Tim Burton!!!
    O tra vez gracias profe por el acercamiento y las coordenadas. Imprescindible la bendita locura de uno y los caminos de Coppola.

  2. Tim Burton está preparando el guión de «El rey del durofrio», biografía de Donald Trump. Con su maestria, debe salir algo así como el El Hada de las Nieves…

  3. No he visto ninguna de las dos películas, pero este es el tipo de crítica que da antojos de ver cine (más allá de las coincidencias o diferencias que al final se tengan). Y a los acreedores de Coppola que no se preocupen: ya debe estar armando “El Padrino IV” para saldar sus deudas, que Andy García está vivo y algún Corleone debe andar por ahí listo para reclamar su derecho a portar el apellido.

  4. Hola!!! Mi director favorito es Tim Burton (y aún no he visto Beetlejuice Beetlejuice) así que me alegra que la crítica sea positiva. Es una asignatura pendiente. Estaría bien una reseña de Sleepy Hollow (1999), que es un homenaje al Cine de la Hammer Films Productions y de Ed Wood (1994) también, ya que esta última es un biopic único con una sensibilidad exquisita, de sus mejores películas junto a Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street (2007), Big Fish (2003), Batman Returns (1992), y Edward Scissorhands (1990), películas excelentes.
    En cuanto a Francis Ford Coppola coincido con tu opinión. Es admirable, pese a que le haya salido un filme a años luz de las obras maestras que fueron The Godfather (1972), The Conversation (1974), The Godfather II (1974) y Apocalypse Now (1979). Creo que estaría bien reseñar esas películas que reflejan la mejor época de uno de los principales cineastas del llamado Nuevo Hollywood.
    Saludos cordiales.

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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