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Para un cinéfilo veterano, Philip Marlowe solo puede tener un rostro.
Aunque otros actores (Dick Powell, Robert Mitchum, y más recientemente Liam Neeson) hayan interpretado al detective creado por Raymond Chandler, quien viene a la mente es siempre Humphrey Bogart. Es cierto que interpretó a otros detectives y tipos duros en general, pero su caracterización en The big sleep (Howard Hawks, 1946) junto a Lauren Bacall se instaura como la inolvidable, la definitiva.
Con su Sam Spade ocurre más o menos lo mismo. En The maltese falcon (John Huston, 1941) encarna al detective estrella de Dashiell Hammett y, no importa quien lo haya hecho antes o después, el de Bogart es el Spade absoluto.
La mayoría de sus personajes deja idéntica huella. Casablanca (Michael Curtiz, 1942) es imposible de concebir sin Bogart. Y The treasure of the Sierra Madre (1948) y The african queen (1951) ambas de John Huston, y el violento guionista de cine (¡!) de In a lonely place (Nicholas Ray, 1950) no puede ser otro que él. Etcétera. Compárese con el cine de hoy, donde la mayoría de los actores son intercambiables.
Humphrey DeForest Bogart constituye uno de esos casos difíciles de clasificar dentro de la historia del cine, en particular del hollywoodense. No llegó joven al séptimo arte, no triunfó a la primera sino cuando casi cerraba su cuarta década, con un papel secundario en The petrified forest (Archie Mayo, 1936). Siendo como era un buen actor, le costaba deshacerse de ciertos tics y comodines, el consabido cigarro entre los dedos y una pronunciación pertinazmente gangosa. No era un galán clásico pero resultaba irresistible para las mujeres, en pantalla y fuera de ella, cualidad que conserva después de muerto. Es un tipo intenso con carisma y personalidad, dirán muchas para describir la fascinación que emana del ídolo. (A mi modo de ver, su equivalente contemporáneo sería Benedict Cumberbatch). Alguna vez asumió un papel para el cual tal vez había rebasado la edad ideal, pero funcionó. Si bien se le recuerda como intérprete de dramas, policiales o no, también actuó en comedias.
Hablemos de una de estas últimas, We´re no angels (Michael Curtiz, 1955), porque es una estupenda película que muchos fanáticos de Bogart pasan por alto. La trama va de tres convictos fugitivos del penal galo de la Isla del Diablo que se entrometen en la vida de una apacible familia de la villa cercana. Se entrometen para bien, muy a su pesar… o tal vez no: es una de esas historias en que la ingenuidad está justificada y lo relativo del bien y el mal señalado con trazos gruesos pero adorables. Como queda dicho, Michael Curtiz había dirigido a nuestro héroe en Casablanca, en un registro completamente diferente; no voy a ir tan lejos como para afirmar que la suya en el papel del estafador Joseph fuera la mejor actuación en la obra que nos ocupa, sobre todo porque tiene a su vera al gran Peter Ustinov y no muy lejos al no menos legendario Basil Rathbone (el Sherlock Holmes de toda la vida), pero la cosa está bastante nivelada y los diálogos, en particular, son estupendos. Un ejemplo: el personaje de Ustinov, Jules, evoca «…la Navidad de 1982, en Marsella. Un lugar terrible y malvado, completamente podrido… disfruté cada minuto”. Vamos a ver, tal vez el entusiasmo me ciegue un poco y We´re no angels no sea tan buena, pero en todo caso la historia motivó un remake bastante libre en 1989, con Robert de Niro, Sean Penn y Demi Moore, donde los dos primeros, también fugitivos, son confundidos con sacerdotes…
Con anterioridad, Bogart participó en otra comedia (aunque su papel no era precisamente cómico), interpretando a Linus Larrabee en Sabrina (1954), de Billy Wilder. Un personaje complicado, solitario y cínico (París es para los amantes. Tal vez por eso solo he estado allí treinta y cinco minutos) que se enamora de la joven y fascinante Sabrina, interpretada por la joven y fascinante Audrey Hepburn. Se sabe que no se sintió cómodo en el papel y durante el rodaje. Demasiados roles de detective privado duro le precedían; ya en 1941 había dicho: «en mis últimas treinta y cuatro películas fui tiroteado en doce, electrocutado o ahorcado en ocho e hice de presidiario en nueve». Bueno, todavía le quedaba por delante un puñado de tiroteos y presidiarios…
Junto a otra Hepburn, Katherine, protagonizó The african queen, que le trajo un Óscar como actor principal (estuvo nominado antes y después, pero solo lo ganó en esa ocasión). Ambientada durante la Primera Guerra Mundial y filmada en locación, esta película de aventuras y supervivencia nos entrega a un Bogart más alejado que nunca del look de galán, en una interpretación que muestra su permanente afán por salirse del encasillamiento y echar mano a todo el espectro de sus posibilidades.
Gracias a ese misterio que el talento explica solo en parte, Humphrey Bogart es un icono, una manera, una marca, como Audrey Hepburn, Greta Garbo, Bette Davis, Rodolfo Valentino o Peter Lorre; todos ellos han devenido emblemas de una época, incluso resistieron gloriosamente el paso ocasional, en guiños reconocibles, a dibujos animados. Godard y Woody Allen lo homenajearon. Muchos recordarán todavía la serie de terror Tales from the Crypt, de la cual se emitieron algunos episodios en el programa Prismas de la TV Cubana, cuya presentación era justamente prestada de dicha serie: la subjetiva de alguien que penetra en una casa embrujada. Bueno, en uno de los capítulos, You, murderer (1996) dirigido por Robert Zemeckis, se utilizaron imágenes digitalmente retocadas de Bogart junto a escenas interpretadas por un lookalike, para incluir, con total, aplomo, al buen Humphrey como estrella invitada en los créditos del episodio… pese al detalle de que había muerto en 1957.
En Dead men don’t wear plaid (Carl Reiner, 1982), una brillante parodia del cine noir construida, en buena parte, con fragmentos de clásicos del género, Rigby Reardon —el detective protagonista encarnado por Steve Martin— pide datos y consejo telefónico a Marlowe… de hecho, a Bogart en tres películas distintas. Más allá de su originalidad, de la búsqueda casi paleontológica involucrada y el espectacular trabajo fotográfico, la película de Reiner es muy divertida, respetando y a la vez dinamitando los lugares comunes del cine de gángsters, femmes fatales y detectives duros por fuera y blandos por dentro.
Y otra cosa: nadie ha sido más cool que Bogart y Steve McQueen.


Bogart es definitivamente mi actor favorito, no sé si fue el mejor pero si único e irremplazable para los papeles que hizo, disfruto mucho sus filmes ,sobretodo Casablanca que no me canso de ver
Muy merecido homenaje a ese inolvidable actor.
Ah Eduardo! Bogart es añejo… Prefiero a De Niro…
Entonces preferirás a Bad Bunny antes que a Beethoven…
Bogart de salva del odio no solo porque las películas pongan The End, sino porque en artículos acerca de su obra se queda fuera, generalmente, su rara actitud frente al Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador Mc Carthy cuando regresó a él, después de salir airoso de acusaciones o malas insinuaciones, para acusar y hacer malas insinuaciones de colegas de la industria del cine. Nadie es perfecto.
Me piden artículos de mil palabras. Escribo sobre el tipo como ícono, no preparo su biografía.
Excelente texto-homenaje. Solo discrepo en que, para mí, la versión contemporánea de Bogart –por intensidad, carisma, personalidad, y por quedarse con la más linda del salón sin ser el más guapo de la clase–, no es el británico Benedict Cumberbatch (buen candidato), sino el francés Vincent Cassel.
Y no pienso discutirlo con nadie, salvo con Mónica Bellucci y a solas en un jacuzzi.
No puedo responder por Mónica, pero hay varias versiones posibles de Bogart. Acepto que Cassel puede ser una, pero Cumberbatch y, digamos, Belmondo también. No es un puesto para una sola persona.
Bogart llegó a mi a través de la admiración rendida de mi padre, me sedujo su hablar poderoso pero sin estridencias, casi amenazante. Había en Humphrey algo peligrosamente sensual, no era guapo pero nadie lució como él esos sombreros y gabardinas ni repitió igual esa manera de encender dos cigarros y brindar uno a la dama…es un hecho, todas hubiésemos querido que «nos quedara París» graciasssss profesor!