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Cuando proyectaron El Zorro (1975) en la Lenin durante una noche de recreación, probablemente en 1977, se verificó en muchos de nosotros uno de esos Antes y Después a que tanto recurren los comerciales. La película de Duccio Tessari no es nada del otro mundo, uno de esos relatos de aventuras en que Latinoamérica es un gran mazacote indiferenciado, pero tuvo la virtud de hacernos crecer, madurar un poco en menos de dos horas. Las muchachas suspiraban y se derretían abiertamente cada vez que Delon miraba a cámara; los varones sufríamos parecido trance cuando aparecía Ottavia Piccolo; luego, de regreso en el albergue, tuvo lugar el cambio decisivo: abandoné mi peinado infantil con raya a un lado para empezar a echar mi cabello hacia atrás, con raya al medio más o menos visible. Nadie podía parecerse al apuesto francés, pero uno hacía lo que estaba a su alcance. Y no fui el único. Ahí empezó realmente la adolescencia.
Años después, ya en la Universidad, fui una noche con mi primera esposa y una pareja de amigos a La Rampa a ver L´eclisse (1962) de Antonioni, con Mónica Vitti y Delon, quien interpreta a Piero, un corredor de Bolsa. No me gusta Antonioni (lo que evidentemente no es un problema suyo, sino mío), pero al salir mi chica y yo defendimos la película, hablando de símbolos, de incomunicación, de vanguardia artística, en tanto los otros la odiaron con fervor. Una frase se me quedó desde entonces: hay un momento en que la pareja protagónica intenta abrazarse y toquetearse en un sofá, se recolocan en diversas posturas, hasta que la Vitti dice, riendo: Siempre sobra un brazo. Cualquier pareja de amantes sabe a qué se refería la sensual romana. Desde luego, la cultura no tiene momento fijo…
Lo curioso es que, luego de servir en la Marina gala y desempeñarse como paracaidista en Indochina, el Delon de 19 años (había nacido en 1935) no tenía idea de qué hacer con su vida. En alguna entrevista afirma que jamás se le había ocurrido ser actor, y que de hecho rechazó la primera oferta recibida, aunque luego decidió que con probar no perdía nada. Pronto, sin embargo, se enamoró de la profesión, tan rápido como el resto del mundo se enamoró de él.
Tras varias películas menores, con Plein soleil (1960) de René Clément (basada en una novela de Patricia Highsmith, reciclada por Anthony Minghella en The talented mr. Ripley [1999]) le llegó la fama universal, como actor y como símbolo erótico. Ese mismo año la ratificaría en Rocco e i suoi fratelli, de Luchino Visconti, interpretando al protagonista; para mí, la mejor actuación de su carrera. Si en la primera encarnaba a un oportunista asesino, en la segunda es un chico bondadoso que adora a su familia, por la cual realiza diversos sacrificios con tal de mantenerla unida.
El joven galán no solo tuvo la suerte de ser llamado por directores notables como de compartir cartel (y en muchos casos intimidad) con actrices célebres por su talento, carisma y belleza, o al menos por una de las tres cosas: Romy Schneider, Mireille Darc, Simone Signoret, Francine Canovas (que devendría Nathalie Delon), Anne Parillaud, etcétera. En su vida hubo otros muchos romances (uno de ellos con la cantante alemana Nico, quien fuera por un tiempo la voz de The Velvet Underground) y algún escándalo (se le relacionó con cierto crimen, y con orgías y homosexualidad) pero no seguiremos por ahí. En fin. Era la época, y era Alain Delon.
El galo no era uno de esos actores centrados en caracterizaciones pasmosas, como Dustin Hoffman o Christian Bale, sino de aquellos que son casi siempre ellos mismos, díganse Robert Redford o Woody Allen. De hecho, los personajes que lo exponían fuera de su zona de seguridad no necesariamente devenían sus hallazgos más felices, como el alambicado gobernador Don Diego en la ya citada El zorro o el César de Astérix aux Jeux Olympiques (2008) de Frédéric Forestier y Thomas Langmann. En obras como Le samouraï (1967) de Jean-Pierre Melville, apenas si cambia su expresión en toda la película; sin embargo, dado que interpreta a un asesino a sueldo regido por un estricto código del honor, su minimalismo se las arregla para funcionar. Es cierto que no disponía de un registro muy amplio, pero bien dirigido (sin ir más lejos, por el propio Visconti, a cuyas órdenes participó también en la monumental Il gatopardo [1963]) se podía obtener de él una intensidad que anhelarían para sí muchos colegas.
Solicitado como estaba todo el tiempo, alguna vez intervino en producciones francamente desechables, en particular The assassination of Trotsky (1972) de Joseph Losey, o cuando menos desconcertantes, como The girl on a motorcycle (1968) de Jack Cardiff, junto a la por entonces pareja sentimental de Mick Jagger, Marianne Faithfull. Nadie se libra de altibajos y malas decisiones.
Con el paso de los años, además de actuar y romper corazones, Delon se dedicó a otras cosas. Todo el mundo ha escuchado, o debería, la canción Paroles… paroles (1973) en la versión de Dalida: el amante (interpretado con voz compungida y sensual por Delon, mira tú) ruega a la chica que lo perdone, jura y vuelve a jurar que la ama, que le será fiel, etcétera, pero ella ya no le cree (lo que me recuerda Words, de los Bee Gees, en que Barry intenta algo parecido). Después de cantar (o más bien de hablar) en ese tema, el actor se aventura a producir perfumes, carreras de caballos y películas. Y a dirigir. Ahí está Pour la peau d’un flic (1981) para demostrarlo; luego realizaría alguna otra. A esas alturas, sabía que al público le gustaban sus primeros planos, aunque no estuviera expresando gran cosa, así que atiborró la película de ellos. Además de la Parillaud, su pareja de entonces (a quien recordaremos como la Nikita [1990] de Luc Besson), en el filme tiene un breve personaje de enfermera la leyenda del cine porno Brigitte Lahaie, quien por entonces empezaba a expandir sus intereses fuera de su área de trabajo.
Delon falleció en agosto del año que casi termina. Por ahí están sus personajes para emocionarse, reír o suspirar, su fama de hombre más bello del mundo, su indiscutida condición de icono cultural. En Cuba, a partir de los años setenta, empezaron a proliferar los Alains, reflejo de las fantasías maternas, aunque fueran más feos que un mandril asmático. Y bueno, cuando en la Lenin de mi adolescencia alguien tardaba mucho en acicalarse y peinarse ante el espejo de baño, los demás bromeábamos: «¿y este quien se piensa que es? ¿Alain Delon?».


Coincido en que Delon fue un ícono cultural, a tal punto que se impuso como moda entre los jóvenes su vestimenta en la película A pleno sol
Eduardo, siempre te leo, incluso tus cosas puramente cinemáticas que no siempre aprecio. Tus anécdotas de la Lenin me traen recuerdos de nuestros años felices. Un saludo y mi abrazo desde Los Ángeles.
Gracias. Aunque me dejaste botao con eso de «cinemáticas», que significa «relativo al movimiento».
Era muy joven cuando lo descubrí en Rocco y sus hermanos y en un principio a las chicas no nos importaba si actuaba bien o no, sólo esperábamos los primeros planos con los que inundaban sus películas y era el momento de suspirar. Creo que todos sentimos el «efecto Delon» de alguna manera, lo mismo era un chiste que un sarcasmo. Muchas gracias por compartir con nosotros títulos y recuerdos, cada uno de sus artículos se convierte en una ruta cinematográfica a seguir.
Alain Delon siempre será “El Zorro” para nuestra generación, por mucho que haya hecho Antonio Banderas para destronarlo (inolvidable la banda sonora de la película, por Guido y Maurizio de Angelis). Y su “A pleno sol”, mi versión preferida por sobre la de Matt Damon. Y como para gusto se han hecho los colores, me gustó más “Tony Arzenta” que “El samurai”, aunque los críticos digan otra cosa.
Por demás, Delon es el único tipo que los heteros de cualquier edad reconocíamos sin pena que estaba guapo.