Días atrás una colega publicó en su muro de Facebook «¡Abajo Batista otra vez!» Lo vi durante las horas difíciles, tristes, en que ocurría la detención policial en La Habana y Matanzas de dos intelectuales cubanos connotados por sus méritos profesionales y cívicos: Jorge Fernández Era y Alina Bárbara López Hernández.
El primero, por estar «circulado», un estado resultante de no haberse presentado ante la unidad correspondiente de la Policía Nacional Revolucionaria, tras haber recibido dos citaciones por parte de los organismos de Seguridad del Estado, y, no obstante de encontrarse en espera de la respuesta al recurso interpuesto ante la Fiscalía Provincial y la Fiscalía Militar del Ministerio del Interior, respectivamente, por dichos emplazamientos.
La segunda, por manifestarse pacíficamente, al amparo del articulado de nuestro texto constitucional vigente, ese que los medios nacionales proclaman justo en estos días como continuador del primero que nos dimos en la manigua mambisa el 10 de abril de 1869.
Se manifestaba Alina Bárbara López Hernández en el Parque de la Libertad de su natal Matanzas en protesta por la detención arbitraria de Jorge Fernández Era. Lo hacía después de haber anunciado, desde su muro de Facebook, que llevaría a cabo esta acción de continuar detenido Fernández Era.
En las redes se produjo —y aún se puede apreciar— la solidaridad con ambos cubanos y la condena de miles de personas ante estos hechos, además de otras reacciones solidarias que tuvieron lugar durante el transcurso de estos acontecimientos.
Las señales
Como dije al inicio, entre tanto, un post refería a Batista y sus vejámenes y atrocidades; aludía a eso que mi generación y las que nos suceden hemos conocido bajo el nombre de «el Batistato» y también «la dictadura batistiana». Comenta su autora que recibió pocas menciones y duda que su sentido actual haya sido comprendido. Por supuesto, no puedo responder a tal interrogante, pero sí aportar una percepción que, tal vez, otras personas compartan.
En reiteradas ocasiones en redes, y en las interacciones frecuentes y diversas que caracterizan la vida social de los cubanos en la Isla, —por cierto, vida de intensa relación social a partir de 1959, renovada en su intensidad y disminuida su calidad1 tras el aislamiento obligado por la pandemia, incluso frente a las reiteradas crisis del transporte y a la pésima conectividad por redes digitales— escucho y leo comparaciones entre el actual ejercicio de determinados derechos cívicos y políticos —bien demarcada esta temporalidad por el 11J— y los gobiernos de Batista, en particular el correspondiente a la etapa que aquel inició con la acción anticonstitucional del golpe de estado del 10 de marzo de 1952 y que concluyó el 31 de diciembre de 1958 con su partida del país.
La atención a dicha fase parece estar dada por el hecho de que fue durante esta etapa cuando el entonces autoimpuesto Presidente tuvo que lidiar con la oposición revolucionaria más intensa y también más presente en el imaginario social. Uno de los hitos de ese proceso fue el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, al cual van asociados la persecución y captura de su principal figura, el juicio al que se le sometió y donde se le permitió realizar su autodefensa, su condena en el Presidio Modelo de la Isla de Pinos y la posterior amnistía en 1955 con la exigencia de abandonar el territorio nacional.
Quienes desarrollan estas comparaciones se refieren también indistintamente a otros sucesos que, en sus visiones, caracterizaron la vida cívica y política de entonces y que tienen por espacio, en estos casos, la prensa, los tribunales, el asociacionismo civil entre otros.
Sin embargo, excluida de estas visiones parece estar la represión —profundamente feroz en aquella tiranía— a las manifestaciones estudiantiles que se volvieron harto frecuentes tras el golpe de estado de 1952, cuando los estudiantes fueron la fuerza opositora de mayor actividad y destaque —quizás porque de esto se habla poco o no se habla— en un escenario político donde el partido de orientación marxista y organizaciones obreras se hallaban en desventaja.
Tampoco se incluyen los sucesos que siguen a los asaltos al Palacio Presidencial, al Cuartel Goicuría de Matanzas, la persecución implacable tuvo lugar en Santiago de Cuba y La Habana y de la cual fueron víctimas mortales, además de muchos otros cubanos y cubanas, Frank, Fructuoso, Joe, Carbó y Machadito o la propia masacre que sucedió a partir del día 26 entre los muros del Moncada, hechos sangrientos que no se han repetido en la historia posterior de la nación.
De mi experiencia social personal, de mis percepciones ha estado ausente, hasta hoy, este ejercicio de comparación al que asisto en estos años inmediatos con una frecuencia creciente entre ese período de gobierno —la tiranía batistiana— y cualquier otra etapa de gobierno a partir de enero de 1959, en particular tras el establecimiento del Gobierno Revolucionario en nuestra nación.
Resultaría fácil —y peligroso por ello mismo— hablar de una matriz perversa exportada desde los centros de poder enemigos de la Revolución Cubana o del socialismo.
Pero determinados hechos están ahí y se resisten a ser pasados por alto, subestimados o arbitrariamente interpretados. Vivimos una crisis sistémica que se presenta como telón de fondo y que se expresa, entre otros tantos signos, en los aspectos que enumero a continuación:
- Los diferentes sectores y grupos sociales empobrecidos y la extensión a otros de la condición de pobreza;
- los apremiantes problemas en la producción de alimentos;
- la obsolescencia de la industria energética, la irresponsabilidad en su proyección y la decadencia del pensamiento al respecto;
- el desgaste galopante de fondos habitacionales y de viales y obras públicas de diferente índole, unido a la ausencia de políticas eficaces para la solución de los problemas;
- el deterioro alarmante y la fragilidad del llamado sistema de salud pública; la grave situación de la educación y de la cultura enseñoreada por un precario sistema de educación, niveles crecientes de analfabetismo funcional, resultados óptimos y fraudulentos como meta en lugar de que lo sean la calidad de los procesos, un pensamiento rígido sobre la base de axiomas ideopolíticos y escaso ejercicio del pensar y una seria alteración del sistema de valores;
- la inoperancia de las instituciones y la ausencia de sinergia entre ellas;
- la crisis de credibilidad, respeto y autoridad porque no es posible hablar de ejemplo moral ni liderazgo;
- la puesta en acción del pensamiento colonizado (“la costra tenaz” de Villena) que se expresa en el desprecio al ser nacional, en primer lugar, y luego al saber, la capacidad, la creatividad y el exitoso desempeño de nuestra gente y de lo cual son la economía, el diseño, construcción, reconstrucción y conservación de nuestras ciudades y obras civiles, así como la organización de la sociedad, las primeras presas;
- la instauración cínica de una clase para sí medrando con la depauperación de los niveles de vida de los ciudadanos a quienes debiera servir hasta las últimas consecuencias; la instauración de la corrupción, el robo y la mentira como pilares de vida, la última como comodín para salir airoso en cualquier circunstancia.
(Foto: Cubanet)
Dicha condición viene convenientemente acompañada de un Estado de Derecho nominal —que “vende” bien hacia el exterior, que tranquiliza cualquier conciencia burguesa— el cual no se hace cierto en el ejercicio de las garantías civiles y políticas de los ciudadanos y el respeto irrestricto a la libertad de pensamiento y su expresión, mucho menos en el ejercicio, imprescindible por saludable, de la crítica.
Asimismo, esta situación se acompaña, vergonzosamente, en la «Isla de la Libertad», de un aumento creciente de los presos políticos y un clima conminatorio y de intolerancia para los sujetos sociales más activos y comprometidos entre su población.
Tanto como socióloga que como dramaturga y crítica teatral estoy al tanto de las disímiles maneras, algunas sumamente sutiles, inesperadas, hasta caprichosas, en que puede revelársenos la realidad social trascendida y elaborada como pensamiento de los diversos grupos sociales —diría incluso que ello es uno de los alicientes para el desempeño creativo del sociólogo. Las formas que dicha operación asume, aquellas en que sus resultados se nos revelan, necesitan de la atención y la reflexión desprejuiciada por parte de los científicos sociales, los dispositivos ideológicos y las instancias dirigentes de la sociedad.
Por lo general las señales se nos muestran, esta restauración en el discurso público de la figura de Batista es una de ellas. A pesar de ello, no es más alarmante para un país que las cifras de su emigración (¡inéditas!) y de sus fallecidos (por pandemia, ausencia de medicamentos y recursos, abandono de sus familias y Dios sabe cuántas otras causas relacionadas con el decrecimiento de nuestros estándares de vida) en los años recientes.
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