Quisiera ahora mismo ser máquina para que las palabras me salieran en ráfagas. Siento que no me da tiempo ya para inclinar ninguna balanza y que mucha gente a mi alrededor no se da cuenta de lo que pasa. En Cuba seguimos viviendo como si nada estuviera pasando en el mundo más cercano. Y hoy mismo, aquella guerra que nos parecía distante, que nos resultaba odiosa, terrible, interminable, pero lejana, está a nuestras puertas.
¿Desde cuándo en Cuba no se respira un ambiente bélico? En la propia Venezuela, con toda la violencia que impacta a primera vista, ¿cuándo se ha vivido una guerra desde los tiempos de la independencia? Y ahí están los tambores, sonando a las puertas de Venezuela; y se equivoca el ingenuo que piense que eso no tiene que ver con Cuba. La suerte de las dos repúblicas está echada en un mismo tiro de dados.
Y hablando de república, ¡qué casualidad! que el domingo se juega Cuba su nueva Constitución
Pero ¡qué casualidad de nuevo! el día antes vence el ultimátum dado a Venezuela insolentemente. Cuba-Venezuela-petróleo-economía-solidaridad-socialismo, todo en juego por un apriete de tuercas del imperio. Demasiada suspicacia pensar que el día de gracia de Venezuela dependa de la fecha en que Cuba intentará de manera inédita darse una Constitución discutida por el pueblo, con todas las contradicciones que puede admitir un pueblo que libera sus energías luego de un complejo panorama ideológico, abierto a todas las influencias posibles, sometido a todas las presiones económicas de un bloqueo.
El mundo cayéndose y los cubanos disputándose el matrimonio igualitario, la propiedad privada, la elección presidencial. Cuba abriéndose al mundo y conservando su socialismo histórico, diversificando su economía en su régimen de propiedad y reafirmando a su partido comunista como fuerza dirigente.
El proyecto de Constitución salió, aprobado por la Asamblea Nacional, como a un ruedo de gallos, donde todos picaban. Mucho cambió a instancias del pueblo, mejoró su redacción bastante despegada de la anterior Constitución, para devolverle al texto mayor contenido socialista. Aún así muchos jóvenes parecen inconformes. Increíble: jóvenes comunistas opuestos a una Constitución; y es que la nueva Constitución coquetea con el capitalismo (hay que “adaptarse al mundo”, y el mundo es capitalista).
Por otro lado, jóvenes religiosos ofendidos por el atrevimiento del mundo diverso para afirmar su “diversidad”; jóvenes homosexuales defraudados por no lograr la mejor formulación para ver refrendados sus derechos. Los socialistas temiendo perder las garantías sociales frente a la espontaneidad del mercado. Los “emprendedores” insatisfechos por lo lento que avanza el camino a la libre empresa. ¿Se habrán dado cuenta de la caja de Pandora que ha despertado este proceso político?
Y todo inconforme se siente ofendido por la propaganda machacona que llama a votar por el “Sí” y reacciona tendiendo más bien a votar por el “No”
Es increíble cuanta energía desplegada en torno a un suceso político que en la nación no tiene parangón. Y cuánta incertidumbre sobre el resultado. Una Constitución no es una asamblea de rendición de cuentas, donde uno va a expresar su inconformidad con un bache no tapado, con una avería eléctrica, con la sempiterna cola de la bodega o la carnicería. Una Constitución arma a un país para una vida decente.
Se trata de avanzar unos cuantos pasos más en la dirección de un mundo más libre, pero sin la engañosa visión de que libertad es hacer lo que venga en ganas sin contar con los derechos de los demás. Libertad es la dignidad que asegura la ley frente al más fuerte, que será más sólida en la medida en que la respalde la igualdad. Pero esa libertad no puede estar dependiendo de gustos personales ni de cosas perentorias. La libertad que asegura una Constitución es la construcción de un país, y esta libertad de ahora, con todos los derechos proclamados por el texto que definitivamente quedó aprobado y se somete a reafirmación soberana del pueblo, es la construcción colectiva de un país.
Personalmente no soy de los más entusiastas con el texto de la nueva Constitución, pero me doy perfecta cuenta de que hay muchas personas en mi país que tienen derecho igual que yo a opinar cómo debe ser la república, y no todas tienen que coincidir conmigo. No veo lógico comportarme como infante caprichoso frente a un texto que no ha recogido todo lo que yo quisiera. Asumo mi deber con la responsabilidad de aceptar la realidad de mi país y creo que la Constitución se parece a mi país, lleno de contradicciones que deberán desarrollarse luego en cada ley que se discuta, paso a paso. La Constitución no será más que el paraguas que servirá para abrir bajo él todas las leyes posibles que garanticen la continuidad de un proceso que destrabe al país.
En ese forcejeo vemos al Presidente nuevo estrenando su forma de conducir las cosas
¿Quién dice que no lo hace bien? ¿Quién cree que no lo hace él? Todo el que haya tenido una noción de quién es Díaz-Canel, de su trayectoria de vida, de la responsabilidad con que haya encarado cualquier tarea, podrá comprender que entre otras cosas, la aprobación de la Constitución cubana será el visto bueno al Presidente para que haga su labor, con la energía que está mostrando, con el celo que está cuidando los detalles.
Cuba necesita un nuevo liderazgo; no será del carisma de Fidel, pero sí debe ser alguien con quien el pueblo se identifique, se sienta cómodo para decirle las cosas, alguien que tenga la inteligencia de manejar los asuntos complejos de la tecnología y de la sociedad con el tino necesario y la seguridad adecuada para que no se desborden y se salgan del control. No podemos darle la oportunidad a los que siempre han querido ver a Cuba envuelta en la discordia, ingobernable. Por cierto, lo mismo quieren para Venezuela, para poder intervenir sin que les quede siquiera un resquicio de vergüenza.
Viendo lo que logró la oposición a la revolución bolivariana, la proclamación de un presidente sin pueblo que lo respalde, ni ministros que puedan dirigir el país, ni diplomacia efectiva reconocida por la mayoría de la comunidad internacional, pero listo para ser reconocido en quince minutos por el imperio y su comparsa, comprendo que era lo mismo que buscaban en Girón. Allí también desembarcaron con la intención de proclamar un “presidente” que en pocas horas solicitara una intervención de los norteamericanos; pero aquí no le dieron tregua, aquí no fue fácil engañar al pueblo.
Los cubanos nos jugamos la posibilidad de seguir mejorando el país; los venezolanos se juegan mucho más
Latinoamérica en Venezuela se juega la posibilidad de reversión de este proceso de derechización que solo lo comprenderán los pueblos cuando todos los nuevos presidentes de la derecha digan: “Al fin solos”.
Cuba deberá tener su nueva Constitución, en su peculiar ejercicio de democracia, y deberá mantener su voz en el concierto internacional de las voces, para enfrentar a los de siempre que quieren manipular a los pueblos, Venezuela deberá estar ahí, resistiendo a los mismos que quieren voltear a Cuba y que quieren revertir el proceso venezolano, porque esos ni siquiera con democracia quieren el socialismo.
Votar en Cuba por la nueva Constitución y defender a Venezuela con las armas si es posible parte de una misma posición política, aunque nos quedemos después a lo interno criticándonos mutuamente porque no nos guste cómo se sigan desarrollando las cosas y tengamos distintas ideas para hacerlo.
Santa Clara, 20 de febrero de 2019
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