Es el 3 de mayo del 2017 en Manzanillo, Cuba. Un joven encierra a un perrito en un cajón. El perrito aúlla. El joven toma una botella de combustible. Su ayudante mira la cámara con estúpida satisfacción. Encienden una cerilla y prenden al animalito. Publico una nota sobre el deleznable suceso en mi muro de Facebook. Sólo provoca que una legión de comunicadores virtuales me llenaran el chat de «advertencias constructivas» porque «estás exagerando en tu obsesión por desacreditar a tu ciudad y a tu Revolución. Y estás publicando algo que no puedes probar».
El 5 de mayo del 2017, llego a casa y me encuentro con varios compañeritos de Secundaria Básica de mi hija que miran un teléfono. Dos adolescentes lloran y un chico exclama: «Son unos p… esos tipos». Mi hija abraza a nuestro perro Pombo que no entiende la escena, que quiere jugar, y lamer, y correr como hace siempre que llegan los muchachos con su algarabía. Pero esta vez no hay júbilo, sino miradas de dolor y rabia.
«Mira esto papá, mira esta mierda» –creo que es la primera vez que La Caro se atreve a decir una obscenidad en mi presencia. Me enseñan en video al perrito que corre envuelto en llamas. Uno de los perpetradores hizo el macabro audiovisual.
Esa noche La Caro duerme abrazada a Pombo. Enriquito, un niño de siete años vecino de la Calle Ancha donde ocurrió el hecho, tampoco quiso soltar a su perro Tobías. «Yo creo que mi hijo nunca se va a recuperar de la impresión» -me cuenta una madre.
El perrito asesinado es sepultado en silencio por su dueño: «¿Qué podía yo hacer? Soy un hombre viejo. Ellos dijeron que mi perro les había matado una gallina. Y la policía dijo que no había por donde juzgar a esos tipos».
Decido subir el video a las redes, más que para probar mi nota, para llamar la atención acerca de la crueldad contra los animales en Cuba. Se volvió viral. La radio local transmite un reportaje que, si bien condena tímidamente el hecho, se concentra más en mostrar que la mayoría de nuestros infantes aman los animales y los cuidan. El programa Haciendo Radio, de Radio Rebelde, fue más profundo e incisivo, y sus periodistas enfatizaron acerca de la necesidad de que la sociedad condene esos actos.
Los perpetradores fueron detenidos. Uno de ellos estaba con libertad bajo palabra y fue devuelto a un centro penitenciario. Otro fue únicamente multado por indisciplina social. «Ninguno pudo ser juzgado y condenado por el acto en sí mismo porque en Cuba no hay una legislación que lo permita» me explicó una ex fiscal, defensora del bienestar animal.
Como resultado de aquellos sucesos, tuve mis primeros contactos con el Movimiento Cubano en Defensa de los Animales (CEDA), más que una organización, la integración de muchas organizaciones, micro-organizaciones e individualidades. Según me cuenta Valia Rodríguez, una de sus activistas y coordinadora, «CEDA surgió en Mayo del 2016, como un proyecto social y humanitario».
Tiene como pilares «la esterilización de animales domésticos, predominantemente callejeros, como un modo ético de disminuir superpoblaciones en las calles, la adopción responsable, y la educación de la sociedad, con énfasis en niños y jóvenes, en temas relacionados con la tenencia responsable y la lucha contra el maltrato y la violencia hacia los animales».
Una organización como CEDA hubiera sido la adecuada para promover, integrada a la institucionalidad estatal, un proyecto de intervención sociocultural en la zona donde se produjo la quema del perrito. Lo propuse públicamente. Lo conversé con quienes me aplicaron una especie de «profilaxis ideológica» para que no volviera a subir a las redes sucesos como ese. Nunca hubo respuesta. Según Valia Rodríguez, a raíz del suceso aquí narrado, enviaron cartas a Raúl Castro, Primer Secretario del PCC y a Miguel Díaz-Canel, entonces presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
Pero CEDA no es la única organización en Cuba que ha abogado por el bienestar animal. En el reportaje Sin ley y sin voz, publicado en 2006 en la revista Juventud Técnica, por el periodista José Leonardo Vela Mayo, se asegura que: «Tanto la Comisión Nacional de Bienestar Animal (…), como ANIPLANT (Asociación Cubana para la Protección de Animales y Plantas) se oponen al enfrentamiento entre cualquier tipo de animales».
En 1988, cada una presentó al Ministerio de la Agricultura (MINAGRI) dos proyectos de ley que fueron engavetados. Como resultado de la consulta para la aprobación de una nueva constitución en 2018, las autoridades gubernamentales solicitaron información a los animalistas y se les hizo llegar un anteproyecto a través de un grupo denominado Protección de Animales de la Ciudad (PAC). Tampoco hubo respuesta inmediata, aunque a través de la prensa se anunció que un decreto-ley de Bienestar Animal se incluiría en el cronograma legislativo de la Asamblea Nacional para el 2020.
De tal modo, para Adriana, una protectora de Ciego de Ávila, «en nuestro país el proceso de elaboración del decreto-ley de bienestar animal ha transcurrido sin la aprobación de la experiencia del colectivo animalista de la isla». Cuenta además que «se ha reunido una comisión integrada por veterinarios, juristas, especialistas del CITMA, Higiene y Epidemiología, y zoológico, entre otros, coordinada por el Ministerio de la Agricultura, el cual –paradójicamente– en este caso además es parte interesada como parte del maltrato animal».
¿Por qué Adriana se refiere al MINAGRI como «parte del maltrato animal»? La clave pudiera aparecer en el artículo ya citado de Juventud Técnica: «Las lidias (de gallos) casi llegaron a desaparecer del territorio cubano hasta que, hace más de una década, el Comandante Guillermo García Frías creó el primer criadero de gallos finos regulado por el Estado». También aclara: «Hoy la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna, perteneciente al Ministerio de la Agricultura, supervisa los enfrentamientos que se realizan en las vallas autorizadas de cada provincia».
Todo ello está amparado en la Resolución 255/2006 del MINAGRI, que establece que «la cría y prueba de gallos de lidia tiene su fundamento en la tradición cultivada de la isla». Una descendiente de un muy reconocido gallero del municipio de Yara, me comenta que su padre entiende que la lidia de gallos es un símbolo de la valentía de los cubanos, una tradición fundada en nuestro patriotismo. «Esas «gunajás» –refiriéndose a las peticiones de protección para los animales– nos pueden debilitar» –afirma el gallero.
Otro contencioso no menos importante existe entre el Centro de Higiene y Epidemiología, subordinado al Ministerio de Salud Pública (MINSAP), y los animalistas. Se cuentan por decenas las denuncias públicas contra los procedimientos despiadados de los trabajadores del llamado «zoonosis» que, como única opción para el control de perros y gatos callejeros, usan la captura y posterior sacrificio.
Después de una marcha realizada por protectores de los animales en La Habana, a la que se sumaron prominentes personalidades como el cantautor Silvio Rodríguez, y una protesta frente a la sede de zoonosis en La Habana, se estableció un compromiso por parte de esa institución de trabajar en conjunto con animalistas para evitar procedimientos lesivos. Pese a ello, las recogidas y sacrificios de callejeros en las provincias han continuado haciéndose en muchos casos sin honrar ese compromiso.
Los animalistas comprenden la necesidad de regular la población de animales vagabundos por razones higiénicos-sanitarias, pero para CEDA, la solución está en la esterilización y en la educación que promueva la responsabilidad de los protectores y cuidadores, no en el sacrifico.
He aquí lo que parecen ser, visto de modo apriorístico, las principales contradicciones entre los animalistas y el gobierno. ¿Son insalvables? Por supuesto que no. Si el gobierno y sus instituciones aceptaran un diálogo sostenido y sistemático con las organizaciones que protegen a los animales en Cuba, si unos y otros se despojaran de los recelos mutuos que pudieran sentir y, sobre todo, si ni unos ni otros asociaran sus respectivas posturas a condicionamientos ideo-políticos que no son pertinentes, podrían llegar a una conciliación en aras del fomento y la educación del bienestar animal.
Lo que pueden hacer en conjunto instituciones estatales y el movimiento animalista cubano es mucho, muchísimo más, que la aprobación de una Ley de Bienestar Animal, de la cual, a un mes de finalizarse el año en que se anunció su aprobación, apenas se conoce una convocatoria con temas publicada por el MINAGRI, cuyos funcionarios públicamente dan indicios, aunque no lo digan de forma clara, de que no prohibirán las lidias de gallos, lo cual parece una burla.
Y sobre eso, sobre lo que pueden hacer juntos para evitar perritos quemados en plena calle, y niñas y niños durmiendo abrazados a sus mascotas debido a la brutal impresión a que fueron sometidos, volveré próximamente.
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