Nada más inoportuno para la institucionalidad cultural en Cuba y sus atropellos ideológicos, que la distribución durante la presente Feria Internacional del Libro de La Habana del título Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del «Caso Padilla» cincuenta años después (Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021).
Dicho volumen, según sus compiladores, pretende contradecir algunos de los «estereotipos que han circulado y circulan» sobre el mencionado caso, pero me atrevo a señalar que nada se aleja más de ese objetivo que el sinfín de panfletos politizados que incluye. Muy por el contrario, transparenta lo cerrado de las políticas culturales que hace décadas atan de pies y manos a los creadores e intelectuales en la Isla.
En los tiempos actuales, cualquier chispa que recuerde las arbitrariedades del sistema contra ese gremio es, mínimo, una provocación y una burla luego de dos años de continua violencia y abusos de poder, más aún cuando en ocasiones se ha llegado a comparar esta inmediatez con el denominado Quinquenio gris, que iniciara luego de los sucesos con Padilla.
El acoso policial y las campañas de descrédito que sufren muchos, así como las detenciones, amenazas y expulsiones de centros laborales y educacionales son una penosa constante que da matiz opaco al panorama. De escándalo es la reciente «liberación del cargo» de Armando Franco Senén como director de la revista Alma Mater por parte del Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), según publicó en su página de Facebook el medio.
Debo confesar que nunca tomé a la Alma Mater dirigida por Franco como un medio digno de aplausos, pues se me tornaban risibles sus intentos de encajar en la dinámica cool que inunda nuestras universidades. Mas de igual modo me llenó de indignación la frialdad con que se comunicó la noticia.
Mi duda es: ¿qué potestad puede tener la UJC para remover cargos dentro de un medio que debe responder íntegramente a los intereses de los estudiantes? No es un secreto que Alma Mater pertenece a la Editora Abril y que esta a su vez responde directamente a la UJC. Pero tampoco es un secreto que la revista Alma Mater, fundada por Julio Antonio Mella en 1922, tiene una tradición de lucha estudiantil de cien años.
Es impensable que una organización política controle la voz del estudiantado cubano, pues Alma Mater solo existe —desde su surgimiento— para representar a los alumnos de nuestras universidades, no al poder político imperante. Por otra parte: ¿Quién me preguntó a mí —lector de Alma Mater y estudiante universitario— y al resto de los educandos si nos parecía bien o no el trabajo de Armando Franco al frente del medio?
Si realmente existiera un ejercicio democrático en las universidades para seleccionar a nuestros representantes, la UJC no pudiera atribuirse tales libertades a la hora de tomar una decisión como esa. Entonces: ¿Qué papel juega el estudiantado al momento de plantear el futuro de su publicación? Evidentemente ninguno.
Al mismo tiempo, en la otra cara de la moneda, los ahijados adulones del gran padrino nos quieren imponer un símbolo. Un pañuelo rojo colgado del cuello, del brazo, o dondequiera que tenga visibilidad, quiere ser aclamado como un símbolo de «resistencia». Pero me estalla el cerebro al intentar descifrar cómo se resiste desde el privilegio. Ya la cordialidad política trasciende lo que pueda ser o no tolerable de los que orgullosos portan su emblema.
Ese pañuelo —un trapo cualquiera en muchas ocasiones—, sintetiza en sí lo que el gobierno está dispuesto a validar y subdivide explícitamente a los actores culturales en dos polos: los que están con esto y los que no. Quedan de lado —como en el 71 cuando Padilla—, la calidad de la obra, el aporte del hacedor o la formación a la que se aspire. La ideología afín al gobierno es lo que pesa, y cualquier muestra de disenso, o simplemente cualquier resbaloncito —como me temo sucedió con Alma Mater— cuesta desde una buena mancha hasta las más severas sanciones.
¿Entonces qué sucede con los que están inconformes con las políticas culturales en Cuba, con los que se vuelven «problemáticos» para el sistema? Es espeluznante la uniformidad por la que abogan, donde los vítores, los asentimientos, el servilismo o el pedazo de tela roja son los que posicionan. La cultura como medio ontogénico lleva en sí el peso de la irreverencia, solo cuestionando y disintiendo crecen en carácter las personas y junto a ellas las sociedades, sustraerles esa capacidad es una torpeza total o una infamia inefable.
¿Y desde dónde podremos potenciar el crecimiento cultural y espiritual de nuestra nación si ni siquiera nuestra Casa de Altos Estudios se puede cultivar exenta del embate de las organizaciones políticas? Esto, permitido por otras que se suponen encargadas de defender los intereses estudiantiles, como la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y que en la praxis son apéndices de la UJC.
En una de sus más recientes publicaciones en Facebook, Julio César Guanche, comentaba sobre la necesidad de la autonomía dentro de la universidad y la potenciación de los estudiantes como su comunidad política y únicos decisores, mientras señalaba la postura ambivalente de la FEU y su denominada «independencia orgánica» en contraposición a la subordinación a jerarquías políticas.
Estamos inmersos en una campaña de constante adoctrinamiento, donde el gobierno se presenta como la meca de la resistencia y la benevolencia y cualquier cosa que se le oponga es tildada de lo más bajo, con adjetivos que saben a sangre y látigo. Lo peor, es que el problema ya es tan evidente que el descontento trasciende los límites de lo soportable, los excesos del gobierno y su abulia a la hora de resolver las acuciantes cuestiones de nuestra sociedad tienen convertida a Cuba en un sitio de ríspida ciudadanía, donde la desesperanza y/o la ira, van asidas a los rostros.
Ahí es cuando me inquieta la pregunta: ¿desde dónde se puede encaminar nuestra cultura y junto a ella un devenir digno y justo para nuestra nación? La respuesta quedará luego de remover las estructuras que nos tienen en el actual estatismo. Necesitamos transformar más de lo perceptible, es menester crecer como sociedad, pero antes, crecer como individuos, la metamorfosis comienza desde adentro.
Nuestros artistas serán el sustento espiritual y nuestras universidades el intelectual, desde ahí debe arrancar el intento, porque –tomándole la palabra a Mella – «aún nos queda algo grandioso por hacer, y que está en la mente de todos, esto es, la verdadera función de una universidad en la sociedad; no debe ni puede ser el más alto centro de cultura una simple fábrica de títulos…» (Febrero, 1923).
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