El homo sapiens es una especie biopsicosocial y los norteamericanos forman parte de ella. Así pues, todo análisis sobre la problemática en EEUU debe partir de una evaluación que abarque esas tres variables.
Después de un ejercicio de observación directa y participante en dos momentos diferentes de un período de seis meses, y de lecturas sobre historia y actualidad estadounidense, he elaborado algunas ideas sobre lo ocurrido, en líneas generales, desde 2016 hasta hoy.
Resultan entonces, meditaciones que tienen como referente un único universo cognoscitivo, condición que las hace falibles por su falta de generalización. Sin embargo, no debe pasarse por alto que toda gran generalización –por lo menos en las ciencias sociales–, constituye también una gran equivocación.
I
Donald ganó las elecciones en 2016 porque aprovechó una base electoral que perdieron los demócratas, representantes del capitalismo especulativo y neoliberal.
En el afán de obtener ganancias, estos capitalistas migran desde EEUU –fundamentalmente a países del Asia donde la mano de obra es barata; el control medioambiental, un asco; y los políticos locales, en no pocas ocasiones, corruptos mayúsculos–, y dejan entonces sin empleo al obrero blanco que, en muchos casos, es religiosamente conservador; en otros, también racista y con una cultura de dudosa reputación –niega la existencia de los dinosaurios, acepta que en las escuelas se enseñe el origen del hombre a partir del pasaje bíblico de Adán y Eva, y se agrupan en torno a teorías extremas como que la tierra es plana–.
Era entonces solo cuestión de tiempo que un hombre venido del espectáculo televisivo –gran parte de la cultura norteamericana, especialmente la de masas, nace, crece y vive del espectáculo– se diera cuenta de la oportunidad que tenía entre sus manos y la aprovechara como lo hizo. De ahí su lema de campaña: «Make America Great Again», lo que se traduce al español como «Haz América –Estados Unidos– grande otra vez».
Si esto no se entiende, sería imposible explicar por qué el cinturón industrial, inclinado históricamente al Partido Demócrata, votó como castigo a unos políticos que los abandonaron y cómo un grupo de trumpistas gritaba en una calle estadounidense: «El neoliberalismo es un cáncer».
II
¿Por qué entonces un discurso ultramontano, por xenófobo, racista, misógino y otras malas hierbas, no hizo mella en su base electoral? En primer lugar, porque algunos de ellos compartían y aún comparten dicho discurso.
Recuérdese: no solo de pan vive el hombre. Y hablando de pan, ya sea herencia del gobierno de Obama, resultado de sus políticas proteccionistas o por el privilegio de aumentar la deuda pública a límites insospechables, abroquelado en la capacidad de emitir dólares sin respaldo en oro –en tanto, patrón y moneda de referencia mundial o una combinación de ellas–, la economía para aquel que vive de un pequeño negocio o emprendimiento privado, repuntó.
Las cifras macroeconómicas poco importan al norteamericano medio si puede ir a comprar, hacer una parrillada el fin de semana, tomar cerveza y vivir en la tierra de la libertad, aunque lo haga agobiado de deudas. Es así porque el mito de la «excepcionalidad norteamericana», a pesar de los pesares, todavía está en pie. Tanto ha afectado la psiquis de la gente la letanía de que el triunfo –dinero y vida cómoda– se obtiene solo a partir del esfuerzo individual, que un gran número de personas que antes tenían un puesto decoroso, han debido volverse errantes para conseguir un trabajo.
Sin embargo, para ellos la causa de tal situación no está en las falencias estructurales, sino en que no han trabajado lo suficientemente duro para mantener lo que tenían.
III
Trump es un hombre del concreto, no del silicio. O sea, su fortuna viene del área de los negocios de bienes raíces, modelo que hizo agua a finales de la primera década del presente siglo con la explosión de la burbuja inmobiliaria, y, por mucho que quiera, le resulta muy difícil o casi imposible mudarse hacia una nueva área de ingresos, las tecnologías, sector que ha crecido a cuentas de una expansión planetaria impresionante. De hecho, millones de personas en el mundo pueden no tener y no tienen vivienda propia, seguro médico, trabajo fijo, acceso a bienes y servicios indispensables, pero tienen un celular y están atentos al último grito de la moda en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs).
Esta es, entre otras razones, la causa del repudio de Trump a la internacionalización de la economía y la vuelta a un jingoísmo que recuerda oscuros momentos de la historia universal. Y es que una vivienda media en EEUU –no hablo de una de sus torres de concreto–, puede costar hasta medio millón de dólares, mucho, mucho más de lo que cuesta el último IPhone.
Es imposible pasar por alto que el actual presidente tiene deudas millonarias y aunque dice que son nada comparadas con su fortuna, no está al nivel de los zares de la tecnología. En un mundo donde lo que cuenta es lo que se tiene y no lo que se es, no tener suficiente puede avergonzar, y el narcisismo es enemigo del escarnio.
Quizá por ello sus críticas al clan de Silicon Valley, plantado –no se desestime ello–, en California, nicho históricamente demócrata y liberal, con la mayor cantidad de votos electorales en EEUU y considerado la cuarta economía del mundo. No por gusto en ese estado, Joe Biden obtuvo 10 millones 339 mil 277 votos, contra 5 millones 415 mil 568 que se llevó Trump.
No obstante, a pesar de sus críticas al sector, ha hecho uso, como nadie en el gobierno de Estados Unidos, de las herramientas informáticas, a tal punto que puede hablarse de un gobierno en Twitter, plataforma que le ha servido para hacer declaraciones y anuncios desde asuntos triviales hasta temas de estado. Trump comprendió, o sus asesores le hicieron ver, que hemos pasado de una época a otra: abandonamos la época de Gutenberg y entramos en la de Zuckerberg.
Como buen negociante, aprovechó la oportunidad y el potencial que tienen las plataformas digitales para sembrar matrices de opinión, generar dudas e inclinar la balanza a un lado u otro. Imposible olvidar el affairs ruso en las elecciones de 2016, tema por el que fue sometido a un juicio y por el cual, si bien no fue condenado, tampoco quedó totalmente absuelto.
Sus posturas aislacionistas y el abandono de pactos internacionales en asuntos de cambio climático, responden a la apuesta hacia sectores tradicionales en el constructo histórico de Norteamérica, especialmente el petrolero, dando nuevos aires a la producción de crudo, especialmente el obtenido a partir del fracking, sin importar la contaminación de las aguas y la destrucción del entorno. Es que está haciendo grande a América otra vez.
No extraña entonces que en Oklahoma, Texas y Louisiana –estados donde se produce el West Texas Intermediate (WTI) y el Light Louisiana Sweet (LLS), las corrientes más importantes de crudo en EEUU– ganara las elecciones de 2020 con una cantidad abrumadora de votos respecto a su contrincante Biden.
IV
Cualquiera podría pensar que un presidente como Donald Trump incendiaría el mundo con conflictos bélicos, pero, para suerte de la paz y de los hombres, el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas de la primera potencia militar del planeta, no dio inicio a ninguna guerra. Eso sí, ha sido incapaz de culminar alguna de las que heredó, aunque entró en contradicciones con la OTAN, el mayor bloque militar de la actualidad, criticó a los halcones del Pentágono y anunció la retirada o disminución de efectivos en algunos lugares.
Esa posición, aparentemente ambigua para un regente conservador, puede explicarse porque este hombre se nos dibuja no como político, sino como un negociante con poder que evita aquello que pueda restar base a su popularidad y estabilidad como presidente.
Sin embargo, la retirada unilateral del Pacto con Irán y, más peligroso que ello, el no prorrogar el Tratado de Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance, conocido como Tratado INF, con Rusia, abre las puertas a una nueva carrera armamentística de consecuencias incalculables a partir de un rearme en un mundo cada vez menos unipolar, donde las otras potencias y poseedores de armas nucleares no están dispuestas a ser rendidas por la presión.
Si bien es cierto que no ha iniciado ninguna guerra, sus decisiones han estimulado el mantenimiento de otras –el conflicto Sirio, por ejemplo-– y con su postura aislacionista ha entusiasmado los hornos del complejo militar industrial, cuyos frutos finales no serán expuestos en vidrieras, sino llevados al campo de batalla. Por ello, algunos politólogos hablaban de que, si en esta contienda electoral Trump no salía reelecto, los efectos de su mandato se harán sentir por largo tiempo en los EEUU. Tal es el caso del sistema judicial, esfera a la cual ha logrado llevar figuras jóvenes –y son vitalicios– de franca postura conservadora.
V
Su slogan de campaña, tanto en 2016 como en 2020, hace un reconocimiento tácito: Estados Unidos ha dejado de ser grande. Empero, es preciso fijar en qué sentido lo ha dejado de ser y para quién o quiénes.
A no dudarlo, la hegemonía ostentada por los EEUU hasta finales del siglo XX ha resultado erosionada por diferentes causas: 1) el posicionamiento de China como segunda potencia mundial; 2) la recomposición rusa tras la disolución de la URSS que, a pesar de la declarada admiración de Trump por Putin, le abrió otro frente en Europa; 3) la breve temporada del progresismo en América Latina, que logró debilitar la influencia estadounidense en el área; 4) la grave crisis financiera de 2008 y sus repercusiones, que cuestionó severamente la efectividad y capacidad de la especulación financiera como motor de la economía; y 5) la extensión de la conciencia universal sobre los serios problemas que en el orden medioambiental afectan al mundo, provocados por un modelo insostenible llevado adelante por los estados industrializados.
Así pues, su estampa y modelo comenzaba a dejar de ser canon y referencia absoluta de progreso y libertad; empero, erosionado quiere decir lastimado, no destruido, y a curar esas heridas se dedicó Trump con efectividad para sus huestes. De otro modo no puede explicarse que haya obtenido 217 votos electorales y que por él hayan votado 72 millones 47 mil 893 ciudadanos, lo que lo convierte en el segundo candidato presidencial con más votos recibidos en la historia de EEUU, después de su contrincante Joe Biden que conquistó 290 votos electorales y 77 millones 162 mil 528 populares.
Tal polarización demuestra la supervivencia de atavismos raciales, de género, de superioridad étnica, de frustración socio-económica y una rabia contenida que, a partir de la monumental cantidad de armas de fuego en manos de los ciudadanos, hizo que algunos temieran el estallido de una guerra civil o la aparición de incidentes violentos durante las elecciones. Por suerte para los norteamericanos y una parte del mundo –ya que no se habla de una república bananera–, la cordura se ha impuesto y no se han reportado graves disturbios.
VI
El gran contrincante y vencedor de Donald Trump no fue Joe Biden, sino, un ejército de microscópicos virus causantes de la Covid-19, enfermedad que ha cobrado la vida de más de 220 mil estadounidenses y que también aniquiló su punto de apoyo: la economía.
Así pues, la recesión, el decrecimiento y el desempleo se coaligaron para hacerle doblar la rodilla. Él lo sabía y por tanto hizo todo lo que pudo para minimizar su impacto, evitando la cuarentena y reactivando la producción y los servicios. De haberlo logrado, quizás de nuevo hubiera sido electo presidente. Sin embargo, la táctica para ello constituyó dislate superlativo: burlarse del virus, deslegitimar las orientaciones médicas, abandonar la Organización Mundial de la Salud y culpar a China de la pandemia.
El ingrediente final en la conformación de la tormenta perfecta en su contra fue y es un sistema de salud que, dirigido desde el mercado, no estaba preparado para enfrentar una epidemia de tal magnitud. Se entiende entonces que el arma principal de los demócratas no fuera un programa de gobierno distintivo al suyo o atrayente para otros, sino la crítica al manejo de la pandemia. A fin de cuentas, por muy ególatra o hedonista que sea una sociedad, la vida siempre será la vida.
¿Y las destacadas figuras del Partido Republicano que públicamente se deslindaron de él? Quizá estaban de acuerdo con sus proyecciones, pero no con sus métodos. Algo fundamental: la política, entendida como arte de dominación, no tiene sentimientos, solo intereses. Para un sistema consolidado como el norteamericano, si un representante pone en peligro su estabilidad, es descartado sin el menor miramiento, no importa que se llame Donald Trump.
VII
El período presidencial de Trump , el trumpismo como movimiento y las elecciones que dieron inicio por correo antes del 3 de noviembre de 2020 en Estados Unidos dejan muchas lecturas. En primer lugar, un país que, a pesar de haber crecido en los órdenes económico, militar, tecnológico y demográfico, aún alberga enormes diferencias sociales entre una masa creciente cada vez menos próspera y un reducido sector cada vez más opulento; que tiene grandes deudas con su población negra y los inmigrantes, componentes humanos que han contribuido decididamente a su esplendor; que solo acudiendo a la razón de la fuerza, en el plano externo, puede presentarse como paradigma de la libertad y los derechos humanos; una nación donde el rédito económico, la más de las veces, se superpone a cualquier otra condición.
Las elecciones, por otro lado, han concitado el interés del mayor número de votantes en la historia de ese país. A pesar de los pesares, el pueblo en mayoría, entendiendo lo torcido del camino elegido hacía cuatro años, decidió rectificarlo con su voto. Son enormes los retos que aguardan al presidente recién electo Joe Biden. Al felicitarlo por su triunfo; Barack Obama los resumió al decir: «[…] cuando ingrese a la Casa Blanca en enero, enfrentará una serie de desafíos extraordinarios que ningún presidente entrante ha enfrentado jamás: una pandemia furiosa, una economía y un sistema de justicia desiguales, una democracia en riesgo y un clima en peligro».
Manzanillo de Cuba, noviembre de 2020
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