Las inconclusas elecciones 2020 en los USA ya pasan a la historia como las más reñidas e impredecibles de esa nación. Que a veinticuatro horas del cierre de los colegios, el candidato más votado en la historia del país aún no pueda ser proclamado ganador porque no llega a los 270 votos electorales necesarios, da una idea del final de photo finish que nos espera. No solo Cuba, el mundo entero ha estado pendiente de esta batalla electoral donde parece decidirse, más que la presidencia de un Estado, el destino del planeta.
De nada vale que aparezcan comentaristas preguntándose por qué le damos tanta importancia a este escrutinio extranjero. ¡Cómo si quedara alguien que no hablara del tema en estos días! La cuestión no tiene que ver con el supuesto apoyo de socialistas y comunistas a Biden, porque ni él, ni ninguno de los líderes demócratas más radicales −como Sanders o las chicas del Squad− comparten ideologías de izquierda. Tales calificativos, propagados por Trump y sus acólitos, solo intentan anatemizar a sus enemigos políticos con el fantasma del comunismo que en Estados Unidos es tan rechazado.
Está claro que Biden y Harris en la Casa Blanca no eliminarían el bloqueo, pero también han asegurado que volverían a la política de Obama, cuando las relaciones people to people eran tenidas como arma fundamental en la lucha por destruir el socialismo isleño. Mas, ¿algún cubano puede dejar de notar diferencias sustanciales entre aquella política y la aplicada por Trump y sus consejeros de La Florida? ¿Acaso ocurrió algo parecido a La Coyuntura en la Era Obama? No hay comparación posible entre un candidato que contribuyó a restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países y uno que las clausuró de hecho, bajo un pretexto baladí e irrespetuoso.
Si lo que algunos pretenden es que el único gobierno estadounidense que los cubanos de la Isla puedan preferir sería aquel que eliminara definitivamente el bloqueo, entonces no habrá ninguno nunca. Tras la Ley Helms-Burton de 1995, solo el Congreso de los Estados Unidos, cuando se cumplan determinadas condiciones estipuladas en dicha ley, estaría facultado para eliminar el llamado embargo. Ningún presidente podría hacerlo, por muy cubanófilo que fuera.
Si algo me ha llamado la atención desfavorablemente en estos días es la actitud de algunos emigrados cubanos al apoyar la reelección de Trump en base a su determinación pública de destruir al régimen cubano por cualquier vía. Comprendo que haya cubanos que decidan irse a vivir a otro país; que emigrados en USA sean republicanos, incluso que voten por el excéntrico millonario -como han hecho millones de trabajadores estadounidenses en 2016 y ahora en 2020-. Pero que favorezcan una política de ahogamiento brutal de la población de la Isla con el pretexto de acabar con el poder de los militares cubanos, es una actitud inadmisible que rechazo de plano.
A esos recién llegados al exilio, que en Cuba fueron figuras públicas, cederistas destacados, aplaudieron hasta el cansancio los discursos de los jefes y ahora son los más recalcitrantes defensores de la solución intervencionista para «salvar al pueblo cubano», solo puedo enfrentarlos. Parece que tampoco sirvieron de mucho a su ídolo, porque hasta perdieron el condado de Miami-Dade, ahora en manos de una alcaldesa demócrata, Daniella Levine, de origen colombiano.
Los cubanos que vivimos en la Isla y los de la emigración hemos de asumir que los cambios en la sociedad cubana solo dependen de las reformas que se hagan en la Isla en un ambiente de respeto a la soberanía nacional e independencia absoluta. La asociación con ningún poder extranjero vendrá a solucionar las contradicciones fundamentales de Cuba. Así fue antes -España, Gran Colombia, Inglaterra, Estados Unidos, Unión Soviética, Venezuela-, y así será siempre.
Solo las transformaciones internas abrirán nuevos cauces de prosperidad a nuestro pueblo y harán que los jóvenes aspiren a labrarse un destino promisorio a partir de su trabajo honesto: con respeto al Estado de Derecho que estipula la actual constitución; sin tiendas en MLC y teniendo al peso cubano como única moneda de libre circulación; eliminando las obsoletas restricciones al sector no estatal (TCP, privado, cooperativo y extranjero); pagando a los trabajadores el salario justo acorde con su aporte a la economía, y abriendo espacios a las opiniones críticas y el debate abierto de ideas entre interlocutores de diferente signo político e ideológico.
Ni Trump ni Biden darán solución a los problemas acumulados en la economía y la sociedad cubanas. Únicamente el pueblo cubano tiene en sus manos esas soluciones. Llevarlas a feliz término es un derecho y un deber de las actuales generaciones. Si con el triunfo de la fórmula demócrata Biden-Harris mejoran las relaciones con el poderoso vecino, donde viven tantos cubanos y sus descendientes, bienvenida sea. Tendremos mejores condiciones aquí para hacer lo que nos toca por el bien de Cuba.
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