Cuba quería incorporarse a las tendencias mundiales y lo está logrando, pero ten cuidado con lo que deseas. En un país de tradición autoritaria, bajo acoso externo e históricamente poco moderado, sobran incentivos para que como en otras latitudes, se radicalicen los ciudadanos. En el 2020 ya no se trata de si hay cubanos que no llegan y otros que se pasan, sino que hay gente separándolos en tribus.
En julio de 1953, los psicólogos sociales Muzafer y Carolyn Sherif llevaron 22 niños a un campamento de verano en Middle Grove. Su plan era unirlos para que crearan vínculos, luego separarlos en dos grupos y hacerlos competir por un premio. La hipótesis era que llegaría un punto en que se volverían unos contra otros. Muzafer entonces prendería fuego a un bosque cercano, creando una amenaza que uniría al grupo por encima de sus diferencias. No funcionó, a pesar de las tretas para enemistarlos, los chicos encontraban la forma de confiar nuevamente entre sí. Los lazos iniciales eran demasiado fuertes para ser rotos artificialmente.
El año siguiente repitieron el experimento en un parque estatal de Oklahoma, Robbers Cave. En esta ocasión los dos grupos no se mezclaron inicialmente y solo se conocieron a la hora de competir entre sí por recursos, funcionó a la perfección. Pronto los grupos se atacaban el uno al otro y el parque era sede de una confrontación que escalaba cada vez más. El paso final hacia la reconciliación también funcionó, cuando les quitaron el agua a los niños y estos descubrieron que solo formando una cadena humana podrían mover las rocas que estaban sobre la válvula de agua, colaboraron entre sí. Muzafer Sherif pronto se hizo famoso y curiosamente, al año siguiente William Golding publicó El Señor de las Moscas.
El experimento de Robbers Cave hace medio siglo, fue una señal temprana sobre lo fácil que es de manipular la naturaleza humana y provocar en ella conductas tribales.
Los cubanos no escapamos al instinto humano de buscar un grupo social al que pertenecer, una búsqueda de identidad que se puede encontrar en la política, la religión o el fútbol. En un país donde la crisis hizo añicos los paradigmas de la generación de mis padres, esa búsqueda aumentó exponencialmente desde los años 90 y aún no termina. Las iglesias se multiplicaron, los valores nacionales entraron en crisis, algunos militantes partidistas se enquistaron, otros en la izquierda se preocuparon y la oposición creció con ayuda ajena. Pero esta búsqueda nacional e imperceptible también nos hizo más libres hoy de lo que éramos hace 10, 20 o 30 años.
Lo peligroso de la tribalización es que degenera las normas de la decencia política. Llega un momento en que todo aquello que no sirva a tu grupo, es descartable. Quizás en Cuba ya estamos así. Una canción de Silvio solo vale mencionarla si es para sacarle ventaja a favor de tu agenda, una tragedia es perfecta para hacer política con manto de humanismo, un revés o logro en otro país es solo un pretexto para ensalzar o criticar al tuyo. Es la miopía total.
Defender a un adversario contra el que se comete una injusticia, es un raro acto de honradez que hoy pocas veces será recompensado cuando la injusticia sea hacia tu persona. Entonces toca ver a quien ayudaste no hace mucho, mirar al otro lado o alegrarse con tu desgracia porque conviene a su causa. Aplaudimos en el fútbol cuando un jugador se detiene a ayudar al del equipo contrario, pero cuando se trata de preferencias políticas no hay fair play, prevalece el ventajismo cubano. Mientras, todos creen que están del lado correcto, nadie se reconoce villano.
Claro, para enfrentar ciegamente dos grupos, es necesario deshumanizar al otro. En el caso cubano ambas orillas han pecado en esto, descalificaciones como “gusano” y “comunista” han simplificado miles de historias personales y dolores que no se cuantifican en una palabra, ni siquiera en una posición política. La falta de obediencia al Partido en Cuba aún se tolera tan poco como una militancia de izquierda en la Florida. La tribu no olvida ni perdona.
Esta dinámica antagónica sería menos frustrante si no fuera manufacturada. Hay individuos en ambas orillas buscando tal hostilidad, en ocasiones por ánimo maccarthista y en otras por interés económico. Esto puede venir en la forma de un funcionario en Cuba resistiendo las reformas necesarias, alardeando de su celo respecto al restablecimiento de relaciones con Estados Unidos (y en efecto frenando su velocidad) o animando a otros a perseguir a sus coterráneos por la razón que sea. También puede verse en la Florida, donde aún no sabemos hasta qué punto los fondos para cambio de régimen en Cuba pueden estar financiando actores locales que radicalizan a la comunidad cubana y promueven el bullying.
En abril de 2018 se publicó el libro The Lost Boys de Gina Perry, donde la autora entrevista a los niños del experimento de Robbers Cave. Ya ancianos, confiesan que ninguno se dio cuenta de que los estaban manipulando. El lector avispado creerá que un adulto del siglo XXI es mucho más escéptico que un niño de los años 50, y posiblemente estará equivocado. No se puede competir contra la ciencia porque a diferencia de nuestras vidas finitas, la ciencia moderna es acumulativa y ha perfeccionado la sicología social a niveles de sutileza increíbles. Hoy es más fácil que nunca manipular a los individuos. Y no me refiero al Estado cubano, toca reconocer que el grupo de decisores que podría estar encargado de tal cosa en Cuba, hasta ahora carece de la sofisticación necesaria para hacerlo.
Un terreno donde el tribalismo político ha avanzado en extremo en los últimos años es en la esfera pública digital. A tono con un fenómeno internacional de polarización política, en Cuba las redes sociales cada día se hacen más tóxicas y los medios digitales se tornan más ácidos. A esto se suman nuevos fenómenos, la búsqueda de protagonismo digital a través de la estridencia, el vedettismo virtual y el uso de las redes sociales como armas de guerra política. También la inserción de jóvenes profesionales cubanos en otros países a veces requiere iniciaciones y muestras de lealtad política al nuevo contexto que se expresan en forma de una oposición más o menos abierta al gobierno cubano. No importa si antes eran empleados gustosos del Estado, si la política les era indiferente o si el activismo actual contrasta con su silencio cuando vivían en la isla. Para encajar en el mundo occidental hay que pertenecer al coro crítico.
Se hace común la promoción del enojo hacia el otro y una industria de la indignación cotidiana ante adversarios, utilizando el pretexto del día.
¿Cómo romper este ciclo de tribalismo político? Quizás buscando una narrativa compartida entre los distintos grupos. La resolución del conflicto entre cubanos no es mayor que el de Sudáfrica o Rwanda. Si las preferencias políticas e intereses distintos son motivo de discordia, entonces la cultura, el patriotismo y la confluencia de intereses son los antibióticos para su solución. Mientras unos cubanos prioricen más la imposición de sus ideas sobre otros en lugar de metas comunes, construir una nación completa será difícil.
En la búsqueda de una vacuna ante el tribalismo creciente, regresamos al pasado. La teoría inicial de los Sherif en su experimento era que el contexto lo es todo, la competencia o la cooperación dependen de cuál incentivo es mayor, y tenían razón pero su hipótesis estaba incompleta. El primer experimento fracasó porque tenía un elemento que en el segundo fue eliminado: empatía.
Quizás esa es la medicina necesaria, ponerse en lugar del otro e identificar cuántas pequeñas decisiones personales o fortuitas nos hubieran llevado por caminos distintos. Intentar entenderlo, porque nadie tiene hegemonía sobre el dolor en un conflicto. Y dar el primer paso de acercamiento porque lo que es en función de intereses comunes no será nunca una concesión sino la solución al problema. La empatía puede imponerse a la lógica de la tribu. Sin ella no hay país socialista, ni democrático, ni lo que sea que aspire el lector.
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